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Viernes, 22 de octubre de 2004

DEBATES

quiénes éramos, cómo luchábamos

Unas jornadas organizadas por el grupo de estudio “Mujer, política y diversidad” acercaron los testimonios de militantes feministas y "políticas" de los setenta desde una perspectiva de género. Quedaron algunas preguntas abiertas –sobre la maternidad, el modo en que las mujeres visualizan su militancia– y una necesidad: acumular la experiencia para que cada mujer que toma conciencia de sus derechos (y de las inequidades) no sienta que es la primera.

 Por Soledad Vallejos

Si en el mundo los años ‘60 fueron explosión, los ‘70 argentinos fueron un punto de quiebre: nuevas militancias, nuevas formas de organización, resistencias y represión institucional son algunas de las vedettes de la historia en lo que a investigaciones se refiere. Sin embargo, hay un más allá que, en realidad, ni está tan lejos ni pretendió ser tan marginal en sus acciones y que suele ser religiosamente ignorado por las corrientes académicas más populares: la revisión de esos mismos momentos desde una perspectiva de género. Y allí fue precisamente donde se pararon Andrea Andújar, Débora D’Antonio, Karin Grammatico, Valeria Pita y Alejandra Vassallo, las integrantes del grupo de estudio e investigación “Mujer, política y diversidad” (formado por integrantes del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, de la Facultad de Filosofía y Letras) para reunir una serie de trabajos que empiezan a delinear otro campo: el que aplica una mirada de género para “resignificar los alcances y límites de las políticas revolucionarias, reinterpretar las nuevas prácticas de violencia institucional, reconceptualizar el sentido y el terreno de las resistencias, visualizar los múltiples espacios de conflicto y revelar los complejos mecanismos de poder y representación en la historia de los años ‘70”. Fue precisamente para reunir y hacer visibles los esfuerzos dispersos que la semana pasada, en el Museo Roca, se realizaron las “I Jornadas de Reflexión: Historia, género y política en los ‘70”, una serie de mesas y paneles en las que investigadoras y militantes fueron aportando fragmentos hallados en caminos arduos, descorriendo velos de la memoria propia y ajena, y recobrando palabras para poner en algunos espacios ganados, hasta entonces, por el silencio, y zanjar las distancias que a veces se intentan imponer entre feminismo e historia partidaria.
La investigadora Alejandra Vassallo (que, con su trabajo, formó parte de Historia de las mujeres en Argentina, como otras integrantes del grupo de estudios) no sabría decir si en su interés por los estudios históricos del género tiene más peso la militancia personal o el interés académico, quizás porque “cuando una trabaja en temas de mujeres, de alguna manera estás involucrada personalmente, hay una historia personal que te llevó a ese lugar. Hay un interés personal, algo que te hace sentir que lo que estás haciendo te está explicando una parte de tu vida”. Lo mismo, sugiere, les sucede a sus compañeras de investigación, y será por eso que cuando una antigua militante de la Unión Feminista Argentina le contó que María Luisa Bemberg se había iniciado en el cine dirigiendo dos cortos como militante de UFA, no paró hasta conseguirlos y lograr proyectarlos en la apertura de las Jornadas.
–Ella, siendo parte de uno de los grupos de concienciación feminista, empezó a hacer cortos porque se quejaba de que en la industria cinematográfica no respetaban sus guiones, y entonces le decían “hacélo vos, ya que no lo puede hacer nadie más por vos”. Ella en un principio dudaba, pero finalmente se animó y los dos primeros trabajos que hizo fueron esos cortos con un claro perfil militante: El mundo de la mujer y Juguetes. El mundo... está filmado durante Femimundo, una feria que hacía en la Rural todos los años un grupo de empresas y donde ofrecían desde productos de belleza hasta productos para el hogar, todo lo que supuestamente tiene que ver con el mundo de la mujer. Bemberg se metió ahí, y la acompañaron varias de las mujeres más jóvenes de UFA, que habían preparado volantes para repartir. Entonces la gente estaba esperando algún volante de “maquíllese con productos tal” y, en cambio, recibe un volante feminista, entonces ella también filmó las reacciones de las mujeres que leían eso y buscaban quién se los había dado, mientras los locutores leían en off partes del Libro Azul de Para Ti, que era una especie de álbum para ser la mujer perfecta y hacer que el novio o marido no se fuera. Ese tipo de texto también está ensamblado, por ejemplo, con las imágenes muy contrastantes de un desfile: las modelos y el público, las mujeres que miraban el desfile, unas doña rosas cualesquieras. El otro, Juguetes, lo filmó dos años después en una feria de juguetes. Llevó a sus nietos para que hicieran una especie de recorrido por esa feria, hacer entrevistas a los chicos, les preguntó qué querían ser cuando fueran grandes, y muestra cómo socializamos, a través de los juguetes, a varones y mujeres desde que tienen uso de razón. Me contaban las feministas que militaban en ese momento que ellas usaban esos cortos para organizar, para armar debates, para convocar a una actividad y luego debatir, pero llegó un momento en que no los podían usar porque ya nadie tenía copias.
–¿Cómo llegaron a convocar mujeres militantes?
–Ana González, una militante que actualmente está en la facultad, propuso armar algo como un plus: un panel con militantes que en aquella época estuvieran en las organizaciones más importantes, que no se reconocían como feministas en aquel momento o que, con el correr de los años, con el exilio o la reflexión posterior, habían llegado a trabajar dentro de la perspectiva de género, y alguna directamente en el feminismo. Estuvieron Susana Sanz, de la Agrupación Evita, Graciela Tejero, del PCR, Mabel Grimberg, del Peronismo de Base y Graciela Zaldúa, del PST. La idea era ver cómo ellas mismas –más allá de contar cómo era o cómo habían participado en sus organizaciones– hicieran una reflexión crítica, a partir de hoy, de aquella militancia, que a veces es algo que no se rescata.
–A raíz de esos testimonios, ¿llegaron a alguna conclusión más o menos general?
–Lo que se repetía en trabajos de distintas investigadoras –porque actualmente hay muchas investigadoras jóvenes trabajando con testimonios en Uruguay, Brasil, Rosario, Córdoba, Colombia, Ecuador– era la cuestión de llegar a la militante, que no es fácil. Lo primero que suelen decir estas mujeres es “en realidad, yo no militaba, militaba mi compañero, mi militancia no fue tan importante, ¿te parece?”. Acá estamos hablando de militantes de base, porque las que tenían cargos importantes en las organizaciones no te dicen eso. Las que lo dicen son mujeres de los distintos niveles, sin cargos de responsabilidad directiva. Es notable la cantidad de mujeres que no habían podido rescatar la importancia de su propia militancia. Un ejemplo muy fuerte fue el de una mujer de Rosario que lo primero que le dijo a la investigadora fue “en realidad, el militante era mi compañero”, pero resulta ser que a través de otros testimonios se pudo reconstruir que su compañero estuvo preso la mayor parte de los años de la dictadura, y que ella hizo la militancia, y era ella la que era reconocida entre la gente. La gente la reconocía a ella y ella había hecho de todo, desde liaçon hasta guardar gente en la casa, ir a hacer las copias, distribuirlas y militancia social en los barrios. Y para la propia persona que toma el testimonio, decíamos, también es increíble enfrentar no sólo nuestros propios prejuicios sino también los de las militantes. En muchos casos, estas mujeres después de haber contado, haber respondido y haber escuchado las preguntas pudieron rescatar su propia historia como militantes.
–Por otro lado, con la historia de la militancia de las mujeres pasa algo muy particular: sólo puede ser reconstruida a partir de lo oral, no hay otras fuentes.
–Sí, y por otra parte lo que pasa es que en los pocos casos en que encontrás fuente escrita, a mí me pasó, no hay fechas. Las militantes de la UFA, especialmente Sara Torres, nos prestaron su archivo, y encontrábamos cosas y preguntábamos de qué año eran y nos decían “ay, no sé, no le poníamos el año”. Esas fallas son parte del fragor de estar iniciando algo. Pero en esos casos necesitás de esa palabra, del testimonio que te contextualice lo que no está dicho en la fuente escrita.
–Además de ese ubicarse en un segundo plano, tras su compañero, ¿qué otra cosa podés encontrar en común en las militantes?
–En casi todos los trabajos de testimonios surgió como problemática a seguir trabajando el tema de la maternidad. Hay una mirada y una tradición de estudios de género acerca de la maternidad, entonces una tiene una batería de marcos para entenderlo, pero surgía como algo muy interesante un planteo: ¿había una dicotomía entre maternidad y militancia? Porque, por un lado, está la sorpresa de saber cuántas militantes asumían la maternidad. Las parejas se seguían armando, seguían teniendo hijos, parte de lo cual está relacionado con los chicos desaparecidos. La pregunta, entonces, es: ¿de qué manera se planteaba?, ¿había una discusión?, ¿no había una discusión?, ¿cómo se manejaba el tema de la anticoncepción?
–O si era parte de la política de la organización, o decisión de pareja, o personal.
–Exactamente. Eso todavía lo tenemos que ver, yo creo que no podemos generalizar el resultado de estas investigaciones preliminares. Cada testimonio te muestra distintos modelos, o incluso a veces la contradicción de la decisión de seguir adelante, pero que a la hora del ahora, cuando el chico había nacido, la discusión diaria era acerca de quién se ocupaba, cómo se ocupaba. El testimonio creo que de Mujeres guerrilleras, de Marta Diana, acerca de una militante que había llevado estas cuestiones a una asamblea de la organización no es un testimonio único. Pero a mí una de las cosas que más me pegó, porque creo que es una de las cosas menos rescatada, es que hay una memoria colectiva de una especie de maternidad social. Una vez que estaban los chicos, sobre todo en organizaciones grandes, existía la sensación de que no estaban solos: si ellos, los padres y madres, no estaban, los compañeros se harían cargo, como que era una gran familia. Ese es un aspecto poco estudiado, y no hay que dejarlo de lado porque incluso cuando la realidad no fuera tan perfecta, es importante la percepción de estas mujeres, de sentir que si ellas no estaban como mamás directas, individuales, había otras mujeres que iban a cuidar a sus hijos, y que la organización estaba detrás como si fuera su familia. El PST es el partido que más trabajó con las feministas y que más consignas provenientes del movimiento de liberación de mujeres metió dentro de sus propias plataformas. El PST, nadie lo sabe, en el ‘73 es el único partido que llevó una candidata mujer a la vicepresidencia, pero eso no aparece en los libros. Nos enteramos a través de los testimonios de las feministas, porque nuestro interés es buscar los entrecruzamientos entre feminismo y organizaciones, ya sea por doble militancia o porque había reuniones concretas, pero es difícil de rastrear. Además, también es cierto que las organizaciones, tanto de izquierda como de derecha, retrucaban con “no vamos a distraernos con cuestiones burguesas”, porque los derechos de las mujeres eran considerados burgueses y entonces la idea era “una vez que llegue la revolución, tendrán sus derechos”. Eso es algo que pasó en todo el mundo, no solamente acá. Pero muchas de las mujeres que se agrupaban dentro del feminismo –que no eran muchas pero hacían muchas cosas– circulaban por esos grupos hasta que se iban. Es un recorrido muy común en esos años en el mundo entero: venir de la izquierda y terminar diciendo “no podemos trabajar acá adentro”. Sin embargo, a través de las militantes pasaban algunas cosas del movimiento feminista. Hubo, por ejemplo, reuniones informales entre las feministas y las que se llamaban “mujeres políticas”, en esta falsa dicotomía entre feminismo y política –que me llevó a proponer que dejemos de decirlo así, es necesario decirlo de alguna manera que no refuerce la dicotomía–. El asunto es que no todas lo quieren admitir.
–¿Hay algo específico en la historia oral referida al género?
–Hay desafíos, y hay que pensar mucho el tema de la metodología en este caso específico: la cuestión del método y la memoria. Las mujeres recuerdan de una manera diferente a la de los hombres, y el relato que ellas te van a hacer siempre está relacionado con su ciclo vital. Siempre hay un diálogo muy fluido entre lo que está pasando en el país, lo que está pasando en la ciudad, lo que está pasando en el barrio y lo que está pasando con sus vidas. Es una historia social muy rica, pero a veces es muy difícil ver esta parte. Por otro lado, con el feminismo en la Argentina hay un abismo generacional. Para mí, hay un problema de construcción política, de cómo transmitimos, cómo acumulamos experiencia política. Porque no se acumula. Y no puede ser que yo piense que empiezo de cero y que la que viene detrás de mí también piense que empieza de cero. Tenemos que crear un conocimiento que pueda ser pasible de ser transmitido. Esa experiencia se tiene que transformar en conocimiento, y ese conocimiento tenemos que transmitirlo.

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Los volantes que ilustran esta nota fueron aportados al Archivo de Palabras e Imágenes (IIEGE) por Sara Torres, y son del período 1972-74.
 
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