María Lucesole nació en Lobos en 1988. Publicó varias plaquetas de poesía, creó con Violeta Pastoriza su propio sello editorial, Campotraviesa (donde salió la novela corta Irse); participó de una antología de poemas de Nulú Bonsai y en 2014 sacó su primer libro, Las plantas verdes de los veranos. Campotraviesa comenzó como una editorial de escritores emergentes, pero desde 2014 se transformó en una revista de poesía trimestral en formato papel. Actualmente la codirección está conformada por Jeymer Gamboa y Lucesole, y colaboran en todos los números Mara Pedrazzoli, Ana Inés López, Elena Arguedas, Charly Gradin y Danay Mariman. Este año el sello entrerriano Gigante, a cargo de Julián Bejarano, editó En todas las cosas la niebla, el segundo libro de la poeta de Lobos.
En la escritura de Lucesole habita un repertorio nómade, en el que voces y experiencias urbanas alternan con acentos de provincias, rurales, gauchescos incluso, en algunos ejercicios de estilo practicados con humor y afecto. “Me hago unos mates con yerba Playadito/ qué ha pasado m’ijito, te han suavizado en demasía”, son los dos primeros versos de “Paisanaje”. En ese poema, que hace equilibrio entre la vida en la ciudad (“¿qué es esto? ¿qué es esta mentira/ del tiempo y del espacio?”) y los recuerdos del campo, se juega una de las virtudes de la poesía de Lucesole: su captura consistente y a la vez desvariada de una gauchesca “modernada”, para usar uno de sus neologismos. En “Fin de semana en el pueblo natal” escribe: “Pero parece ser que han modernado la música, alguno dice novedades del Indio Solari, alguna vieja rockola consigue sacar la voz de quien fuera Pappo blues, antes Riff y antes nenguno, en la noche sin estrellas de otro pero el mesmo pueblo de siempre, éste en que por dios causa hemos nacido”. El cruce entre la modulación campestre y la urbana es una constante del libro. “Nací en Lobos, un pueblo pegado al campo, y al finalizar la secundaria me fui a vivir a Buenos Aires, donde vivo ahora -dice?. Desde ese momento voy y vengo del pueblo a la ciudad frecuentemente. Ese ir y volver armaron mi persona y mi voz poética. Por eso está presente la voz rural, gauchesca, que nunca termina de ser tal, mezclada con una voz de alguien que vive cotidianamente en la gran ciudad.” Varios viajes, entonces, funcionan en los poemas como señales de tránsito de un itinerario personal (Buenos Aires-Lobos, pero también Buenos Aires-el Litoral o Chile, y Buenos Aires-Lobos otra vez). Son también un recurso retórico. Para glosar un lenguaje del itinerario, del desplazamiento y de una percepción a tientas, Lucesole viaja en tren, en auto, en sueños, y lo traspone al papel. (Hay incluso, guiados por la Cruz del Sur, viajes a las estrellas.) “La idea de traslado de un lugar a otro es importante para mí; en general la poesía se gesta mientras voy caminando, algo que hago bastante, o mientras me muevo por el paisaje, o por la ruta –cuenta Lucesole–. Los lugares nuevos también provocan ese choque entre lo conocido y lo desconocido, es una especie de movimiento interior que también hace que se produzca la poesía.” 
El atractivo de En todas las cosas la niebla parece ser el de un libro de poesía que se niega a ser sólo o apenas eso. Puede pasar también por el diario íntimo de la autora, escrito en verso y en prosa; el cuaderno de anotaciones de las impresiones vividas (en una manifestación, durante unas vacaciones con amigas o en el primer día del año) y de las frases escuchadas en la infancia y en el presente. La naturaleza, contra lo que se suele pensar, no ayuda a resolver la incógnita (“¿qué es esto?”) que el libro abre. Aporta niebla, granizo pesado, lluvias, fases lunares, “el dorado de algunos bordes de la noche”. ¿Una meta del encuentro entre la conciencia y el paisaje? “A mirar y escuchar la montaña y el cielo el resto de mi vida/ hasta que todo vuelva a ocupar su lugar de contenido total.”

En todas las cosas la niebla
María Lucesole
Gigante