las12

Viernes, 15 de julio de 2005

MEDIOS

7-J Movete de tu canal

¿Flema británica contra la adversidad o manipulación del discurso? ¿información pura o ausencia de relato? La cobertura de los atentados en Londres abre preguntas nuevas sobre el rol de los medios, el modo en que se construye la hegemonía –que no cunda el pánico– y el protagonismo de la tecnología que, en manos civiles, sirvió para robar imágenes en la oscuridad.

 Por Luciana Peker


El jueves 7 de julio amaneció marcado para perpetuarse como 7-J. Esa forma compacta de decir, desde que la caída de las Torres Gemelas arrinconó al 11 de septiembre en la sigla 11-S, que en tan poco tiempo y espacio el mundo puede cambiar. No porque las 52 muertes y 40 desapariciones que se reconocen –hasta el momento– en Londres sean más significativas que los fallecimientos que se acumulan en Irak o en Africa o en. sino porque marca que un atentado anunciado, sin embargo, no es prevenible sino inevitable, allí justo, en el corazón de Occidente, de los futuros Juegos Olímpicos, de la beneficencia del rock, de las cumbres presidenciales del Grupo de los 8 países más poderosos. Es, en ese sentido, que el 7-J marca un antes y un después. Pero no en el único.

El 7-J también ya es –para muchos– el día de la decadencia del periodismo oficial y el inicio de la era del periodismo cívico o espontáneo. Porque el 7 de julio, con su sobredosis de información en cadena global permanente, con el exceso de cámaras, de reporteros, de minutos de radio y televisión, con los títulos catástrofes y esa sensación de que algo grande había pasado, pero, a la vez, con menos imágenes que nunca y más vacío –y vacío planificado– para que los espectadores evaluaran con sus propios ojos los acontecimientos fue el día de lo que ya se bautizó como la “cobertura blanca”.

“El impacto mediático ante un atentado no tuvo una correspondencia de imágenes directas tomadas en el centro de la tragedia. Al igual que las cadenas norteamericanas durante el 11 de septiembre de 2001, la TV británica manejó con extremo cuidado el tratamiento visual de los hechos: no hubo planos cercanos de heridos o de muertos, no hubo nerviosos seguimientos del trabajo de los socorristas, no hubo gestos descontrolados y, mucho menos, escenas de pánico individual o colectivo. La pantalla sólo mostraba desde lejos vistas de ambulancias quietas y movimientos de los equipos de rescate ajenos a cualquier dramatismo, aquí se aplicó la estrategia de las imágenes blancas”, enmarcó en La Nación Marcelo Stiletano.

El 7 de julio la noticiosa mañana justificaba levantar la programación habitual y hacer de la tele un gran informativo. Sin embargo, las imágenes mostraban el tránsito en Londres y las noticias de un atentado se adivinaban entre algunos pocos heridos rasguñados en el rostro y renqueando, sanos y salvos, entre las calles. Tony Blair decía que el atentado no iba a torcerle la muñeca y la televisión mostraba apenas eso, autos y personas apenas torcidos. El periodismo oficial –empezando por la BBC– ya había pactado con el gobierno (en la organización previa a un posible atentado) no mostrar heridos, ni muertos, ni imágenes queperturbaran a la opinión pública (como si los efectos de un atentado no alteraran por sí mismos a la opinión pública). “Pretendemos no crear más angustia de la que ya crea este tipo de episodios”, le dijo Javier Farje, de BBC Mundo al diario El Mundo ante la consulta por la distante cobertura. ¿No mostrar esas imágenes era apostar por no comunicar la real dimensión del atentado? ¿Censura? ¿Cobertura aséptica? ¿Moral sin amarillismo? ¿Estilo inglés? ¿Profesionalismo sin golpes bajos? ¿Autocensura?

Tal vez esas preguntas no interroguen hoy sobre el rol de los medios en Gran Bretaña –como pasó en España con la manipulación de José María Aznar al llamar a El País para decir que el culpable de Atocha era ETA y no Al Qaida– porque el atentado en Londres no fue cubierto sólo por la prensa profesional sino, principalmente, por quienes vivieron el atentado a través de las fotografías tomadas con sus teléfonos celulares, lo que hoy ya es nombrado como la revolución del periodismo cívico o espontáneo.

La nueva herramienta tecnológica –que ya había hecho su debut en el tsunami– masificó la posibilidad de registrar el momento de las explosiones en los transportes londinenses porque ya no se trata sólo del azar de alguna persona con cámara en el momento justo y en el lugar justo, sino de una gran cantidad de usuarios de teléfonos móviles con la posibilidad de captar imágenes. En el sitio Visualmente, el editor fotográfico de La Nación Alejandro Querol destacó: “La mayoría de las tapas del mundo (NY Times, Washington Post, Daily Mirrow, USA Today, Miami Herald, La Nación, Clarín, entre otros) han usado alguna de las imágenes tomadas por celulares”.

Sin embargo, la nueva herramienta no funcionó como aporte –con fotos del momento de las explosiones– sino que, curiosamente, fueron las únicas imágenes que dimensionaron el atentado. O sea, no sumaron instantaneidad a la tragedia (como Internet suma instantaneidad a la cobertura de los diarios) sino que, prácticamente, fueron las únicas imágenes que diferenciaron un atentado de un accidente.

Por ejemplo, la foto más emblemática tomada por un reportero gráfico profesional mostró a un socorrista ayudando a una mujer tapada por una máscara antiquemaduras (¿no podría haber sido tomada durante un incendio?). En cambio, las fotos de celulares reflejaron a la gente queriendo escapar de la red subterránea convertida en un atajo al horror.

Cortina blanca

“La BBC no hace sensacionalismo”, fue el argumento de la cadena británica para no emitir imágenes más cercanas a la tragedia. Sin embargo, más allá de los debates éticos y fotográficos acerca de si hay que mostrar muertos o heridos cuando la realidad genera muertos y heridos, hay otra realidad que demuestra, hasta qué punto, la cobertura blanca tuvo intencionalidad política: aprovechar el atentado con el fin de endurecer las leyes para combatir el terrorismo, pero sin mostrar hasta qué punto el terrorismo mostró la vulnerabilidad de Occidente. Sin mostrar cuerpos, ni heridos, ni mutilados, ni fallecidos, las agencias de noticias y la televisión podrían haber mostrado el efecto de las bombas en los medios de transporte afectados. No lo hicieron.

De hecho, en la Argentina, el viernes 8 de julio el diario La Nación y Clarín publicaron en su tapa dos fotos diferentes del único colectivo atacado. Las dos fotos estaban firmadas por la Agencia Reuters. Pero una (la de Clarín, en donde entre sus titulares se podía leer “Los celulares e Internet contra el silencio oficial”) mostraba un colectivo despedazado, sin techo, con su carrocería volcada sobre la calle y algunos asientos azules desparramados a varios metros. La sensación para el lector era clara: un colectivo que sufrió una bomba. Parece obvio. Pero no lo es. EnLa Nación se mostraba la otra foto de Reuters: el mismo colectivo, pero que parece otro. En este caso, que no es más que el ángulo delantero, la carrocería roja se ve intacta, aunque desprendida en el costado derecho y con un vidrio menos. Sin embargo, el atentado parece ser un choque fuerte, nada más que un choque. Una premisa del periodismo dice que la realidad depende desde qué ángulo se la mire.

Aunque las dos fotos pertenecen a la misma agencia, la del colectivo destrozado fue tomada por un ciudadano con un celular. Y la del frente inocuo por un reportero profesional. Evidentemente, el ciudadano pudo registrar la toma con su teléfono en el momento del hecho y, minutos después, los fotoperiodistas no tuvieron acceso a fotografiar –por los cordones de seguridad– la parte trasera del medio de transporte que hoy, directamente, se encuentra escondido detrás de una gran cortina blanca dispuesta por el gobierno.

Periodista en la cárcel

No está bajo una cortina blanca, pero sí tras las rejas. La periodista Judith Miller de The New York Times fue condenada a prisión, en Estados Unidos, por no aceptar revelar ante la Justicia su fuente de información. El caso de Miller muestra cómo la cobertura de los atentados está tamizada por la lupa light de los intereses de George Bush y Tony Blair. Mientras que, por el contrario, esos mismos atentados sirven para cercenar los derechos civiles como, por ejemplo, las garantías de la libertad de prensa.

David Klatell, vicedecano de periodismo de la Universidad de Columbia, evaluó ante el diario El País: “Habrá cada vez menos fuentes confidenciales dispuestas a dar información a los periodistas; es bueno para los que crean que hay que proteger los secretos de gobiernos o empresas, pero es malo para el derecho público a la información”.

Para algunos, Miller es una periodista poco seria (según una autocrítica del propio The New York Times sobre la cobertura en la guerra de Irak había artículos escritos por ella con información poco creíble), pero como no se trata de una candidata al Pulitzer, ni de una heroína, y además lo más paradójico es que la periodista no llegó a publicar la investigación (en relación con la presunta falsedad de una denuncia norteamericana sobre un intento iraquí de comprar uranio en Níger en una operación comparable a la cortina de humo sobre las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein), sobre la que la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos la obliga a revelar sus fuentes.

Por eso, el encarcelamiento de Miller muestra qué precio tiene que pagar una periodista que respeta uno de los pilares del periodismo democrático: el secreto de las fuentes de información. Hoy, para la Justicia norteamericana, eso es desobediencia civil. The New York Times señaló: “Miller está defendiendo el derecho de los estadounidenses a obtener información importante de los medios que no temen represalias de la administración”.

Antes de ir a la cárcel, el periodista de Time Matthew Cooper decidió revelar su fuente. Miller, presa desde el 6 de julio hasta, probablemente, el 28 de octubre, en cambio, sentenció: “Señoría, no puedo romper mi palabra sólo para no ir a la cárcel. Mi motivo es muy claro: la promesa de confidencialidad debe respetarse o el periodista perderá toda credibilidad y el público, al final, sufrirá las consecuencias”.

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