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Viernes, 17 de junio de 2016

RESCATE I

El hada de los músculos

Elizabeth Kenny 1880/6¿? - 1952

“Para los médicos de antes una enfermera servía para limpiar”, dice una enfermera de ahora y cuando dice “antes” la palabra se traba en la boca y las cejas se levantan para que en el tirón el adverbio aguante la duda. Elizabeth Kenny, la enfermera australiana que los claustros rechazaban, desafió aquella arrogancia cada vez que les plantó cara en el tratamiento contra la poliomielitis. Mientras los doctores de título y ortodoxia estaqueaban a la sufriente Elisabeth le daba calor húmedo en la fase aguda de la enfermedad para combatir los espasmos musculares. “A mí me salvó la enfermera Elizabeth”, dice Alan Alda en un descanso de filmación cuando alguien recuerda a Philip Roth honrándola a través de Bucky Cantor, el personaje de Némesis. Son sus niñxs curadxs en el tiempo iguales a aquellxs otros niñxs que las fotografías de los años cuarenta muestran sonrientes rodeándola con moños en el pelo y pijamas. Elisabeth aliviaba el dolor intenso envolviéndolxs con tiras calientes de una manta de lana -que hervía y escurría- y después, cuando el dolor había desaparecido, les hacía hacer ejercicios pasivos para reeducar los músculos. El método Kenny que le daba batalla a la tirantez muscular, a la incoordinación y a la enajenación mental de la parálisis también blandía la espada para espantar a quienes despreciaban su sabiduría. Intolerante y ególatra eran dos de los adjetivos que más que usaban para hablar de ella en voz baja, ignorante y sin rigor científico los que se elegían en el estrado de los ateneos. La historia de su erudición médica nació cuando se cayó de un caballo a los 10 años y se fracturó una muñeca. Aquel dolor quebrado hizo que conociera al Dr McDonnell’s un cirujano que alentó siempre su vocación sanitaria prestándole libros de anatomía desde el primer día. Un brazo partido, un hermano débil (Elizabeth lo ayudaba con ejercicios para desarrollar una musculatura endeble) y un médico mudado en amigo fiel trazaron el camino errante de materias aprobadas. Fue voluntaria en una pequeña maternidad de Guyra en Nueva Gales del Sur y antes cumplir los 24 se convirtió en la enfermera rural de la que todos hablaban. Las descomunales distancias australianas eran recorridas a caballo por Elizabeth la mujer que curaba a los enfermos de las zonas olvidadas por la medicina ilustrada, los médicos serios no cruzaban esas fronteras.

A pesar de soportar un ataque académico persistente que solo le permitía atender los casos desahuciados abrió en 1913 un hospital donde desarrolló su método hasta se unió -durante la Primera Guerra Mundial- al cuerpo de enfermería del ejército australiano donde la bautizaron “Sister”, un título de jefatura, una especie de primer teniente. Y así la llamaron desde la guerra y así se llama, “Sister Kenny”, la película que su amiga Rosalind Russell protagonizó y por la que ganó un Golden Globe (1947). La fama del celuloide ayudó a aumentar una fama que Elizabeth ya tenía en los Estados Unidos donde había llegado unos años antes y donde se inauguró el Instituto Sister Kenny (en Minneapolis).

La innovadora solitaria que le ganaba duelos a la polio enfermó de Parkinson y murió tras un accidente celebrovascular en Toowoomba, Australia en 1952, unos pocos años antes de que vieran la luz las vacunas de Salk y Sabin.

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