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Viernes, 2 de abril de 2004

GéNEROS

subversiva

Cada vez que vuelve a la Argentina, el país del que emigró hace 15 años, Susana Cook siente que las miradas ajenas la acompañan todo el tiempo, como si su presencia incomodara. Así lo asume esta actriz que se define butch –”mujeres masculinas”–, elige hacer “teatro político” y propone talleres para, desde lo actoral, subvertir los estereotipos de género.

Por Florencia Gemetro

Susana Cook actúa con un saco negro de corte clásico. Una pieza de traje regular, holgada; debajo usa camiseta blanca y jeans negros, también holgados, convencionalmente masculinos. No es un vestuario de ocasión, Cook viste como actúa. Un tanto masculino su atuendo, podría decirse, aunque anodino es más preciso. Y aun así, dice, la gente la mira en Buenos Aires. “Siempre ando con ropas de hombre. Y me miran raro... pero siempre me miraron raro.” Como cuando después de muchos años fuera del país interrumpió sus actuaciones en el WOW Cafe Theater (de la agrupación teatral Woman’s One World, de la que forma parte) de Nueva York para acudir al velatorio de su padre en un pueblo del interior argentino: “La familia venía llorando para abrazarme y torcían la dirección, no me podían tocar. Entonces empezaron a ignorarme, no porque me quisieran agredir sino por no poder tolerar esa presencia”.
Esa presencia inquietante para algunas personas es más bien una actitud corporal que genera desconcierto. Una actitud varonil inesperada en una dama. Pero la señorita, por cierto, es abiertamente butch, es decir perteneciente a “la escuela de las mujeres más masculinas”, define. Cuestión que le valió, ocasionalmente, la confusión de su hijo, quien de pequeño la llamaba papá. Susana es una butch que en el escenario, y a sala llena, se apropia de los géneros masculinos y femeninos para interpretar múltiples voces. Personajes que modelan las vivencias femeninas mediadas por la segregación racial, la discriminación sexual, la homofobia, la lesbofobia. Así lo hizo hasta la semana pasada con su último unipersonal, Argentina de Exportación, en Buenos Aires, Córdoba y La Plata, o como suele hacer en Nueva York, ciudad donde vive, actúa, dirige y produce obras interpretadas sólo por mujeres, como una de las figuras salientes del teatro off desde que emigrara en 1989. Cook además, y como señal de su activismo, ha invitado a multiplicar una experiencia actoral de masculinización/feminización –de notorio desconcierto– en diversos talleres en el interior y la Capital Federal que ha dado en llamar: “Señoras y señores y nosotros, los demás... ¿Somos todos los que estamos?”.
Pero lo verdaderamente inquietante de Susan Cook tal vez se deba a las distintas voces o parlamentos cortos que elige representar en sus obras con ironía y humor, poniendo al descubierto la más cruda realidad política sin perder el ingenio. Y por eso, incomodan: migrantes ilegales en busca de empleo, hombres blancos que se benefician con las/os anteriores, un andrógino personaje circense que promete placer, campeonas de béisbol en busca de fama, un “sir americano” dotado de un dildo made in USA –se sabe por la bandera yanqui que flamea clavada en su superficie– que cuasi obliga a un migrante a fingir un orgasmo patriótico. “Teatro de género, dice la prensa; uno de los pocos espectáculos lesbianos en el país o teatro político, lo llamaría yo”, dice ella.
–¿En qué consiste el teatro político en el contexto de un país como EE.UU., cuyo presidente representa la evidencia de un avance de la derecha?
–Es muy difícil definirlo, pero creo hay un teatro político y hay una responsabilidad del artista en tanto hay un potencial de transformación muy grande en ambos. Los espectadores se miran, se reconocen y reafirman sus posiciones, sus vivencias en las obras y en los mismos artistas. Tampoco se trata de bajar línea sino de ir mandando los temas tal y como los vivís. Por ejemplo, en la época de (el ex alcalde de Nueva York, Rudolph) Giuliani, el maltrato a los homeless fue terrible y eso salió en un show. Lo mismo ha sucedido y sucede siempre con la problemática de las mujeres; las estadísticas de desigualdad, discriminación y violencia en todos los ámbitos son alarmantes. Por eso he trabajado siempre con elencos de mujeres, en su mayoría latinas, negras, asiáticas, filipinas; y unas pocas blancas. En Estados Unidos se agrega además la segregación racial y la fuerte discriminación sobre la diversidad sexual.
–¿Por qué quitaste en la adaptación argentina de tu obra un fragmento específicamente referido a experiencias de la diversidad sexual?
–Pensé que, tal vez, refiriera a situaciones muy neoyorquinas. El texto subraya una posición sobre una discusión muy complicada y controvertida en Nueva York y Los Angeles. “Soy un hombre en un cuerpo de mujer”, digo. Me pongo ropas y actúo. ¿No puedo actuar mi deseo? Sí, puedo. ¿No puedo vestir mi deseo? Sí, puedo. Resulta que en el movimiento transgénero comienza a aparecer allá una versión esencialista, la cuestión de la mente atrapada en un cuerpo opuesto. Ahí me empieza a crujir la idea. Si el concepto de hombre ha sido construido culturalmente, ¿cómo puede aparecer un hombre atrapado en el interior de otro cuerpo? Por otro lado, a veces se señala al movimiento de mujeres como opresor al preservar espacios exclusivos de mujeres, como el Michigan Women’s Festival. Pero esto generalmente ocurre en ambientes donde los blancos no quieren lidiar con la segregación, prefieren compadecerse de una persona transexual y blanca, antes que con la cuestión de que, al cabo, son todos blancos.
–Tus talleres proponen técnicas de improvisación de géneros. Un desafío que gozó de buena convocatoria. ¿De qué se tratan?
–La idea es crear una ilusión de género total. La persona pasa por tres etapas, después se sube a un escenario y nadie nota el cambio. El primer paso es lograr un truco de ropa y maquillaje. El segundo es trabajar sobre la gestualidad en los estereotipos masculinos y femeninos. Por ejemplo, los gestos masculinos tienden a ser más rígidos, los hombres ocupan más lugar, tienen una presencia invasiva, como los piropos, y de autoridad; en cambio, el estereotipo tradicional de las mujeres es el opuesto, la vulnerabilidad. El tercer paso es la actuación. Las mujeres vestidas de hombres, los hombres de mujeres. La idea de fondo es subvertir los estereotipos. Y jugar con la masculinidad no ya como monopolio del hombre. Parece que con la feminidad se puede jugar porque es un disfraz, pero con la masculinidad no, porque es de verdad. Eso lo podés poner destacado: la masculinidad no es monopolio de los hombres.
–En el espectáculo decís que estás lista para venderte como producto exótico, que lo hiciste, que engañaste a todos, a pesar de que ni siquiera sabías bailar el tango, que es lo que se espera del exotismo argentino.
–Si me convirtieron en un producto, que paguen la entrada. Yo no tenía la más mínima idea del tango, pero eso allá era valorado como un producto exótico. Y así me promocioné. Mi primer espectáculo allá se llamó Tango Lesbiango, no tenía nada que ver con el tango, pero tuvo buena difusión. Cuando te vas del país, te transformás en una ciudadana del mundo. Muchas veces se compra la imagen que el colonizador armó de vos misma, una especie de identidad nacional inventada. Porque es lo que a ellos les brinda el lugar de la norma, de ser el centro. Y entonces te convertís en el otro o en ese producto exótico. Dicen luego que los latinos bailamos bien, cogemos bien. Un opuesto entre la mente y el cuerpo. Y dicen también que las mujeres somos más emocionales, más sentimentales, más románticas.
–Has conseguido varias distinciones, pero todavía seguís paseando perros en el Bronx.
–Cuando me empezaron a dar las becas y premios, me tomaron por sorpresa. Tengo una colección de cartas de rechazo. Yo les sigo escribiendo, y las sigo coleccionando, un día hice una exhibición con todas mis cartas de rechazo para que los artistas vean que se puede seguir creando a pesar del rechazo. Cuando me hacen entrevistas, me preguntan cuál será el próximo paso, como si ya viniera Broadway, pero no me interesa entrar en un circuito oficial. Me interesa que venga mucha gente a las obras. De hecho, he podido venir acá con el apoyo de Astraea Lesbian Action Fundation de N. Y. y la producción de Armar Artes Escénicas, en el país. Los círculos oficiales funcionan bajo un orden que hay que sostener; sin embargo, prefiero una completa libertad de trabajo. Por suerte el teatro alternativo en Nueva York tiene una fuerza muy grande. Somos otro equipo. No es que de un equipo pasás a otro, como acá, en donde algunos amigos underground se han masificado.

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foto: pablo piovano
 
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