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Viernes, 24 de diciembre de 2004

SALUD

Chicas X

La psicóloga Susana Balán afirma que algunas mujeres de entre 30 y 40 años son un mundo aparte: la generación X, esa que percibe los contrarios y logra armonizarlos en convivencia. O inestabilidades productivas. Con esa tesis escribió Dos para el tango, una investigación sobre la que conversa en esta entrevista.

Por Lucía Monti

De Susana Balán las palabras salen y se escuchan precisas, cortantes, vividas cuando habla sobre sí misma y, a la vez, sobre otras mujeres. Investigadora y escritora, practicó la clínica psicológica desde 1963 en Buenos Aires, Río de Janeiro y Nueva York, donde vive actualmente, y escribió Dos para el tango. Nuevas formas para un encuentro amoroso (ed. Del Nuevo Extremo), el tercero de sus libros (los anteriores fueron Três estilos de mulher, La utopía amorosa), en el que observa el universo femenino y propone un marco de análisis sobre las identidades del género. Ella define y delimita un mundo: el de una mujer que “no sabe ser”, el de la mujer de la generación a la que llama “X”, integrada por mujeres de entre 30 y 40 años. Dice que esta mujer percibe la finitud y la eternidad, lo incondicional, lo precario y lo definitivo, pero que en su dicotomía está partida. Balán traduce, traza un gesto, encuentra un lenguaje conceptual para explicarla y sin anular un elemento de la contradicción, le da identidad y la llama sincrética. Esa mujer aparece en su nombre. Hija gigantesca, lleva consigo una inmensidad de la especie: son mil mujeres (residentes en su cuerpo hay otras, antes y después) y habla sobre el amor, dice que está allí siempre, descubierto o mudo. Es exploradora de un mundo que mira al detalle para encontrar un amor posible donde sólo se ve desasosiego.
–Este no es un libro de autoayuda ni es un manual. Mi único objetivo es decirles a las personas complejas que se sienten solas por ser tan “raras” que existen más “raros” como ellas. Para que se sientan menos solas, para que sepan que hay más de uno peregrinando en el camino de la búsqueda de la coherencia afectiva, que existe algo así como un “colectivo” al cual pueden referirse. Una vez que se tenga esta conciencia, espero que este libro despierte las ganas de mirar mejor a las personas con quienes se relacionan. Que aprendan a detectar quiénes están en el mismo camino de la ética de los afectos.
–¿Cómo empezó todo?
–Este libro empezó a partir de una mujer concreta, por mi compromiso emocional con ella. Es una periodista mexicana, quien me planteó una pregunta: “Ustedes nos enseñaron a pelear pero no nos enseñaron a amar”. El compromiso de su búsqueda para entender que era lo que ella o el otro hacían “mal” y desde dónde se daban las dificultades de su relación con los hombres fue conmovedor. Me sentí obligada a trabajar conmigo misma para entender qué era lo que nosotras, las madres de nuestra generación, habíamos transmitido como ideología. A partir de este caso empecé a observar a otras personas y se generó un grupo “universal”. Yo ya había hecho trabajos de investigación sobre el amor. A principios de los ‘80, escribí Três estilos de mulher (Tres estilos de mujer), donde empecé a trabajar sobre la manera en la que los estilos de ser mujer condicionaban la relación con los hijos; hice un análisis comparativo entre las mujeres de Lima, Río de Janeiro y Buenos Aires. Y este libro fue el antecedente disparador de Dos para el tango... que empezó en Nueva York. Aquí noté un tipo especial de migración, no política, geográfica o económica, sino de migraciones afectivas. Son personas que vienen a esta ciudad a buscar, no sólo oportunidades profesionales sino también algo así como un “amor descomunal”.
–¿Cómo define a la generación “X”?
–Hoy tienen entre 30 y 40 años, aproximadamente. Creo que algunas de estas personas son confusas afectivas. Están angustiadas, no entienden qué les pasa y por qué no funcionan sus relaciones amorosas. Son confusas, no complejas, son contradictorias, no paradójicas, son dispersas, no diversas. Se sienten capaces en casi todos los aspectos de sus vidas, pero inoperantes en el amor. Son más completas que las mujeres que lasprecedieron pero no saben qué quieren, adónde quieren llegar ni quiénes son. Le exigen al otro que les dé lo que quieren sin saber de qué se trata. Se sienten desencajadas, no pueden priorizar sus deseos y necesidades, no saben buscar un lenguaje que incluya el “yo”, el “tú” y el “nosotros”. Tal vez haya que buscar el origen de esta confusión en los modelos femeninos anteriores. Las mujeres de mi generación les transmitimos a nuestras hijas que tenían que ser independientes, fuertes y autoabastecidas. No debían necesitar a nadie. Crecieron observando las luchas de poder entre sus padres y son hijas de la generación de los divorcios.
–¿Cómo salir de la confusión?
–Algunas de estas personas pueden convertir esta confusión en lo que llamo “sincretismo afectivo”. Esta gente intenta construir una utopía afectiva. Tratan de entender por qué sienten como sienten y tratan de unir estos sentimientos al pensamiento: unir el “para mí” con el “para el otro”, el “aquí y ahora” con el “allá y entonces”. Su rasgo principal es la responsabilidad consigo mismos y con los demás, y con esta actitud se comprometen. Tienen como tarea central de sus vidas trabajar sobre sus afectos. Esto comienza desde la niñez; nacen con una habilidad especial para conectarse con los sentimientos propios y ajenos. Sienten una gama más amplia de sentimientos y pueden percibir en otros ciertas sutilezas afectivas porque tienen una observación más aguda que la mayor parte de la gente. Las sincréticas afectivas son pocas y son quienes me enseñaron que existe una posibilidad de llegar a esta verdad afectiva compleja. Hay mucho trabajo y esfuerzo para llegar al sincretismo sin que esto sea un pastiche informe, un collage desorganizado.
–Esta es la imagen de una forma de sociedad compleja, es a su imagen que se explica. ¿Por qué lo cree?
–Hay muchísima diversidad de opciones. Ustedes tienen una enorme diversidad de opciones: pueden casarse o no, tener relaciones homosexuales o heterosexuales, vivir en comunidades familiares o vivir solos, tener hijos y decidir cómo o cuándo. Las personas de nuestra generación no teníamos esta diversidad, se trataba, simplemente, de oponernos al modelo familiar de nuestros padres. Esa era la opción y era fácil: estabas en contra o estabas a favor y estaba todo claro. That’s it. Ahora, ¿se está a favor de qué y en contra de qué? Ustedes se preguntan, ¿qué conviene copiar?, ¿qué conviene rechazar? ¿Cuál de los numerosos modelos que tuvieron resultó mejor?
–¿Hubo un cambio de paradigma?
–Yo creo que sí. Nosotras promulgábamos la entrega, la confianza, la apertura absolutas. Y nos equivocamos muchas veces. Sacábamos la propia responsabilidad de analizar a quién nos entregábamos, cómo lo hacíamos y si el otro podía, o no, recibir nuestro “peso”. Algunas de las personas de esta generación promulgan un equilibrio más interesante que incluye la responsabilidad en el diálogo con el otro. Este equilibrio es un proceso de trabajo constante porque, como todo equilibrio, es inestable. Ser afectivamente sincrético implica conocer esta inestabilidad y mirar, todo el tiempo, cómo se da la interrelación con el otro. Saben que si no hay diálogo, no hay ajuste y no hay posibilidad de entrega mutua.

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