las12

Viernes, 10 de junio de 2016

#NIUNAMENOS

PARA LA LIBERTAD

El 3 de junio último, miles de adolescentes marcharon reconociéndose en una mirada nueva y aguerrida que las unió para enfrentar sin titubeos los embates patriarcales y machistas que pretendan pulverizarles la libertad. Ellas, las niñas que crecen al abrigo de esa movilización masiva, saben de femicidios y violencias, de transfobia y acoso callejero, están alertas y, sobre todo, hablan, entre ellas y con otrxs, adultxs y pares, sobre aquello que se instaló en la agenda emocional de nuestra sociedad y que no parece tener vuelta atrás. La violencia machista no va a terminar de un día para el otro, coinciden, pero marchar es tomar conciencia, dar espacio a la reflexión y asegurarse un futuro sin tantos estereotipos determinantes ni condenas.

 Por Flor Monfort, Luciana Peker, Roxana Sandá

FOTOS: CONSTANZA NISCOVOLOS Y JUANA GHERSA

La libertad de ser una misma
Isabel Adra.
12 años. 1° año, Normal 5

A Isabel le llama la atención que las mujeres ganen menos que los hombres por hacer las mismas tareas y estar igual de capacitadas. Los estereotipos están en todos lados, basta caminar por la calle o mirar la tele para tenerlos enfrente como una piña en la cara, asegura. Dice que sabe sobre el feminismo y la expresión que aunó el grito de Ni una menos desde el comienzo pero lamenta que eso no haya disminuido los crímenes ni la inequidad. “El dolor más grande es no tener la libertad de definirse cada una como quiera” afirma. Necesita hablarlo con todxs, no sólo con sus pares varones, y dice que lo más interesante es sacar el tema en otros lugares, como la escuela o las salidas de amigxs. No se siente libre circulando por las calles por los acosos callejeros. “Y a mi colegio no puedo ir vestida con nada que marque el cuerpo, ni nada por arriba de las rodillas, porque piensan que si nos ponemos un short no es por que tenemos calor, si no para provocar. Nos restringen de vestirnos como queremos en vez de poner un límite al que tiene problemas de convivencia” asegura. Sus relaciones son libres y de eso habla mucho con sus papás, y de las violencias que se llevan una vida cada 30 horas, “porque no es tan simple la cuestión de la violencia”.

Ni débiles ni inferiores
Ana Raffo.
13 años.
1º año, Colegio Nacional de Buenos Aires

El año pasado había escuchado algo sobre Ni una menos pero no había entendido mucho ni le había prestado demasiada atención. Este año entendió mejor el reclamo, se interesó y cambió bastante su forma de ver estas violencias que se denuncian con el cuerpo y a viva voz por tantxs. “Entendí que tengo que defenderme día a día y demostrar que no tengo por qué tener miedo cuando salgo a la calle, que no tengo que elegir la ropa que me voy a poner dependiendo de si me van a ver como una chica, una mujer, o como una persona con lindo culo, por ejemplo”. En este momento, Ana no tiene novio ni gusta de ningún chico en particular pero dice que si tuviera o alguien le gustara no podría eludir el tema. “Si es un chico que entiende que la mujer no es objeto, que la violencia de género tiene que parar, que todo por lo que se viene luchando y por lo que se marchó está en lo cierto, no tendría razón para hablarle; ahora si es uno que por la calle le grita a cualquiera claramente le hablaría y le haría entender cueste lo que cueste”. Sobre la circulación en el espacio público, Ana está convencida de su fuerza y su capacidad para defenderse, si fuera necesario. “Ni débil ni inferior: soy mujer y me puedo defender” asegura, sumando una visión diferente a un tema que parece importarle mucho a todas: los mal llamados “piropos” o esa necesidad de tantos hombres de gritar a una mujer por la calle, más como un mensaje cifrado a su propia tribu que como una forma de comunicación. Está claro que nadie conecta con nadie cuando aborda a una desconocida por la calle, y Ana está segura que podría salir airosa, gritar y pelear hasta que la dejen en paz. Sobre sus papás, dice que verlos compartir la misma ideología política está buenísimo. “Hablo estos temas con ellos, por ejemplo al volver de la marcha les conté emocionada y feliz que había sido masiva, que había ido un montón de gente, todos luchando para que no haya Ni una menos, todos por la misma justa causa. También les cuento de las cosas que pasan en el interior de mi colegio, la ideología y posición de cada chico. En casa opinamos todos”.

Cuidar sin ataduras
Jacqueline Duarte. 17 años. 5° año, Escuela Normal N° 5 Dr. Martín Miguel de Güemes

Una marea de emociones, pero sin titubeos, fue lo primero que sintió Jacqueline el viernes, cuando con otras compañeras de división y amigas del barrio llegaron desde Barracas hasta la Plaza Congreso para juntarse con muchas otras y otrxs que, como ellas, necesitaban compartir el clamor colectivo del Ni Una Menos. “Hoy siento que esa consigna cambió todo lo que antes entendía como normal y no lo era. Entendí que alejarte de tus amigos porque un chico te lo pide no es cuidarte, y mucho menos cuando te dice ´no te pintes que así es mejor o reviso tu celular porque desconfío de los demás´, tantas cosas que llevan a otras peores y que yo naturalizaba.”

La violencia de género, sin embargo, no es tema de conversación con otros varones. Ni con su novio, “porque todavía no se dio”, ni con los amigos aun cuando media la confianza. Acaso por esa hermandad tácita, “es algo que hablamos más entre nosotras, las que somos amigas”. Lo que ensombrece el horizonte, en todo caso, es la sensación de impotencia que la inunda cada vez que sale. “No me siento libre en el espacio público. Ando con miedo, pensando que me pueden robar o secuestrar. Al ver hombres en la vereda te dan ganas de volver a tu casa de sólo pensar en las guarangadas que lleguen a decir. Cuando salgo sola no estoy tranquila.”

Dice que el alivio llega siempre de las palabras y los abrazos de su mamá, sonrisa abierta a un diálogo cariñoso y alerta, contrapunto de un padre presente pero con el que se soslayan algunas cuestiones. “El tema de la violencia de género lo charlamos siempre con mi mamá. Cuando me puse de novia, más que nada me habló de las cosas que no pueden hacerme, como invadirme, revisar mi celular, entre otras formas de control. Con mi papá, en cambio, casi nunca lo hablamos.”

Cambios lentos pero seguros
Lola Romero.
17 años.

5º año, Colegio Nacional Buenos Aires

No es la primera marcha para Lola y conoce el movimiento #Niunamenos desde el principio. Tampoco es ajena a los temas que plantea la agenda feminista, ya que habla con naturalidad de aborto y educación sexual, pero reconoce que todo lo que ocurrió alrededor del 3 de junio del año pasado la hizo tomar conciencia de otras cosas, como el travesticidio o las cifras que hablan de un femicidio por día. “Ver tantas madres, tantos carteles, tantas víctimas me hizo entender que hay muchas muertas mas. Todo el mundo habla de Tinelli y las tangas pero nadie de la complicidad del Estado en estas muertes. Estoy mucha más conciente y como yo mucha gente, eso tiene un costado positivo pero también uno negativo: algunos levantan esa bandera porque les conviene, por ejemplo, la policía que como institución muchas veces es cómplice de la violencia. El gobierno nacional puso Ni Una Menos en la boca de todos los subtes pero desmanteló programas enteros y le sacó terrenos a Susana Trimarco. Así que es una cuestión de marketing para muchos” dice, y asegura que si bien habla con varones, no se dan charlas tan profundas como tiene con otras chicas y retoma una anécdota reciente sobre la circulación en el espacio público, cuando una amiga respondió a un acosador callejero con la siguiente frase “la verdad es que eso que me dijiste me hizo sentir muy incómoda”. “El miedo es inútil, me puede pasar algo a las 4 de la mañana o algo en la puerta de mi casa. Hay gente que tiene casos de violencia muy cerca, no es mi caso pero el miedo me parece irracional. Sí estoy alerta, y me doy cuenta que fui educada para no contestar si me gritan cosas y eso lo tengo muy metido y no sé cómo reaccionar, por eso la respuesta de mi amiga me parece que está buena, porque el chabón se quedó de piedra”.

Sobre sus padres y la observación de los vínculos entre adultos, Lola dice que su crianza fue igualitaria en relación a su hermano varón. “El tema de los cambios generacionales es una mentira: no se puede esperar que mañana cambien las cosas. No va a pasar de un día para el otro que una nena le diga al padre papá me gusta una nena del jardin y el padre le devuelva una sonrisa.”

Nada es igual después de Ni Una Menos
Lupe Gómez Varela.
12 años.
7º grado, Escuela Juan B. Peña

Para Lupe, todo cambió después del Ni una menos del año pasado. No sólo ver mujeres y niñas marchando por sus derechos, verlas hacerlo con carteles, fotos y lágrimas y esa energía tan particular que se despliega en una marcha fue impactante, sino que esa expresión sea tan acompañada y recibida socialmente, como si fuera algo que se estuvo esperando mucho tiempo. “Creo que lo que más me gustó esta vez es que haya varones que también marchen por estos derechos, y sean conscientes de lo que pasa. Antes no sabía muchas cosas, que hoy en día no puedo creer que pasen. Como el que mueran chicas por abuso, mujeres a mano de hombres violentos que creen que por ser mujeres les pertenecen. Que señores grandes se aprovechen de niñas” dice con absoluta claridad sobre un panorama que abarca todas las violencias machistas. Esta conciencia nueva abraza a todas sus compañeras, y jura que es inevitable hablar del tema también con los varones, porque a ellos también les compete, también están involucrados. “Ellos van a ser novios, padres y abuelos, y lo tienen que tener en cuenta”. Hace poco que empezó a viajar sola y dice que está alerta pero no tiene miedo, no quiere tenerlo. “Creo que la mujer es libre de expresarse a través de la ropa, el peinado, o cualquier otro medio. Cada mujer es libre de expresar lo que siente sin que se la juzgue por lo que lleva puesto. Hablo de este tema porque hay muchos casos en que se la condena a la mujer por usar ciertas cosas provocativas y con eso justifican agresiones. Por ejemplo, se le gritan cosas en la calle, que son ofensivas a niñas o mujeres, y nos ponen en un momento incómodo” dice y recuerda el caso de Daiana García, la chica asesinada en marzo del año pasado y juzgada hasta el cansancio por usar minishorts. “Yo creo, que los grandes, especialmente los padres, tienen que estar involucrados en el tema, aunque a algunos no les interesa, y dan el mal ejemplo a sus hijos maltratando a la mujer, pegándole y obligándola a hacer cosas que no desea hacer. Por mi parte, mis papás me hicieron reaccionar al respecto. En mi casa, no hay roles definidos. El “rol clásico” de la mujer es cuidar a los niños y preparar la comida. En cambio, en casa papá cocina mientras mamá trabaja o viceversa. Hablo mucho del tema con ellos, sobre todo en esta fecha o cuando escuchamos una noticia relacionada con violencias hacia las mujeres”.

Aprender sin límites
Rocío Dorado. 17 años. 5º año, Colegio San Martín

La Gioconda podría ponerse seria al lado de Rocío. Su sonrisa despuebla de límites el futuro. La prepotencia de esperanzas se enciende en su rostro cuando se ilumina sin trabas, sin obstáculos, sin barreras. Sin nada que la frene. Rocío Dorado tiene 17 años y vive en el Bajo Flores con su mamá, Ema, que es empleada doméstica y sus dos hermanos: Ángel, que es enfermero, y Luis, que es estudiante. Ella va al Colegio San Martín, en Almagro. Y con el colegio fue a la marcha Ni Una Menos. Con su profesor de historia -Eduardo Martínez- están investigando sobre trata y explotación sexual. Y no le hace falta investigar por afuera de su cuerpo para saber los límites del machismo. Y el límite que ella le pone a los que quieren ponerle límites. Rocío quiere ser trabajadora social y hacer un proyecto textil con mujeres de la Casa de la Mujer de la villa 1 -11 -14. Y la cambió su primera vez en esa movilización masiva.

“Viví la marcha bastante emocionada porque tenía muchas ganas de ir, y más que se trata de la defensa de los derechos de las mujeres. Me conmovió bastante y me emocionó la unión de todas las mujeres que estábamos cantando, gritando, con carteles y grafittis, y ver cómo las mujeres nos llenábamos de poder. Te abre la cabeza llenarte de gente que defiende los derechos y tomás conciencia de cosas que son machistas y por ser mujer las tenés que aguantar”, relata, y fuera de las palabras de manual los ojos hablan también como un río nuevo que no está dispuesto a secarse. “Yo tuve un novio que me limitaba cosas y con el tiempo me fui dando cuenta de que no tenía que ser así. Yo tomo cursos y hago talleres de manicure, estética, maquillaje artístico, inglés, y cuando vi que me lo limitaba dije `no`. Ni mi mamá me pone límites”. A Rocío, a los 16 años, su novio le hacía planteos para que no estudiara. “¿Por qué me dejás por inglés? ¿No soy más importante yo? Quedate conmigo”, la increpaba. Rocío sonríe, pero no baja la cabeza: “Yo le decía que quería aprender y que a mí nadie me pone límites. No me iba a quedar culpable, ni encerrada entre cuatro paredes. Si te quiere, te quiere como sos”, da cátedra. Y el sentido de la marcha: “No te sentís única. Somos todas mujeres”, enlaza la fortaleza de ser muchas.

Es amor lo que cambia
Paula Muñoz. 16 años. 4° año,
Escuela N° 5. Dr. Martín Miguel de Güemes

Las agresiones sistemáticas de unas compañeras “por ser linda” y la violencia de un chico que creyó mimarla a golpes son dos fantasmas que Paula terminó de exorcizar el 3 de junio, al calor de una marcha amorosa y guerrera. “Muchas cosas cambiaron en mí, la más significativa es escuchar que se habla sobre violencias de géneros, y que ahora los hombres piensan dos veces antes de cometer cualquier tipo de violencia doméstica contra sus mujeres, aunque por el hecho de ir en cana, más que nada.”

No teme quedar anclada en el pesimismo por mencionar estas cosas, si hasta con los varones que conoce hablan de esos temas aun cuando no los reúnan charlas sustanciales. “La verdad es que hablar de cuestiones que ellos consideran serias, los aburre un poco.”

Rotunda, grita sentirse presa de una ciudad por la que circular es sinónimo de paranoia. “Ninguna libertad, al contrario. Da mucho miedo salir últimamente, y peor si es de noche, a la hora de ir a bailar. Los hombres te faltan el respeto creyendo que están piropeando y la inseguridad es terrible día y noche. Vivo guardando el celular y cuidándome de las motos.”

El viernes pasado se unió a su madre en un abrazo largo y sostenido. Se cuentan historias, Paula le vuelca sus dudas. “Soy muy apegada a mi mamá. Siempre me hace preguntas o dice que no me tengo que dejar maltratar. Me da risa a veces, cuando vengo de ver a mi novio y estoy enojada o con cara mala, y enseguida me pregunta ´¿Te hizo algo? ¿Qué pasó?´.” Su padre, en cambio, prefiere sobrevolar los bordes, escuchar e intervenir sólo cuando lo cree necesario. “Siempre me da consejos de cómo salir de situaciones incómodas o que puedan llegar a tornarse violentas. Me dice sin vueltas ´si ves algo raro, te hacés la boluda y venís´. Pero cuando me ve rara a mí, ya no duda: le pregunta a mi mamá y entonces la conversación empieza a ser de a tres.”

El camino que falta
Juana Cabrera. 17 años. 5º año,
Colegio Nacional Buenos Aires

El frío no la acobarda aunque la puerta de la escuela no tenga reparos. Ella estudia de noche y no hay viento que la haga temblar. Juanita tiene 17 años y vive con su mamá Norma, profesora de inglés, en Almagro. A ella también le gustaría ser profesora de música o de arte. Por ahora cursa quinto año en el Colegio Nacional Buenos Aires. El año pasado tuvo prueba de historia. Y Sarmiento le impidió dar el presente en la convocatoria de Ni Una Menos. Pero este 3 de junio sintió que se volvía -todavía- más fuerte. “Fui a la marcha y genera mucho orgullo porque es masiva, y con los femicidios y violaciones que hay está bueno sentir que eso le choca a la sociedad y que se pide un cambio. Todavía falta mucho camino. Siempre hay un pero en algún aspecto con las reivindicaciones de género. Mientras que el pilar de la educación tendría que ser la educación sexual y aprender que hay miles de formas de anticoncepción y de cuidarse. Es importante que las chicas sepan que no están obligadas a tener relaciones sin protección por estar de novias. Y eso también se tendría que tratar en las clases de educación sexual. No se quitó el tabú de hablar de eso como pareja”.

La violencia no está fuera de la escuela. A veces las intimidaciones también llegan en clase. Por eso Ni Una Menos abraza a las que crecen y merecen ser abrigadas. “Cuando alguien te grita en la calle y nadie se da vuelta a decirle `¿Qué hacés?` te vas sintiendo más sola. En una clase de gimnasia, en el campo de deporte, del otro lado de una reja, un tipo pasó y nos empezó a gritar cosas. Una amiga lo insultó al que nos estaba acosando y la profesora la amenazó con amonestarla a ella por contestarle. No es el único caso en que la mujer defiende al opresor. Por eso la lucha tiene que ser constante, no sólo en la marcha”.

El 3 de junio Juanita y sus amigas debatían por qué en esa fecha se reunía más gente que para el 8 de marzo. Y encontraban sus propias respuestas: “No es que hay sólo un día para reivindicar a la mujer. Pero el día de la mujer se desvirtuó. La propaganda de Alto Palermo que apunta a que la mujer sólo sirve para cargarle la tarjeta a su marido y que si él le compra un ramo de flores, se lo tira y le dice que no le rompa las pelotas hasta el año que viene, está todo bien. En cambio, Ni Una Menos no es para que te tiren un ramo de flores”.

Ellas contra las violencias
Ofelia Fernández. 16 años. 4º año, Colegio Carlos Pellegrini.

Su pelo rubio es tan personal como sus convicciones y su decisión de no estar detrás de sus banderas, sino ser ella quien las lleva. Ofelia Fernández, de 16 años, es la presidenta del Centro de Estudiantes del Colegio Carlos Pellegrini que, este año, llevó adelante una toma para reclamar contra la violencia de género puertas adentro del colegio. “Somos la primera fórmula compuesta por mujeres (junto con la secretaria general Victoria Camino) y no es casualidad que se dé una lucha tan grande de género, tal vez por como lo transmitíamos nosotras. Hubo funcionarios que nos dijeron robots, manipuladas, incapaces y nenas. Yo no soy una nena a la que hay que cumplirle el caprichito infantil, sino una adolescente que representa al Centro de Estudiantes”

El 3 de junio de 2015 fue un antes y después para que el reclamo contra el maltrato y el acoso -por parte de dos preceptores- pudiera escucharse. “Hubo un conflicto que tenía nueve años, pero que cambió con Ni Una Menos. Antes, cuando se hacía una toma nos decían que éramos vagxs y, en cambio, en esta toma los medios de comunicación y las familias nos dieron su apoyo. Sin el precedente que sentó esta movilización esto no podía blanquearse de esta manera. Cuando toda la sociedad se levanta contra la violencia de género no podés tolerar la violencia de género en una institución. Por eso nos ayudó mucho”, remarca Ofelia.

Ella no quiere que la pelea en el Pellegrini quede puertas adentro del colegio dependiente de la UBA, sino que se extienda a los colegios del sur de la Ciudad y del Bajo Flores, donde también hay denuncias por violencia de género. Además, pide que se cumpla la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) en todas las escuelas y que se apliquen protocolos contra la violencia de género e institucional (similares a los que ya existe en la UBA) en escuelas medias.

Ni Una Menos creció con las más chicas. Y ellas lo hacen más grande. “El año pasado había una crítica a la convocatoria porque no estaba claro quién era el enemigo. Y creo que lo importante es que incita a cuestionarse a una misma el micromachismo. ¿Por qué una chica que está con muchos chicos es una puta y un chico que está con muchas chicas es un campeón? ¿Por qué si nosotras lloramos nos tienen que venir a consolar y si los chicos lloran son unos maricones? Mi mayor cambio es cuestionarme”, enfatiza.

La información que conmueve
Eva Sueyro. 13 años. 1° año, Escuela de Música Esnaola

Eva lleva latente una sensación de mucho. De esfuerzo, alegría, potencia; experiencia que iguala y equilibra de aquí en más. “Desde que nació esta convocatoria, descubrí que hay líneas telefónicas oficiales recibiendo muchas más llamadas de víctimas de violencia de género, y que la gente empezó a informarse y a mantenerse en tema”. Pero acaso lo que más la conmueve es la cantidad generosa de talleres y charlas que aborda su escuela sobre violencias contra las mujeres, “y el hecho de observar cómo chicas y chicos de mi edad comenzaron a interesarse”.

Impulsora nata, este año se encontró más acompañada por algunos referentes. “Aunque la verdad es que hay profesores que nos hablan sobre Ni Una Menos y las violencias pero los chicos no participan mucho en la charla. Ellos consideran la violencia de género sólo como violencia física, como el hombre que le pega a la mujer.” Sólo a veces participan de algún debate en tono de queja. “Protestan porque nunca se dice que hay mujeres que les pegan a los hombres, y porque las marchas son sólo contra hombres.”

Se ríe, dice que el espacio público no le hace mella; se siente libre, salvo por el pliegue de la noche. “Por lo general me siento relajada, pero no en las salidas nocturnas, porque la noche da más cosa.” Oscila en la respuesta cuando advierte que la luz del sol ya no es garantía para los cuerpos. “Quizá en la calle te tapás un poco o te atás una campera a la cintura. Veo bastante que las chicas se atan cosas; de hecho, yo lo hago.” Hablar es consigna y pacto familiar. Sus padres aportan la energía suficiente para compartir creencias profundas que los convocan, como Ni Una Menos. “Mi mamá y yo estamos muy metidas en el tema, por eso estuvimos en esta marcha que por suerte esta vez también se motorizó desde la escuela.”

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