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Viernes, 24 de junio de 2016

PLACERES

Por estos humedales

Ezequiel Lavezzi se hizo conocido por festejar con cara de desaforado y sacarse la camiseta en el Mundial de Brasil 2014. Sacate Pocho, sacate todo. Por debajo los abdominales marcados como si cada centímetro de su panza estuviera moldeado para que se convirtiera en inmortal como su sobrenombre. Cada una de las mujeres que se atrevieron a rogarle a San Pocho que les hiciera los hijos que ya no querían, que se les tirara del placard (y que lo enyesen después o que lo operen o que la operen a una por descaderarse en el revoleo), que se tatuaran su nombre o que las moje con su agüita con la que tanto jodió a Alejandro Sabella. El DT lo reta o le da indicación (hay un fulgor futbolero en donde el énfasis todo lo puede y lo confunde) y Pocho (le queda tanto mejor que Ezequiel Lavezzi) escucha, agarra su botellita con cintura en el medio y tira un chorro para arriba que Sabella ni se seca y el Pocho ni respinga, escupe al césped otro chorrito de saliva y vuelve a la cancha, así entre tanto humedal que no hay que explicar porque moja a tanta señorona, señorito, señoriales bocas abiertas dispuestas a dar o recibir.

“Ay, las mujeres cosifican” se horrorizaron los que desprenden de la pelea por la igualdad de género un ceño fruncido y un sexo seco y tupido, ciego de vistas y de goles. No, no cosificamos. Nos calentamos como una reverencia ante San Pocho que de santo no tiene nada y si quiere hacer abdominales lo acompañamos a respingar la nariz contra la punta de los dedos, pero su gracia no está en las líneas de su abdomen sino en la picardía prometedora con la que puede revolcarse sin medir las fronteras de la cancha en donde se juega la Copa América. No le habrá metido la mano de Dios a los ingleses como si el agua hirviendo se transformara en venganza calentita de futbol a lo Maradona, ni bailado un tango entre las piernas gringas para demostrar que la argentinidad al palo nos pone de gritar decime qué se siente y pedir que nos remonte como un barrilete cósmico.

Si el Pocho se ríe no lo para nadie. Ni una valla, ni las publicidades del capitalismo tan cerca de donde el rasguña la pelota, ni el de seguridad apostado a sus espaldas (para que nadie se arrodille ante los jugadores como hizo un fan con Messi y como quisiéramos arrodillarnos ante Pocho) que le lleva diez cabezas y permanece inquebrantable ante la quebradura del jugador que tuitea en francés y le da play a unos pocos peligros sensatos, de Los Redonditos de Ricota. Es cierto, no hay por qué hacer un relato épico de un triunfo futbolero ante Estados Unidos, ni de una picardía a flor de piel, ni de un salto que terminó en camilla y lo dejó afuera de la Copa. No serán la selección del 86 revoleando en el vestuario, e vero, miran el celular los pibes, pero tienen ese corte punk rapadito al costado y con cresta para adelante que tanto tienta en Erik Lamela y agradecemos las pantallas para que se saquen selfies y el jabón se nos caiga –a nosotras– de la ducha. No será el Che entrando en La Habana contra el Imperialismo, sí, no será el hombre nuevo, sí, no va a tener una boina con una estrella y la mirada en el horizonte y el fusil colgado del hombro (sí, sí, sí, igual qué bien le quedaría). Es un simple chico morochón, tatuado, con una barba más desconfigurada y menos hipster (aunque hasta a Leo Messi la barba rojiza le da más sex appeal que todas las hormonas que le dieron para crecer de tan chiquito) pero con una sonrisa que tentó a Javier Mascherano porque enyesado y todo Pocho ya se convirtió en héroe, el único héroe en este lío.

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