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Viernes, 8 de julio de 2016

RESCATES

Saltar y volar

María Gabriela Epumer
1963-2003

 Por Marisa Avigliano

La sombra se había hecho espesa, María Gabriela Epumer había muerto sana, tan sana como quiere la muerte cuando deja a la medicina a la intemperie. Negligencia, cadena de errores y una causa judicial escribieron paro cardiorrespiratorio en un legajo sin historial clínico. ¿Cómo se transfería algo tan mórbido como un respiro sin mensaje? Los recuerdos hicieron punta aquella mañana de junio para que la luminosa guitarrista de Charly García apareciera a salvo. Un carromato de fotos la lució adolescente junto a Claudia Sinesi y Andrea Alvarez en Rouge, una de las primeras bandas femeninas de los años ochenta, y tocando la guitarra al lado de María Rosa Yorio. Enseguida, el cuarteto de Viuda e Hijas de Roque Enroll (Epumer, Sinesi, Mavi Díaz y Claudia Rufinatti, “Hoy me vi en el espejo/y respiré hondo, /me di cuenta que por vos/ estoy tocando fondo (monetario internacional”) desplegó el maquillaje galáctico que la cadencia coloquial necesitaba para tragar la saliva derretida en lágrima. No tardaron en sumarse Spinetta y Páez al álbum banquete donde la silueta de María Gabriela -alumna de Robert Fripp- cambiaba el rumbo inmóvil del obituario frívolo dándole voz con las canciones su disco Señorita corazón (1998). “Voy a saltar tan alto que voy a volar” y salud paciente a la ausencia.

La sombra ahora impalpable bailaba entre las piedras, se sentaba en el aire con la cara toda azul y descubría el perfume de antiguos rituales que abandonaron morada para adentrarse en suelos nuevos. “En lengua ranquel epumer quiere decir dos zorros” explicaba María Gabriela en su casa del Abasto después de contar que formaba parte de una familia de músicxs (en la que aparecen su hermano Lito, la tía Celeste Carballo y el abuelo Juan, guitarrista de Agustín Magaldi, y una orquesta de primos violinistas, cantantes líricos y bateristas) que picoteaba acordes sin confines. “No me gusta encerrarme en un tipo de música, y que sólo me tengan como guitarrista de rock” decía la compositora de Montecarlo Jazz Ensamble mientras tarareaba el bueno me disculpan tengo mucho más que ver del Power Flower de Stevie Wonder y presentaba las canciones de su propio grupo, un quinteto que se llamaba A1 (el nombre se lo había dado Charly García).

No hay desplante para el país de los montes en sus huesos -su tatarabuelo era un cacique ranquel- ni en su contextura tan firme y noble. Sí hay unos ojos de quizá, atizados por la cara tan lisa, empeñosa guitarra urbana que hace lo que nace suelto y resuelto justo en el momento en el que Charly bordea su flequillo como si se le arrojara a los brazos en los coros de Rezo por vos o cuando lo asoma -es ella quien lo asoma, sin ninguna duda- a alguno de esos paseos lentos en los aeropuertos donde se descubre que “un amor real es como dormir y estar despierto”. Hay somnolencia y parsimonia gatunas en Epumer, un despegarse del zorro filológico que la hace imprescindible en el patio de nuestras venas que ya nadie marcará como ella. No porque sea única, porque no haya otras o porque la vida no abunde en prodigios, sino porque su singularidad tuvo el sino de lo trágico en trance, de la constitución y la coherencia y la belleza en el momento mismo de su definición mejor.

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