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Viernes, 5 de noviembre de 2004

MODA

Revancha en el probador

Hay legislación vigente que exige a las marcas de ropa para mujeres que amplíen su oferta de talles; sin embargo, en la experiencia de la mayoría, el probador sigue siendo un lugar diminuto en donde se comprueba la inmensidad del propio cuerpo (al menos eso parece). Pero a no desesperar: hay quienes desmienten el divorcio entre moda y talles grandes y Las/12 estuvo allí para comprobarlo.

 Por Sonia Santoro

Si usted alguna vez soñó con rebanarse un pedazo de cola, lijarse el hueso de la cadera, aplanarse las tetas o reducir sus pies varios números; si todo esto sucedió justo dentro o a metros del probador de una tienda de moda, mientras la vendedora la miraba de costado y con cierto rictus desagradable en la boca; si acumula decenas de tardes entrando en cada uno de los negocios de la calle comercial del barrio sin encontrar una prenda que no la convierta en un mamotreto de la edad cuaternaria, es probable que pertenezca al género femenino, que tenga un cuerpo de mujer que empezó a padecer desde mucho antes de que tuviera idea de lo que eso significaba (cuando su mamá, por ejemplo, le decía que si quería que esa galletita que se acababa de comer no magullara su imagen, debía hacer varios largos de pileta) y lo seguirá padeciendo a menos que pueda vivir 100 años –cuando realmente ser gordita, gorda, altísima o patona no la excluyan de la categoría de mujer– o abra su propio negocio con ropa que usted usaría. Pero no se desaliente: Las/12 hizo un recorrido por algunas tiendas de la ciudad para ver qué se esconde bajo el título “talles grandes” (bien escaso, por cierto) y se llevó algunas sorpresas (¡buenas!).
Antes de continuar hay un primer punto a aclarar. No hace falta ser gorda para no poder entrar en la ropa que se exhibe en el 90 por ciento de las vidrieras. Los talles vienen cada vez más chicos. Hace unos años, alguien dijo que había que restar 10 números a los talles con la excusa de homogeneizar con las medidas extranjeras, pero podríamos sospechar que también fue para que suene menos duro al oído: un jean 29 o 30 –los más grandes que ofrecen muchas casas– es el 40 de antes. Pero, independientemente del modo en que se denomine a las medidas, la moda es hacer talles que no le entren a nadie. Y ya se están quedando sin equis para poner delante de la S (small).
El restante 10 por ciento tiene ropa para todas, sí, para todas las que estén dispuestas a ponerse una camisola símil camisón de lana a los 15, usar pantalones con elástico a la cintura sin forma y blazers “monísimos”, siempre en la gama de los negros, grises o azules. En una feria americana de San Cristóbal, la dueña se queja de que la gente le ofrece a la venta ropa demasiado chica (talles 34, 36) y que cuando llega una grande, vuela. ¿Será porque, una vez que encuentran algo, las usuarias de ropa “grande” la usan hasta la desintegración?
Con los dedos de la mano se pueden contar las marcas que no temen superar la barrera del 40 (¿será el de antes o el de ahora?), y ofrecen ropa con diseño, colores y variedades dignas de las que cualquier chica estándar (flaca) podría elegir.
Otra aclaración: si usted tiene el dinero suficiente, es probable que todo esto le parezca una pavada. Como dice Andrea Lippi, directora de la revista Mundo Textil: “Adriana Constantini tiene ropa para todas, pero untraje sale 500 o 600 pesos”. Tal vez usted está pensando que es más fácil rebanarse las partes que vestirse en ese tipo de casas; no es la única. Lippi define esas marcas como categoría A. Y considera que también hay ropa para todas en la categoría C (calle Avellaneda, Once), mucho más barata, por supuesto, pero olvídese del diseño y las texturas.
¿Qué pasa en el medio? ¿Existe la categoría B? ¿O lo “bueno, bonito y barato” sólo se consigue en el colectivo? Las/12 pudo comprobar que hay un “nicho” sumamente reducido y relativamente nuevo dedicado a explotar este vacío; donde, de todos modos, lo de barato no es la regla.
Allí está, por ejemplo, Mamy Blue –que en honor a la verdad empezó dedicándose a ropa para embarazadas–, que en su página web explica su espíritu: “La exclusividad no tiene medida”. Por eso hacen “productos de moda del 42 al 60”. Hay que reconocer que la modelo que allí luce esta bonita ropa, no es lo que una llamaría gordita, pero tampoco se puede pedir todo, ¿no?
La diseñadora Fabiana Cascó está en la lucha por la cuestión de los talles y los precios. A pesar de que desde hace 3 años tiene su local de Seven Size en Martínez, dice: “La gente se queja de que no hay talles, pero tampoco parece estar dispuesta a pagarlos”. Una camisa puede salir de 50 a 150 pesos, pero “no es redituable (ofrecerlas en distintos tamaños) porque la moldería y el diseño son distintos, no todo es apto para el talle grande, además tenés diversidad de público: la vieja, la canchera, la que no asume su peso”, dice.
En marzo del 2004, Mara Dreyfus, ex publicitaria, lanzó su propia marca de lencería, Paloma Sur, avizorando el nido vacío: los talles grandes y su variedad. La especialidad son “los artículos para las más gorditas que también quieren ropa interior diferente y elegante”, y a precios moderados. Tienen corpiños reductores con terminaciones en tul o puntillas (unos 30 pesos), bombachas tiro corto con la opción de un reductor en la parte de adentro, pero con un exterior lindo. Y hasta las bombachas universales, que lejos de ser la típica de la abuela, de algodón y florcitas, tienen las mismas aplicaciones que las más chicas. “Una mujer gordita quiere estar sensual tanto como una flaca”, acota.
Moda Escarcha es un pequeño negocio de dos hermanas que, cansadas de no conseguir ropa para ellas, se lanzaron con lo propio en abril de este año. Jaguit Schnitman vivía en Brasil, donde usaba un talle 42, y cuando vino acá pasó a ser 48. Y no estaba dispuesta a seguir probándose pantalones a fuerza de calzador o comprando remeras que le quedaban de collar. “El otro día, una chica se compró una remera básica apenas entalladita de costado. Era un talle 54 y le encantó porque no le llegaba a las rodillas, no era un remerón, no quedaba escondida debajo de metros de tela”, cuenta. Moda Escarcha es ropa informal. Tiene remeras sin hombro de los colores que se usan (amarillo, rosa, celeste) o pantalones capri. Nada loco, pero sí con alguna pizca de creatividad y de cuidado del cuerpo femenino. Jaguit sabe que ninguna mujer quiere parecer “una carpa” o “un ropero”, y asegura: “No sé si esto hace la felicidad, pero van sintiéndose normales, no monstruos”.
“Las mujeres vienen cansadas de recorrer sin encontrar talle o el tipo de ropa que les gusta”, concuerda María Alicia, de Siete Lunas, negocio que tiene talles del 50 al 80, cambiadores especialmente amplios, sillas grandes para los que esperan, vendedoras gordas. Allí van también hiperobesas y el negocio está siempre lleno. “La ropa es más cara porque necesita más tela y los talleres cobran más; además da mucho trabajo conseguir un taller porque no les gusta, porque dicen que les resbala la máquina. Con la prenda chiquita hacen run y terminaron”, explica.
En fin. Seguramente hay algunas opciones más que una década atrás. Pero si usted todavía teme enfrentar al rubro “vendedora” o su guardarropa tiene sólo dos modelos repetidos al infinito, es hora de hacer algo con su vida.Dé con alguno de estos pocos negocios apropiados o póngase el propio. Si nada de eso es posible, haga realidad, de una vez por todas, el sueño de juventud de hacer trizas la vidriera de ese shopping que tantas veces la ignoró. Probablemente la ropa siga sin entrarle, pero seguramente usted se sentirá tan bien que ni lo notará.

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