Muchas de nosotras no menstruamos, ni nacimos con vaginas, ni podremos engendrar hijo/as en nuestros cuerpos, pero apenas mostramos desde la niñez un mínimo rasgo de renuncia a la masculinidad imperante somos criminalizadas, excluidas, humilladas, segregadas y asesinadas como el resto de las mujeres. Criminalizadas porque somos “la vergüenza de la familia”. Excluidas porque “no somos normales”. Humilladas cuando caminamos por la calle y masticamos risas a nuestro alrededor. Segregadas cuando solamente encontramos la mano de una par para que nos dé un consejo, un plato de comida y, a veces, con suerte, un poco de afecto. Asesinadas cuando la sociedad nos mata en vida antes de acabar con nuestros cuerpos. 
La ignorancia y la no comprensión de la construcción del género como hecho social, la imposición de una linealidad entre sexo/ género/deseo sumado al hecho cultural de una sexualidad con fines reproductivos y alejada del placer hace que seamos excluidas de los ámbitos sociales e institucionales conduciendo a la precarización de nuestras vidas. Al estar alejadas de la familia y la educación se nos limitan absolutamente las posibilidades laborales. 
El Estado en su ausencia de políticas sanitarias integrales para nuestra comunidad abandona nuestros cuerpos tras el discurso esteticista dejándonos en manos de asesinos y asesinas que nos rellenan de siliconas líquidas para ser mujeres completas, modelables, comestibles y rentables para el único trabajo que podemos hacer, el sexual. Las bombas de tiempo que son los rellenos siliconados, sumados a la exposición, la violencia social, las enfermedades y la represión policial, explotan en nuestros cuerpos y así vamos dejando, una más, cada día, cada mes, cada año. 
Somos asesinadas sin atenuantes. La cultura patriarcal y binaria genera un falso sentido común que hace tolerable un sistema que nos violenta expulsándonos a los márgenes de las posibilidades de supervivencia. La expectativa de vida de una mujer trans es de 35 a 40 años. Y eso es una masacre social, un femicidio colectivo. 
Somos las que renunciamos al patriarcado, las que movemos los márgenes y la autopercepción del género. Somos las que generamos la apropiación del propio cuerpo, porque es nuestro, porque así lo sentimos y lo creemos. 
Somos las travas, travestis, transgéneros y transexuales que no nos subordinamos ante el discurso biologicista y naturalista y nos animamos a construirnos desde la propia subjetividad, rompiendo estructuras, deconstruyendo lo que otros creen inamovible. 
Somos esas otras mujeres y decimos que con nosotras, con todas juntas, no van a poder.  

 * Militante transfeminista y estudiante de Comunicación Social en Universidad Nacional de Villa María (UNVM).