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Viernes, 23 de abril de 2004

CINE

Madame Bovary somos todas

Tres actrices que representan gallardamente a tres generaciones –Mausi Martínez, Norma Pons, Antonella Costa– son las protagonistas absolutas de la película Sola como en silencio, de Mario Levin. Un universo femenino descripto con sensibilidad y estima que compensa en cierta forma la notoria escasez de films hechos por mujeres en el 6º Festival de Cine Independiente.

 Por Moira Soto

En un festival, el 6º Internacional de Cine Independiente que culmina el domingo 25, que no ha privilegiado precisamente ni la obra (alrededor del 90 por ciento del material está hecho por varones) ni las invitadas mujeres, aparece en alguna de las secciones una película llamada Sola como en silencio, protagonizada por Mausi Martínez, Norma Pons y Antonella Costa, dirigida por el argentino Mario Levin (Sotto voce), y se produce una especie de justicia poética. Porque el realizador, productor y coguionista de este atípico film traspasa alguna frontera (que a la mayoría de los cineastas locales les cuesta sortear) e ingresa de buena fe, aunque sin obsecuencias, en un universo específicamente femenino en el que los personajes masculinos son apenas el soporte para las acciones de Mora, Delia, y Dolores. Levin centra su relato en Mora Peralta, la actriz a punto de estrenar el monólogo La noche de Madame Bovary. Mora, aunque parece una clásica femme fatale de cine negro en la secuencia inicial del teatro, en verdad es una detective en pos de la identidad del autor de la pieza y también tratando de confirmar sus sospechas sobre la otra –siniestra– vida de su respetable padre. Delia es una amiga, conductora de un programa de radio, que supo interpretar La noche... hace añares, y la juvenil Dolores, una probable víctima del progenitor de Mora. El texto que actúa ésta y que puntúa la película desde la escena teatral –por momentos en pleno siglo XIX con escenografía naïf, por momentos con ropa actual– no sólo le da voz a Emma Bovary, también parece estar hablando, quizá de Delia, por qué no de Dolores...
“Hay cierto paralelismo entre la vida de estas mujeres y la de Madame Bovary”, dice Mario Levin, psicoanalista además de cineasta. “Lo que pasa es que la historia de la heroína de Flaubert es francamente catastrófica, y la de Mora, Delia, Dolores es más bien problemática, entre historias de amor y dinero, muerte y soledad. La pobre madame terminó envenenándose y teniendo una muerte horrible; tu tonto marido, loco, su hija no deseada, en una hilandería trabajando como esclava... Peor imposible: esa mujer, incluyéndose, dejó tierra arrasada. En las historias de las chicas de mi película, las cosas van por caminos más transitables, con la cuota más o menos usual de complicaciones que te suele procurar la vida. Estos personajes, como tantos de nosotros en la vida real, no saben muy bien adónde están parados, y están tratando de manotear su espacio en el mundo, entre recuerdos y tiempo presente, tratando de llegar a algún lugar que cada día puede llegar a ser distinto...”–De todas las protagonistas de Sola como en silencio, se diría que Mora –en el presente del film– es la que tiene más objetivos definidos por alcanzar: estrenar el monólogo, conocer los antecedentes de su elusivo autor, saber la verdad acerca de su sospechoso padre.
–Bueno, Dolores, la más chica, hace ese uso sintomático de la mentira: nunca se sabe si miente premeditadamente o porque vive la mentira dramáticamente... o porque le falta un tornillo. Delia quedó marcada por una historia de amor que terminó trágicamente, evoca como si se tratara de un tiempo mítico esa primera vez que hizo La noche de madame Bovary en los ‘60. Y Mora, si bien está a punto de estrenar y se nota que es una actriz vocacional, en la vida real tiene temores, inquietudes, ansiedades. La llamada del banco indagando sobre la casa en que vive la saca de quicio.
–El tratamiento que le das a Emma Bovary en el monólogo que escribiste, pero que firma un tal Alfonso Negré, que en realidad es un seudónimo, es el que se merece un personaje osado, bien zarpado.
–Lo interesante de ella es que es una mina que se juega al deseo, y le va como a cualquiera que toma ese rumbo, peor aun en su época. No es la pobre ilusa que describen algunos: ella hace una apuesta muy fuerte, le va mal. Después de la última orgía vuelve a su casa diciendo que tiene el corazón helado. Sin embargo, creo que su búsqueda en relación al deseo toca lugares incandescentes. Ella persigue un sueño, sin discutir la calidad de ese sueño, y allá va. El único que le empieza a poner un límite, engañándola, es el usurero. Y claro, cuando la baja a tierra, la destruye. Es extraña esa relación que hace Flaubert entre el deseo y el dinero, si pensamos en el siglo XIX. Ese es un aspecto muy notable de la novela que quise meter en la película.
–Las tres edades de las mujeres de Sola como en silencio también representan, respectivamente, distintas estaciones de la vida.
–Sí, son tres historias de vida con diferentes experiencias, que han pasado incluso por diferentes épocas históricas. Mora ha vivido con la oscura sospecha de que su viejo era un estafador que ha arruinado a alguna gente (a la familia de Dolores, por ejemplo). Mi interpretación es que el padre de Emma, el señor Rououault, vende en cierta forma a su hija al médico que le enyesó el pie, con el que apenas ha tenido una charla de cinco minutos, y después celebra el arreglo con un pavo, y no volverá a ver a su hija (a la que le manda puntualmente un pavo en cada aniversario de la boda) hasta que se entera de su gravedad, y ahí se sube al caballo, desesperado le quiere ganar a la muerte, pero llega tarde.
–Trabajaste con el coguionista Marcelo Gargiulo, ¿cómo se organizó la escritura de la película?
–Laburé con Marcelo, editor de materiales literarios y buen escritor él mismo, aunque no publica. El guión lo fue escribiendo él por indicación mía, le fui dando las escenas después de charlar sobre la historia general. Hice una selección de los textos, manejando siempre lo que sería la estructura. El punto de partida era esta actriz, Mora Peralta, en su día de estreno. Luego estaba su relación con Delia, la madura actriz que había estrenado décadas atrás la misma pieza, y más tarde se agregó la joven Dolores, que empezó a funcionar como una especie de catalizador, como esos chicos traviesos que se te meten entre las patas y arman quilombo. Dolores se introduce inopinadamente en la casa de Mora, empieza a invadirla. A medida que vamos desplegando el argumento, me voy metiendo cada vez más en Madame Bovary, y al mismo tiempo enmascarándola. Los monólogos, entonces, los escribo yo. Había que parafrasear a Emma, en otras palabras, robar y punto. Decidí que en una escena contara un poco la historia, en otra su final por envenenamiento, y en la tercera –cuando ella aparece con impermeable– como una mina triste, desencantada. En la del comienzo de la película es una especie de cabaretera, tirando a puta. Sumergido en Flaubert, los textos afloraron te diría por un efecto demimesis. Pero siempre recortando, decantando, puliendo, porque si no llegábamos a las tres horas...
–¿Cómo respondieron las actrices a tu poco convencional convocatoria?
–Primero les propuse que leyeran el guión conmigo, que conversáramos sobre los temas de la película, traté de que entendieran lo mejor posible los personajes, que no están explicados, se saben muy pocas cosas biográficas de ellos. Después, todo se fue haciendo al andar, como siempre, con aportes mutuos.
–¿Te propusiste marcar la diferencia entre una actuación teatral y una cinematográfica, entre dos lenguajes finalmente conectados?
–Eso salió naturalmente: Mausi Martínez es una experimentada actriz de teatro, la ponés sobre un escenario en el rodaje y asume ese registro espontáneamente. En un momento ella me mostró lo que estaba preparando sobre los monólogos y me gustó mucho. Porque a actrices como Mausi, como Norma Pons no les vas a enseñar actuación. Me encantó lo que ella proponía y le dije que siguiera adelante, dándole cierto marco pero dejándola en libertad. Que ella termine en el teatro tan hiperdramáticamente tirada en la cama, fue algo a lo que se vio llevada por su entrega al personaje. Quizá no respondía a mi idea inicial, pero me pareció que ella, en esa escena, estaba dando algo profundo de ese personaje que coincidía con lo que yo busco a lo largo de la película.
–Ahí sí que se imponía la presencia, los recursos de una actriz de teatro.
–Totalmente, esos recursos –que no se pueden inventar, hay que entrenar– se notan especialmente en la escena del impermeable, cuando ella le empieza a hablar al tipo y te trasmite la sensación de que está ahí. “¿Por qué no cortaste?”, me preguntó Mausi. Y no, justamente, obtener exactamente eso que andabas buscando vale más que cualquier otro plano previsto. En general, te diría que me juego mucho al trabajo de las actrices, también de los actores que no tienen tanto protagonismo. Respecto de la correlación cine-teatro no hay límites precisos: fijate el personaje de Norma: en la vida real se comporta extrañamente, ha hecho de sí misma un personaje. Pero reconozco que nunca les di a las actrices la precisa sobre sus roles, me gustaba, por ejemplo, que Mausi tuviera sus dudas acerca de si Mora quería o no que Dolores se quedara en su casa. Mi idea era que la última aparición de Norma fuera como la de un fantasma, ¿cómo das una indicación semejante? Se logró con el talento, la intuición de ella. La ambigüedad general ya está marcada en la primera aparición de Mausi, cuando el espectador no sabe aún que ella es una actriz que está haciendo un personaje en el teatro, y no uno de la vida real. También fui flexible en la presentación de Norma en la radio: había pensado en un tono más canyengue y ella hizo otra cosa, un aporte que favoreció la película. Podés hacer eso cuando contás con actrices de tanto peso: era su Delia y yo no la iba a corregir, sobre todo si lo que hacía me resultaba convincente.
–La forma en que capturás estos rostros con más enigmas que certezas, con esa belleza de una vida vivida, ¿se puede interpretar como un homenaje a estas actrices? Aclaremos que lo de Mausi no es un “descubrimiento” como se lee en el catálogo del Festival: se nota que no la vieron en Boquitas pintadas o en Madame Mao, en el teatro...
–Claro que hay algo de homenaje. Estuve muy alerta, me sentí muy agradecido por lo que me daban, las esperé, traté de protegerlas, de confirmarles una y otra vez cuando estaban bien. Porque, según mi experiencia, las actrices dudan más, los actores muestran, o demuestran, más seguridad...
–Aunque sea un estafador, el padre de Mora le hace observaciones de sentido común, el vestuarista del teatro también la baja a tierra, el bibliófilo le da un dato de la realidad sobre el misterioso escritor.Salvo el impulsivo marido de Dolores, los personajes masculinos parecen representar la sensatez.
–En algún punto puede ser, lo que no significa que ésta sea una película más de chicas locas... Elegí protagonistas femeninas porque a mí me gustan mucho las mujeres, cómo encaran de manera tan diferente de los tipos el amor, el miedo, la desesperación, el dinero, los hijos. Además, son siempre más entretenidas, más divertidas. No se me ocurriría juzgarlas, ni ridiculizarlas, ni mirarlas por encima del hombro. Y sí, también respeto su propia locura, que puede ser tan interesante, tan imprevisible. Creo que esa belleza vital, expresiva que vos señalabas antes hay que descubrirla y estimarla para ponerla en evidencia sobre la pantalla.

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