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Viernes, 24 de junio de 2016

ESCENAS

En el infinito

La dramaturgia de Todas las cosas del mundo encuentra su particularidad en la captura de ciertos datos de la tragedia para sus fines paródicos.

El sacrificio no es un ingrediente exclusivo de lo trágico o de esas formas del realismo donde se convierte en expiación despojada de sentido, acto inútil para un entorno que ya no puede descifrarlo. En Todas las cosas del mundo el campo se convierte en tierra de esperpentos pero también de tumbas, de cuerpos entregados a los buitres y de la muerte como fantasía gozosa, como la materia de una narración que todxs los personajes se disputan, despiertxs en su capacidad de ganarle al otro con el mazazo final.

El texto de Diego Manso está poblado de estrategias como la sangre de una mitología que el autor convierte en grotesco social, marca de conductas de explotación y creencias, donde el mismo pueblo es verdugo y carne de engaño.

La niña foca como enumeración infinita de seres deformes que despiertan una seducción casi sobrenatural, será atracción circense y santa, cuerpo de múltiples usos amurallado en una jaula donde la joven se las ingeniará para leer. De sus libros nace el amor por la cicuta. La chica tiene su plan, pero no es la única. En ese pueblito de sabores fétidos todxs se detestan y el odio es una máquina de producir historias.

La palabra encuentra en Iberia una desmesura que Ingrid Pelicori trabaja en detalle. La abundancia, que establece una relación temporal híbrida, como un diccionario que se derrama y genera la posibilidad de abarcarlo todo, es para ella una variedad de recursos actorales, mientras hace del efecto de contar un arma de encantamiento. El disparate es la distorsión de un drama que no llega a la superficie como fatalidad ni como sufrimiento sino que asume una forma más demacrada o caricaturesca donde no se busca la identificación compasiva sino la carcajada azorada de su propia risa ante una palabra que no encierra conflicto.

Iberia cocina ratas para los predadores del pueblo entre los que está su propio marido. El hambre del cura y de Sancho por la carne infantil será saciada por roedores de su misma especie. Igual que Tito Andrónico le servía a Tamora un banquete cuya proteína principal eran sus hijos violadores. Hay algo shakespeareano triturado por el aire de las pampas, como un reverso de procedimientos clásicos del teatro que aquí operan como herramientas atolondradas de personajes que quieren representar un capitalismo precario, cambiar sus pesos a dólares y dejar de una vez por todas el barro. El cura se engolosina con el avión sanitario del Vaticano como un Deus ex Machina que va a coronar un desenlace salvador.

En ese mundo kitsch los débiles tienen sus astucias. La niña foca que iba a ser ahogada como Ofelia no reconoce destino alguno que la obligue a ser por siempre un fenómeno de feria. Pero quien sabrá unir todas las acciones como hilachas que se anudan, como peripecias que hacen del ritmo de la obra una apariencia que protege de esa crueldad encendida, olvidada de pudores, un desparpajo delicadamente impune, es Iberia. La cantante de zarzuelas que alguna vez fue partener de Luis Aguilé y que siempre es la figura que doma ese enjambre de palabras, ese relato donde ella parece incorporar a sus adversarixs, decidir quien se libera y quien muere como si estableciera el orden nuevo que al final de la tragedia determinaba otras condiciones objetivas, instala la anécdota en el infinito.

El discurso bíblico desvencijado del cura es arrasado por la voz original, arrebatada de Iberia, piezas de una ideología del chantaje, puzzle rabioso de una animalidad que opone la palabra escrita a la inventiva. La mujer valida su acción en su propia mirada sobre el mundo y es descarada al momento de promulgarla. El hombre justifica sus masacres en nombre de una ley suprema y busca la mano de obra capaz de ejecutarla.

Todas las cosas del mundo, dirigida por Rubén Szuchmacher, con las actuaciones de Ingrid Pelicori, Paloma Contreras, Fabiana Falcón, Horacio Acosta, Iván Moschner y Juan Santiago se presenta los jueves y viernes, a las 21, los sábados, a las 22, y los domingos, a las 20.30, en el Teatro Payró.

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