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Viernes, 15 de julio de 2016

CINE

Cazadoras

Kristen Wiig, Melissa McCarthy, Kate McKinnon y Leslie Jones se calzaron los mamelucos para la nueva versión de Cazafantasmas y no desilusionan. En esta remake de Paul Feig (Damas en guerra) no dejan de estar presentes todas las sorpresas y tributos esperables, esos que hacen de cualquier película un huevo Kinder: la música original, los cameos, una Nueva York hecha solo de cine con apenas alguna biblioteca, una mansión del siglo XIX, la red de subtes y Times Square, un humor parecido al de las dos películas de Ivan Reitman a cargo de mujeres comediantes que son, en cierta forma, continuadoras de lo que los actores originales representaron en los ochenta.

 Por Marina Yuszczuk

Allá por los años ochenta y mucho antes de que películas de animación como Monsters Inc., El extraño mundo de Jack y Hotel Transilvania les enseñaran a lxs chicxs a reírse de monstruos y fantasmas, a convivir con ellos, los de mi generación nos sentimos un poco cancherxs jugando a ser esa mezcla de cazadores de tesoros, científicxs locxs y payasxs con la que cuatro tipos en mameluco nos seducían desde la pantalla. No eran gran cosa: ni carismáticos como Harrison Ford en Indiana Jones en el templo de la perdición (1984), ni carilindos como Ralph Maccio en Karate Kid (1984), estos cuatro no pisaban un gimnasio ni por casualidad, fumaban la mitad del tiempo con el pucho colgando de la boca como mecánicos en un taller y a duras penas podían conquistar a una chica. Pero Bill Murray, Dan Aykroyd, Harold Ramis y Ernie Hudson eran, aunque eso lo supimos después, de los mejores comediantes de su época.

Y a pesar de los toques de terror Los Cazafantasmas (1984), por supuesto, era ante todo una comedia. Dirigida por Ivan Reitman y escrita por Dan Aykroyd y Harold Ramis, planteaba una historia tan delirante como doméstica: mientras la normalidad (digamos) de la vida en Nueva York es interrumpida por una serie de manifestaciones inexplicables, huevos que se fríen solos, fantasmas que desordenan bibliotecas, tres profesores universitarios que investigaban fenómenos paranormales, emocionados porque al fin un fantasma real se les cruza en el camino, abren un local y se ofrecen para cazar fantasmas a domicilio (después se les agregó un cuarto, contratado porque fue el único que se presentó para ocupar el puesto).

El aumento de la actividad paranormal se explicaba porque una especie de científico loco, para provocar el fin de este mundo que consideraba arruinado, había convocado al dios sumerio Gozer (el mismo que aparecía al final bajo la forma de Hombre Malvavisco) a través de un edificio que funcionaba como portal entre dos mundos. Todo se trataba de salvar a la ciudad, mientras una horda de fantasmas la invadía con el objetivo de destruirla, mediante una historia que era la metáfora perfecta de cierta idea de comedia: la que libera los fantasmas y las peores pesadillas, muchas veces procedentes del pasado, para dejarlos volar en libertad y después ponerlos de nuevo en su lugar, tal como lo hacían los cuatro cowboys de los sobrenatural con esos rayos de protones que semejaban lazos.

¿Por qué los Cazafantasmas nos gustaban tanto? Primero, porque las películas estaban instaladas en un borde que compartían con otras como Indiana Jones. Eran, en cierta forma, películas para chicxs, con fantasmas que no daban miedo y más bien se parecían -aunque había algunos antropomórficos- a la sustancia verde y pegajosa de esos chascos que se conocían como Miki Moko. Algunos de hecho vomitaban sobre los Cazafantasmas, o los dejaban cubiertos de ese pegote menos emparentado con las películas de terror que con los gustos escatológicos de la infancia. Y además, todo lo relacionado con los Cazafantasmas se parecía a algo procedente del mundo de los chicxs: el caño de estación de bomberos por el que bajaban para responder a una urgencia y que están en los juegos de muchas plazas, el auto absurdo, anticuado y estridente de tantas luces de colores, el logo con el fantasmita amigable, los mamelucos y esas mochilas que parecían hechas con caños y cables de descarte. No había nada, en ese universo casero y algo berreta, que no pareciera fácil de imitar con lo que unx tuviera a mano.

La nueva Cazafantasmas se funda, está claro, en la existencia no solo de esas dos películas anteriores (a las que se sumaron una serie animada y varios videojuegos) sino también de esa relación intensa, aunque lejana, de toda una generación con la troupe de los cazadores de ectoplasmas.

La mayor novedad que la nueva Cazafantasmas tiene para ofrecer, y aunque pueda parecer trivial, lo cierto es que inaugura todo un espacio nuevo para lo lúdico que las cuatro actrices elegidas para ponerse el mameluco de guardianas de lo paranormal no dejan de aprovechar. Ellas son Kristen Wiig, Melissa McCarthy, Kate McKinnon y Leslie Jones; las dos primeras prácticamente abrieron un territorio nuevo para la comedia protagonizada por mujeres en Damas en guerra, también dirigida por Paul Feig (2011) y escrita por Wiig y Annie Mumolo (así como en esta nueva Cazafantasmas el guión es de Katie Dippold y Paul Feig, y les puedo asegurar que nunca pasa desapercibida la diferencia cuando las mujeres participan en los guiones, desde el lugar que ocupan en la historia hasta cómo se las representa). En esa historia sobre una chica que se salía de las casillas cuando su mejor amiga estaba a punto de casarse, la amistad entre mujeres estaba en primer plano a pesar de que había una fiesta de casamiento involucrada, y lo escatológico también estaba invitado a la fiesta (quizás recuerden por ejemplo que las damas en cuestión explotaban de diarrea mientras se probaban vestidos para la boda, novia incluida).

En esta Cazafantasmas versión chicas también hay uno de esos grandes amores entre mujeres que terminó mal, el de Erin Gilbert (Wiig) y Abby Yates (Melissa McCarthy). Tiempo atrás escribieron juntas un libraco sobre el estudio de lo paranormal pero después Erin, seducida por el mundo académico, renegó de esa disciplina más espuria hasta que, como es de imaginarse, una serie de sucesos inexplicables empieza a azotar la ciudad y les presenta la oportunidad de poner las manos en la masa, tan pegajosa como siempre. La película de Feig permite saborear paso a paso la transformación de esas cuatro mujeres que una sola banda de profesionales de la limpieza fantasmagórica, y por eso todo lo que en las anteriores Cazafantasmas se daba por sentado o se despachaba en unos pocos minutos ocupa casi toda la primera hora de película. Que no necesita, más porque está llena de chistes brillantes y un aire decididamente celebratorio.

Es una especie de fiesta para las cuatro actrices, y se nota, meterse en los mamelucos de los que probablemente también fueron héroes de su infancia, y la particularidad de este protagonismo femenino es que buena parte de ese aire festivo está dado por juegos que tienen que ver con el travestismo: mientras ellas empuñan esos rayos de protones que no son otra cosa que caños y disparan chorros de energía, la búsqueda de alguna persona que haga las veces de secretaria/o en la nueva oficina que destinan a atender clientes acosados desde el más allá las pone frente a Chris Hemsworth, nada menos que el dios Thor de las últimas películas de Marvel y capitán del Pequod en En el corazón del mar (2015), la versión más reciente de Moby Dick. Al lado de ellas, Hemsworth hace prácticamente el papel de la rubia tetona que apenas sabe atender el teléfono pero la contratan porque es linda, y no tiene problema con eso ni tampoco la película se priva de jugar por un rato a que él, de jean y remera blanca ajustada, sea un regalo para los ojos de un lado y del otro de la pantalla mientras ellas se dedican a cosas más importantes, como salvar a la ciudad de un inminente apocalipsis.

En este juego de encerrarse en un mameluco tradicionalmente masculino para combatir fuerzas ocultas, Kate McKinnon es sin duda la revelación más sorprendente como Jillian Holtzmann, una inventora-científica y aparente lesbiana medio adentro-medio afuera del closet que es un homenaje bellísimo a Doc Brown, probablemente el científico loco más querible de la historia y creador del DeLorean que en Volver al futuro (1985) llevaba a Marty hasta la juventud de sus padres. En todo esto, esta Cazafantasmas es fiel a una experiencia que muchas tenemos desde chicas como espectadoras de cine, y es que si las películas no nos ofrecieron tantas mujeres de acción con las que identificarnos, nunca fue un problema porque nada nos privó de sentirnos karatecas, arqueólogas, aventureras, pilotos del espacio o lo que fuera: mujeres Cazafantasmas hubo siempre y eran -éramos- esas chicas que jugaban.

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