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Viernes, 3 de junio de 2005

RESISTENCIAS

La boca abierta

Elsa Orosco es una de las mujeres que estuvo detenida por haber tomado una planta de tanques de petróleo en Caleta Olivia, en demanda de puestos de trabajo. Un mes atrás fue liberada por un fallo del Tribunal Superior de Santa Cruz que llama a no aplicar el Código Penal para resolver conflictos sociales.

Por Verónica Gago

Elsa Orosco, de 32 años y madre de 2 hijos estuvo ocho meses presa en la comisaría 4ª de Caleta Olivia. Fue detenida junto a Marcela Constancio, de 32 años y Selva Sánchez de 28 años, madres de 6 y 3 hijos cada una. Las tres fueron voceras de una protesta –en septiembre del año pasado– que ocupó la municipalidad y la planta de tanques del consorcio petrolero Terminales Marítimas Patagónicas (Termap) para reclamar puestos de trabajo “genuino”. Las detuvieron una semana después, a pesar de que habían conseguido firmar un acta de acuerdo con el intendente de la ciudad. Después de días interminables, huelgas de hambre para mejorar las condiciones de prisión y mucha desesperación por la distancia con sus hijos, el 26 de abril se enteraron por la radio que el Tribunal Superior de Justicia de Santa Cruz aceptó un recurso de nulidad y ordenó su excarcelación y la de Mauricio Perancho, Hugo Iglesias y Federico Mansilla, otros tres detenidos por la misma causa. El fallo tiene sus particularidades: además de subrayar el principio de inocencia de las personas sometidas a procesos, y advertir que sólo puede restringirse la libertad en el caso de suponer que los acusados puedan fugarse, promueve la no aplicación del Código Penal para resolver los conflictos sociales. Lo argumenta con citas del ministro de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni, dictámenes de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y el libro de Roberto Gargarella, El Derecho ante los Cortes de Rutas. Apenas unos días después de la liberación, Elsa estuvo en Buenos Aires.

–¿Qué significaron para vos estos ocho meses presa?

–La respuesta puede ser muy amplia y en muchos sentidos. Como obrera significó que –más allá de que siempre he peleado en la defensa de nuestros derechos, que son constantemente atropellados– conocí muchos compañeras y compañeros, con los que me sentí identificada. Cada quien desde el lugar de su lucha pudimos encontrarnos en lo que tenemos en común. No se puede seguir luchando si no sentís ese compromiso y esa unidad con otros. Como mujer aprendí muchas cosas. Las mujeres que hemos estado presas en Caleta Olivia logramos una mayor comprensión de lo que son las demás mujeres, que se sintieron muy representadas por nosotras.

–¿Por qué?

–Las demás mujeres se sienten identificadas con nosotras. Además, la gente de Caleta nos conocía, sabían quiénes éramos porque somos parte de la ciudad. Somos conocidas porque salíamos a laburar y a pelear por nuestros hijos desde el momento que dijimos “basta”. Porque una mujer no puede vivir encerrada en las cuatro paredes de su casa pasando miseria. Nosotras no queremos permitir que nuestros chicos, a los once o doce años, tengan que dejar el colegio para ir a trabajar, tal como está pasando en Caleta. Ellos tienen la edad de estudiar y divertirse, con salud y con una vivienda, y nuestra obligación es pelear por eso. De hecho, en la última toma de la petrolera Termap la mayoría éramos mujeres. Y de toda edad. La mayor tenía casi 70 años: es una mujer que nunca tuvo jubilación, que trabajó toda su vida en negro y que subsiste de lo que puede, por ejemplo, cocinando empanadas y vendiéndolas casa por casa. Creo que las mujeres se han empezado a imponer. La tendencia machista –que siempre hubo en la sociedad– es que a la mujer hay que cuidarla más. Esto fue discutido y las mismas mujeres insistieron con que la participación debía ser igualitaria. Yo soy el único sostén de mi casa y soy la que tengo que ir a pelear. En la última toma, las delegadas éramos cuatro mujeres y un solo varón.

–¿Y cómo fue ese proceso?

–Los compañeros nos decían que no íbamos a tener la dureza suficiente para la negociación. Nosotras demostramos que pudimos, que incluso pudimos ser muchísimo más duras negociando que lo que habían sido los compañeros en otros conflictos. Eso quedó demostrado y generó un respeto y un reconocimiento en la sociedad entera de Caleta Olivia. Dentro de la misma lucha hubo una reivindicación del papel de las mujeres. Era claro, además, que el gobierno está acostumbrado siempre a pactar con grupos de hombres y los desconcertaba que aparezcamos un grupo de mujeres. Me acuerdo que el día que entramos a la intendencia, a mí me dio la impresión que ellos como hombres pensaban “¡ah!, son mujeres, les damos dos palmazos y se terminó toda la historia”. Y el intendente empezó: “bueno, chicas, no se preocupen, les mandamos el asistente social y les damos otro bolsón de comida”. Lo interesante fue que en el grupo se había generado una cuestión de conciencia a futuro: no pensamos solamente en comer hoy y en llenarnos la panza ahora. Estábamos peleando por el hecho de poder jubilarnos el día de mañana y de poder mandar a nuestros hijos a la escuela: no estábamos solamente pensando en cobrar el mes que viene, estábamos pensando a futuro.

–¿Qué dicen tus hijos?

–Ellos sí tienen mucho miedo. Es lo lógico, es lo que provocó estos ochos meses presa. Yo me divorcio cuando ellos tenían cuatro y cinco años, hoy tienen doce y trece. Siempre estuvimos los tres juntos. Pero cuando te sacan violentamente –como pasó ese 3 de septiembre– el impacto es muy fuerte. Ese día yo los llamo y les digo: “Mamá ya va. Llego y compramos una pizzas”. Pero yo no llegué más. Salí recién el 26 de abril. A ellos les quedó muchísimo miedo que siga haciendo lo que hago, especialmente porque ahora es más público.

–¿Cuál es tu historia previa al conflicto?

–Yo trabajé tres años en la pesquera Barillari, justo hasta dos meses antes de caer presa. Y ahí yo siempre peleé. En esa empresa la mayoría son mujeres, y muchas bolivianas, y se sufre una explotación que es lo más bajo que he visto en mi vida. Es esclavitud de la puerta para adentro. Yo todo esto siempre lo hablé con mis hijos. Y el más grande me decía: “Si vos sentís que tenés que hacerlo, hacelo”. Pero no es fácil. Vivís tensionada las 24 horas del día, hacés tuyos todos los problemas de los demás. Los compañeros que militan me dicen: “Vos no tenés que tomártelo como si fuera tuyo. Tenés que participar para buscarle una solución, pero no tomártelo como algo personal porque vas a terminar enferma”. Pero es imposible. Te puedo asegurar que eran las cuatro de la mañana y yo estaba pensando cómo hacer con fulanita porque sabía que no tenía en la casa para comer. Me involucro demasiado porque me llega muy a fondo. Mis hijos ahora me mandan mensajes todo el tiempo, para saber dónde estoy. Es obvio que va a llevar mucho tiempo para devolverles la seguridad y que sientan que su madre va a andar en la calle y no van a tener que ir después a verla a la comisaría. Esto es lo más difícil. También el entorno familiar te quiere alejar de todo esto. Yo lo respeto porque sé el dolor que ellos pasaron: estuvimos todos presos, no sólo los que estábamos encerrados. Pero si yo me retiro después de estos ocho meses de cárcel y me callan la boca, no es lo que corresponde.

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