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Viernes, 20 de mayo de 2016

RESCATES

Todas somos una

Ramona Wilson 1978-1994

 Por Marisa Avigliano

Ellas desaparecen y ellos simulan buscarlas. Complot policial, indolencia institucional y silencio mediático. En la carretera 16 de la Columbia Británica, en la costa oeste de Canadá, niñas y mujeres desaparecen y sus cuerpos ultrajados aparecen plantados en bosques y banquinas de autopistas meses y años después. En 1978 nacía Ramona y Mónica Jack desaparecía en esa misma carretera canadiense que une ciudades pequeñas, comunidades madereras y aserraderos, tenía 12 años, en unos pocos días iba a cumplir 13 y había ido a dar una vuelta en bicicleta. Mónica no era la primera, Gloria Moody la precede desde octubre de 1969. Muy cerca de la carreta, en su Smithers natal Ramona crecía, la lista de víctimas también. Un sábado de verano, cuando las clases estaban terminando y las fiestas locales multiplicaban festejos, Ramona salió de su casa a las nueve la noche, iba a una reunión en Hazelton, a algunos kilómetros de ahí. Sus amigos la esperaban sobre la carretera, nunca llegó. Tenía 16 años, estudiaba, trabajaba como lavaplatos y era la hija menor de Matilde Wilson. Matilde nació en 1950 y fue arrancada de su casa a los 5 años para educarse dentro de los cánones que el gobierno exigía, una cultura nueva de claustros religiosos para borrar el linaje de sus raíces. La cultura de los pueblos originarios no estaba en los planes gubernamentales, “querían matar al indio que guardamos dentro, un genocidio cultural y desenfrenado” repiten las pupilas del despojo. Aquel fin de semana de 1994 la policía montada desestimó la ausencia de Ramona, no iban a salir a buscar a una “adolescente aborigen” que se había ido de fiesta y que iba a volver cuando ella quisiera, hasta sostuvieron hipótesis sobre una celebración imprudente en Moricetown, un pueblo entre Smithers y Hazelton. Otra vez la carretera y otra vez el abandono envuelto en silencio. Las flores de plástico, las fotos pegadas en cartulinas, las caras de mujer a lo largo de la ruta y las denuncias no impedían víctimas nuevas. El cuerpo de Ramona apareció casi un año después, en junio de 1995, cerca de un aeropuerto. Aquel junio la familia de Ramona encabezó la primera Ramona Lisa Wilson Memorial Walk, una marcha anual de cinco kilómetros (desde una escuela de la carretera hasta un camino lateral del aeropuerto, cerca de donde descubrieron el cuerpo de Ramona) que recorren familiares y amigxs de las mujeres desaparecidas y asesinadas en la carretera. Meses después de aquella movilización unos trabajadores forestales encontraron el esqueleto de Mónica Jack cerca de Swakum: habían pasado 17 años. Las fotos, los testimonios, las lágrimas y las preguntas recorren el ripio y la cámara de algún documentalista osado. En 2005 un proyecto de investigación empezó a hablar de las mujeres desaparecidas de la carreta 16 durante casi cuarenta años, los resultados mezquinos llegaban lerdos. Sexismo, indiferencia y un racismo sistémico (la mayoría de las mujeres desaparecidas y asesinadas pertenecen a pueblos originarios) supuraban verdades falsas. Pocos caracteres en los diarios, ninguno la mayoría de las veces, y casi ningún culpable, salvo cuando en 2002 desapareció Nicole Hoar, una mujer blanca. Nada parece haber cambiado, bueno nada no, la lista de mujeres asesinadas supera la unidad de mil y el nombre de la carretera sí cambió, ya no la llaman la 16, ahora la llaman La Carretera de las Lágrimas.

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