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Viernes, 14 de enero de 2005

LOS BAñADORES

la marca del verano

 Por Victoria Lescano


La escena del ingeniero mecánico Louis Reard acomodando sus gruesas gafas para así enfocar mejor los efectos de su invento, una bikini color rosa sobre el cuerpo de la stripper Michele Bernardini –sucedió durante el verano europeo de 1946–; o la presentación, apenas unos días más tarde y desde los trampolines de la célebre pileta Molitor de otra versión de dos piezas firmada por el diseñador francés Jacques Heim, hacen al anecdotario oficial del atuendo más rentable de la historia de la moda para playa.
Pero los bañadores ya habían ingresado a los guardarropas desde la alta costura en 1920. Mientras que Coco Chanel puso de moda los baños de sol y trasladó su apropiación de códigos de la vestimenta masculina a una colección de bañadores, Elsa Schiaparelli creó modelos de inspiración deportiva, con superposición de musculosa, chaleco, short y botas cortas (cada ítem llevaba estampas a rayas complementarias). Y en 1924, Jean Patou exhibió tanto en su tienda de Biarritz como en la de Deauville bañadores con diferencias de diseño entre los de agua salada y los de piscinas.
Splash! no es sólo la onomatopeya del chapoteo en el agua, también es el título de un libro de Richard Martin y Harold Koda que agrupa imágenes de starlets (aspirantes a estrellas) en bikini, modelos fotografiadas cual diosas griegas para publicaciones de moda de 1940, a Johnny Weismüller, ya sin el taparrabos de Tarzán sino en robe de toalla blanca y short. Propone además, un recorrido por trajes de baño que marcaron hitos y los personajes más emblemáticos del chic para playa y pileta, y refleja las estéticas surgidas desde que los baños de mar dejaron de ser coartadas terapéuticas para convertirse en ocio.
En un intento de mapa social del deseo, sus autores fechan la exposición del cuerpo a través de las décadas: afirman que 1910 se descubrieron los brazos femeninos, que los diseños de 1920 empezaron a dejar las piernas a la vista, que los escotes se anunciaron tímidamente en 1930, mientras que maillots y trajes de dos piezas dejaron ver la piel entre 1940 y 1950. En el entretiempo de esas décadas y como consecuencia del cambio de silueta dictado por Dior durante la posguerra, del mismo modo en que las cinturas se ajustaron al punto de avispa, los trajes de baño delinearon más el cuerpo y pusieron foco en el culto a los corpiños en punta.
Pero el intento más exhibicionista de la industria se vio en 1964, cuando el diseñador vienés Rudi Gernreich, lanzó una edición de tres mil piezas a 25 dólares cada una del traje de baño topless. Consistió en una bombacha alta hasta el ombligo y de la cual emergían dos tiras que cruzaban los pechos. Gernreich, quien dominaba a la perfección la caída de materialesceñidos puesto que su familia se dedicaba a la ropa de ballet, confesó haberse inspirado en la costumbre de sus modernas amigas europeas de bañarse desnudas. Peggy Moffit fue la elegida para modelarlo.
El topless con diseño tuvo tantas detractores como la inocente bikini: el Vaticano lo calificó de “aventura erótica industrial” y con el revuelo mediático la firma californiana Cole presentó el traje Scandalo, un modelo con malla de red en el escote, desde un comercial televisivo. Lo usó una rubia que, además del escote hasta el ombligo, llevaba una ametralladora en sus manos y las imágenes alcanzaron tanto rating que los periódicos de la época optaron por anunciar sus horarios de salida al aire entre la programación de cada día.
A las interpretaciones de Koda y Martin, catedráticos del Fashion Institute of Technology y curadores de numerosas muestras en museos de la moda norteamericanos, hay que sumar los cortes asimétricos y el colaless, que ingresaron al estilismo de los ‘80.
Y que entre los ‘90 y el principio del último milenio los diseñadores matizaron las bikinis en puro algodón con otras en telas de tapicería, encajes, promesas de materiales que filtran los rayos de sol perjudiciales y fragmentos de joyas aplicadas a la lycra. Para el verano 2005, las tendencias rescatan la trikini, un híbrido entre bikini y bañador, los corpiños de estilo deportivo, los triángulos en color menta y también se sugiere como detalle chic usar un cinturón dorado o plateado encima del traje entero.

Starlets y divas en bañadores
Hollywood adoró y explotó el concepto de bathing beauty, desde 1930 los publicistas de los principales estudios vistieron en bañadores a sus aspirantes a estrellas, femeninas y masculinas.
En las páginas de Splash!, entonces, se puede ver a Marilyn Monroe en 1950 con un dos piezas gris y también en entero azul al tono de las cintas que sostienen un par de sandalias con taco de acrílico y los labios con rouge, Rita Hayworth y Gene Tierney con modelos cándidos (la primera lleva maillot rojo con faldita y la segunda, modelo rojo de formas que aún setenta años más tarde sorprenden por su fusion de short con festones y corpiño ceñido con lazo y a Jayne Mansfield, con algunos de los tremendos modelos de su vasta colección.
La chica a quien los críticos maliciosos llamaron la Marilyn pobre, representó para las bikinis en animal print algo así como Jackie O al vestidito negro: posó con variaciones de pieles falsas hasta en concursos de belleza en Groenlandia y sacó una línea de merchandising que consistió en esculturas en plástico de su cuerpo.
Muchos de los modelos que las vestuaristas Irene Sharaff y Helen Rose bocetaron en los años ‘40 y ‘50 para Esther Williams fueron copiados por los fabricantes y las grandes tiendas. En 1980, la protagonista de Escuela de Sirenas –el film plagado de acrobacias acuáticas propuso disparates tales como mallas con capa de torero– y The Million Dollar Mermaid –la biografía de la nadadora, que a principios del siglo veinte fue arrestada por usar bañador– finalmente logró también sacar réditos cuando puso a la venta una línea de traje de baños con su nombre.
Si bien algunos teóricos adjudican al cuadro El bañista, pintado en 1885 por Paul Cezanne haber vaticinado estilos masculinos, el gran primer modelo de shorts masculinos fue Johnny Weismüller, el favorito para modelar bañadores de los publicistas de la firma Jantzen y BVD.
Burt Lancaster erotizó el short de baño masculino en escenas de De aquí a la eternidad. Por el contrario, unos años antes, en 1938 Ronald Reagan, fue fotografiado en short de playa en 1938 por alguien de la Warner en unapose francamente femenina (sonreía sentado en el antebrazo de una reposera de madera).
En los años ‘50 el padre de Brigitte Bardot llegó a demandar al director Willy Rosier porque no respetó la consigna de vestir a su hija, aún menor de edad, con un traje recatado. Por el contrario la joven B.B. apareció en bikini y cuando ese film se estrenó en los Estados Unidos, lo hizo con el nombre La chica en bikini.
Los bañadores volvieron a tener protagonismo en tramas de las beach party films protagonizadas por Anette Funicello y Frankie Avalon. En muchas de ellas, y a través del formato de los bañadores se mandaron mensajes subliminales en las tramas. Por regla general las chicas buenas usaban traje entero y a las malas les ponían una bikini.
Otros modelos santificados por el cine fueron el bañador de gamuza que Raquel Welch lució en 1966 en Un millón de años antes de Cristo, y la bikini blanca que Ursula Andress combinó con cuchillo en Dr. No y demás filmografia de las Chicas Bond.

Los estilistas de la moda playa
Las fotografías de Louise Dahl Wolfe para las portadas de Harper’s Bazaar, fechadas entre mediados de los ‘30 y los ‘50, sublimaron el reposo de mujeres en bañadores de jersey. Por regla general Dahl Wolfe trabajó junto a su marido, un escultor, e hizo constantes homenajes a las efigies griegas. Fue la favorita de la diseñadora Claire Mc Cardell, una de las fundadoras del sportswear americano y quien en cuestión de modas para playa diseñó trajes de jersey en cantidades industriales y a precios accesibles.
En cambio, las imágenes en movimiento de Martin Munkacsi (porque sus tomas exaltaban ese momento de ocio elegantísimo con intenciones de algún deporte, las carreras junto al mar o el clímax de una zambullida de cabeza) fueron las más aptas para difundir la incorporación de materiales elásticos y aptos para deportes.
Las producciones de los ‘70 impusieron locaciones exóticas y el culto a las etnias, mientras que la religión de fitness de los ‘80 transformó los atavíos y los modos de fotografiar el cuerpo: tanto Herb Ritts como Bruce Weber consagraron sus lentes a acentuar los atributos físicos de nadadoras y bañistas. La fotógrafa de Playboy y chica pin up Bunny Yeager representa un extraño caso de reportera, modelo y designer: en 1950 empezó a hacer sus propios atuendos pintando a mano margaritas y otras flores inciertas sobre ínfimos triángulos de tela y con las que en agosto de 1950 construyó la marca Bunny Yeager Inc. El catálogo incluyó bañadores de día y una línea de coctel en lamé, terciopelo y pieles falsas. Ella modeló cada pieza y resumió su método de diseño en “todo lo que se necesita es un pedazo de tela, tijeras y mucha imaginación”.

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Peggy Moffitt con el modelo topless de Rudy Gernreich, 1964
 
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