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Viernes, 3 de mayo de 2002

PERSONAJES

Parra de pura cepa

Juanita Parra es chilena, pero a poco de cumplir dos años debió emigrar con toda su familia, integrantes de Los Jaivas. Con menos de siete recaló en París, y allí se crió, en una enorme casa llena de chilenos que añoraban su patria. Volvió siendo la iluminadora del grupo, y actualmente es su baterista.

Por Rosario Bléfari, desde Chile

Chile, por mucho tiempo, fue un lugar en la imaginación de una niña que vivía en una comunidad de músicos, en una familia musical que dentro de un país lejano le proporcionó una patria hecha a su medida por la gente que la quería y que compartía sus días. Esa patria tenía hasta un folklore particular, ideado –como la noción de Chile de Juanita– por el arte de volver a trazar un origen con deseos, recuerdos y fantasías. Esa casa en la que vivían todos en las afueras de París –hasta tenía una laguna– fue el escenario perfecto, la tierra de Los Jaivas en Europa, una fortaleza llena de música y otros niños –primos– para jugar. Mientras los padres ensayaban, los hijos crecían y aprendían. Juanita tocaba la batería como su padre pero nunca imaginó que un día estaría en el mismo puesto que él dejó libre al morir, a bordo de la nave–casa–familia de Los Jaivas. El reemplazo sirvió para curar la herida, el mejor remedio para el dolor: en el lugar de la rama arrancada, un brote nuevo al que guiar y del que emanó fuerza regeneradora. La educación francesa le aseguró independencia, voluntad y terminó de perfilar a esta mujer que ahora decide vivir en Chile porque quiere ser parte de un país real.
–¿Cómo era ese Chile que casi sin conocer recreaste en tu imaginación de niña, y al que pensabas volver alguna vez?
–Salimos de Chile en el ‘73 todos Los Jaivas, yo tenía dos años y medio, no cumplía los tres todavía. Primero fuimos a Argentina y estuvimos hasta el ‘77, yo era muy pequeñita, tengo muy pocos recuerdos de esa época, pero Los Jaivas recuerdan que fue muy grato el trato que recibieron. Por la ventana de la casa se veía el patio de una escuela y empecé a molestar con que quería ir hasta que lo logré, fue muy poquito pero llegué a cantar las canciones nacionales de Argentina y todo. En el ‘77 llegamos a París y ahí viví yo gran parte de mi vida, cumplí los siete años en Francia y cuando había cumplido los veintiséis decidí venirme a Chile. Siempre Chile fue para mí una fantasía muy fuerte, entusiasmada por los comentarios de los padres, las historias, no lograba imaginármelo del todo pero lo que tenía muy claro –y por eso decidí venirme– es que yo era chilena. Llegamos a una sociedad que nos enseñó otro idioma, otra cultura, otra educación, pero como nuestros padres nos hablaron en castellano y nos enseñaron que éramos chilenos, siempre mantuvimos lo chileno, y como vivíamos en comunidad era bien fácil, festejábamos el dieciocho, era como que teníamos nuestro pequeño Chile ahí, y eso siempre fue muy fuerte, me parece que en especial para mí, no vi la misma actitud en mis primos que estando libres y solos se adaptaron más a allá y no se deciden a venir a Chile o vienen y no les gusta mucho.
–¿Cómo fue que empezaste a manejar las luces en los espectáculos de Los Jaivas y parecía que te ibas a dedicar a la iluminación en vez de a la música?
–El año antes de que muriera mi papá, nuestro iluminador de siempre, que ahora volvió a ser nuestro iluminador, y además nuestro manager Alejandro Parra, se estaba abriendo como iluminador y empezó una carrera y hubo tal auge que de repente estaba lleno de trabajo y no tenía tiempo para nosotros. Entonces, preocupado porque fuera siempre el mismo grupo familiar, mi papá me pidió que fuera iluminadora de Los Jaivas, yo tenía muy pocos conocimientos de iluminación y de la parte eléctrica, pero él sí la manejaba, entonces hacía toda la instalación y después me quedaba yo en la consola durante los shows, fue ahí que me di cuenta que conocía de memoria su música, sabía qué cosa iba a pasar en qué parte y en ese momento mi padre me dijo por qué no aprovechaba a estudiar eso, entonces como en Francia hay miles de maneras de estudiar y una de ellas es con un financiamiento del Estado que te paga como un sueldo mínimo por trabajar aprendiendo la profesión, me puse a trabajar en una empresa de iluminación e hice algunos trabajos con Los Jaivas y así estaba, entre la batería y la iluminación. Cuando él murió, no se me pasó ni por la mente que iba a tocar yo. Me sorprendió muchísimo cuando ellos me lo propusieron, además mi padre llevaba veinticinco años como baterista y yo dos. Finalmente, con perseverancia, muchísimo trabajo y el apoyo incondicional del grupo, fue posible. Pero antes hubo un espacio, un tiempo, dejamos de vernos, yo me fui de la misma casa, dejé de tocar batería, hubo aire para todos. Pasó el duelo. Cuando se muere alguien tan fuerte como el padre, más aún con la relación que teníamos él y yo... Cuando sentí que eso ya estaba mejor, pura cosa del destino que hizo que nos encontráramos de nuevo, habían pasado dos años y me convencieron. El paso me costó pero cuando ya estuve adentro fue muy grato, y estoy feliz.
–Después de haber tenido un Chile propio en Francia, ¿fue muy distinto el que te encontraste al volver?
–Finalmente conocí Chile a los 12 años, cuando vine para mis vacaciones –con la historia de los viajes uno se va antes o vuelve después, se tiene menos escolaridad y más vacaciones–, y empezó a aparecer familia, mucha familia, mucha más familia que la que yo tenía allá, y como mi madre tuvo primeros matrimonios con más hijos entonces yo conocía hermanos, y de repente estaba llena de hermanos de los que me podía colgar del cogote. Hablaba más castellano que estando en París y mi manera de vestir y de comportarme era tan diferente a la de acá que llamaba mucho la atención. Yo me entretenía con eso que pasaba en la calle pero al mismo tiempo caminaba con una seguridad como diciendo: “éste es mi Chile”. El quiebre fuerte del proceso de analizar el lugar fue cuando me vine después en el ‘96, ahí yo llegué muy entusiasmada, muy decidida a quedarme y de hecho aquí estoy todavía. A pesar de haber estado en otras ocasiones, venía a descubrir un Chile pero esta vez desde dentro de él, como chilena. Obviamente soy chilena, pero mi educación fue tan diferente y tan anclada en los métodos europeos, en todo ese sistema, que por ahora yo siento que soy una chilena con educación francesa porque decididamente tengo una manera de pensar que muchas veces me hace sentir distante de la mayoría de las chilenas.
–¿En qué aspecto?
–En la manera de desenvolverse en la vida, en la independencia, la seguridad. Yo creo que la educación europea te da una seguridad dentro de ti mismo y te lleva a desarrollar lo que tú tienes y a confiar en la diferencias. Acá en Chile se tiende más a enseñar a sumergirse en lo mismo, a no sobresalir; y también la educación de las propias mujeres chilenas es bastante machista, yo creo que de las más machistas. Pero haido cambiando, desde que llegué, en los últimos tiempos Chile ha evolucionado. Yo me lo imaginaba y quería ser parte de eso también.
–Desde tu lugar visible en la música, tu puesto de baterista, seguramente sos en parte responsable de esos cambios, ¿lo sentís así?
–Yo creo que sin habérmelo propuesto he provocado muchas cosas. A las mujeres les gustaba la música de Los Jaivas, iban a los conciertos, los miraban, los admiraban, los amaban y de repente les apareció una mujer y se dijeron “entonces, yo también puedo hacerlo”. De eso yo estaba consciente y me gustó mucho. Además me gusta lo que está pasando ahora que, por ejemplo, se me acercan niñas pequeñitas que tocan. Hace poco en La Serena vi a una niñita de 9 años tocando en un grupo en el escenario con mi propia batería, que se la cedí, y era impresionante, estaba tocando súper bonito y se sentía muy influenciada en el hecho de verme tocar a mí.
–¿Cómo se mantiene el equilibrio entre la tendencia más conservadora de lo folklórico y la innovación que permite vigencia?
–Los Jaivas han sido muy abiertos, el secreto verdaderamente no lo sé, yo creo que ellos al empezar, desde muy pequeños, crearon una especie como de pacto inconsciente de lo que querían hacer. Todo empezó como un juego, después llegaron los setenta, con la revolución de las flores, con los pensamientos de libertad, les crecieron los pelos, les salieron barbas y ahí se identificaron con el folklore y dijeron tenemos que defender lo nuestro, pero con esa misma libertad del momento. Ahora, ¿cómo eso ha perdurado?, yo creo que si hay un secreto yo no lo sé. Lo que sí sé es que ellos siempre han estado juntos, han decidido lo que querían hacer y nunca se han ido hacia los lados, ninguno de ellos ha venido a decir: “cambiemos, hagamos otra cosa”, al contrario, siempre se han mantenido así y de hecho cuando decidieron que yo ingresara al grupo fue porque me vieron con una virginidad musical completa, yo tenía 17 años y muy pocas influencias, más que nada las que me llegaban por estar escuchando la música en la casa continuamente, entonces ellos como que se protegieron de eso también, que no llegara alguien con otras influencias que fuera a empezar a complicar la cosa. Entre ellos hay una complicidad musical tan fuerte que tal vez a la gente finalmente le gusta tener un grupo que al pasar los años lleve la misma línea, un mismo hilo conductor.
–Tocando en un grupo internacional que la mitad del año está viajando, ¿cómo aprendiste a prepararte para afrontar el ritmo de los períodos de gira?
–Uno no se sale del hecho de estar trabajando. Estoy dentro de un ritmo, tengo que llegar a la meta de la noche y en ese momento voy a tener que entregar todo. He aprendido que no debo llegar cansada a ese momento. Pero me gusta recorrer, disfruto de conocer a la gente, me gusta salir a caminar por los lugares, tanto como por hacer ejercicio como para conocer el lugar, impregnándome un poco del lugar adonde uno va a actuar por la noche. Disfruto y también voy aprendiendo a vivir las distancias con los seres queridos. Es tanta la energía que te entrega la gente, tanta la altura a la que te sube en un concierto con miles de personas gritándote cosas, que cuando eso se termina, si tú estás solo, si estás además solo en tu interior, se tiende a desbarajustar un poco todo. Yo trato de prepararme sabiendo que eso va a venir pero también me ha pillado de sorpresa. Yo creo que hay que crearse un mundo interior muy fuerte para enfrentar ese vacío.
–Hay períodos de agitación y otros de sosiego, ¿cómo ocupás ese tiempo? ¿Hay otra actividad aparte de la música que te interese o algún proyecto musical fuera de Los Jaivas?
–La actividad física me interesa, me preocupo de ir al gimnasio, de hacer bicicleta, también me estoy interesando bastante en la danza oriental, en la danza del vientre. Trato de tener el máximo de actividades, el año pasado me metí por primera vez en un proyecto, cantando. La músicaelectrónica me interesa, es la música que menos conozco y la más novedosa que ha llegado a mi conocimiento. Al principio tenía rechazo por defender tanto esa cosa acústica, yo, que grabo sin clic (tengo la capacidad de mantener la rítmica muy bien, es mi lado robot), o cuando empezó a ser posible que saliera la percusión de manera no acústica. Finalmente encontré que es una música que da miles de posibilidades, no se aleja de la belleza ni de las melodías, da para todo, es interesante jugar con eso, complementar. También de otros folklores me interesa la vertiente afrocaribeña, ritmos que no domino pero en los que alguna vez me gustaría incursionar. Desde el comienzo no he podido dejar de lado estar consciente del hecho de la diferencia de edad, ellos son muy empilados, muy soñadores, pareciera que están dispuestos a estar hasta los cien años en esto pero igual no puedo dejar de pensar que en algún momento yo todavía voy a estar con todas las ganas y ellos ya van a estar más tranquilos, entonces seguramente en ese momento agarraré fuerzas para seguir en otro proyecto.

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