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Viernes, 14 de mayo de 2004

PERFILES

Amores que no matan

En su último CD, Clori Gatti recorre con canto límpido y sensible los avatares de la pasión, a través de tangos, boleros, valses y otras canciones. Fiel a la música ciudadana y a otros géneros populares latinoamericanos, la intérprete se explaya sobre su actual repertorio, sus actividades como compositora, letrista y docente.

 Por Moira Soto

La voz diáfana, sin amaneramientos, afinada, con que entona los temas de su reciente CD Mal de amores, bien podría asociarse a la milagrosa musiquita de cristal del tango Tú, que por cierto figura en esta antología donde la arropan músicos de la calidad de Marcelo Macri (piano y dirección musical), Pablo Zapata (guitarra), Pablo Mainetti (bandoneón), Julián Vat (flauta y saxo) y Miguel Tallo (percusión). No en vano Clori Gatti canta desde los nueve: años de conservatorio, de aprendizaje entusiasta que la llevaron a cantar y a ejercer la docencia desde muy joven. En los ‘90, entre otros trajines, Gatti armó con Claudia Levy el dúo Tangachas y presentaron el show Dame tu cielo, Buenos Aires, dirigido por Claudio Hochman, quien luego convocó a Clori para que escribiera las letras de las canciones (con ritmo de tango) del musical para chicos El collar de Perlita. “Claudio me cuenta la línea argumental, cuelga y yo ya estaba anotando la milonga”, ríe la cantante. “Era una historia de amor con trasfondo policial que tuvo mucho éxito... Fue una gran experiencia escribir esos temas, interpretarlos junto a un buen elenco, que incluía bailarines. La música era de Chango Farías Gómez. Lamentablemente, no se ha vuelto a representar.”
En Mal de amores, Clori Gatti incluye dos temas cuya letra y música le pertenecen: El bandoneón de Miguel, vals, y la canción La llamita (“Nada me diste, nada te he dado,/ nada pedimos ni hemos robado/ la luna blanca y el sol de marzo/ papel de seda en el cielo raso”). La cantante afirma que el público está cada vez más abierto a nuevos temas, sin dejar de gustar de los clásicos: “Uno de mis sueños es que la gente cante alguna vez mis canciones, cosa que voy alcanzando de a poco. Me resultaría muy gratificante poder generar emociones como las que yo siento cuando hago alguna canción que me conmueve. Me encantaría que un tema mío sirviera para acompañar a alguien, aunque sea mientras lava los platos... Para lo cual trabajo como una hormiga, pero con espíritu de cigarra. Porque este trabajo es duro y requiere perseverancia: ésa es la parte de la hormiga que no deja caer su carga. A la vez, soy capaz de disfrutar a pleno el día a día, cantando al sol y también bajo la luna”.
“El repertorio lo voy armando desde el sentimiento de considerar el tango como parte del folklore latinoamericano, para mí es una necesidad integrarlo de esa manera, lograr esa unión”, especifica Clori Gatti. “Esto de Mal de amores pensé que me permitía suavizar un poco el decir del tango, el mío propio en una búsqueda quizá más romántica, que pone adelante la poesía. Porque a los que les gusta el tango les importan las letras, su contenido, su belleza lírica. Desde ciertos tangos, entonces, salimos al encuentro de otros géneros: fue interesante recuperar Vete de mí, un bolero de los hermanos Expósito; advertir cómo iban surgiendo naturalmente parentescos entre las canciones, que dialogan entre sí. Ayudó mucho la colaboración de Marcelo Macri: él sugirió lo que tenía que ser de Vinicius y Jobim, que habla maravillosamente de lo inevitable del amor, ligándolo al destino. Así, a través de temas que iban encontrando su lugar en Mal de amores, fueron apareciendo las distintas estaciones del amor: la cercanía, el alejamiento, el recuerdo, la espera, el duelo, ¿quién no ha tenido, o no tiene, mal de amores? Esa expresión no siempre implica desdicha, sino más bien los avatares de la pasión, del enamoramiento, que nunca son serenos ni te dan ninguna seguridad, pero que bien vale la pena vivirlos. Por eso también está la receta para el mal de amores de Violeta Parra en La jardinera, el destino trágico en Sus ojos se cerraron, de Gardel y Le Pera.”
–Esa perfecta línea, “sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando”, resume magistralmente todo el dolor frente a la pérdida, el extrañamiento de que las cosas sigan su curso.
–Para mí esa frase lo sintetiza todo, dice muchísimo. Cuando yo era chiquita y sabía menos de la vida que ahora, me preguntaba “¿cómo dos personas se enamoran, se besan, y al otro día siguen la vida como si tal cosa, se dedican a actividades que no tienen que ver con el amor?”. Pensaba que el estar enamorada excluía todo lo demás. Entonces, imaginate cuando yo comprendí, asumí, pude abarcar esta frase inmensa, “sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando”, fue algo fulgurante. Y aunque aprendí a cantar este tema nunca lo hice a fondo en los recitales, como si me lo estuviera reservando. Me conmovía esa idea del amante de duelo que no puede creer que el mundo no se detenga. Es como si el tema pudiera terminar ahí, tiene un sentido de la vida y de la muerte raro en el tango, ligado a ciclos naturales, aunque incomprensibles.
–Manzanero está presente, con toda la paciencia, esperando “que vayas por donde yo voy, que me pidas que no me separe de ti”.
–Bueno, yo me crié escuchando a Tito Rodríguez, así que el bolero es parte de mi vida, conozco montones de memoria. Me encanta, lo mismo que los valses peruanos, las canciones mexicanas.
–En los boleros se disfruta más que en el tango, se le da a la mujer un lugar más igualitario, se cultiva el erotismo sin moralina.
–Para mí el bolero es más iluso, más idealista. Y sí, no hace distinciones entre varones y mujeres a la hora de entregarse, de besarse mucho. Pero ni en el bolero ni en el tango se habla de casamiento, ni de hijos, salvando alguna rara excepción. En el tango las madres son unas santas, el padre no está, no se sabe. Su presencia aflora musicalmente, en todo caso, en Adiós, Nonino, de Piazzolla, en El corazón mirando al sur, anteriores Moneda de cobre, Pena mulata, muy al pasar, como en La casita de mis viejos. Denota la distancia de los padres de la época.
–Claudinette es la queja de la ausencia de unas manos, una voz de esa “mocosita dulce y buena” que, en realidad, pertenece a la calle.
–Sí, con ese nombre tan francés y un sentimiento bien de tango, parecería que el autor, Julián Centeya, está hablando de una nena de quince años, en esa descripción tan tierna. Sin embargo, se trata de una mujer de cabaret: así es como el amor puede transformar la mirada del enamorado. Esta “condena de no ser jamás feliz” es como el emblema del mal de amores. Mi deseo siempre es que la gente, aparte del concepto en general, pueda recuperar estas frases, “perdida ya de mí, dónde andarás”, en su belleza y su sentido más hondo.
–Por tu edad te tocó vivir el comienzo de esta eclosión del tango que incluye a mucha gente joven.
–Yo tengo 35, canto tango desde los 22. En estos últimos años hemos logrado muchos de mi generación que por fin se nos dé bola, nos escuchen, nos hagan notas, nos pasen por la radio. Antes no sucedía, creo que en la enorme pérdida que tuvimos en el nivel cultural se incluyó el tango, pero por suerte ahora hay personas muy jóvenes embarcadas en su rescate, que lo bailan, que van a la milonga, que necesitan identificarse con lo propio, con la poesía y la música propias, el código del lunfardo que viene de los distintos idiomas de los inmigrantes. Para bailar el tango tenés que registrar al otro, acompañar, llevar, dejarte llevar.
–En el tango los hombres lloran más que Alicia en el País de las Maravillas cuando nada en sus propias lágrimas. Pero en tu disco vos evitás el tono quejoso, también el acento arrabalero. Como si cantaras desde vos misma y le dieras el mismo valor a un tango que a un vals o un bolero.
–Sí, ellos lloran y lloran en el tango, es verdad. Yo personalmente nunca me sentí reflejada en la cosa estereotipada en los géneros populares. Puede suceder que algún tango bien lunfardo te dé para jugar un personaje, como un guiño de un momento, de dos versos. Dramatizar ciertos temas me parece una redundancia que los desmerece. Llorar La última curda suena a exceso... Creo que es bueno dejar que te atraviese el tema sin llevarlo al extremo. Además, cualquier cosa estereotipada conspira contra la buena dicción, y a mí me gusta que me entiendan, porque la palabra es un compromiso muy fuerte sobre el escenario.
–¿Cuándo empezaste a escribir letras?
–Desde muy chica. A los siete, ocho años mi tía me regaló la antología poética de Alfonsina Storni que leí incansablemente, copiaba sus poemas, descubrí la rima. Y empecé a escribir versos; cualquier motivo era apropiado. Ya a los 17 empecé a componer baladas, cosas sencillas. Después me puse a estudiar piano, algo de armonía, pude intelectualizar el proceso. A los 19 tenía un dúo con el guitarrista Eduardo Salgueiro, con quien hice varias canciones. En el ’96, con Los del Umbral, creamos una serie de temas, entre ellos, Jazmines, Qué envidia, Esos pibes...
–Todavía es una rareza una mujer compositora, aunque las hay.
–Es cierto. Nunca me puse a pensar cuál era la explicación. Si vamos al tango, tenemos a Mercedes Simone, que compuso algunos temas, por supuesto a Eladia Blázquez, pero no muchas más. Ahora tenemos a Sonia Possetti, estimo mucho lo que hace. En mi caso, es la cosa que más naturalmente sale de mí, junto con cantar. Creo que no pasa un día sin que tararee algo, le dé forma, le ponga una letra. Al piano voy a corregir.
–¿Qué importancia le das al soporte técnico?
–Para mí es necesario estudiar. Más allá de la cuestión estética, de lograr alcanzar una nota, poder elegir cómo empezar y terminar un tema, en qué tonalidad, hay que mantener sanas las cuerdas vocales. Considero las clases un alimento, siempre hay algo más para aprender. Y a la vez me dedico a la docencia: creo que no se puede ser buen maestro si no se es también alumno.
–También has trabajado en sitios extremos, como jardines de infantes y geriátricos.
–Como empecé tan temprano, a los 20 ya estaba en condiciones de dar clases. Por lo cual muchos de mis alumnos eran mayores que yo y se armaban buenas trifulcas cuando trataba de poner un límite. Entonces, comencé a dar clases de iniciación musical en un jardín, lo hice durante un par de años. Pero me agotaba y perdía la voz: la docencia con los chicos es muy exigente. Luego, durante varios años realicé juegos musicales en geriátricos del PAMI, y en psiquiátricos, actividad que también fui dejando por el tema del desgaste de la voz. De todos modos, es gratificante enseñar a gente de cualquier edad a vocalizar, a respirar. Para la gente mayor, además, es una buena manera de agilizar la memoria: la música consigue milagros, es pura energía, lo mismo que la poesía.
–¿Cómo son tus talleres de sanidad de la voz?
–Cuando digo sanidad vocal me estoy refiriendo al buen uso de la voz, para que te dure en mejores condiciones, la mayor cantidad de tiempo posible. Si caminás torcida, vas a tener problemas de columna, de cadera. Con la voz pasa algo semejante, pero como no altera el funcionamiento orgánico, no se le presta atención. Pensá que todas las emociones pasan por la voz: levantás el teléfono, hablás con tu hija y por el tono de voz ya sabés cuál es su estado de ánimo... Siempre es bueno cuidar la voz, no malversarla, mucho más si querés cantar, contar cuentos, ser actriz, docente. Precisamente los docentes tienen la voz arruinada en un 80 por ciento.
–¿Ningún aspecto de la música te es ajeno?
–Mi vida está consagrada por entero a la música, es el aire que se respira en mi casa. Lo vivo como un oficio vocacional, de gran dignidad en todas sus facetas. Me encanta dar clases, componer, escribir letras, aprender, escuchar mucha música. Aunque con dos hijos chiquitos también debo encontrar tiempo para leer cuentos de hadas y mirar dibujos animados.

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