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Viernes, 25 de febrero de 2005

IDENTIDADES

El camino del arco iris

Cómo conciliar el judaísmo con el lesbianismo era la pregunta que desvelaba a la norteamericana Idit Klein cuando se acercó a lo que terminó convirtiéndose en Keshet, una ONG de Boston que ahora la tiene como presidenta. Con su guía, Germán Vaisman sentó las bases de la filial porteña, para abrir las puertas a adolescentes glbt y desterrar prejuicios.

 Por Sonia Santoro

“¿Habrá otra persona judía gay?” Esa pregunta carcomió a la pequeña Shulamit durante bastante tiempo. “Dice el Genesis que todos fuimos creados a imagen de Dios pero a veces siento que no se aplica a mí.” Durante bastante tiempo husmeaba en las bibliotecas, a escondidas, buscando algún indicio de que su identidad sexual podía ser compatible con una religión a la que amaba. Así se presentó en Keshet (Arco Iris), una ONG de Boston que lucha por la integración de las personas glbt (gays, lesbianas, bisexuales y trans) en la comunidad judía, con ganas de cambiar su comunidad. Lo que logró fue crear una “Alianza Gay/Hetero” en su escuela para ayudar a los chicos glbt a sentirse “seguros y valorados”. Parte de ese proceso fue plasmado en un video y presentado por la organización Keshet de Buenos Aires, que intenta replicar las experiencias de su par aquí.

La determinación de esta chica de 15 años no sólo revolucionó a sus compañeros de la escuela New Jew, sino que también alcanzó a sus profesores. Cuatro de ellos sintieron la necesidad de revelarse también como gays o lesbianas después de años de miedos y silencios –justificados si se quiere, porque la ortodoxia judía sigue castigando a los homosexuales declarados con la expulsión–. Tal vez fue la de Shulamit la misma determinación que lleva a los líderes a impulsar el cambio a partir de su propia experiencia. Como le pasó a Idit Klein, hoy directora de Keshet Boston, que fue la primera activista judía en la Universidad de Yale en asumirse lesbiana. Luego se acercó a Keshet cuando recién se estaba formando, hace 7 años, y en dos años se convirtió en su directora. Germán Vaisman, de Keshet de Buenos Aires, está en ese proceso desde hace un par de años, cuando –como parte de un programa de organización comunitaria– trabajó en Keshet Boston y al volver intentó ayudar a tantos y tantas que no tienen la posibilidad de ver otras opciones que las que le marca la religión.

Hoy la ONG tiene 650 miembros en todo el estado de Massachusetts, la mayoría judíos. El objetivo principal de Keshet es “mejorar el clima” para que las personas glbt sean bienvenidas en la comunidad judía. Trabaja, por ejemplo, con educadores judíos para que puedan hacer que las sinagogas y las escuelas sean amigables para chicos glbt. Además intenta influir en la currícula de las escuelas y espacios educativos no formales. Por ejemplo, se trata de que en los cursos de estudio de la Torá se dedique tiempo a investigar el verso del Levítico que condena la homosexualidad. “La derecha religiosa usa ese pasaje como si fuese una verdad bíblica. Nosotros discutimos eso diciendo que no es un valor bíblico sino que son los valores sociales los que interpretan de esa manera el texto”, explica Klein.

En Argentina, a seis meses de su fundación, la ONG organizó un ciclo de cine judío gay, hizo cursos de formación de formadores para profesores interesados en abrirse a esta perspectiva inclusiva y lanzaron su sitio web (www.keshet.com.ar). El manifiesto que allí aparece habla, como Shulamit, de vivencias atravesadas por silencios, susurros, ocultamientos:”Nuestro judaísmo fue doblemente exiliático. Primero fuimos forzados a abandonar nuestra identidad sexual y después fuimos forzados a abandonar nuestras comunidades. Y la única opción fue silenciar una de las dos para preservar la otra”.

–Si bien hay muchos grupos de gays o glbt, no es usual que se reivindiquen como religiosos, ¿por qué decidieron hacerlo así?

Idit Klein: –Para mí nunca fue un tema. Mi sentido de identidad como judía es muy fuerte desde muy chiquita. Nací en Israel y siempre sentí una conexión muy fuerte. Mis abuelos fueron sobrevivientes del Holocausto y desde chica sentí que yo era responsable de la identidad judía y de trabajar también en relación a la justicia social.

German Vaisman: –Yo viví toda mi vida dentro de la comunidad judía participando activamente: fui a escuela judía, fui a campamentos, también participaba extraescolarmente del ámbito educativo informal. Y para mí en realidad fue un conflicto relacionar mi homosexualidad con el judaísmo. La mayoría se va porque es muy difícil conciliar las dos identidades. Yo tuve la oportunidad de vivenciar en otros lugares que hay personas como Idit, que ya tenían evolucionado el conflicto. Así busqué la forma de conciliar. Por eso cuando volví de EE.UU. traje mucha energía para armar algo acá.

–¿Cómo lo recibieron?

G. V.: –La recepción es doble. Hay mucho miedo de tratar el tema. Pero también mucha gente que apoya esto. Pasito a pasito la gente va viendo que las cosas se hacen, que se pueden hacer y no pasa nada. Entonces, después de casi un año de trabajo mucha gente que nos venía apoyando ideológicamente nos quiere apoyar de forma concreta.

–¿Cuáles son los problemas específicos que puede tener un gay judío a diferencia de uno que no profesa esa religión?

I. K.: –Si al judío o la judía gay le interesa el judaísmo, el problema es encontrar un lugar en la comunidad judía que le cierre. Mas allá de que haya muchos grupos o agrupaciones religiosas de todo tipo, la comunidad judía tradicionalmente tuvo mucho énfasis en la familia heterosexual. De hecho en la mayoría de las religiones del mundo la sanción condenatoria del homosexual viene del judaísmo, de esa frase del Levítico.

G. V.: –A mí lo que me mueve es que la comunidad que me crió pueda seguir criando chicos, pero sin oprimir como me oprimió a mí. Yo mamé el bagaje cultural y la obligación de casarme con una mujer y de tener hijos con una mujer y para mí la elaboración de todo eso fue muy conflictiva. Yo siempre supe que me atraían personas del mismo sexo. Para mí fue conflictivo en la secundaria y en la participación en grupos juveniles saber qué hacer con ese deseo. Hasta que no me fui de la comunidad judía no pude empezar a elaborar esto. Me fui a los 23 años, principalmente por este tema. Y volví 5 años después pero en Boston, que era más fácil porque no conocía a nadie y porque ya me inserté como gay y como judío. El otro conflicto empezó cuando volví acá y me encontraba con maestros o coordinadores que me preguntaban “¿en qué andás?” Pude contar esto por todo mi proceso anterior.

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