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Viernes, 15 de abril de 2005

SOCIEDAD

Una delgada línea

El Servicio de Atención Telefónica Gratuito de la provincia de Buenos Aires recibe alrededor de 200 llamados por mes de mujeres víctimas de violencia familiar. Allí, cinco operadoras brindan contención y ayuda en casos de distinta gravedad –aunque ellas mismas no cuenten con contención psicológica–, como el de Rosa, una mujer que mató a su marido tras 34 años de maltratos y las llamó desde la cárcel. Hoy Rosa goza de libertad condicional, mientras el 0-800 está a punto de ser disuelto.

 Por Soledad Vallejos

El me había golpeado a mí, antes, esa noche. Después se puso a mirar la televisión ahí, el partido de Boca. Ya veníamos con golpes. A las 12, al mediodía, lo había empujado a mi hijo en el patio. Después me fui a trabajar, vine de allá, del trabajo, y me golpeó, porque yo le dije que me ayudara a bajar las cosas del auto, porque había ido a hacer las compras yo, para el otro día que era 25 de Mayo. Y me empezó a gritar de todo. Entonces discutimos y me golpeó. Yo le tiré con todo, acá estaba todo desparramado, flores, le tiré con todos los adornos por la cabeza para defenderme, porque me corrió con un cuchillo a mí. Yo me encerré porque tenía miedo, fui, me encerré, me agarró como una crisis de nervios. El se fue al cuarto a mirar televisión, ni fue a mirar qué es lo que pasaba en la pieza, hasta me podía matar yo. Yo me quería matar yo. Pensé matarme yo en ese momento. Y resulta que después dije yo, entre mí, pensé inconscientemente: "Me mato yo, mi hijo queda tirado y él queda muy piola". Acá ha habido casos de mujeres que se mataron y que después ellos hicieron su vida. Les dejás el camino libre, ¿no? Entonces dije que no, reaccioné. Así que después fui y lo agarré a balazos: siete tiros le pegué. Dice la psicóloga que yo hice eso porque le tenía mucho miedo. Era pánico que le tenía yo, porque ya dos o tres veces me había querido matar. Entonces era como que yo le gané el terreno más antes que él, viste, lo aseguré. Después de matarlo llamé a la policía. Según dice la policía que llamé yo, pero yo no me acuerdo nada hasta ahí. Cuando vinieron, dicen que yo estaba llorando ahí, en el living, con el revólver arriba de la mesa. Lo único que dije –dijo la oficial–, que me dejaran saludar a mi hijo por última vez y que me llevaran. Me dieron permiso, fui a saludar a mi hijo, lo abracé a mi hijo y le dije que le había fallado, que esta vez le había fallado, que algún día iba a estar otra vez con él de vuelta. Y bueno, así terminó toda la historia.

Rosa A. ceba un mate en la cocina con luz de patio mientras, afuera, los ruidos de la siesta son apenas interrumpidos por un gato sin dueño. Todavía le parece mentira que hace exactamente dos meses estuviera ensayando esa rutina en el pabellón de una cárcel de la provincia de Buenos Aires cercana al pueblo en el que volvió a vivir apenas le fue otorgada la libertad condicional. Rosa tiene 54 años, pero prefiere no develar su apellido ("vos salís de la cárcel y te da miedo todo, porque pasaste tanto") ni que se publique el nombre del lugar, porque ella ya ha comprobado que en un pueblo de 45 mil habitantes el hecho de que todos sepan algo no es garantía de nada. Rosa, para quien la fiscalía inicialmente había pedido 20 años de prisión y que finalmente fue condenada con 8, dice: "Yo del juicio no quiero hablar mucho, por el asunto de los jueces, porque estoy con una condicional, no quiero que los jueces agarren represalias conmigo, a veces la Justicia no sabés cómo lopueden tomar". Pero Rosa, sin embargo, sí elige hablar si con eso puede demostrar gratitud.

–El 0-800 para mí fue... me ayudó un montón. Si yo lo hubiese conocido más antes, no hubiese llegado a esto que llegué. Hay personas pata las que es útil porque por ahí llaman, llaman, esas personas están en una crisis y se quiere matar o matar al marido, matar los hijos, porque vos no sabés cuándo estás tan mal. Te contienen, te mandan al lugar que puedan ayudar, que eso yo no lo tuve, pero ahora sí las mujeres que están en la situación que estuve yo. Es muy importante ese número, cuántas vidas salva y habrá salvado ya. Porque en la cárcel a veces también tenés el pensamiento, cuando las puertas se te cierran, de matarte, que no encontrás sentido a tu vida, desde la cárcel también se usa el 0-800, porque te están conteniendo. Compañeras mías también llamaban.

Rosa habla del 0-800-666-5065, el Servicio de Atención Telefónica Gratuita del Programa bonaerense Violencia Familiar. Ella supo de ese número una tarde fines de 2003, mientras veía televisión en la cárcel. Desesperada como estaba por "mover la causa", no dudó en llamar. Expuso su caso. Las operadoras la escucharon, la contuvieron, la pusieron en contacto con un abogado, una psicóloga y una asistente social, un equipo gracias al cual en su caso se terminó aplicando la Ley provincial de Violencia Familiar. De no haber sido así, los 34 años de maltratos que Rosa sufrió por parte de su marido y las denuncias que ella hacía en el vacío, muy probablemente, no hubieran sido tenidos en cuenta judicialmente. Fue gracias a la gestión de las trabajadoras y los trabajadores de ese servicio que Rosa, hoy, goza de la condicional. El suyo fue uno de los cerca de 200 llamados que, cada mes, entran a ese número en el que cinco operadoras –a cambio de un salario de menos de 500 $– escuchan, derivan y apoyan a mujeres maltratadas de una provincia con 14 millones de habitantes. Ese servicio, que existe desde 1997, funciona dentro del Ministerio de Desarrollo Humano de la provincia de Buenos Aires –del que es titular Juan Pablo Cafiero– bajo la dirección de la subsecretaria de Coordinación Operativa, Marisa Graham. Ese servicio, denuncia la delegada general, ante ATE, de la Junta Interna de Familia del ministerio, Flavia Delmas, está a punto de ser disuelto.

"Fortalecer el servicio telefónico gratuito de contención, asesoramiento, orientación y derivación de consultas en violencia familiar", "promover la implementación de un servicio telefónico gratuito a nivel regional y/o municipal", "rescatar el protagonismo y los saberes de los equipos locales y regionales para la implementación de estrategias específicas". Esos son algunos de los objetivos específicos del Programa Violencia Familiar bonaerense de acuerdo con lo publicado en Internet por el Ministerio de Desarrollo Humano. La "fuente de financiamiento" para esto, informa el mismo sitio, son "fondos propios del ministerio", los mismos que se declararon insuficientes cuando, hace cuatro meses, las trabajadoras del 0-800 solicitaron el aporte de dos computadoras (en este momento no hay ninguna) y cuatro aparatos telefónicos. "Lo que yo no quiero es quedarme sin laburo", dice una de las operadoras de la línea cuando pide que no se haga público su nombre aunque solamente se trate de responder cómo pasan las ocho horas de atención telefónica (el servicio, por cuestiones presupuestarias, sólo funciona de lunes a viernes de 8 a 16 hs.). Ella es una de las mujeres que, más de una vez, atendió los llamados que Rosa hacía desde la cárcel.

–Tratamos de que nos llamen directamente ellas, las víctimas, porque si no hay datos que se te escapan. Cuando llaman, tratamos de respetarles los tiempos, les preguntamos qué es lo que quieren hacer, porque puede ser que ellas no tengan todavía todo resuelto, si quieren hacer una denuncia o iniciar una acción legal, acercarse al servicio. Hay que voltear todo el ciclo de la violencia. Hay mujeres grandes, también, que llaman, de 60 años, 70 años, algunas que incluso es la primera vez que llaman y laprimera vez que le cuentan a alguien que son víctimas de violencia. Hay que contener, de vos depende que la persona se siga abriendo y siga buscando ayuda para solucionar su problema. También hay casos en que ellas reaccionan cuando el tipo les pega al hijo, a la hija, ellas se bancan los golpes. En esos casos, hay que hacerles ver que está bien que se preocupe por los hijos, pero que lo tienen que hacer por ellas también. Hay llamados de 15 minutos, de 20 minutos, pero también ha habido llamadas de una hora. A veces, ponemos el teléfono con manos libres y hablamos todas, porque una sola no puede. Y así entre todas vamos sumando y aportando.

En el 0-800, las operadoras trabajan con un teléfono que, gracias a las mañas de un allegado, desde hace un tiempo permite recibir dos llamados a la vez. Ellas no gozan de asistencia psicológica brindada por el Estado ni cuentan con más capacitación en violencia que la que pueden procurarse por su cuenta, de manera personal y gracias a redes informales u ONG. Flavia Delmas, la delegada de ATE, explica que la situación en que ahora se encuentra este servicio telefónico no es casual ni repentina.

–Antes, cuando este 0-800 formaba parte de una Dirección de Políticas Sectoriales en lugar de ser, como ahora, un programa (es decir, como algo temporario y que puede desmontarse en cualquier momento), el sector que atendía violencia familiar contaba con más de 30 personas. Por cambios internos en el ministerio, cuestiones que tienen que ver más con peleas internas que con planificación de políticas públicas, se fueron compañeras de gran valor, fundadoras del 0-800 y del programa, mujeres especializadas en género y en violencia de género, además de una abogada que participó de la redacción de la Ley de Violencia Familiar y fue subdirectora del área. Antes, además, el servicio también hacía prevención y capacitación en el interior de la provincia. Se está desguazando el área de Violencia. De acuerdo con la ley 10.430 de la provincia, las designaciones de los empleados deberían ser por concurso, pero sin embargo al 0-800 el año pasado llegó una persona –a quien a principios de este año le renovaron el contrato– que, sin haberse presentado a concurso, sin tener experiencia en violencia de género y sin conocer el trabajo que se hacía aquí, fue designada en un cargo jerárquico del área.

A fines de marzo, se anunció que el 0-800 dejaría de funcionar como tal y dentro del Ministerio de Desarrollo Humano, para que la labor que allí se realiza pase a ser desempeñada por el 911, un servicio pensado para resolver cuestiones urgentes de "seguridad", a la manera de un comando radioeléctrico que centralice denuncias estrictamente policiales. El traspaso implica, además, que los casos de violencia familiar empiecen a ser tratados bajo la órbita del Ministerio de Seguridad. Delmas denuncia que, puertas adentro del Ministerio de Desarrollo Humano, las justificaciones que se dieron para este cambio fueron dos: que "los tres dígitos son mejores que los 0-800" y una planilla que demuestra que hay llamados no atendidos, "pero en la que se computan los que se hacen después de las 16, que es cuando termina el servicio, y los de fines de semana y feriados".

De realizarse ese traspaso, se estaría interpretando de manera, cuanto menos, curiosa, el artículo 15 de la Ley de Violencia Familiar bonaerense (nº 12.569, de 2001), que dictamina que el gobierno "a través del organismo que corresponda instrumentará programas específicos de prevención, asistencia y tratamiento de la violencia familiar". Vale decir que se definirá la violencia familiar como una cuestión de "seguridad". Actualmente, cuando alguien llama al 911 para denunciar que en la casa de al lado hay un caso de violencia, escucha lo siguiente:

–¿Están golpeando a su vecina? Ah, en este momento no. Bueno, llame cuando la estén golpeando, así le mandamos la patrulla.

A veces, las y los operadores del 911 saben de la existencia del 0-800 y, en tanto lo reconocen como un servicio con operadoras capacitadas en violencia, derivan los llamados. "Nos derivan a nosotras porque ellos nosaben la escucha, no saben hacerla, no los capacitaron", cuenta una de las trabajadoras.

–Calmate, andá a buscar un vaso de agua. ¿Podés hablar ahora? ¿Qué te pasa? ¿Qué querés hacer?, ¿cuándo fue? Tenés que tener todo a mano si elegís seguir estando y no hacer algo ahora. Tenés que tener todo a mano para que, si hay otra vez una emergencia, puedas salir corriendo, ir a la comisaría a hacer la exposición, a decir que te fuiste para resguardar la integridad física, para que él no te haga la denuncia por abandono del hogar.

Otras veces, la escucha simplemente consiste en quedarse del otro lado de la línea escuchando el llanto hasta que la mujer pueda hablar.

El tenía 3 años más que ella, también era físicamente más fuerte y llevaba otra ventaja: sabía leer y escribir. Rosa no, ella había tenido que empezar a trabajar desde muy chica y nunca se había hecho el tiempo para ir al colegio, aunque fuera a un turno noche y salteado. También por eso él se arrogaba el derecho de administrar el sueldo de los dos y decidir qué se hacía, qué no y cuándo. Recién pudo empezar a aprender cuando su hijo mayor empezó a desarrollar los síntomas de una enfermedad que lo fue dejando discapacitado ("también lo tengo así por los golpes, porque mi marido me pegaba embarazada"). Hoy él tiene 32 años, una invalidez que le hace imposible valerse por sí mismo, y dos hermanas algo menores que repiten el ciclo de la violencia. Una de ellas, cuenta su madre, es violenta, lo ha sido con ella y lo es con sus hijas. La otra se casó hace poco con un hombre que replica el comportamiento de su padre. Rosa puede contar episodios de violencia con la fluidez de quien lleva una charla casual y a fuerza de hábito pareciera que se disocia, que hablara de alguien más. Sólo los silencios, de tanto en tanto, van acentuando la gravedad que otorga a cada uno de sus relatos.

–Cuando me pegó después que me casé yo lo quise dejar, pero no me dejaba en paz. No me dejaba irme tranquila, me iba a buscar, yo salía, era joven, tenía 18 años y él me molestaba y me amenazaba. Una vez me agarró y me encerró, me hizo ir con otra amiga de él a otro lugar, como que me invitaba esta chica, y él estaba adentro. Estuve como cuatro, cinco días encerrada. Tenía que tener relaciones sexuales porque me obligaba, hasta que salté por una ventana, otra chica me ayudó. Y después, cada vez que me veía, me agarraba por ahí, me manoteaba y me sacaba, me llevaba a la fuerza.

–¿Alguna vez te defendiste?

–Una vez me agarró en la casilla que teníamos adelante, en el terreno, estábamos haciendo la parte de atrás. Me agarró por defender mis hijas, porque cuando yo vine de trabajar estaban arrodilladas ahí, atadas con cables en el patio, y con maíz abajo de las rodillas. Por defender a mis hijas ese día casi me mató, así quedó mi cara. Ahí sí, me defendí. Salí disparando por el fondo, estuve escondida en casa de una familia amiga, mis hijas quedaron encerradas hasta que se escaparon por la ventana. Esa vez me tuvieron que llevar al oculista los jefes para los que yo trabajaba, porque tenía el ojo muy mal. Ese oculista después me salió de testigo en el juicio. Pero no pude hacer la denuncia porque si yo lo denunciaba él se quedaba sin trabajo.

–¿Eso lo pensaste vos o te lo dijeron?

–Me lo decían mis jefes, la gente esta que me ayudaba. Y como yo necesitaba la mutual de él por la enfermedad de mi hijo tuve que callarme la boca. El jefe habló con él, se compuso un tiempo y después empezó todo de vuelta. Otra vuelta, después de eso, vine de trabajar y él me pegó de vuelta. Yo tenía un revólver, había comprado uno chiquito, uno de cartera, porque yo le dije a una compañera: "Ya éste me tiene cansada, harta, harta, no doy más".

–¿Todo el mundo alrededor tuyo sabía?

–Sí, todo el mundo, porque yo decía lo voy a matar o le voy a pegar un susto. Así fue. Una noche, vine yo y él tenía a las nenas, que eran chicas, como en el servicio militar, les había pegado con un cinto, con la hebilla del cinto. Estaban marcadas. Yo entré y él estaba comiendo a la sombra. Hacía calor. Le digo "por qué no le diste de comer a las chicas", le digo, yo estaba haciendo horas extras. En ese tiempo me acuerdo que estaba Alfonsín de presidente. Y me dijo: "Yo no les voy a dar de comer, y vos, puta de mierda, sos una puta". Y le digo: "me quedé haciendo horas extras", porque estábamos terminando esta casa nosotros. "No, sos una puta". Y yo entro para adentro porque las chicas tenían hambre, yo traía todas las cosas, viste, querían salchichas. Fui a hacer salchichas con puré a las chicas. Y me viene a pegar. Yo en mi guardapolvo del trabajo ya tenía el revolver, y le apunté, le tiré tres balazos. Ese día lo hubiera matado yo.

–¿Y qué pasó?

–No le pegué, no le di en ningún lado. Le erré todos. El salió disparando, se encerró en la pieza, le dijo a las chicas "tu madre me quiere matar".

Otra vez Rosa estuvo varios días en coma, internada en el hospital de un pueblo vecino al que su marido, a escondidas de los médicos de su pueblo, la había llevado para que nadie viera su estado. En otra ocasión, él le pegó en la calle. Una vez, en la casa, delante de una amiga de ella. Los relatos se multiplican hasta hacer un camino sembrado sólidamente por la violencia. Rosa cuenta que lo denunció en la comisaría infinidad de veces, pero que por algún motivo eso nunca llegaba al juzgado, o si llegaba y él era llamado a declarar, ella regresaba a la casa más tarde que él.

–Una vez fui con la rota, no sirvió para nada. El se reía, me decía viste que conmigo no podés hacer nada. La última vez, que yo andaba mal, me acompañó una amiga y le dije a un juez, directamente, le dije: "No doy más". Entonces me dijo el juez: "Y bueno, si no quiere, váyase". "¿Cómo me voy a ir y voy a dejar a mi hijo enfermo?". "Y bueno, váyase, su hijo no va a quedar tirado, va a quedar con el padre". Entonces salí y le dije a mi amiga: "A este lo voy a matar, a este hijo de puta".

Rosa mató a su marido el 25 de mayo de 2000. Dice que si hubiera recibido ayuda antes, "o si hubiera sabido del 0-800 más antes, "él no estaría bajo tierra y yo no estaría condenada". En la cárcel, dice, conoció a varias mujeres con casos similares. Ellas siguen esperando la libertad condicional.

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