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Viernes, 17 de junio de 2016

RESCATE II

Simplemente María

Irma Roy 1932-2016

Irma Roy, autopercibida Roig por apellido materno, el de otra actriz célebre, Maruja Roig, fue siempre mujer filosa para las generalidades de la hipocresía mediática. En sus últimas apariciones en televisión, la actriz y política no dejaba terminar frases que considerara sinuosas a panelistas acomodados en un estrellato HD que ella podía pulverizar en cuestión de segundos. No por nada había sido la señora del teatro, el cine y la televisión, tanto como otra contemporánea, María Rosa Gallo, al menos para la grilla setentista del Canal 9 que conducía Alejandro Romay. “La Roy”, como le decían con admiración reverencial, había logrado trascender la máscara dramática de “La Gallo”, para consagrarse en el hecho magnífico de la calidez actoral. Ni el gesto adusto, ni el timbre nervioso, ni la agitación de sus manos alcanzaban a soslayar un color de ternura que solía regalar con sus ojos y una inclinación leve de cabeza. Amó con locura a un hombre que la doblaba en edad cuando ella apenas era una jovencita veinteañera, egresada del Conservatorio de Arte Escénico, deslumbrada por su conquistador, el actor Eduardo Cuitiño, referente fundamental de la Asociación Argentina de Actores y amigo personal de Juan Domingo Perón. De Cuitiño adoptó el peronismo como una segunda piel que se le haría carne de por vida. Compartieron épocas doradas, pero también la proscripción y el exilio violento en Colombia, como tantxs artistas malditos que abrazaron la causa de Perón y Evita.

En 1966, tres años después de la muerte de Cuitiño, se consagró en Cuatro hombres para Eva, acompañada por los galanes del momento, Rodolfo Bebán, Eduardo Rudy, Jorge Barreiro y José María Langlais, algunos de ellos amigos entrañables. No tanto como Alberto Argibay, su mitad perfecta en la pantalla del 9, otro peronista comprometido y nostalgioso que solía tomarla entre brazos con una intensidad acaso border para formatos televisivos anclados en el prejuicio. Pero fue Simplemente María, también de la factoría Romay, con escritura de Celia Alcántara, su pista hacia una fama que jamás la abandonó y que ella trocó por la militancia política. El periodista Osvaldo Papaleo, segundo marido y padre de Carolina, otra actriz-éxito de telenovelas, fue secretario de prensa del gobierno de Isabel Martínez de Perón, que apreciaba a la pareja y había estado encantada con que Irma acompañara al general en el charter que lo trajo desde Madrid a Buenos Aires. El vuelo terminó abrupto, y la última dictadura cívico militar volvió a condenarla a un exilio del que retornaría cafierista. Y separada. La travesía entonces fue imparable: de la campaña renovadora de 1985 trazó un arco vertiginoso que en 1987 la convirtió en diputada por dos mandatos. El segundo, ya como menemista, la ubicó al frente de la Comisión de Familia y Minoridad impulsando una reforma a las leyes de adopción, de violencia familiar y en apoyo a la ley de cupo femenino. Algunos claroscuros de años posteriores la corrieron de las simpatías del televidente medio, pero continuó alineada en la función política hasta 2005. Antes del accidente casero de este 10 de junio que le provocó la muerte, había actuado en la obra de teatro Flores de acero, con un garbo difícil de igualar. No representaba a una octogenaria tranquila. Más bien todo lo contrario. Irma siempre fue rebelde e impetuosa. Una verdadera muchacha peronista, se diría.

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