las12

Viernes, 29 de octubre de 2004

VIOLENCIAS

El mapa del terror

Sin contar con el subregistro que siempre existe en estos casos, 36 mujeres fueron violadas en la capital cordobesa, en los últimos tres años, por un agresor serial –al menos 20 muestras de semen confirman el mismo mapa genético–. Pero como siguiendo el guión de malas películas de terror la situación se mantuvo oculta hasta que una de las víctimas decidió hacer un mail público. La fisonomía de la ciudad cambió desde entonces: se agotaron los gases paralizantes, el cupo en las clases de defensa personal y los taxis se toman por dos cuadras. Estas estrategias son apenas una muestra del poder del miedo. Y de la impunidad.

Por Sonia Tesa, desde Córdoba

La recepcionista es joven, de pelo y ojos oscuros, bonita. Atiende todas las consultas con la misma amabilidad. Trabaja en la mesa de informes del Patio Olmos, un shopping ubicado en un vértice de Nueva Córdoba, el barrio donde vive la mayoría de las estudiantes universitarias de la ciudad. Cuando se le pregunta dónde conseguir un aerosol paralizante, se le transforma la cara. “En las armerías de calle San Martín”, dice y marca con una birome sobre el mapa del centro, agrega que el precio es de 18 a 25 pesos, que están agotados. Muestra su cartera y saca uno dorado, del tamaño de una lapicera, gastado y sin tapa. “Lo tengo desde hace años, porque vuelvo de trabajar sola, de noche, y ahora lo hago en taxi, aunque me complique el presupuesto”, asegura. Es que la impunidad puede medirse en números: 36 denuncias reconocidas por la Justicia de jóvenes atacadas por un violador serial durante los últimos tres años. Las 20 muestras de ADN que pudieron extraerse responden al mismo patrón genético, existe un identikit y la mecánica del ataque se repite. Una chica violada el 28 de agosto pasado escribió un mail que se difundió en todo el país, y la valentía de su relato puso a las autoridades en la situación de dar respuestas. Las jóvenes cordobesas saben que el Estado las deja indefensas, y buscan mil estrategias para procurarse una mínima seguridad. No son dueñas de sus cuerpos ni de la libertad de transitar. Intuyen que en cualquier momento habrá una nueva violación, y viven con el temor a flor de piel. “Veo que las chicas caminan mirando para atrás, como yo, llevan alarmas personales o silbatos. Sé que hay una paranoia, pero es preferible eso a que no se hable del tema, nadie resuelva nada y haya nuevos ataques”, afirma la autora del mail, una salteña de 20 años que estudia desde hace tres en Córdoba. Mientras hace la nota, está abocada a organizar la marcha que se realizó anteayer, para exigir que detengan al agresor.


El silencio funcionó de una manera implacable: protegió al violador, durante los dos primeros años. Había ocurrido más de una veintena de casos, pero recién el 19 de octubre de 2003 el diario más importante de la provincia, La Voz del Interior, publicó la primera nota con los padres de una víctima. En aquel reportaje, el periodista consignaba que “nadie alerta a la población a fin de no generar psicosis ni entorpecer la investigación”. Entonces la voz de Norma –el nombre de fantasía que adopta la mamá de una de las víctimas para proteger la identidad de su hija– se levantó para decir: “Es necesario que la prensa informe sobre lo que nadie dice”. Desde ese momento, el peregrinar de Norma fue incesante. Se entrevistó con funcionarios provinciales y nacionales, con fiscales y jueces, se incorporó al Movimiento de Mujeres Córdoba, desde donde exigieron –el 25 de noviembre del año pasado– que se difundiera la reconstrucción del rostro del “serial”, como ella le dice. Esa cara puede verse hoy pegada en las vidrieras de algunos negocios, en las oficinas públicas y en los colectivos. Después de la batahola nacional, se realizó un identikit digital que todavía no fue difundido, pero Norma está dispuesta a presionar para que se haga. Las fotocopias del primer identikit son sólo una parte de las modificaciones en el paisaje de Nueva Córdoba.


El violador atacó en unos cuantas zonas –parque Sarmiento, Ciudad Universitaria, Iponá, Villa Rebol, Jardín– pero es en el triángulo delimitado por la Terminal de Omnibus, la avenida Vélez Sársfield y la Poeta Lugones donde consumó la mayor cantidad de violaciones. En ese barrio vive buena parte de los 118.000 alumnos matriculados en la Universidad Nacional de Córdoba. Por la noche, habitualmente, sus calles son un jolgorio, llenas de estudiantes que vuelven de la facultad caminando, se juntan a tomar un helado o una cerveza, conversan. La zona está llena de bares y ciber cafés, donde chicos y chicas se instalan a chatear con sus familias de Salta, Jujuy, Santiago del Estero y Formosa, entre otras provincias que alimentan la universidad más antigua del país.
El cambio en esas calles es notorio. Antes era común que las chicas volvieran a sus departamentos, desde la facultad, sin compañía. Ahora, es excepcional verlas caminar solas de noche, y si alguna se encuentra en esa situación, de inmediato se acerca a grupos de desconocidas para pedirles que la dejen unirse. “Toman taxi por cinco cuadras, las esperamos en la puerta del edificio hasta que entran, están asustadas”, acota un taxista. Ellas miran para atrás mientras caminan, se sobresaltan si un desconocido les hace una pregunta, llevan en sus carteras los aerosoles de gas de pimienta, una pequeña alarma (ideada en principio para puertas) que pueden conseguir a seis pesos y hasta cuchillos de cocina. Otras van con el teléfono celular en la mano, listas para apretar un número predeterminado. Desde el mail, Ana –tal el nombre que se puso para resguardar su identidad– propuso llevar un silbato para alertar si son abordadas por el agresor.


Se acerca a las jóvenes por detrás, en calles oscuras pero no alejadas. Las toma del cabello y les apunta con un arma –aunque no se sabe si no es la antena de un celular– y las lleva caminando unas cuantas cuadras, hasta el lugar que eligió con anterioridad para violarlas. Durante la caminata, las tiene abrazadas, les impide mirarlo, las amenaza con cortarlas todas o les dice que no les va a hacer nada y les habla. Les dice que van a lo de Gustavo, si no conocen a Gustavo, siempre menciona el mismo nombre. Cuando llega al lugar elegido las palpa de armas, las inmoviliza al bajarles el pantalón vaquero y las viola. Según Norma, el violador “no se priva de nada”, en relación a que muchas veces las penetraciones son vaginales y anales. En uno de los lugares –el Foro de la Democracia, un edificio abandonado y oscuro ubicado en el parque Sarmiento– había papeles de diario acomodados en el lugar elegido y en otro, un colchón. A una de las chicas, después de violarla, la amenazó para que no lo denunciara, porque sabía que ella estudiaba Odontología. Por esto y otros indicios, se supone que investiga a las víctimas antes de atacarlas. El 95 por ciento fueron estudiantes. Siempre lleva una gorra con visera, blanca, pasamontañas o cuello polar, de modo que no se le distinga la cara. “Te viene amenazando con que te va a cortar toda, o que te va a matar, es como que tiene un poder psicológico sobre lo vulnerable que te sentís en ese momento, que no sabés lo que te puede llegar a pasar”, relata Ana, con un dejo de terror todavía en la voz. Las violaciones se suceden desde hace tres años, aunque existe al menos una denuncia de 1999 con las mismas características. Según el fiscal Hairabedian hay 36 casos en la Justicia, mientras Norma asegura que las denuncias son 44. Como siempre hay subregistro de violaciones, se estima que puede haber el doble de víctimas. Una estudiante denunció que el jueves 21 de octubre, un hombre con capucha intentó agredirla en la Ciudad Universitaria. “Me agarró de atrás, me dijo que caminara, yo me quise resistir. O sea, al principio había pensado que era una broma; como me quise resistir me pegó abajo de las costillas y en ese momento me salió un grito. Y luego vinieron unos chicos que estaban en el lugar (jugando al fútbol) y ahí fue cuando me soltó, me tiró al piso y salió corriendo”, contó la estudiante. Hairabedian aseguró que no existe denuncia por este caso, pero testigos que se encontraban en la universidad lo confirmaron.


Varias de las víctimas del “serial” fueron asistidas en la ONG Asociación Sagrada Familia, que integra Ruth Ahrensburg, dedicada a violencia de género sin hacer honor a su nombre. “Lo primero que ocurre tras una violación, cualquiera sea, es que te arrebatan la palabra, porque uno tiene incorporado que hay cosas de las que no se habla. Después, aparece un fuerte sentimiento de culpa por la poca posibilidad de defensa”, aportó la profesional, que indicó además: “No me arriesgo a dar un perfil de este hombre, si bien sé por algunos testimonios que como todo abusador capta a la víctima desde la palabra, desde la mirada. Las lleva unas cuadras hablando. No tengo dudas de que la palabra, más la intimidación con el arma, te arrebata, te despoja de lo tuyo”. Ahrensburg arroja sus dudas sobre la confección del identikit. Por la forma de atacar que tiene el violador, son pocas las víctimas que pudieron verlo de frente. “Me llama la atención que nadie haya podido identificarlo, no creo que el identikit sea fiel”, afirmó la especialista en violencia. Por eso, la escritura del mail fue reveladora. Su autora se sobrepuso a la violencia que significó el ataque y lo relató con detalles. “Me imagino que pensarán por qué no saliste corriendo, te tiraste al piso, gritaste, hiciste algo. En ese momento no podés porque te bloqueás, siempre creí que yo iba a poder reaccionar y no pude. Pensé que nunca me podía pasar. No te das cuenta de que te puede pasar hasta que te pasa”, afirmó.
Por su parte, para Alejandra Martín, del Movimiento de Mujeres Córdoba, el accionar del violador serial deja al descubierto un mecanismo de la sociedad. “Es el emergente de una cantidad de cosas que nos pasan. Las víctimas se desplazan con el victimario varias cuadras y nadie ve esa situación, creo que nos lleva a analizar nuestras conductas cotidianas, el autismo, no mirar al otro”, afirmó la integrante de la comisión de violencia del Movimiento. De hecho, la noche de su violación, a la hija de Norma le negaron ayuda dos veces. “La violó en un porche oscuro, y apenas él se fue, ella tocó el timbre de esa casa, para pedir que la auxiliara, pero miraron por la mirilla y no le abrieron. Después se acercó a un auto, y le pidió a la conductora que llamara a la policía, pero la mujer cerró la puerta y se fue”, relató su madre.
Otra agresión fue la atención en la policía. Debieron esperar más de tres horas, paradas en los pasillos de la Central de Policía. No había psicóloga ni médica forense para revisarla, y los agentes que la atendieron ya sabían que era una nueva víctima del serial, que esa misma noche atacó a otra chica. La revisión la realizó un médico forense, algo que también criticó Ana. “Venir de una situación así, en la que no terminás de caer pero sabés que es algo espantoso y tener que sentarte con una persona que no está preparada para tratarte psicológicamente fue muy duro. Usó palabras que no debería usar. La persona que toma la declaración tendría que estar preparada, la persona que te examina médicamente debiera ser mujer, no sabés lo que es que sea un hombre, fue tremendo, denigrante”, rememoró. Después del mail de Ana, la fiscalía decidió asignar una mujer para realizar los exámenes posteriores a la denuncia por violación. Sólo del violador serial hubo más de 30 víctimas antes de que se tomara esta medida. También después del mail se reforzó la seguridad en las zonas donde ataca el violador. Si bien la presencia de policías uniformados, con pecheras naranja fosforescente puede resultar disuasiva, también es cierto que el violador demostró conocer muy bien cada rincón oscuro de la ciudad. Desde el Movimiento de Mujeres Córdoba, Martín consideró que “la policía promueve el aislamiento, que la gente no circule”, y cuestionó esa política: “De ese modo, el violador viola mis derechos, sigue ejerciendo su poder en la sociedad”.

Así funciona el pánico en las jóvenes: potencialmente víctimas de este violador, se recluyen para garantizar su integridad, que debiera garantizar el Estado. Desde que el mail de Ana nacionalizó el tema, fiscales y funcionarios políticos farfullan respuestas que desnudan lo lejos que están de atrapar al violador. El jefe de los fiscales, Gustavo Vidal Lascano, aseguró que hay un círculo de sospechosos y dos son del Comando de Acción Preventiva de la policía provincial, en cambio uno de los tres fiscales del caso, Maximiliano Hairabedian, dijo a Las/12 que tienen un círculo de sospechosos, pero ninguno pertenece a las fuerzas de seguridad. El mensaje de Ana describe: “Me hizo sacarme el sweater que tenía puesto y me lo puso en la cabeza, después me hizo separar las piernas y me palpó. Como te palpa la policía antes de entrar a un recital de Los Piojos, o de la Bersuit, o de cualquier grupo (siempre te palpan)”. El testimonio es coincidente con el de otras víctimas. En la causa hubo más de una decena de detenidos, pero todos los análisis de ADN dieron negativo. Uno de los últimos se llamó Gustavo Reyes, al que apresaron por su parecido con el identikit. Pocos días antes, la policía había recibido un llamado al teléfono habilitado para denunciarlo (0800 555 8784). Decía: “Soy Gustavo Reyes, el violador serial”. Si fue una broma, un intento de involucrar a un inocente o un juego para desafiar a las fuerzas de seguridad, los investigadores no lo saben. “No descartamos ninguna pista, pero no encontramos ningún Gustavo Reyes con una fisonomía parecida a la del identikit en Córdoba”, afirmó Hairabedian.

“Seguro que es alguien poderoso, porque no puede ser que hasta ahora no lo hayan atrapado. La policía lo protege porque el tipo siempre sabe cómo llegar a los lugares descampados, que no tienen ninguna vigilancia, sabe los horarios, llega 5 minutos después de que se fue la policía. Si me pasa algo así me muero”, sintetiza Constanza, estudiante de 4º año de Ciencias Naturales, mientras toma una gaseosa con sus amigas, en un bar del shopping. La certeza de su vulnerabilidad se repite en los testimonios de las jóvenes que van a los bares de calle Rondeau y San Lorenzo –donde se concentran los pubs y confiterías del barrio–, y también en las que toman mate a la tarde en plaza España, llena de desniveles y enormes columnas de cemento que a la noche se convierte en un refugio perfecto que también fue utilizado por el violador. “La otra vez volvía de la facultad y vi a un policía, y al final se supone que por eso estamos cuidadas, pero no sabés si estás protegida o en más desventaja”, dice Paola Devoto, estudiante de tercer año de Ciencias Económicas. Con matices, la frase es repetida por la mayoría de las consultadas, a toda hora, en cualquier espacio público en el que se encuentren. “No confío en la policía”, es una frase serial.
Antecedentes no faltan. El policía Gustavo Machuca, de 32 años, fue condenado a 22 años de prisión el 25 de septiembre del año pasado por 20 violaciones a jóvenes y niñas (¿será éste el Gustavo al que hace referencia el “serial”?). Atento a las sospechas sobre la policía, en una medida efectista y desconcertada, el gobernador José Manuel de la Sota ordenó que se realizaron pruebas de ADN a los 5500 policías de la provincia, y a 1100 agentes del Servicio Penitenciario. Los resultados tardarán más de un año, y ya existen presentaciones por la inconstitucionalidad de la iniciativa. “Es un manotazo de ahogado, una medida anticonstitucional que te demuestra que no sabe qué hacer. Hay cosas que están tiradas de los pelos, como la recompensa de 50.000 pesos para quien aportara datos”, dice Ana sin disimular su bronca.
Por su falta de reflejos, el gobierno provincial instrumentó recién hace 10 días un servicio de colectivos gratuito desde la Ciudad Universitaria, que circula de 20 a 1. Como el transporte es de injerencia municipal, aquí se cuela la disputa con el intendente Luis Juez, del Partido Nuevo de Córdoba. Los estudiantes que responden a esta línea política organizaron una manifestación, pero debieron suspender la segunda por falta de asistentes.


En las ventanas de la Facultad de Ciencias de la Información hay un pequeño afiche pegado con cinta scotch. “No le des ventajas al violador serial, judo, defensa personal”, dice el cartel. El centro de estudiantes, que conduce una coalición de izquierda, pidió que esas clases fueran gratuitas, pero hasta ahora, las autoridades de la universidad accedieron a dar becas, siempre y cuando “las clases no se llenen”. El centro realizó asambleas para pedir algunas medidas, como la mayor iluminación en la Ciudad Universitaria, becas gratuitas para las clases de defensa personal aranceladas que realiza la Dirección de Deportes de la Universidad y la formación de brigadas de los propios estudiantes para vigilar el predio. “La policía no nos merece confianza”, explicó la presidenta saliente, Luciana Echavarría. La movida es compartida con los centros de Trabajo Social y Filosofía. Desde que comenzó su militancia, motorizada por la agresión a su hija pero que fue consolidando una mirada sobre todas las violencias de género, Norma no dejó de golpear puertas. Antes de la interna peronista que se desarrolló el domingo pasado, la candidata y esposa del gobernador, Olga Ruitort, se entrevistó con un grupo de madres. Les aseguró que estaba sobre el tema. Combinaron una segunda reunión, pero la dirigente la suspendió. Ella es la directora del Consejo Provincial de la Mujer, que no se pronunció sobre el caso del violador serial.
Ruitort se refirió también a un decreto de reparación. La hija de Norma no dudó un instante. “Nadie puede reparar el daño que me hicieron”, le dijo.
“Desde que me violó tengo sueños espantosos, vivo todo el tiempo asustada, paranoica, con miedo, sintiendo que todos los tipos que andan en la calle me pueden violar, o hacerme algo, siempre con miedo, con el corazón en la mano y los nervios hechos mierda”, describió su vida después de la agresión la chica que difundió el caso hasta convertirlo en un tema de Estado. “Ahora se están moviendo, lo único que quiero es que lo agarren, que hagan algo, no puede ser tan difícil, se mueve por lugares transitados, parece que está buscando que lo atrapen”, agregó. Pero el violador todavía está suelto.

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