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Viernes, 30 de julio de 2004

MODA

Lo que vendrá

Aunque la moda ya no sea un catálogo estricto de lo que hay que ponerse y el ridículo sea un valor mucho más devaluado ahora que en tiempos más uniformados, tanto los diseñadores personales como las grandes marcas vuelan cada año a otras orillas en busca de tendencias o conceptos que se traduzcan en cortes y colores. Radiografía de un deseo modelado.

 Por Sonia Santoro

El diseño de moda está de moda. Basta darse una vuelta por Palermo para confirmar la sentencia frente a cada pequeño negocio con vetas de exclusivo. Pero la moda, ¿sigue siendo la moda de años á? La que marca, con los bríos de un dictador recién asumido, los designios del vestir de miles o millones de seguidores incautos por una temporada. La que censura los lunares para abrirles camino a las rayas, haciendo sencillamente imposible conseguir una prenda que escape a este designio. La que hace que a fin de temporada sus súbditos hayan comprado lo que al principio simplemente aborrecían. La que, vista a través de las fotos de hace 20 años, luce ridícula y, al menor descuido, se transforma, sencillamente, en lo-que-hay-que-ponerse. Y, en todo caso, ¿quién está detrás, al lado o delante de ese dictador que decide lo que nos ponemos?
A vista de simple consumidor, las cosas no han cambiado demasiado. Pero no es lo que piensan los que están en el métier. Andrea Lippi, directora de Emitex y de la revista Mundo Textil, dice: “Ya no se dice ‘se va a usar la manga tal’. No es tan uniforme como era años atrás en que todos nos vestíamos igual. Desde hace unas temporadas, las marcas apuntan a la diversidad y lo que se toma de las tendencias mundiales son conceptos: el confort, el vintage (lo usado, gastado), lo romántico”. “Estas tendencias son dictadoras –agrega Susana Soulquin, socióloga especializada en moda– pero la diferencia es que hay miles de tendencias. Cada vez menos la gente quiere usar lo que todo el mundo usa.”
Soulquin trabaja en Infomoda, órgano de información del Centro de Investigaciones Textiles (CIT) del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), pensando cómo las tendencias sociales influyen en la moda. Karen Sanders y Mónica Tedesco, diseñadoras textil y de indumentaria del CIT, viajan a Europa en febrero y septiembre, las épocas de los desfiles, las ferias textiles, las colecciones. Hacen relevamientos de todo eso, sacan diapositivas, ven vidrieras, buscan catálogos, se entrevistan con gente de la moda y traen todo ese material. “Antes de que viajen, hago un análisis conceptual de las tendencias sociales, trabajo siempre con una perspectiva a 5 años y pauto los conceptos sobre los cuales se van a basar las tendencias; según estudios, percepción, adaptabilidad. Para el verano que viene los conceptos que yo pensé son: nutrición, ecobalance, el poder de lo femenino, lujo máximo, alerta máximo, la seguridad está en el pasado. El año pasado puse el concepto de protección, que este año se tradujo en ropa con cerramientos, con trabas. Ahora no está más protección pero sí nutrición, que se traduce en colores vitaminizados; y termina con el concepto de silencio, que es una tendencia muy fuerte que viene en el mundo, y te lleva a una indumentaria más tranquila. Después de todos los vaivenes de la guerra, el silencio es un lugar fuerte. Viene una época de comunicación y recogimiento”, dice Soulquin. Luego, con toda la información recogida en el viaje y estos conceptos macro, se organizan las tendencias, con su correlato en prendas, en categorías que permitan ser comprendidas por las empresas del sector.
Esto es desde las ideas. Desde otro ángulo, hay empresas que se especializan en buscar tendencias. La más famosa está en Londres y es de los hermanos Worth, la Worth Global Style Network. Estos hermanos tienen un ejército de gente, los buscadores de tendencias, que van por todo el mundo levantando información. “Llega, por ejemplo, uno a París y lee revistas, va a exposiciones, a los desfiles de moda, busca en cine, en televisión, mira fotos de vidriera, de calle, la arquitectura... Buscan qué pasa en Buenos Aires, cuál es la movida de Nueva York. Toda esa info se vuelca en esa mesa y ellos hacen categorías”, cuenta Soulquin.
Después viene lo que Soulquin denomina la “conspiración de la tendencia”. “La trama no es tan ingenua, una vez que se largan las tendencias hay que sostenerlas con publicidad. Los hermanos Worth tienen unos 1100 clientes en todo el mundo que pagan por recibir esta información. Así que hay conspiración de editores de revistas, todos los compradores están muy seducidos por esto, porque una vez que largan las tendencias tienen clientes”, dice la socióloga, autora de La moda en Argentina y La moda después.
Pero más allá de estos constructores de tendencias más o menos identificables, en la práctica todo el mercado textil (fabricantes de telas, diseñadores, empresarios) contribuye de una u otra forma a que se use lo que se usa y no otra cosa. En Argentina, primero viajarán a Europa los fabricantes de telas, después los diseñadores, pero todos viajan. El que tiene línea prêt à porter, explica Lippi, va a París, Milán, Barcelona a ver qué funcionó de la temporada y qué quedó de saldo. El que hace ropa deportiva, surfera, teenager, viaja a Los Angeles, Estados Unidos. ¿Qué le pasa al diseñador si no hace lunares, cuando la tendencia lo indica? “Vende igual, lo que pasa es que por ahí no puede encontrar una tela que no tenga lunares”, dice Lippi. Seguramente, el importador trajo de Europa lo que se usaba y presionará para que sus clientes se lo compren.
Con el posicionamiento que ha tomado el diseño de autor en la Argentina, desde el 2001, “no estamos lejos de imponer una visión diferente desde el cono sur”, opina Soulquin. Los diseños de autor están fuera de las tendencias globales, a las que sí adhieren las grandes marcas. “El diseño de autor necesita un 75 por ciento de creatividad y un 25 por ciento de tendencia global para poder vender. Y, a la vez, los negocios que se adhieren a la tendencia global necesitan un 25 por ciento de creatividad para no quedarse en la pura copia”, dice Soulquin.
Mientras el boom del diseño entra en un proceso de decantación, del que quedarán algunos, seguramente los que hayan sabido brindar buena calidad, en un marco de originalidad, los consumidores deberán tomar otra actitud si no quieren ubicarse en el papel de víctimas de la moda, un victimario de cuyos colmillos ¿es imposible escapar?
“El tema es que las empresas de confección de ropa que conocimos eran empresas donde se diseñaba, se cortaba y cosía la prenda y salía hecha, esto generaba un control de calidad muy grande. Ahora, uno diseña, otro corta, otro confecciona, otro lava y cuando vuelve le pusieron este otro hilo para coser que no fue el pedido”, justifica Lippi. Como sea, ojo con hablar pestes de aquellos viejos minishorts o con arrugar la nariz frente a esa foto con la combinación casi fatal de calzas, tacos y brushing, porque, ¿a que no saben lo que se viene?

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