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Viernes, 22 de julio de 2005

RESCATES

El valle de las muñecas

En una vieja casona de París conviven armoniosamente cientos de ellas, de diversas épocas y países, suntuosas y modestas, caricaturescas e hiperrealistas, puestas en escena con sus casitas, sus muebles, su vajilla, sus artículos de tocador, sus artefactos domésticos. No es el museo más prestigioso de la ciudad luz pero su encanto invita a abrir la puerta para ir a jugar.

 Por Moira Soto

desde París, Francia

Aunque el Louvre –sí, con su Venus de Milo, su Gioconda, su Victoria de Sanotracia– y el Centre Pompidou –con sus colecciones de arte moderno y contemporáneo y una gran muestra de nuestro Seguí–, entre otras ofertas de artes plásticas consideradas imperativas para el/la turista que figuran en la misma zona, una puede dejarse tentar primero por el reino encantado de las muñecas. Es decir la (en francés es femenino) Museé de la Poupeé, ahí en Les Halles, en una antigua casona adaptada, con patio empedrado y jardín de macetas en flor. Adentro, la planta baja está tomada por muñecas del XVII al XXI, de diversos orígenes y calidades, agrupadas según los casos por épocas, etnias, modas, actividades (en el colegio, en la cocina, tomando el té, en la playa), rodeadas de ajuares increíbles o casitas de ensueño que dan ganas de ponerse a jugar ahí mismo si no hubiese un cristal que lo impide. Porque las muñecas están puestas en escena con sus correspondientes decorados en grandes escaparates que, al menos durante esta visita, parecen concitar en mayor grado la atención de grandes que se derriten largamente ante cada conjunto, ante cada detalle primoroso, mientras que niños y niñas corretean en torno echando apenas un vistazo risueño, de simple reconocimiento.

Es que este juguete, tenido por el más antiguo y universal, ha cumplido y cumple otras funciones, además de ser depositario de afecto en la infancia: fetiche, elemento decorativo, souvenir folklórico, símbolo religioso, objeto sexual. El mito de Pigmalión y Galatea, la leyenda del Gólem, la autómata de ETA Hoffman, Pinocho, la propia Criatura de Frankenstein o la muñeca de madera de la que se enamora Casanova en el film de Fellini, parecen variaciones alrededor del intento humano de igualarse a Dios e insuflar vida en la materia inerte. Las muñecas que representan seres humanos, además de prestarse para jugar a la mamá o de convertirse en compañeras y confidentes en la infancia (de las chicas, según lo impuso la tradición), son el juguete predilecto para atesorar en algún placar cuando se ingresa en la pubertad. Una conducta moderada si se la compara con la de los/as coleccionistas apasionados/as que mueren por ejemplares raros, por la belleza de porcelana detenida en el tiempo, por una mirada terrible de esos ojos con la misteriosa profundidad del sulfuro, por una auténtica postal victoriana con la foto de una muñeca con todos sus arreos.

No hace falta decir que la reina de los juguetes, proporcionada a las chicas (y negada a los chicos, salvo bajo la forma de soldaditos, piratas y otros aventureros) por madres, padres y demás educadores ha incidido fuertemente en la formación de género. Muñecas, casitas, vajillas, enseres domésticos, vestuarios figuran entre las primeras lecciones que todavía siguen recibiendo las chicas acerca de los roles que como mujeres deberán cumplir en la vida adulta. Un manual de pedagogía alemán de comienzos del XIX habla de “ofrecer a las niñas una guía provechosa de todo cuanto puedan imitar respecto de los trabajos del hogar y la cocina”.

Como para rizar un poco más el rizo, en la Museé de la Poupeé de París (a 3, 4 o 6 euros, según la edad y la condición de los visitantes), además de la muestra permanente, hay una temporaria titulada Art ménagers pourpoupeés, Les objets de la vie quotidienne en miniature. En otras palabras: las propias muñecas de las niñas, aparte de cumplir roles filiales o de compañía, se supone que realizan tareas domésticas: cocinar, aspirar, lavar, planchar, con una variedad increíble de objetos liliputienses.

Moda cambiante, folklore permanente

Desde siempre, las muñecas han estado ligadas a la moda de su tiempo, han representado usos y costumbres. En el museo se pueden admirar grupos de parisienses de la segunda mitad del siglo XIX, de cabeza y extremidades de porcelana, articuladas, ataviadas con regias toilettes realizadas en las más elegantes maisons del faubourg Saint-Honoré. La finura de terminación de sombreros, puntillas, plisados, ojales y botoncitos es asombrosa. Desde luego, se trata de muñecas para niñas ricas que debían tratarlas con suma delicadeza.

Mucho antes de que la firma norteamericana Mattel copiara la muñeca alemana Bild Lilly dando origen a la invasora Barbie, ya había figuras femeninas de poco menos de medio metro, pequeñas mujercitas curvilíneas, creadas por Radiguet & Cordonnier hacia 1880, para disfrute de adultos/as. Sucesoras de las Pandoras, muñecas de cabeza y miembros de papier mâché y cuerpo de madera que en los siglos XVII y XVIII viajaban de corte en corte para mostrar las últimas creaciones de los couturiers de París. En tiempos de guerra, las Pandoras contaban con un pasaporte real para moverse sin problemas.

Años después, hacia 1900, las señoras Lafitte y Désiral diseñaron un nuevo tipo de maniquíes en cera para difundir la moda del momento, que tuvieron enorme suceso, exquisitamente ataviadas en sedas, pieles, terciopelos, plumas y alhajas en escala. Entre 1930 y 1950, en los Estados Unidos se volvieron populares las fashion dolls, asociadas a moldes para costureras hacendosas, fabricadas por Nielsen o Latexture. Ya en los ‘50, llegan otras embajadoras de la moda: Barbie en Estados Unidos, Tammy en Inglaterra, Milly y Tressy en Francia, Jenny y Corina en Italia. Toda una generación de siluetas entre la adolescencia y la adultez, acompañadas de variopintos vestuarios y en algunos casos emperifolladas con sofisticados modelos especialmente diseñados por creadores de alta costura.

Portadoras de vestimentas tradicionales de sus países de origen, ciertas muñecas siguen siendo un souvenir buscado por turistas. Representantes de la historia y la cultura, al igual que las que evocan a conocidos personajes célebres, en biscuit o en papel para recortar (como las de la artista norteamericana Martha Thompson; que dibujó, entre otros famosos a Washington y su familia). En el museo se pueden apreciar deliciosas muñequitas en trajes regionales franceses, y otras más exóticas –para occidentales–, como las japonesas, chinas, africanas, todas fabricadas en países de origen o en Europa.

Bebotes mimosos, infantes hiperrealistas

Curiosamente, las muñecas bebé, los poupons en francés, aparecen recién a mediados del XIX, en la Exposición Universal de Londres, en madera, porcelana, cera o biscuit. El éxito es arrollador. Pocos años más tarde, Jules Nicolas Steiner inventa el bebé parlante automático, que funcionaba gracias a un mecanismo de relojería: movía los brazos, las piernas y la cabeza, y decía papá y mamá. Paralelamente aparecen en Alemania los bañistas, bebotes de porcelana en traje de baño que a comienzos del XX se fabricarían en celuloide. Siempre dentro de la especie bebotes, Leon Bru inventa en París muñecas con un dispositivo para absorber el líquido del biberón. También se fabrican con ese aspecto de párvulo de meses o poquitos años, pequeños Jesús de cera, muy frágiles, con cabello implantado, provenientes sobre todo de Italia.

Asimismo, a fines del XIX, el prestigioso diseñador Emile Jumeau trabaja en la primera serie de bebés muy expresivos, que imitan de modo inquietante rasgos y gestos infantiles, basándose en modelos vivos. Idea que fue levantada rápidamente por fabricantes europeos de juguetes, logrando en muchas de las expresiones notable realismo. En 1910, Francisque Poulbot y su mujer crean una preciosa colección de chicos en edad escolar, cuidadosamente vestidos, con sus cartapacios. Precursores por cierto de la maravillosa muñeca hiperrealista que se puede ver en uno de los escaparates, obra de 1998 de la francesa Anne Mitrani para la firma alemana Götz, una de las varias creaciones de esta artista que irradia una irresistible vitalidad. Mientras que en Bélgica se empiezan a modelar poupons tamaño natural tan humanos que intranquilizan. En ese mismo país, Philipe Heath crea muñecas que reproducen rasgos de chicos de distintas etnias. Y dentro de esa corriente, el francés Julien Martinez ha diseñado recientemente muñecas inspiradas en personajes literarios o cinematográficos que enloquecen a coleccionistas. En verdad, desde los años ‘20, existen representantes de personajes estelares, adultos como Chaplin o de corta edad como –en su tiempo– Shirley Temple. Como se sabe, en la actualidad no faltan la Claudia Schiffer o Naomi Campbell tamaño Barbie.

Uno de los escaparates más simpáticos de la Museé es el que presenta a muñecas no tan bonitas pero muy graciosas, con un toque de caricatura. Una línea que arrancó en los Estados Unidos con los Kewpie (cupidos) y los Googlies (de grandes ojos mirando de coté). Rose O’Neill dibujó el primer Kewpie en 1909, en el Ladies Home Journal, y a Grace Drayton pertenecen los Campbell Kids, creados para promover esa marca de ropa, que inspiraron a muchos fabricantes de juguetes.

La variedad de muñecas, entre las cuales no falta la embarazada y la aeróbica, la de dos caras (una triste y la otra alegre en su cabeza giratoria con capota) y la amazona, es inagotable. Y hay que sumarles las casitas, los muebles, los accesorios, las boutiques (almacenes, mercerías, florerías, etcétera): un universo fantástico que se completa con una clínica para muñecas (donde se las restaura y se confeccionan o reciclan vestidos) y una boutique librería bien surtida de catálogos, muñecas y muñequitas de colección.

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