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Viernes, 11 de febrero de 2005

LEYENDAS

De vuelta

Nació como Eva Chegodayeva Sakonskaya, de padre príncipe (refugiado) y madre escultora. En su adolescencia, tras una experiencia como conejita Playboy, se convirtió en Eva Norvind y fue una sex symbol mexicana del cine clase B. Ahora, con 60 años, se reinventó como Ava Taurel y se graduó como consultora psicosexual, es amiga de la intelligentzia neoyorquina y entrena actrices para escenas sexuales, cuando el oficio de dominatrix le deja ratos libres.

 Por Mariana Enriquez

En Estados Unidos, Ava Taurel es un nombre conocido no sólo como una de las dominatrices más célebres de la escena sadomasoquista neoyorquina sino como una activista sexual de agenda frenética, quizá no tan famosa como Annie Sprinkle o Susie Bright, pero igualmente controversial. Su base de operaciones es Ava Taurel y Asociados, una empresa dedicada a explorar la dinámica del intercambio de poder en relaciones sexuales con objetivos terapéuticos y “constructivos”, además de, claro, placenteros. La empresa de Ava ofrece sesiones de disciplina, talleres y distintas fantasías; ella ya no ejerce como dominatriz excepto en casos excepcionales, porque prefiere dar talleres en todo el mundo sobre empoderamiento, exploración de fetiches y juegos para el mejor conocimiento de la sexualidad en pareja.

Como dominatriz, Ava comenzó a trabajar en 1985 en el local Belle de Jour de Nueva York, por treinta dólares la hora durante cuatro años. Sus buenos oficios la condujeron a montar su propio local para sesiones privadas, hasta que consideró necesario ampliar el horizonte y sumar otras dominatrices y activistas sexuales a su empresa. Hoy se la puede ver en charlas por todo el mundo, una mujer de sesenta años desenfadada y experta. Pero durante muchos años, muy pocos sabían que Ava Taurel había tenido otras, muchas, vidas.

La bomba exótica

El verdadero nombre de Ava Taurel es Eva Johanne Chegodayeva Sakonskaya. Nació en Noruega, hija del príncipe ruso refugiado Paulovic Chegodayef Sakonsky y de una escultora noruega. A los 15 años, la hermosa rubia se mudó con su familia a Francia, y enseguida ganó un concurso de belleza en Cannes; su madre la hizo desfilar semidesnuda frente a hombres de la industria cinematográfica. El plan materno dio resultado: en 1961 consiguió un pequeño papel de turista alemana en la película de Marcel Moussy, Saint Tropez Blues. Poco después cambió su nombre por el de Eva Norvind, y empezó a trabajar en Follies Bergère y la Comédie Française. En 1962, Eva se mudó a Canadá y luego a Nueva York, donde trabajó como bailarina en cabarets y hasta fue conejita de Playboy, todo antes de terminar la secundaria en 1964. Eva, voluptuosa y atrevida, decidió irse a estudiar español a México, donde la descubrió un productor televisivo. En el lapso de un año, Eva Norvind era el nuevo sex symbol mexicano, y una estrella del cine clase B. Su primera película fue Nuestros buenos vecinos de Yucatán (1965), y al año siguiente apareció en seis películas más: Esta noche no (1966), Pacto de sangre (1966), Juan Pistolas (1966) –donde interpretó a la esposa de un sheriff junto al legendario Javier Solís–, la bizarra Santo contra la invasión de los marcianos (1966), Bésame, mi amor (1966) y su última película en México, Don Juan 67 (1966) con Mauricio Garcés.

El abrupto fin de la carrera de Eva Norvind en los años ‘60 tuvo que ver con un escándalo que la catapultó como una pionera feminista, y lo pagó caro. En 1966, el año de su mayor exposición, apareció en la televisión mexicana hablando de control de natalidad, como una férrea defensora de la píldora anticonceptiva, gesto que le ganó la antipatía y la censura en un país ultracatólico. El gobierno mexicano le ordenó dejar el país en veinticuatro horas. Pudo evitar la expulsión gracias a la ayuda del sindicato de actores, pero se le prohibió trabajar en TV durante un año, y también trabajar en cualquier otro medio por cuatro meses. Eva lo soportó, y pudo participar de obras de teatro. Pero sus días en México estaban contados. Todo empeoró cuando fue madre soltera; en poco tiempo pasó de ser la bomba erótica más deseada a ser una mujer temida por su libertad y su enfrentamiento a las convenciones.Para 1968, Eva seguía viviendo en México, pero se vio obligada a reinventarse. Así se convirtió en fotógrafa, cubriendo eventos de moda y farándula en París y Nueva York. También logró una excelente reputación como crítica cinematográfica, con cobertura de festivales internacionales y entrevistas exclusivas con estrellas de la Paramount y Universal. Pronto pasó al campo de empresaria del cine, distribuyendo películas de la cinemateca mexicana al mercado europeo, especialmente el escandinavo.

En los ‘80, Eva se estableció en Nueva York. Su hija había huido de casa a los 12 años; hoy es actriz, se hace llamar Nailea Norvind y llama a su madre “una puta”, y eso cuando quiere hablar de ella. Sola, usando sus contactos en el mundo del cine, Eva estudió producción cinematográfica y produjo cortos y películas en Berlín e Israel. Pero siempre supo que su verdadero camino era la exploración de la sexualidad, a la que se dedica de forma excluyente desde mediados de los ‘80 bajo el nombre de Ava Taurel. En los ‘90 obtuvo un master en Sexualidad Humana y Educación Sexual de la Universidad de Nueva York, y también estudió Psicología Forense en el John Jay College de Justicia Criminal. Como especialista en el campo, logró compartir una conferencia con Hillary Clinton en el Encuentro de Mujeres de Beijing, y entre sus amigos y colaboradores se encuentran Nancy Friday, Erica Jong y Milos Forman.

La mujer del látigo

Eva Norvind pasó mucho tiempo sin que el mundo supiera acerca de su fascinante vida. Pero, en 1997, la cineasta feminista alemana Monika Treut dirigió un documental llamado Didn’t Do It for Love que la devolvió al ojo de la tormenta. “Eva es una pionera sexual poco convencional”, dice Treut. “Yo siempre estuve interesada en la exploración de la vida erótica de las mujeres, y ya había trabajado en films con Camille Paglia y Annie Sprinkle. Eva tenía que ser la siguiente, porque su obsesión con la sexualidad es arriesgada y única.”

En la película, Eva habla por primera vez de su extraña familia –hoy su anciano padre se gana la vida como botellero en Nueva York, y no tiene relación alguna con ella–, pero también se la ve en plena acción como severa disciplinadora. Una de las escenas más conocidas la muestra humillando a un joven amante negro al punto que el muchacho queda tartamudo. En otra escena, algo grotesca, Eva acaricia lascivamente a un armoniquista sin piernas. También habla con candidez de sus relaciones lésbicas, y relata cómo su amante neoyorquina la introdujo al mundo sadomasoquista de Nueva York del que nunca pudo salir. “Está claro –dice Treut– que Eva tiene muchos demonios y que lidia con ellos. No temió hablar de la bronca que hasta hoy le inspira su madre; se puede decir que casi la prostituyó cuando era adolescente. No hace falta ser psicólogo para aventurar que la raíz de su hipersexualidad está muy cerca de la relación amor-odio que tiene con su madre. Pero no traté de subrayar nada en especial; sólo la dejé hablar y actuar ante la cámara. Además, hoy Eva es una sexóloga respetada, y su trabajo sobre el poder y el consenso en las relaciones es muy serio y profesional. Como si siguiera teniendo una doble vida.”

En 1999, Eva entrenó a la actriz René Russo para que lograra escenas sexuales convincentes en la película El caso Thomas Crowne, junto a Pierce Brosnan; René se desnudaba por primera vez, a los 45 años, frente a las cámaras, y necesitaba una experta profesora. Entretanto –ella es infatigable– sigue participando en documentales, libros y planea dirigir una película el año que viene. Su vida, que se reparte entre Nueva York y Connecticut, es la de una auténtica gitana: habla inglés, francés, español, alemán, sueco, noruego, ruso e italiano, lo que le permite dar sus charlas sin traductores. Y, en ocasiones, acompaña con lecturas de poesía erótica a Luisa Valenzuela, la escritora argentina que ha inmortalizado a Eva en sus novelas La travesía y Novela negra con argentinos. En ambas, Eva aparece como Ava Taurel, “la famosa dominatriz licenciada para servirle a usted” que funciona como catalizador de la acción; su casa en Nueva York es el lugar de encuentro de personajes y también metáfora de las complejidades de la obediencia y la disciplina. La Ava de ficción suele preguntar: “¿Qué prefiere? ¿Hard bondage? ¿Soft bondage? ¿Ligaduras pesadas o livianas? ¿Cuero? ¿Cadenas? ¿Le gusta la ropa interior de mujer? ¿Prefiere mucho dolor, poco dolor? ¿Asfixia? ¿Martirio genital, liviano o pesado?”. El crítico Guillermo Piro escribió: “La encantadora presencia de Ava en La travesía obliga a sustituir el machismo con el masoquismo y propaga otro tipo de amor, palabra que, dicho sea de paso, rima con dolor”. Todo es Eva Norvind: bomba rubia que llegó a México con diez dólares y se transformó en una estrella, personaje de ficción, hija de la realeza en el exilio, consultora psicosexual, dominatriz. Una mujer que, a los sesenta años, confiesa que fantasea con hacer pis al lado de Madonna y recibe llamados de los estudios para entrenar actrices. Una pionera que no necesita nada más para sustentar su condición de leyenda.

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