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Viernes, 19 de agosto de 2005

SOCIEDAD

(DES)ARRAIGOS

A la hora de hablar de migraciones, dice la socióloga Sara Poggio, los especialistas solían no prestar especial atención a los indicadores de género, algo que recién el feminismo de los ‘70 empezó a remediar. Pero los tiempos corren y es preciso actualizarse. Por eso, ella se dedica a la investigación de las migraciones internacionales y lo que da en llamar “familia transnacional”.

 Por Sandra Chaher

Sara Poggio empezó a investigar sobre migraciones hace 30 años, cuando trabajaba en la Dirección Nacional de Migraciones. Socióloga, codirectora de la sección Género y Estudios Feministas de la Latin American Studies Association, a fines de los ‘80 se instaló en Washington, donde dirige el Latin American Family Project, un grupo de investigación que analiza la inserción de los inmigrantes de origen latinoamericano en la economía y la vida cultural. Desde que estaba en Argentina sus preocupaciones unieron migraciones y género, y acaba de visitar Buenos Aires invitada por el Programa de Democratización de las Relaciones Sociales de la Universidad Nacional de San Martín para dictar el seminario Migración internacional y familia transnacional, el concepto sobre el que giran sus estudios actualmente.

Cuando Poggio llegó a Washington, se encontró con un proceso de migrantes latinos en marcha, pero los estudios aún no hablaban de migrantes mujeres. “En verdad, hasta el ‘85 las teorías definían a las migraciones como un hecho varonil, aunque hubiera mujeres. Hay un investigador norteamericano que en esos años dijo que él no se refería en sus trabajos a las mujeres porque merecerían una investigación aparte. Pero nunca se tomó el trabajo de hacer ese estudio. Fueron las feministas, en los ‘70, las que empezaron a estudiar las migraciones tomando como sujetos a las mujeres. Aún no hay estudios cuantitativos sobre qué cantidad de migrantes son mujeres y cuántos varones; sin embargo, entre los investigadores ya hay un acuerdo de que la mayoría son mujeres. Cuando yo quise investigar en la zona de Washington-Baltimore, tenía algunos indicios que me indicaban que había mujeres solas: por un lado me lo habían informado las redes de derechos humanos; por otro, en El Salvador no es común el matrimonio legal porque cuesta mucha plata, con lo cual las parejas se unen, pero si surgen conflictos la responsabilidad de los hijos recae en la madre. Por eso era probable que estas mujeres emprendieran una migración económica. Por último, estaban las guerras, que en países como El Salvador significaron cierta autonomía porque las mujeres se enrolaron en el ejército e hicieron cosas no habituales para el modelo centroamericano; después, emigrar para ellas fue menos complejo.”

Este primer estudio, del ‘94, consistió en 50 entrevistas abiertas a mujeres que convivieran con sus parejas y tuvieran hijos. “Hice una historia de género comparando la estructura familiar en el país de origen y la que habían armado en Estados Unidos. La mayoría eran salvadoreñas: encontré que pocas trabajaron en El Salvador y si lo hacían, era como empleadas en casas de familiares. En EE.UU., en cambio, todas trabajaban, lo cual las hacía tomar muchas más decisiones en la casa. También se vería radicalmente modificada la estructura familiar, que en El Salvador era del tipo familia ampliada y en EE.UU. quizá convivían dos o tres parejas en un mismo departamento con una unidad de gastos dividida por pareja y no por hogar. Y empezó a aparecer en algunas entrevistas el tema de los derechos. Ellas veían a los varones americanos llevando a sus hijos a la escuela y empezaron a reclamar lo mismo.” En cuanto a la división de roles en el hogar, Poggio relata que algunas exigen que los varones hagan algo y ellos cumplen, en parte porque muchas veces ellos no tienen trabajo. Pero los fines de semana, con ambos en la casa, ellas vuelven a ser responsables de todo, lo cual genera frustraciones y discusiones. Las primeras, las resuelven yendo de shopping o saliendo con amigas. Y las segundas dan lugar a situaciones de violencia en las que echan a sus compañeros de las casas o los amenazan con llamar a la policía.

Poggio desarrolla el concepto de familia transnacional: la migración que, cuando llega a un país, no corta lazos con sus familias de origen. Esto, dice, se ve sobre todo en las mujeres: las madres transnacionales. “Son las que dejan a sus hijos para mantenerlos trabajando fuera del país de origen –explica–, lo cual es costoso. Nuestra conclusión es que no da resultado: para ellas es durísimo porque, como parte de su trabajo, terminan criando a hijos de otros y esto les genera una profunda angustia. Por otra parte, hacen un enorme esfuerzo económico: todos los meses mandan plata, aunque sea poca; casi todos los días llaman por teléfono, corrigen por teléfono los deberes y les dicen a los hijos qué ropa tienen que usar, y gastan fortunas en estas facturas.” Las remesas también tienen sesgo de género. Mientras las mujeres envían plata a las familias, los varones también lo hacen, pero en menor cantidad, y en cambio destinan parte de los envíos a la creación de asociaciones de inmigrantes en los países de origen. “Aportar a estos lugares los hace sentir mejor y les devuelve su status social. Cuando van de visita a sus países son reconocidos por estos aportes. Por otra parte, los varones quieren volver, mientras que las mujeres no, al menos conscientemente. Yo creo que ellos pierden más con las migraciones que ellas.”

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Sara Poggio
 
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