“Mi noción de que yo era mujer - esa noción me la dio el mundo exterior- no nació en mí, sino que el mundo se encargó de dejármelo en claro a partir de los 9 o 10 años, porque a esa edad medía 1,65 y entonces me llegó el telegrama super pronto. Nunca me cayó bien. Nunca fui parte de ese juego”, dice la alta cantante y prolífica cantautora Paula Maffía. Por una feliz idea de sus respectivxs productorxs, Paula tocará esta noche con Mariana Baraj, en Santos 4040, en una fecha que ella llama “superfemme”. Baraj vive en Salta desde hace algunos años y viajará especialmente a Buenos Aires especialmente para este recital que agrupará a dos públicos distintos y también a una nueva especie en común, “la que hace confluir música electrónica con cumbia, pero que también tiene un pie en el mundo cantoril”, dice Paula. Interpretarán juntas algunas canciones, y del proyecto en el que Maffía está trabajando actualmente, habrá un esperado adelanto. Esta es para ella la era post Orgía (su agrupación anterior) y al nuevo formato musical lo hacen también Lucy Patané y Nahuel Briones, dos brillantes multiinstrumentistas que la acompañan en su nuevo rumbo compositivo: “Yo con todo el trabajo con Las taradas me fui arrimando más a sonoridades latinoamericanas, me corrí un poco del rock duro que hacíamos con La cosa mostra, me empecé a embeber más de la música latina. Creo que todos nos vamos poniendo la bandera y haciéndonos cargo de nuestra herencia y de las influencias”.  
Muchas de las músicas de hoy expresan compromiso con sus realidades, ya sea por la tradición cultural, las circunstancias políticas o el feminismo. Es muy distinto respecto de lo que fue la performance de chicas del rock de los ‘80 o ‘90. ¿Cómo ves ese cambio?  
–Algunas de las mujeres del rock de los 80, 90, están más anoticiadas hoy en día o hicieron una especie de recapitulación sobre lo que es la participación histórica de las mujeres en el rock nacional, pero fueron satelitales a estos ídolos y se conformaron con ese lugar y hasta se sintieron agradecidas de ser las coristas de, las chicas de, las musas, las groupis. El folklore, en cambio, siempre tuvo un lugar mucho más noble para las mujeres y más respetuoso, pero tuvieron que ser despojadas de su sexualidad porque el mayor problema es el goce de la mujer arriba del escenario. Dentro del ámbito del rock que está más vinculado al roce, al frenesí, al bienestar, al aquí y ahora, las mujeres tuvieron un lugar más accesorio. Y creo que la novedad de poder ser parte de eso, aunque sea del lugar de actriz de reparto, conformó a estas músicas. Yo no las puedo cuestionar. Algunas de ellas, otras no, recapacitaron sobre las situación de las mujeres. Yo me crié yendo a ver bandas como She devils, mujeres que se rodeaban de varones con mucha noción de género, muy compañeros. Se cuestionaba el género, la cultura queer, el comer carne, las cosas que recién ahora se están empezando a hablar. 
Te identificabas con la música dura de las She devils…
–Sí. También disfruté mucho de los shows de Necro, de los festivales Belladonna que armaba Patricia Pietrafesa y Pilar. Ellas fueron madrinas muy grandes para mí. Además, descubrir un ambiente donde había horizontalidad pura, no había distancia entre el público y el ídolo y las fans, a diferencia de otros recitales a los que fui, como los de los Babasónicos o Catupecu. No era ese despliegue lumínico, cambio de ropas, toda una cosa de un show que te distancia del músico. Estos eran shows en un antro, para 30 o 40 personas, el piso pegoteado de birra, todos haciendo una masa de pogo. Después de eso, ir a ver un recital grande me cuesta. 
Un lugar muy obedecido el de la estrella del rock…
–Obedecido es la palabra. Y autoarrogado. Porque, ¿quién te pone ahí? Conozco músicos de mi edad que aspiran a ser ídolos: quiero ser ídolo sin ser un ídolo. ¿Cómo generás un aparato que te idolatra? Las mujeres acceden a eso desde un lugar poco flexible, de poder masculino: Madonna, Lady Gaga. Hay mujeres que admiro enormemente pero están en una esfera distinta, Susan Vega es una autora que me parte la cabeza, es una persona accesible, le escribís a Facebook y te responde. O Marisa Monti, admiración total. Son titanes. O Joan Baez, que casi sponsoreó a Bob Dylan en su primera época. A mí me sorprenden los periodistas que me preguntan qué es esto de las mujeres en el rock. ¿Cómo, qué es esto? No hay nada que sea más de las mujeres que el canto, el relato. La cultura del matriarcado antiguo se basó en torno al fogón y a compartir anécdotas. La escritura es patrimonio del varón porque el mundo se dividió de esa manera.  ¿Cuánto tardó la mujer en ser letrada? 
El terreno de la música es el más difícil de ser interferido, las mujeres tenemos hijos y les cantamos para que duerman. Pero la profesionalización en la música también nos llegó tarde…
–Exactamente. Cuando me preguntan sobre la expansión de las mujeres en la música, digo que en general hay más músicos y músicas. Yo tengo seis o siete proyectos en simultáneo y los y las músicas con los que toco también. La historia de la mujer en la música es básicamente la historia de su ocultamiento. De pronto está todo teñido del discurso feminista en los ambientes de músicas en los que me muevo, es una problemática que se habla a diario. Hay tristeza, enojo, desconcierto, ganas de organizarse, hay muchas artistas que dicen: el activismo para mí es un lujo, porque no tengo tiempo. Pero creo que ya se volvió casi obligatorio formar parte de estos espacios y me parece que el hecho de que no sean espacios partidistas nos da mucha tranquilidad. Hasta ahora ningún partido político ha saldado la deuda que la democracia tiene con las mujeres, no lograron hacer el aborto no punible, muchísimas cuestiones de violencia de género siguen presentes como el acoso cotidiano, la desigualdad, el maltrato, la naturalización de un discurso sexista y choto, las propagandas. 
¿En vos interviene esa conciencia a la hora de escribir la letra de una canción?
–A mí me cuesta hacer canciones que hablen directamente de esta problemática que se va reinterpretando día a día, mes a mes, porque suceden cosas a mucha velocidad. Me quedaría corta rápidamente. Es muy difícil hablar de algo puntual y generar un discurso universal, todas mis canciones están atravesadas por la realidad de ser mujer, algunas más explícitas que otras, como Camisa roja.
Está inspirada en un cuento de Cecilia Szperling, ¿verdad?
–Sí. Cuando lo leí me trajo recuerdos de mi infancia: pelearme con varones por meterme en lugares como una cancha de fútbol y sacarme la remera y provocar un escozor porque eso no se debía hacer. Y era un cuerpo que todavía no estaba dividido. Y yo peleaba con los chicos porque estábamos en igualdad de condiciones físicas. Y al día de hoy sigo teniendo esa sensación, de que no hay una supremacía en el cuerpo a cuerpo. Es una ilusión personal, porque si fuese así no habría tantos casos de violaciones. De todos modos, hay una construcción del miedo, de hacernos sentir que no podemos combatir con ellos.  Tampoco están nunca solos ellos, vienen a atacarte con un aparato de terror entonces se te viene encima y una se paraliza. Nunca me pasó estar en un caso de violencia pero sí de robo y terminar enmarañada con el ladrón luchando cuerpo a cuerpo. ¿Qué acabo de hacer? ¿Por qué no le di la cartera?, me pregunté. Pero en el momento se me pone todo rojo, no lo cuestiono.
¿En la música tuviste que pulsearla también?
–Sí, pero ni siquiera verbalmente, sino plantarme físicamente. Desarticularlo y dejarle en claro que es un simio porque viene a plantear las cosas con la pija en la mano. Prefiero humillarlo tratando con otro hombre sensato. Esa cofradía entre hombres se puede romper. Para mí no es solamente que la mujer se vuelva a empoderar sino que el hombre se dé cuenta que no tiene que ser cómplice de eso. ,