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Viernes, 18 de junio de 2004

CINE

¿Cuántos morirán hoy?

El atípico matrimonio de Paula Pollacchi con el cine bizarro, género que contabiliza muertos y sangre en cantidades industriales, tuvo lugar hace más de veinte años. Hoy, mientras presenta su primer largo, ostenta orgullosa el título de pionera entre los muchos varones que forman parte de una movida de producción local que ya cuenta con fanáticos.

Por Silvana Santiago

La movida del cine argentino tiene desde hace algunos años un nuevo tipo de producción, apenas conocida, dedicada a llevar a la pantalla historias con poco presupuesto, pero con muchos litros de sangre. En esas películas, en donde el conteo de cadáveres suma puntos en el ranking de los seguidores, la presencia femenina es atípica, ya sea que se la busque entre el público o detrás de las cámaras. Paula Pollacchi es una de esas rarezas. Y lo mismo cabe para su largometraje Baño de sangre, que llegó hasta el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en marzo de este año. Este film, al igual que los dos cortos que lo precedieron, es fruto de lo que ella llama su “matrimonio con el género” (bizarro, habría que aclarar), una fascinación por las historias de sangre que se apoderó de dos de las tres décadas de su vida.
La película repite el esquema de factura del resto de las producciones locales del género: un grupo de fieles amigos que se suman a la propuesta (todos actores y actrices), dos meses promedio de rodaje, una cámara de video (sí, VHS) prestada y un presupuesto que no supera los 2 mil pesos. Lo que cambia con esta realizadora es que ese vínculo femenino con las historias de sangre despierta temor pero, esta vez, fuera de la pantalla. “¿En serio que hacés eso?” “¿Y por qué no hacés algo más lindo?” “¡Estás loca!”, son las frases que se ubican al tope de las preferencias de los espectadores de sus productos. “Pero yo no puedo contar una historia sencilla, de un pintor, por ejemplo, porque enseguida lo voy a matar o le voy a romper el cuadro”, explica la realizadora.

Todo empezó a los doce años cuando vio El exorcista y Carrie. “Son esas películas de las que te asustás de chica y después las soñás durante tres días. Es decir, las que no te dejaban ver”, explica Pollacchi mientras continúa citando otros títulos como V: Invasión extraterrestre; La noche de los vampiros, con David Soul y La noche del espanto. Otros clásicos como Alien, Drácula y Tiburón llegó a conocerlos de memoria porque se las ingenió para alquilar versiones de 40 minutos en formato Súper 8 que reproducía hacia adelante y hacia atrás en el living de su casa. Más tarde se convirtió en la mejor clienta de la sección de terror del videoclub de su barrio. Y cuando, un par de años atrás, la crisis obligó a que el local cerrara sus puertas, ella le compró todas las películas y hasta los estantes. “Gasté un montón de plata, pero eran mis películas”, recuerda. Paula extraña el cine continuado de Merlo, donde creció, al que “la gente iba sin problemas por divertirse con una película de terror”, y al que sólo podría comparar con el Electric de la calle Lavalle, que incluye en su menú títulos como Barco fantasma o La reina de los condenados. “Cuando no tengo nada para ver, me voy ahí para verlas de nuevo”, comenta.
“Los relatos del género tienen que ver con la supervivencia, con el enfrentar las cosas y no morir en el intento”, dice Pollacchi, y las mujeres “no sé si por la maternidad o por qué, siempre estamos luchando”. Fue a partir de los ‘70 cuando el papel de las mujeres dentro de las películas de terror cambió. Tradicionalmente habían cumplido el rol de víctimas, pero a partir de ese momento esas chicas que en un principio parecían “medio bobas” empiezan a hacerse de elementos durante la acción que las llevan a enfrentar el mal y vencerlo. El ejemplo que propone es el de Bárbara, protagonista de un clásico del cine de género: La noche de los muertos vivos. Mientras que en la versión de 1968, de George Romero, “se la pasa gritando, arrinconada e histérica”, en la remake de 1990, de Tom Savini, “empieza gritando, pero después se cambia la pollera por un par de pantalones, agarra una escopeta y lucha a la par del protagonista hasta el final, en el que sobrevive”.

Durante una “volanteada” previa a la proyección de Baño de Sangre dentro del ciclo de “Cine Urgente: rápido, barato y furioso”, en el espacio Incaa Km3 de Recoleta, Pollacchi confiesa que para ella es “un gran alivio” haber descubierto que no es la única persona que produce este tipo de películas en la Argentina. Entre los precursores de este cine de bajo presupuesto está la productora Farsa, que también surgió en el Oeste y que se convirtió en leyenda entre los fanáticos por la saga de largometrajes zombie que filmó en Haedo. Hicieron Plaga zombie cuando sus cuatro integrantes tenían 17 años. Después filmaron una segunda parte que estrenaron hace dos años, pero a la tercera parte, por falta de tiempo y dinero, la redujeron a una historieta en una página web. Pollacchi, como ellos, se declara una fanática del género. “Yo soy una fan que quiere hacer la película que querría ir a ver. Y creo que la voy a terminar encontrando. Va a ser una película que pueda ver muchas, muchas veces, y que siempre me cause satisfacción”, dice. Mientras, combina su gusto por la Sole (tiene un autógrafo de la folklorista en el que le dice que siga adelante con las películas de terror) y por la cantante española Mónica Naranjo, con su interés por las páginas de los suicidios en Internet o por un libro sobre cómo hacer una autopsia en una librería.

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