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Viernes, 20 de mayo de 2016

VIOLENCIAS

Acoso en la Armada

Una joven que sufrió acoso y abuso sexual en la Base Naval de Ushuaia pide justicia, después de pasar por un calvario de cinco años. Su causa está “en reserva” en la justicia provincial de Tierra del Fuego. Sufre distintas secuelas de la violencia vivida. Hay unas 200 denuncias de vulneración de derechos por causa de género dentro de las fuerzas armadas.

 Por Sonia Tessa

A Lucía le cuesta hablar sin llorar. Cada recuerdo del calvario de los cinco años transcurridos en la Base Naval de Ushuaia, donde ingresó como tropa voluntaria, le anuda la garganta. Su superior, un suboficial principal cuyas iniciales son R. C., la acosó y la abusó sexualmente en un espiral de violencia que la hizo sentir, más de una vez, sin salida: necesitaba el trabajo para vivir, y también la obra social para atender la enfermedad crónica de su hijo de 13 años, que debe concurrir periódicamente al hospital Garrahan de Buenos Aires. Era el empleo, además, el que le garantizaba la vivienda. Sufrió acoso sexual, abuso sexual, mobbing, despido injustificado y la indiferencia de sus jefes que le decían “vos sos un marino y él es suboficial, es tu palabra contra la de él”. Hoy Lucía tiene ataques de pánico y colon irritable, su denuncia está radicada -aunque “en reserva”- en el juzgado provincial de Tierra del Fuego a cargo de Javier Gamas Soler y también interviene la Oficina de Políticas de Género del Ministerio de Defensa. Y también tiene un Facebook “Violencia de Género Ushuaia”, con el objetivo de ponerse en contacto con otras mujeres que hayan sufrido lo mismo. Desde la Dirección de Políticas de Género del Ministerio de Defensa dan cuenta de “200 denuncias por vulneración de derechos por razón de género, de las cuales el 12 por ciento son por acoso sexual”.

Lucía sabe que su valentía fue inusual. “Estas cosas no se hablan, se mantienen en silencio para no ensuciar la institución”, aclara. “Primero era un hombre muy cordial, que se portaba bien, era muy caballero, por demás”, cuenta Lucía, cuyo nombre real fue resguardado. Tiene 28 años, nació en Catamarca pero vivió gran parte de su vida en Puerto Madryn. Después comenzaron los avances y extorsiones. “Me decía que cómo iba a estar soltera, una mujer que como yo, que debería tener un hombre al lado”. Ante la negativa, el agresor la empezó a perseguir, a estar siempre en el mismo lugar donde ella -personal de maestranza- realizaba sus tareas. “Trataba de eludirlo, y trataba de no contestarle, porque al superior ahí adentro no se le contesta”, rememora. “Hasta que llegó la situación más grave que fue el abuso”, cuenta por teléfono, desde Ushuaia. Era julio de 2013. Ella no estaba de vacaciones, justamente, porque su acosador había arreglado todo para que quedara sola en las tareas de limpieza. “Toda la mañana estaba ahí donde estaba yo, era tan feo sentir que alguien te persigue. En un momento me pidió unas copas para un evento y me señaló un cuarto donde debía buscarlas. Yo lo abrí y en ese momento él me encerró y se fue contra mí”, siguió. Las palabras del suboficial principal condensan muchas muletillas que sostiene el patriarcado. “Me dijo: me tenés loco, no te das cuenta. No sé por qué no querés estar conmigo. Me toqueteó por todo el cuerpo mientras yo le decía que no quería, que por favor me soltara, que me dejara salir. Lo empujé y salí y me encerré en un baño, lloré, lloré y cuando salí le pedí ayuda a mi jefe”. La respuesta de su superior ahondó la pesadilla. “En la Armada, entre la palabra tuya y la de un suboficial, nunca te va a hacer caso a vos”, le dijo.

Desde entonces, durante más de un año, la vida laboral de Lucía fue un calvario: el jefe la perseguía, le encargaba los trabajos más duros, pedía a sus compañeros que la hostigaran, e incluso su jefe la envió a una misión arqueológica, donde tenía que cavar en la tierra, con una mano lesionada. “El me dijo: o te vas de baja vos o te hago echar yo”. En 2014 le dieron de baja arguyendo que había cumplido la edad límite para revistar como tropa voluntaria, pero en realidad, le quedaban dos años. Lucía presentó un recurso de amparo ante el defensor oficial de Ushuaia, y fue reincorporada el 18 de agosto de 2015, después de ocho meses. “Me llevaron al mismo departamento que estaba, abastecimiento y nuevamente estaba este hombre. Me mandaron a trabajar al mismo lugar”, relata. Un día, ella hacía sus tareas de limpieza y el volvió a acosarla. “‘Volviste y ahora vas a estar conmigo, no te vas a hacer la difícil como antes’. Yo le contesté que si no había estado antes, mucho menos iba a estar ahora. Y él me amenazó: como te hice echar una vez, te voy a hacer echar de nuevo”. El relato de Lucía es imparable, tanto aguantó durante años. La orden era clara: de 7.30 a 15.30, estaba prohibido que Lucía desayune o almuerce en el lugar de trabajo, como sí lo hacían sus compañeros, que le guardaban alimentos a escondidas. El 9 de septiembre, Lucía habló con otro de sus jefes y luego fue a la Fiscalía, donde hizo la denuncia por abuso sexual. “En febrero me enteré de que habían pasado la causa a reserva, aunque tenían mis pericias psicológicas y el testimonio de mis compañeros de trabajo”, resalta Lucía, que además de todo lo vivido, sufrió violencia institucional. Pero no es una mujer de dejarse vencer fácilmente, y se comunicó con la Oficina de Género de la Armada, donde volvieron a violentarla: dudaron de ella, le dijeron que seguramente había seducido al agresor. Ante esa respuesta, Lucía se comunicó con la Dirección de Políticas de Género del Ministerio de Defensa y con el propio ministro, Julio Martínez. Así, logró ser escuchada y el 10 de marzo fue reincorporada nuevamente. Cuando estaba haciendo los trámites para volver a trabajar, su agresor se le acercó y la volvió a intimidar. Desde entonces, Lucía tiene una licencia médica. “Quisiera que este hombre tenga una condena, que la justicia actúe como corresponde”, dice Lucía, que además está convencida de que otras mujeres sufrieron lo mismo pero se fueron de la fuerza. “Esto lo hago público para que no haya impunidad”, subraya.

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