las12

Viernes, 17 de diciembre de 2004

SEXUALIDADES

mi lugar en el mundo

Celeste Montanari se hizo conocida cuando participó en el reality show El Bar, antes de que el 2001 estallara, en un gesto de visibilidad que se convirtió en político: era la primera transgénero que se mostraba orgullosa y lejos de las plumas o la prostitución. Ahora protagoniza La lección de Anatomía, una obra mítica que la obliga a mostrarse desnuda pero que ella lee como la “frutilla” de una etapa de su vida en la que aprendió a “hacerse cargo” de quién es.

 Por Marta Dillon

Un segundo antes de subir al pequeño escenario del Teatro Concert, Celeste Montanari está de pie en mitad de la sala, con su pollera larga, amplia, y una camisa blanca que ofrece su escote como una ofrenda. Cuando el silencio y la oscuridad subrayen cada tos como la estridencia de un salto en una música suave, ella, junto al resto del elenco, subirán lentamente al escenario y de pie frente al auditorio comenzarán a quitarse la ropa, a dejarla caer en un gesto de despojo que se repite desde hace 32 años, los mismos que lleva en la cartelera de distintos teatros, sin interrupciones, La lección de anatomía, la obra de Carlos Mathus. Y Celeste cumple con el ritual que impone el guión, ya no tiembla como al principio, cuando inauguró con su anatomía un pasaje distinto del personaje que cada uno construye para salir al mundo al cuerpo desnudo, sin más afeites que los que se pueden imprimir en el recorrido del pelo o su ausencia como última marca de identidad. Ella, que nunca se desnudó delante de nadie más que de ese novio al que agradece haberle dado su lugar en el mundo, el lugar de mujer que era su sueño eterno, ahora se planta y se muestra durante ocho eternos minutos así como es, con sus genitales masculinos y sus formas femeninas. Un cuerpo diverso, diferente a unos y similar a otros, un cuerpo que es único porque es el de ella y en el que aprendió a reconocerse a lo largo de un tiempo eterno que de todos modos no se termina. Porque si la identidad es una estrategia a la que es necesario echar mano para recortarse en un mundo binario que espera que todos y todas encajen en uno de dos lugares fijos, hombres o mujeres, femenino/masculino, ella aprendió a transitar entre lo que le devolvía el espejo y su propio deseo dibujando mapas nuevos, recorridos suyos, de Celeste, que le permiten decir ahora que es tolerablemente feliz. Que sabe quién es y que podría seguir cambiando, porque soñar también es un derecho y el sueño también puede ser el anticipo de lo posible. “Es como la frutillita de esta etapa de mi vida –dice ella, vestida tan de rosa que no escapan de la combinación ni el reloj ni la cartera–, esta etapa que tiene que ver con hacerme cargo de que esto es así... y no hacerme tanta mala sangre porque no me puedo operar. En lugar de eso, lo tomo como que tengo un rollito de más.”
La incomodidad está ahí, de todos modos, late entre sus piernas, convierte en una pesadilla un acto tan simple como estar sentada dos horas en el cine. Y en una amenaza permanente la posibilidad de que algo de lo que ella habitualmente oculta se deje ver una tarde de verano cualquiera, cuando decide ponerse una bikini. No es fácil, insiste, es una porquería, llega a calificar evitando nombrar a su pene más que por el nombre técnico, o diciéndole “eso”, yendo y viniendo de una apropiación de su cuerpo a la ajenidad que le provoca su “condición”. Pero ese camino de ida y vuelta ha sido la huella que fue dibujando su nombre y la definición que encontró para lo que la distingue: transexual. Y no travesti, que eso, insiste, es otra cosa. “Porque más allá de que no esté operada hay una genética que me describe como transexual, la gente piensa que sólo son los que están operados, pero el término transexual en medicina o transgénero es mucho más complejo que un travesti. La transexualidad se puede dar de una manera natural, como es en mi caso que hay papeles que lo demuestran. Mi conformación genética es XXY, y eso me convierte en un caso en un millón.” No es que a ella le guste ser una excepción, es que eso es lo que es y fueron los papeles, la “explicación científica y universal”, lo que le permitió enfrentar el mundo y desarrollarse en estos 27 años como una estudiante destacada, abanderada en el colegio, con un promedio excelente en la carrera de Comunicación Social, de donde egresó poco después de haber atravesado por la experiencia de un reality show –El Bar–, que en 2001 expuso sus estrategias y hasta amenazó con desarticularlas, débiles todavía frente al prejuicio machista de uno de sus compañeros –casi enemigos– que eligió para insultarla el nombre con que sus padres laanotaron después de nacida. “Callate, Carlos”, le dijo entonces un falso poeta que no consiguió los laureles del premio, aunque cierto consenso de los televidentes lo había llevado hasta el final de la ¿contienda? que proponía el programa de Cuatro Cabezas. Y sin embargo no pudo con la entereza de quien llegó a ese nivel de exposición para poner en práctica una “estrategia” nueva que le permita llegar a los medios, el ambiente que consideraba el final de una carrera por convertirse en periodista. Y eso que ya había ejercido como tal, como productora de un programa de espectáculos de la señal de cable Tele Red. Y como locutora, desde los 14 años, en una radio de Escobar, a la que muchos camioneros se prendían, envueltos en la red de su voz, su voz de mujer. “Fue gracioso, cuando volví a la radio después del reality, muchos se quedaron sorprendidos porque antes no sabían todo sobre mí.” Ningún oyente la abandonó, asegura, al menos ninguno lo dijo al aire. Al aire sólo recibió halagos por su fortaleza, su valentía, y también su discreción. En definitiva, el gesto político que implicó su participación en ese show se había cumplido. Ella quería un lugar en el mundo mediático, pero también quería ampliar los límites de la aceptación general, que tantas veces la habían encorsetado no sin poco sufrimiento, aun cuando Celeste aceptara las reglas. Que eso, al fin y al cabo, también es una estrategia.
“Yo era absolutamente normal cuando nací, sólo que no tenía testículos y fue por eso que empezaron los estudios. Pero el médico dijo ‘vamos a esperar para ver si es un varón que nació con un problema o es una mujer que nació con pene’.” Celeste no dice, a lo mejor no sabe cabalmente, cómo escucharon sus padres semejante declaración. Tuvo que trabajar “interiormente” para domar ese enojo contra ellos por haberla tenido así, por no haber intervenido antes de que ella fuera capaz de descubrirse en el espejo. “Mis viejos son buena gente y los adoro, y están conmigo; pero por ahí, si hubieran ido a la facultad o hubieran estudiado más, podrían haber hecho algo de inmediato para solucionar el tema. Pero no lo hicieron.” Celeste no sabe que hay quienes se rebelan contra la intervención quirúrjica que intenta normalizar a quien nace diferente para que pueda encajar en las dos categorías en las que la mayoría se permite pensar y dividir a las personas, obviando los muchos tránsitos posibles que se ponen en práctica a pesar de la normativa. Para ella también el mundo era así, se podía ser hombre o mujer, nada más, “ni siquiera imaginaba, cuando era chica, que se podía ser travesti y que estuviera todo bien”. Y la verdad es que todo bien no está, más allá del camino que elija cada cuál para reconocerse y aceptarse y disfrutarse, para ser de acuerdo al deseo propio y al instante en que se realiza, el sufrimiento, la incomodidad frente a la multiplicidad posible forma parte de cada historia de diversidad; al menos es parte del tránsito. “Mis viejos –dice– hicieron lo que puede hacer cualquier papá o mamá, darle mucho amor a esa criatura. Y bueno, siempre me trataron con sobrenombres, nunca me ocultaron que la ley exigía que me dieran un nombre de varón, pero la ropa siempre fue básicamente unisex y yo era Cali o Chimango, me decían cosas de pajarito... Pero yo sentía todo el tiempo la discordancia, por más que mis viejos hablaran con las maestras del jardín yo tenía que ir al baño de los varones y eso me jodía mucho, porque yo no podía usar esas cositas que están para que los varones hagan pis, yo quería hacer sentada y hacía sentada. Encima, la psicopedagoga estaba con las uñas listas. Es que hay estructuras que uno no puede cambiar y yo prefería aceptarlas antes que provocar.” Pero esa niña que tenía sus novios cuando los novios son apenas una declaración que se hace a los mayores un día creció y se desarrolló:
–Me salieron lolas, así me desarrollé. Y ahí vino el problema. Me empezaron a doler los pechos a los 13, a la edad en que tendría que haber menstruado, y terminé yendo a una ginecóloga y ahí saltó que tenía un problema hormonal grosísimo. Entonces les dije: “Espero que me acompañen, pero de mi historia me quiero hacer cargo sola”.Los 13 es una edad límite para muchas travestis, es la edad en que el impulso por conservar la propia identidad las expulsa de sus hogares, sus lugares de pertenencia, donde se les exige que sean otros, que sean hombres. Celeste, en cambio, gozó de la compañía de su familia y enuncia ese respaldo como una marca más que la recorta del universo de la diversidad. Cuenta que alguna vez, después de que repetidas veces la rotularan en algún programa sensacionalista como travesti, a pesar de haber contado infinidad de veces su historia, Mauro Viale le preguntó por qué no juntaba plata y se iba a operar a Chile. “¿Usted dejaría que a su hija la operara cualquiera, la mutilara sin cuidado? No, bueno, mis padres tampoco, yo tengo familia, gente que me quiere y me cuida, soy sana de la cabeza, no quiero cualquier cosa para mí. Yo entiendo que no puedan decir que soy mujer porque tengo pene, pero si tenés que rotular y te digo que soy transexual o transgénero, poné eso, negro, y no lo que vos quieras.”

“A Cris Miró yo la seguía en todas las revistas, en todos lados, tenía mucha curiosidad por las travestis. Me hubiera encantado ser amiga de Florencia, quería conocerla, hablar con ella, aunque las plumas no fueran lo mío, no soy así comparsita, no digo que esté mal, sólo que no es lo mío. Pero Florencia una vez, cuando trabajaba en Nominados –un programa de Canal 9 al que llegó después de El Bar, trabajando como periodista– y le pregunté, en ese entonces, qué creía que tenía para convertirse en diva, me contesto ‘mirá nena, si nosotras dos nos bajamos la bombacha tenemos lo mismo’, de muy mal modo, me pareció tan poco femenino que no hubo vuelta atrás. Y después, cuando estaba en Las Cortesanas –Canal 13, 2003, conducido por Marcela Tinayre– directamente pidió que yo no le hable. Hubiera querido conocer a alguien con vivencias parecidas a las mías pero nunca me sentí cómoda en los lugares gays, fui alguna vez a averiguar, pero no era lo mío, no podía compartir nada.” Celeste dice que nada la ayudó más que esa vocación por decir la verdad, por abrir alguna grieta que le permitiera pasar por ella para cumplir su sueño de terminar la escuela y seguir estudiando hasta tener una profesión. Y para eso se presentaba junto a sus padres frente a los profesores de educación física, o a los rectores de su escuela, para explicar su caso y solicitar algunos “lugares míos”. Como ir al baño en horas de clase y no en el recreo donde se tenía que reunir con todos los varones del colegio. O asistir siempre en uniforme de gimnasia, que era lo que usaban sin distinciones chicos y chicas. “Solo me ponía la corbata para llevar la bandera, y lo hacía orgullosa por ser abanderada, sabiendo que era una mujer, que bueno, tenía que usar corbata.”
–¿Y no te enamorabas? ¿No tuviste relaciones en la adolescencia?
–Es que estaba muy ocupada por ver quién era, por saber de dónde venía. Yo me ocupé por entender química, te lo juro, aprendí inglés para leer libros de medicina... Y por ahí si me hubiera dedicado a desarrollarme sexualmente me hubiera convertido en una tilinga. Y sí, claro que me enamoré, me gustaron chicos, pero no podía hacer nada hasta no haber resuelto eso, saber quién soy. Y por eso iba a infinidad de médicos.
–¿Y te ayudaron?
–Ninguno me ayudó. Ninguno me tranquilizó, nadie me dijo que hay gente que nace así, que iba a poder vivir. Yo sentía que estaba todo mal, que tenía lolas y me las tenía que vendar para ir a gimnasia, que me miraba al espejo y no me reconocía, que tenía que ir al baño de hombres a pesar de que despierto en ellos una cosa de mujer. No era normal. Y además había mucho maltrato, porque los médicos me tocaban las lolas como si no las tuviera, me decían que era grasa y listo, que tenía que tomar hormonas masculinas. Nadie me preguntó nunca lo que yo me sentía, si varón o mujer, a nadie le importaba eso, yo era un conejito de Indias, nadie pensaba en mi historia, nadie, por eso le dije a mi viejo que por favor hagamos algo.
–¿Qué hicieron?
–Mandamos mi sangre a un hospital en Londres, que casualmente es un hospital que opera transexuales. Yo tenía 14 años y fue muy duro esperar que volviera ese resultado, era como esperar el loto o peor. ¿Qué hacía si me decían que yo era un hombre? Y ni siquiera tenía un médico de confianza que me ayudara, después, a interpretar lo que decían esos papeles. Tuvimos que buscar una endocrinóloga, muy buena, que me habló muy bien.
–¿Te dijo lo que esperabas que dijeran?
–Me dijo que tenía un síndrome que se llama Klinefelter, que es un desorden cromosomático, y que el 80 por ciento de mis hormonas eran femeninas. Por eso me dolían los pechos, porque tenía ciclos como menstruales cada seis meses y tenía además glándulas mamarias. Que no menstruaba porque no tenía por dónde. Pero no se pudo hacer cargo de mi caso porque era contranatura feminizar aún más a esa persona.
–Esa persona que eras vos.
–Sí, claro, igual lo dijo bien. Porque ella no podía hacer otra cosa, para tratarme tenía que intervenir un juez y yo no quería, y en eso fui inteligente, que un juez cualquiera sentenciara si yo era varón o mujer.
–Pero un juez sólo interviene si querés cambiarte el documento.
–Es que yo tendría que tener mi documento de mujer. Nadie puede decir que soy un hombre, digan lo que digan, yo soy Celeste.

Ella no eligió su nombre, su nombre, María Celeste, se lo dio su madre. Y Celeste lo aceptó como un bautismo que esperaba hace mucho. Fue después de recibir esos papeles que ella guarda como una prueba preciosa que podría vender, dice, a un canal serio, como el Discovery Health. Ahí estaba la explicación de su incomodidad, en su sangre, en los gráficos que se elaboraron con una muestra del líquido que la anima, que la hace ser quién es, para ella, sin ninguna duda. Entonces su mamá le confesó que el nombre que habían pensado en caso de que naciera mujer era María Celeste. Y desde entonces no hubo más apodos, sólo Celeste.
–Fue un alivio muy grande, claro que empezaba otro camino, que era cómo iba a hacer para ser medianamente feliz.
–¿Y cómo hiciste?
–Lo hice, como lo hice siempre, sabiendo quién soy más allá de mi cuerpo o de mi ropa. Como sabía quién era cuando me tenía que poner la corbata para llevar la bandera o a pesar de la molestia cuando escuchaba mi nombre cada vez que pasaban lista. Trabajé mucho, porque por ejemplo aprendí a hablar en neutro de mí, ni en femenino ni en masculino. Y cuando iba a bailar me ponía jeans y remeras, como cualquier mujer, sin necesidad de los tacos y las minifaldas. ¿A quién no le gusta ser especial? ¿A quién no le gusta saber, más allá de que todos somos únicos e irrepetibles, que no hay en la calle 200 personas como vos? Siempre supe que iba a ser difícil, pero cuando recibí esos papeles supe que podía quedarme tranquila, que no tenía que mentir ni hacerle daño a nadie. Y que podía mostrar que hay otras posibilidades, y que una puede ser buena persona... como sea.
–¿Creías que con una prueba científica el resto del mundo te podría entender?
–No, para la sociedad está remal, pero que piensen lo que quieran. Yo no discuto más. Igual sería si fuera travesti, que se entienda que yo creo que no lo soy, que soy transgénero, pero si lo fuera también lucharía por eso como lo hago por lo mío. No comparto la pluma, es eso nada más. Por ahí te hablo desde el saber común o el prejuicio, pero yo no me veo haciendo un show en un bar gay.

Hubo un momento mágico en la vida de Celeste, y no tuvo nada que ver con la televisión. Fue cuando encontró a quien es su novio desde hace cinco años. Lo conoció por Internet, pasó meses chateando y otros más hablando por teléfono. Desde el principio ella le dijo quién era, y por qué era diferente.–Al principio no me creía, porque le mandé una foto y porque la voz en el teléfono lo hacía dudar.
Se encontraron en una esquina de Belgrano, ella lo pasó a buscar en el auto que sus padres le dieron para ponerla a salvo de agresiones que creían perfectamente posibles, para que pudiera ir y venir de la facultad sin problemas. Un beneficio de clase que la protegió aunque no le evitó otros sufrimientos.
–Con él encontré mi lugar social de mujer. El me invitó por primera vez a comer afuera, a tomar algo, me daba la mano en público. Yo me sentía como Cenicienta, tocada por una varita mágica. Ojalá la vida me permitiera envejecer con él.
–¿Crees que tu condición te da un encanto extra en tu relación con él?
–Para nada, yo creo que él me está esperando. Yo daría todo por sentirlo adentro por ese lado. Pero bueno, antes me tengo que comprar mi departamento, tengo que trabajar, no es fácil juntar la plata y yo no me quiero operar a cualquier precio.
–¿No tenés miedo de perder sensibilidad?
–Mirá, todas las mujeres deberían no ser mujeres por un día para darse cuenta de lo que significa desde ponerse una pollera hasta que se te enrede el pelo largo en la ducha. Además yo no uso mi pene más que para hacer pis. Ahora que crecí un poco me permito más cosas, pero podría prescindir de eso. Digamos que el clímax lo logro como una mujer, ¿viste que las mujeres tardamos, que no nos excitamos rápidamente? Mi psiquis es femenina, por eso con esta pareja pudo ser fácil en ese sentido. Tardamos como cinco meses en acostarnos.
–¿Y la familia de él que dice?
–Fue difícil, igual que con los amigos. Yo sé que ellos hubieran querido otra nuera, pero tienen ésta y hago todo para hacerlo feliz a él. Por supuesto que me siento muy vulnerable, muy mujer en cuanto a la posibilidad de perderlo. Pero bueno, es mi primer amor, mi primer hombre, el primero frente al que me pude desnudar.
–Y ahora lo hacés delante del público.
–Sí, lo conversé antes con mi papá porque yo no me animaba. Nunca había actuado y la verdad es que cuando empecé a probar me di cuenta que lo podía hacer, aunque mi sueño sea trabajar por ejemplo en la revista Viva, o en Cosmopolitan. Pero ahora estoy trabajando y agradezco eso. Y me estoy entrenando para poder bailar también. Este es el lugar que tengo y lo aprovecho.
Igual que siempre se apropió del lugar que le dejaron y lo convirtió en el suyo, el de Celeste.

Compartir: 

Twitter

 
LAS12
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.