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Viernes, 30 de julio de 2004

TEATRO

Un lugar propio

Dos jóvenes y ya experimentadas actrices, María Merlino y Vanesa Weinberg, están interpretando en el teatro una conmovedora historia de vida, El aire alrededor. Su creadora, Mariana Obersztern, antes de escribir y dirigir esta pieza, entrevistó a una maestra rural, casada, con hijos, que parece haber encontrado el secreto de la paz y felicidad.

 Por Moira Soto

El aire alrededor, de Vanesa Weinberg y María Merlino, tiene esa limpidez que distingue a la gente del espectáculo alejada de usos y costumbres de la farándula, lejos de cualquier variante del divismo. Parece imposible imaginar a dos actrices más apropiadas para encarnar a Mónica y a Nancy, las protagonistas de la admirable creación de Mariana Obersztern, El aire alrededor (también interpretada por Osmar Núñez y los niños Mario Bogado y Juan Dyzen). Esta pieza forma parte del ciclo Biodrama, dirigido por Vivi Tellas, cuya propuesta fue que un director de teatro tomara a una persona argentina viva, y junto con un autor transformara su historia de vida en material dramático.
Estrenada el año pasado y repuesta actualmente en el Teatro Regio (Córdoba 6056, de jueves a domingos a las 20.30), El aire alrededor fue escrita y dirigida por Obersztern, con música de Joaquín Segade, iluminación de Gonzalo Córdova, vestuario y escenografía de Silvana Lacarra y Daniel Joglar, video de Paula Grandío. Es la historia de Mónica Martínez a través de momentos significativos de su adolescencia, juventud y adultez como maestra, casada, con hijos. Ella vive en Naón, un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Mariana Obersztern escribió esta obra luego de varias entrevistas personales y conversaciones telefónicas con Mónica. Además, el elenco y parte del equipo viajaron a Naón. Según la autora, la pieza “es también una organización posible de las resonancias que sobre cada uno de nosotros ha tenido el conocer a Mónica, su entorno, y el modo particular con el que ella construye su resonancia con él. Mónica nos ha dejado pensando”.
Vanesa Weinberg era “la” actriz en las fiestas de la escuela primaria y desde siempre estuvo convencida de cuál iba a ser su oficio. Tuvo la suerte de que sus padres “anduvieran cerca del teatro. Mi papá había dirigido La lección, de Ionesco, y el último día me hicieron salir, fue una sorpresa. Tendría unos ocho años y la obra terminaba con que golpeaba la puerta y el profesor abría y decía ‘buenas tardes, ¿usted es la nueva alumna?’. Hasta ese momento, no había aparecido nadie, pero en esa función de cierre me mandaron con el guardapolvo y respondí ‘sí, señor’. Me acuerdo mucho del impacto que me causó el aplauso. Después, en la secundaria ya estudiaba teatro sabiendo que eso era lo que me tocaba hacer en la vida”, dice la actriz que fue una de las Hermanas Nervio y estuvo en delirios como Negra matinée y Fiebre, además de interpretar Venecia, películas como Contraluz y Arregui, la noticia del día, y algunas producciones de TV (Buenos vecinos, Gasoleros). “Con el tiempo me he ido dando cuenta de que soy actriz por algo. Necesito que me guste el proyecto en el que estoy, sentir que tiene sentido hacerlo, que es necesario que lo haga yo. Eso me lleva a pensar que no sólo soy actriz por el placer de actuar, sino también porque me hace falta comunicar algo a través de mi trabajo.”
María Merlino, intérprete de las piezas Lengua madre sobre fondo blanco y Parásitos, y del elogiado film de Diego Lerner Tan de repente, se apresta a actuar próximamente en Mientras tanto, del mismo realizador. Ella también era muy chica cuando se le ocurrió que quería ser actriz, pero su mamá le echó un balde de agua fría: “‘Pensalo muy bien porque vas a tener que besar en la boca a muchos hombres.’ Y a mí me dio un asco tan terrible que jamás volví a hablar del tema. Supongo que mi mamá estaba impresionada por los besos que se habían empezado a dar en las telenovelas de la época. Soy de Benito Juárez, a 400 kilómetros de la capital. Siempre había hecho actividades artísticas, danza, música, y no estaba dispuesta a seguir una carrera tradicional. No sé cómo hice con toda mi familia en desacuerdo, pero me vine a Buenos Aires. Creo que estaba muy determinada. Empecé el profesorado de expresión corporal, en esa época me tiraba bailar. Teníamos un grupo de danza con algunas amigas y yo iba al frente con la idea de hacer algo más teatral. Ahí vi un límite y decidí estudiar con Alejandro Urdapilleta, seguí con Ricardo Bartís durante cinco años y se me fueron aclarando las cosas. Había escrito una escena para un taller, que además actué en una muestra. Y cuando la estaba haciendo, sentí que me iba volviendo loca en el actuar, diciendo el texto, algo rarísimo. Dije guau, y me encantó. Sentí una especie de enajenamiento, tuve la sensación de que eso era lo que estaba buscando”.
Si hay un espectáculo teatral en Buenos Aires que no se parece a ningún otro es el que están haciendo ustedes, El aire alrededor, tan poético, tan profundamente humano. Una obra que plantea exigencias especiales por su tonalidad, su respiración, el universo que describe.
Vanesa Weinberg: –El texto es muy bueno, va a lo esencial, cada vez lo aprecio más. Creo que cada personaje dice lo que tiene que decir, que cada escena está totalmente equilibrada, medida. La escenografía, la música, la luz, todo contribuye a lograr tan alta calidad. Esta coincidencia ya se dio en el proceso de trabajo: no conocía a María ni a Osmar Núñez, sí a Mariana que me llamó. Y se dio una unión, un entendimiento inmediatos. Al segundo ensayo ya estábamos como si hubiese pasado un mes y medio de trabajo.
María Merlino: –Algo muy difícil de lograr que suene natural, es hablar con ese acento del interior de la provincia, y que no parezca que sólo te comés las eses. Esto salió muy fluidamente en los primeros ensayos. Vanesa había escuchado mucho los testimonios grabados de Mónica y empezó a hacerla hablar como personaje. Ahí nos acoplamos y nos dimos cuenta de que estábamos bien, en el camino.
V. W.: –También ayudó que vos seas de Juárez, y que la asistente Cecilia viviese de un pueblito de Córdoba.
M. M.: –Algo bárbaro que tiene Mariana como directora es que no es nada ansiosa. Es la primera vez que armó una obra en dos meses, eso sí, trabajando todos los días. Sin embargo, estuvimos muy cómodas, no sentimos la presión del tiempo.
V. W.: –Fue un trabajo muy concentrado, intenso y orgánico, de lunes a sábados, cinco horas. Nos metimos por un túnel hasta que lo dimos a luz. En el primer mes nos acercamos a la obra y a los personajes. Después fuimos a conocerlos a su ambiente.
¿Cómo transcurrió el encuentro con los personajes reales?
V. W.: –Quiero decir que aparte de todos los elementos que nombramos, El aire alrededor es excepcional porque Mónica Martínez es excepcional. Mariana eligió a una persona muy especial, muy sabia, alguien que está bien con lo que es: maestra que adora su profesión, vive feliz en Naón, un pueblito de 500 habitantes, desde que nació. Encontró su lugar y su misión en la vida. Eso la vuelve excepcional a ella, sus pensamientos, su forma de ser. A los diez minutos de estar con Mónica es como si fueras amiga de toda la vida. Ella le imprime a cada momento una energía muy buena.
M. M.: –Cuando vio El aire alrededor, era la primera vez que iba al teatro, se emocionó mucho, estaba contentísima. Mariana siempre dice que quería elegir a una persona que no sólo se prestara para la obra, sino que también se diera algún intercambio personal.
V. W.: –Y es probable que Mónica haya podido elaborar un montón de cosas de su vida a través de esas entrevistas. El ponerse a reconstruir su vida seguramente le generó momentos de reflexión. Debe haber sido fuerte verse representada, con público, aunque ella es una persona que se toma todos los acontecimientos de la vida con naturalidad.
¿Es una experiencia única para ustedes haber trabajado con este procedimiento?
V. W.: –Claro, imaginate que alguien te ofrezca hacer a Ofelia y te dé un casete con ella hablando y te lo escuchás todos los días en un walkman. A mí me pasó eso: me ofrecieron un personaje y a la vez la grabación de sus testimonios. El otro día nos esperó a la salida una chica que había sido compañera de Nancy y Mónica, con fotos del día que egresaron. Realmente, una experiencia fuera de serie. Al mismo tiempo, tampoco es realismo documental lo que hace Mariana. Se crea una ficción en sí, con decorados que representan el paisaje, una iluminación adecuada. A mí me parece que la obra tiene algo muy musical en los diálogos, más allá de que pueda venir alguien y decirnos: che, pero en Naón no hablan así. Es que tampoco era la intención reproducir el acento con exactitud sino más bien encontrar una melodía. Que toda esa realidad tan viva, tan cercana se convirtiese en un hecho artístico. También puede venir alguien que no conoce el origen de la pieza y emocionarse, disfrutar.
María, ¿cómo fue tu encuentro con Nancy?
–Sólo la conocía por fotos, y por lo que Moni decía de ella. Hasta que la vi el día del estreno. Es un personaje al que adoro en su ingenuidad. Cuando fuimos a Naón ella había tenido que viajar a 9 de Julio para que atendieran a su hija enferma. Después, la pude conocer el día del estreno.
Mónica y Nancy, lo mismo que Walter, no responden al estereotipo de gente de campo que suele verse en teatro, en piezas generalmente costumbristas. En una obra como El aire..., ¿se corre el riesgo de ponerse por encima del personaje, en vez de estar a la par?
V. W.: –A mí me pegó algo que me dijo Julio Chávez cuando la vino a ver: que le parecía que como actriz tenía el ego en el lugar apropiado. Me gustó ese comentario, porque es cierto que a veces el ego gana la partida, y lo ponés delante del personaje. Me parece que el poder realmente prestarse hace que el personaje pueda aparecer.
Otro de los rasgos llamativos de El aire... es que jamás apela a golpes de efecto.
V. W.: –Incluso va en contra de lo que espera el público, que tiende a ser fatalista. Muchos me dicen que estaban esperando alguna desgracia. Y no, no pasa nada tremendo: se inundan, se caen, una discusión, como la vida de la mayoría. Pero no te creas, también pasaron cosas sorprendentes en el escenario. El año pasado, en una función la obra comenzó como siempre, yo con la gallina a upa hablando sobre el parto de mi madre. De pronto veo que la gallinita se pone mal, hace cosas raras. Pensé: mierda, se me muere acá mismo. La escondí hacia atrás, dije más rápido el monólogo. Me paré, la levanté y plop: huevo calentito que me pareció enorme. Fue un momento extraordinario, como aquel aplauso que recibí a los ocho años. Esa función fue increíble: no había mejor momento para poner ese huevo que vino con mucha energía.
Porque además, en El aire... se habla de los ciclos de la naturaleza, de sus fenómenos, los animales representados por esa gallina que actúa de lo mejor.
V. W.: –Son dos, de Naón, prestadas por el padre de Walter, el Cacho. El las amaestró teniéndolas en brazos, acariciándolas mucho. Ahora les damos gotitas homeopáticas para que estén tranquilas. Pero es cierto, este año están mejor que el pasado, han crecido actoralmente. Y yo me comunico con ellas, en serio. Para mí, sostener los monólogos sería muy difícil si no estuviera con una de las gallinas. Me mira cuando le hablo, siento que me escucha, que está conmigo.
Ustedes hablan de esta obra con un cariño muy entrañable, con un compromiso que va más allá del lógico interés profesional.
V. W.: –Es que El aire... tiene algo muy propio, muy particular. Ojalá que la podamos seguir haciendo. Creo que es una pieza que te tranquiliza un poco, te conforta, te amiga. Tiene ese manejo del tiempo, algo contemplativo. Y esto de que Mónica haya encontrado su propio centro. Te refresca la mirada.

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