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Viernes, 8 de marzo de 2002

ENTREVISTA

Momento de decisión

Muy lejos de su papel de “Verano del 98’, Dolores Fonzi, luego de actuar en La caja negra y Vidas privadas, continúa empecinada en decir no a todo proyecto que anteponga el cachet a la originalidad y la búsqueda estética.

 Por Moira Soto

Algunas notas consultadas daban a entender que la joven actriz que en el 2001 resplandeció en “El sodero de mi vida” era como tirando a caprichosa, renuente a los reportajes, decididamente impuntual... Sin embargo, al llegar al lugar de la cita, el bar El Valle Encantado –el nombre resultó más lindo que el sitio– con unos minutos de atraso, allí está Dolores Fonzi, sentadita junto a la ventana, con la mejor onda. La entrevista que sigue demuestra que esta chica excepcionalmente dotada como intérprete y de una fotogenia total, lo que pretende –lejos de antojos de estrellita malcriada– es que se la respete profesionalmente, que se le permita hablar seriamente del oficio que eligió siendo una criaturita.
Ahora, a los 23, aquel “Verano del 98” parece tan distante: Dolores Fonzi –después de sus recientes apariciones en teatro (Amanda y Eduardo), en cine (Plata quemada) y especialmente en TV (la inolvidable Romina de “El sodero...”)– se plantea su futuro con ánimo de experimentar, arriesgarse, evolucionar. La chica preciosa de raros ojos azules acaba de decirle NO a una telenovela con el supergalán del momento, Pablo Echarri, (que irá por Telefé): eran sólo seis meses de laburo y buena guita, pero Dolores, después de pensársela a fondo, optó por viajar, ver el mundo, estar en el estreno mexicano de Vidas privadas donde actúa, acompañar en distintos certámenes a Caja negra, la sorprendente opera prima de Luis Ortega que en estos días se proyecta en la muestra marplatense, y que -entre otros festivales– interesó vivamente a Cannes.
“Siento que tengo que estar muy atenta”, dice Dolores mojando su medialuna en el café con leche. “Este es un momento de decisión para mí. Tampoco quiero ser demasiado extremista con la televisión y decirle que no para siempre... Pero deseo que llegue el momento en que pueda hacer sólo lo que se me cante de verdad, para lo cual necesitaría el apoyo económico suficiente de manera de poder tomarme el tiempo de preparar cada trabajo.”

Elegir a conciencia
“No sé de dónde me vino, de dónde surgió, pero tenía cuatro años y ya decía que quería ser actriz. Algo estaba en mí antes de poder razonarlo y nunca me cuestioné esta decisión. Mantuve la idea fija en mi cabeza, hasta que finalmente todo se fue dando para que se cumpliera”, comenta Fonzi con esa expresión tan suya, entre soñadora y reflexiva. “Durante algún tiempo me inquietó conocer el origen, de qué lugar salía esta determinación. Pero ya no me lo pregunto, acepto la parte de misterio. Salvo en alguna oportunidad en que estoy haciendo escenas que me exigen mucho rendimiento, y ahí me vuelvo a interrogar: ¿cómo fue que se me ocurrió ser actriz?”
–Este oficio de desdoblarte en personajes, de convertirte en médium de un autor, ¿tiene algo que escapa a la lógica cotidiana?
–Sí, siempre estás al borde de algo. De verdad, es mucha exposición. El actor se abre y tiene que ser ese personaje en ese momento, estar disponible, mantenerse dentro de ese personaje si se trata de una actuación que se extiende a lo largo del tiempo. A mí cada vez me agarra más temor, no de actuar sino de equivocarme al elegir dentro de lo querealmente soy capaz de hacer. Porque si no elijo bien, después la paso muy mal. Soy muy exigente conmigo, no me da lo mismo cualquier trabajo. Y sé que si no elijo bien, a conciencia, después me enojo conmigo misma, con el director, con la escena...
–¿Esto te sucede en los últimos tiempos?
–Sí, antes podía aceptar más cosas con menos reflexión. Con cierta inconciencia que me permitía tirarme a cualquier pileta. Ahora ya no, mido todo con la mayor precisión y profundidad posibles.
–¿Lo que era pura intuición se está volviendo profesionalización, asignándole al oficio un valor por encima del estrellato o el éxito económico?
–Sí, mi ambición es hacer las cosas lo mejor posible, prepararme para eso, no dejarme envolver en lo que no me interesa realmente. También me gusta que me respeten por esta forma de encarar mi trabajo. Por eso, trato de no hacer notas donde me preguntan estupideces, pavadas que en otro momento podría haber contestado y que ahora me hacen perder la paciencia. Me irrita que me quieran catalogar a toda costa.
–¿Qué pasos das antes de aceptar una propuesta?
–Primero trato de leer la pieza, el guión, saber quiénes van a estar. Creo que estoy afinando mi sentido crítico. Lo que pasa es que acá, una persona que elige con cuidado, que no está ansiosa por agarrar lo que se supone que es una buena oferta, es visto como alguien que se cree superior, un inadaptado... “¿Qué te pasa?”, te preguntan con el tono que te imaginarás. Y yo estoy un poco harta de que en este país, tengas el talento que tengas, seas la actriz que seas, sólo puedas aspirar a un lugar: protagonizar una telenovela con el galán de turno. Que ésa sea la única posibilidad me asfixia un poco. Por eso es que me quiero ir, ver nuevos horizontes. Por eso dije que no a la novela con Pablo Echarri. Es una decisión que tomé después de pensarlo mucho, y me siento contenta, sé que hice lo correcto para mí.
–¿El teatro es un refugio donde pueden suceder siempre cosas muy buenas, artísticamente hablando?
–Sí, sí. Me mató hacer el año pasado Amanda y Eduardo, con Roberto Villanueva, un genio que dirige musicalmente, como si se tratara de una partitura. Tampoco me quejo del cine: estuvo bueno hacer Plata quemada. Por supuesto, si me quiero ir por un tiempo no es porque crea que afuera no se hagan cosas de baja calidad también, pero siento que hay más alternativas. Quiero sacarme esta pesadumbre, ver otros mundos...

Estado de gracia
–¿Cómo armaste y sostuviste el papel de Romina en “El sodero...”, no poniéndote nunca por encima de un personaje adolescente, con una edad mental y afectiva por debajo de la cronológica?
–Lo primero que tengo que reconocer es que en Pol-ka me dieron bastante libertad en todo sentido, y yo traté de responder a esa confianza. Desde el primer momento, cuatro o cinco meses antes, en que Adrián Suar me dijo cómo sería el personaje, no pude dejar de pensar en Romina. ¿Cómo lo armé? Al principio de modo bastante inconciente, dejándome llevar por la intuición. Ahora puedo analizarlo porque estoy como despegada. Para empezar, en mi infancia tuve contacto con chicos con cierto retraso mental, y hay algo en estos seres que me atrae mucho: la libertad, la carencia de prejuicios, temas que por otra parte yo estaba viendo en mí misma, en mi análisis. Y al aparecer este personaje llevé al extremo mi parte niña, fui por ese lado y estuve casi todo el año teñida por esa mirada. No trabajé el retraso mental propiamente dicho sino algo así como el animalito que todos llevamos dentro. Y en escena me dejaban hacer lo que quería y, como resultaba, me mantenía en esa dirección.
–¿Se puede decir que te manejaste prácticamente sola, entonces?
–Sí, un poco desorientada al principio. Había visto justo Contra viento y marea, película que me mató y tomé algunas cosas de la protagonista, aunque por supuesto mi Romina no alcanza esa gravedad, esa cosa trágica.
–¿Tomaste la inocencia incontaminada de ese personaje?
–Eso, eso hice. Emily Watson está genial, me fascinaron esas transiciones que hace del llanto a la risa. Fue bastante loco, salía de grabar y no me podía despegar fácilmente. A la vez me sentía cada vez más cómoda: yo estaba refugiada en Romina, que me contuvo todo el año... Fue medio terapéutico para mí.
–¿Seguiste algún curso de actuación el año pasado?
–No pude, por tiempos, hacer el tercer año con Gandolfo que, aunque estudié con otros, para mí ha sido el maestro. En años anteriores estudié técnica pura, y el año pasado me liberé, me quedó como base. Ahora siento que me falta un refuerzo, más recursos. De todos modos, cuando aparece un personaje, lo siento primero en el cuerpo, y ahí empiezo a decidir.
–¿Cómo es la abogada que hacés en Vidas privadas, de Fito Páez?
–Todo lo contrario de Romina, y lo tuve que hacer paralelamente. Fue difícil. Es una abogada, de una familia bien venida a menos, muy estructurada y con una profesión que la encuadra mucho... Y yo tenía que actuar dentro de esa baldosa. Mientras la hacía no estaba contenta, pero fue un buen ejercicio. No sé, te diría que aun no me tocó un director que me rompa la cabeza. También es verdad que cuesta que me dirijan, es decir, que me den órdenes. Me gusta en general dominar la situación, sobre todo cuando tengo claro lo que hay que hacer. Entonces, el director tiene que ser muy sutil, tengo que coincidir con él para que suceda algo bueno. Me estoy dando cuenta ahora de la importancia de la actitud del director, de la confianza que me tiene que inspirar.

La caja de las maravillas
–La preparación y el rodaje de Caja negra, de Luis Ortega, ¿fueron experiencias incomparables para vos?
–Sí, sí, únicas, me faltan palabras para definir todo ese proceso, con la aparición de una señora de cien años, Eugenia Bassi, que es más actriz que yo pero que nunca había ejercido, y también un señor, Eduardo Couget, que vive realmente en un hogar del Ejército de Salvación. Yo soy como un condimento metido en la historia que une a estos dos personajes. Al señor lo tratamos durante un año con Luis, y resultó tan bueno, tan generoso, que lo que iba a ser un corto se convirtió en un largo. Después alquilamos casa con abuela incluida. Durante cuatro meses la cuidé todos los días: yo vivía en Recoleta, me iba hasta San Telmo en bicicleta tipo 10 de la mañana, la levantaba, le daba de almorzar, la bañaba, todo, y a las 7 de la tarde me volvía y le contaba a Luis lo mejor de lo que había sucedido ese día. A veces yo regresaba un poco colapsada, era muy heavy. Pero como siempre, en lo posible, seguí mi convicción interna. En un momento, ya estaba armado todo el concepto de la película, cómo se iban a conducir estas personas con todo lo que nos habían dado, mi participación... En una semana, Luis escribió el guión y al día siguiente empezamos a filmar. Fue una locura maravillosa, éramos cuatro en el equipo, yo además me ocupé del vestuario y la continuidad. Luis estudió cine sólo un año y le gustaba filmarme a mí, pero ésta es su primera película. Lo que pasa es que él tiene una visión, un concepto de la vida que lo llevó al cine. Pensá que tenía 19 cuando la filmó.
–¿De qué cosas dirías que habla Caja negra?
–De la vida, de la muerte, de la belleza, de la vejez, de la juventud...
–¿Te afecta la presión que se ejerce desde los medios sobre las actrices jóvenes para que aparezcan en imágenes como las modelos?
–Esa presión existe, pero no me siento afectada, no me presto a lo que no me convence. Yo personalmente no tengo problemas para mantener mi peso, pero me deprime que exista esa exigencia, no quiero ser parte de eso, me parece muy ajeno a mi profesión.
–¿El cine es tu actividad preferida en esta etapa?
–Con la televisión, es verdad, tengo mis reservas, sin hacer juicio de valor. Pero sí, me gusta el trabajo intenso y acotado del cine: dos meses de preparación, dos de filmación, estar totalmente entregada a ese trabajo, y que termine. Al teatro siento que todavía no le encuentro su verdadero sabor, es un abismo para mí todavía. Sí, en el cine, en cierto cine, me siento por ahora en mi elemento.

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