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Viernes, 2 de abril de 2004

MúSICA

sencillo placer

Aunque algunos críticos exageren en su afán de explicar por qué a una chica sin aires de superestrella se la puede escuchar tanto en restaurantes como en salas de espera, Norah Jones consigue evocar en sus discos placeres sencillos que parecían devaluados, pero consiguen emocionar. Y vender.

Pocos pueden explicar un éxito, sobre todo cuando es de proporciones oceánicas. Norah Jones vendió 18 millones de copias con su disco debut, Come away with me, a los 22 años. Una chica preciosa y tímida, nacida en Texas, hija de Ravi Shankar, que estudió jazz y piano en la universidad y toca sentada, con una banda sutil y convencional: no es material de superestrella. Y sin embargo se convirtió en eso; su nuevo disco, Feels like home, lleva cuatro semanas en el Nº 1, es mejor que el primero e igual de apacible y conservador.
Algunos críticos que exageran en su afán de buscarle interpretaciones sociológicas a todo aventuran que la música de Norah Jones vendría a ejercer un efecto balsámico en Estados Unidos después del atentado del 9/11, un regreso a lo doméstico y a las raíces musicales del país; música que no cuestiona ni desafía sino que sólo tranquiliza a los oyentes. Pero si esto es así, Norah Jones no tiene la culpa; es fácil rezongar porque al público le encantan las canciones sencillas que no rompen ningún molde, y mucho más sencillo restarle méritos. Pero lo cierto es que Come away with me era un disco precioso que evocaba emociones cotidianas y Feels like home es aún más acogedor. Norah Jones no tiene la culpa si su música se pasa en restaurantes, si es ideal para escuchar tirado en el sillón, si es inofensiva. Feels like home irradia seguridad, es insólito que se trate del disco que continúa a un superéxito porque no se le escucha un segundo de ansiedad, y después de todo es bien complejo capturar la alegría del amanecer (Sunrise), la inseguridad del amor (What am I to you?) o el reclamo de ternura (Those sweet words).
Norah Jones tomó una decisión clara en su segundo disco: está mucho más lejos del jazz, y bien cerca del country, de esas baladas country emotivas y nostálgicas que debió escuchar mientras crecía en Texas. En Feels like home tiene invitados y compositores de lujo, Levon Helm y Garth Hudson de The Band, la mítica cantante country Dolly Parton y canciones de Townes Van Zandt (el hermoso cover Be here to love me) y The long way home de Tom Waits. Norah es fantástica haciendo covers, porque tiene un gusto impecable, una voz pequeña pero intensa en su delicadeza y madurez -algunos la comparan con Billie Holiday– y la capacidad de redescubrir la belleza de los clásicos –lo mismo había hecho en su primer disco con la versión de Cold, cold heart de Hank Williams–. Pero sobre todo hay un aplomo y una falta total de grandes gestos crispados en Norah Jones, lo que la aleja de las modernas divas –Christina Aguilera, Beyonce y demás– porque se parece mucho más a una chica común que disfruta zapando en la sala de ensayo con sus amigos o toca en un bar cada viernes; Norah Jones no suena ni se ve inalcanzable, y en esa cercanía quizás esté el secreto: le puede gustar a cualquiera, definición de popularidad, y no hace mucho para llamar la atención. Feels like home no tiene siquiera fotos en el booklet, como si se ocultara detrás de la música, exactamente lo contrario a lo que hacen todas las demás.
Y hay mucha música en Feels like home, aunque los puristas crean que no tiene estilo alguno, que es una cantante de standards poco original.Sunrise, con guitarra acústica y una melodía inolvidable –escrita por ella y su novio, el bajista Lee Alexander– es luminosa, el mejor comienzo posible de un disco. What am I to you?, firmada sólo por ella, es country juguetón, de sensualidad perezosa, es clásica. En canciones como Toes o Carnival Town parece una compositora de los ‘70; un crítico la definió como una mezcla de Rickie Lee Jones y k.d.lang, y hay algo de cierto. Creepin’ in es bluegrass divertido, y Norah parece pasarla muy bien con Dolly Parton, además de que su voz no queda sepultada bajo el torbellino de su más que talentosa compañera. Las últimas canciones son hallazgo tras hallazgo: The long way home de Tom Waits es una balada country exquisita, en la vereda opuesta a la crudeza de su autor, como si Norah pudiera extraer sólo la dulzura del tema, y cierta desolación; The prettiest thing es más jazzera, con una letra melancólica y un estribillo que estremece; Don’t miss you at all cierra el disco con ella sola frente al piano y es un cover de Melancholia de Duke Ellington con letra de Norah; da auténtica pena que sea la última canción, porque a esta altura dan ganas de escucharla durante horas.
Pero, sobre todo, la música de Norah Jones es lo más parecido a una caricia. Es apacible, dulce, melancólica y, cierto, convencional. Pero a veces se necesita escuchar a alguien que prefiera la serenidad y cierta ensoñación; alguien que pueda evocar mañanas de sol y atardeceres rojos, que suene como un placer cotidiano, como una taza de café humeante, un vino exquisito en el balcón cuando anochece. No aspira a cambiar el panorama del pop, ni a borrar el pasado, ni siquiera a redefinir los géneros que mezcla y visita. Sencillamente, Norah Jones quiere capturar la tibieza, y lo logra casi siempre. No hay muchos artistas de los que pueda decirse lo mismo.

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