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Viernes, 16 de septiembre de 2005

LIBROS

Campo de batalla

Eva Perón se ha convertido en mito pero jamás en prócer, en sujeto de la historia pero no de su relato. Y sin embargo ella, su cuerpo, es el lugar en el que toman forma, se construyen y se afirman representaciones incluso contradictorias en las que importa su protagonismo, pero también lo femenino como modelo. Precisamente de eso se ocupa Los cuerpos de Eva, el libro de Claudia Soria que publicó Beatriz Viterbo editora.

Por Liliana Viola


Claudia Soria, la autora de Los cuerpos de Eva (ed. Beatriz Viterbo), equipara la figura de Eva Perón con la de Juan Manuel de Rosas: “Las prolíficas y variadas representaciones de Eva Perón en el siglo XX son sólo comparables con la producción en torno de la figura de Rosas, no se debe olvidar que Echeverría, Sarmiento y Mármol escriben su literatura fundacional contra el dictador. Ambos generan dos únicas alternativas escriturales: o el amor o el odio”. Los cuerpos de Eva es un libro que recorre las representaciones literarias y cinematográficas que se han hecho dentro y fuera del país en torno de la figura de Eva Perón. Las producidas desde los años de la llamada Revolución Libertadora hasta los últimos, en los que la moda de la novela histórica dio pie a nuevos tratamientos. La figura de Eva Perón, quien según la autora propicia estos relatos con su vida melodramática, ha sido prolífica en diversos géneros. Este libro es un documentado y crítico catálogo, pero también es mucho más. Partiendo de esta producción artística, Claudia Soria estudia las posiciones eminentemente femeninas que Eva corporiza, a través de los capítulos dedicados a sus diversos roles: hija, mujer, santa y revolucionaria. Este estudio propone el cuerpo de Eva como el campo de batalla donde varias posiciones femeninas se debaten.

Una nena llora desconsoladamente frente a la puerta de hierro que la separa de la capilla ardiente. Su madre (que es Cristina Banegas), quizá conmovida por el dolor de su hija a quien ni el apellido del padre le tocó en suerte, insiste hasta que les permiten dar el último adiós al señor Duarte. Desde la ventanilla del tren, la nena ya tiene unos 15 años, es bastante morochita y viaja de Junín a Buenos Aires. Va sin Magaldi, como lo aseveran también los testigos apócrifos que convoca años después Tomás Eloy Martínez en Santa Evita. Es una gran oportunidad para Flavia Palmiero, que llega a la Capital a hacerse artista. Nunca fue una buena actriz, dirá Libertad Lamarque cuando urda esa fantástica escena de la cachetada que nadie vio pero de la cual tantos oyeron el estampido. ¿Qué importa? Eva en este momento está muy rubia y muy feliz en la tapa de Radiolandia. Recostada en sus próximos laureles, sonríe. ¿O la que sonríe es Anne Marie Heinrich, la fotógrafa capaz de hacer diferentes a las hermanas Legrand y sutil a Tita Merello? Eva nunca tuvo hijos aunque tal vez haya tenido un aborto en el Sanatorio Otamendi y por eso hay un año completo, sus 24, que para muchos biógrafos queda en oscuro misterio. No tuvo hijos biológicos pero será la madre espiritual de la Nación, de sus grasitas. Ahora mismo, 1944, está en el Luna Park saludando al militar vestido de blanco que aún no ha tomado conciencia de lo que es un terremoto. Cuando ella enfrente con la furia de Esther Goris a los ferroviarios que continúan con la huelga, será tarde. Eva se casó una sola vez, después de que el pueblo se lo pidió a gritos al general. Efectivamente, se casó con Juan Domingo Perón, más allá de los cortejos y la insistencia de Víctor Laplace y de la presencia de Jonathan Price. Llegó a bailar un tango con el Che, se asomó al balcón de los Sucesos Argentinos con su rodete rubio. Y anduvo burlándose de la muerte, sostenida por un arnés, artilugio más poderoso que la morfina y que todos los tratamientos contra el cáncer. Pidió a la Argentina que no llorara por ella. Lo hizo en inglés pero igual todos le entendieron. Se soltó el pelo, se puso una camisa de fajina y se hizo capitana de los jóvenes. Luego se sentó a tomar un té y a discutir con China Zorrilla durante largas temporadas. Pidió que le pintaran las uñas de rojo. Vagó embalsamada ante la cámara de Tristán Bauer de un lado a otro de la ciudad y del mundo. Se hizo santa, se hizo famosa internacionalmente. Ni ella ni nadie pudo dar cuenta cabal de la razón de su vida, no hay una única pasión según Eva, materia de leyenda, carne de ficcionalización.

Las figuras relevantes de nuestra historia cuentan con un relato escolar, un día que los recuerda, una estatua oficial. Eva Perón se ha convertido en mito pero jamás en prócer. Sujeto de la historia pero no de su relato. Excepcionalmente, San Martín admitió el rostro de Alfredo Alcón así como Güemes el de Bebán. Con Eva es al revés. Ha estado atada al chisme o la teatralización que recorre incluso algunos párrafos de sus mejores biografías. Larga y profunda fue la proscripción del peronismo. Cuando se rompe el silencio, se descubre que Eva aún sin ser nombrada ha estado haciendo sus apariciones en cuentos, poemas y obras teatrales. A esta altura del siglo XXI, las generaciones que no la vieron y ni siquiera escucharon la parcialidad de los testigos, la conocen a través de sus representaciones, las que ella misma propició y las que con investigación histórica, prejuicios, devoción y odio construyeron este artefacto tan familiar y extraño.

¿Cuáles son las posiciones femeninas que se debaten en el cuerpo de Eva?

–Mi libro propone el cuerpo de Eva como una alegoría de la femineidad y la someto a un examen parecido al que Freud les hacía a sus pacientes histéricas. En los textos de ficción aparece Eva representada por dos cuerpos. Por un lado, Eva Perón, la esposa del presidente, la primera dama que es “la joya” del peronismo. Por el otro, Evita, la mujer que supera el papel protocolar para darles voz a los “descamisados” y voto a la mujer. En la primera función Eva es como cualquier mujer bonita: un objeto, una histérica que quiere lo que otros quieren que quiera. En la segunda función aparece la mujer que supera la posición de objeto porque es agente de su propio deseo. Esta posición que yo veo aparecer en Evita, no en Eva, es la que Cixous llama “goce cósmico”, una posición en la que la mujer “no mide lo que da”. Se trata de un goce específicamente femenino que experimenta la mujer cuando supera la identificación con el padre y, por ende, la posición de complemento, la de ser “la mujer de”, por ejemplo.

Quien quiera oir

El silencio cernido sobre “ella” sólo es comparable con el tamaño de su voz. Región del cuerpo capaz de desprenderse sin por eso significar mutilación, al contrario. Es la parte que puede reproducirse al infinito. Aun hoy, el tono, la cadencia, el grito contenido forman parte del saber de todos sobre Eva. El mismo Perón, que bien lo sabía, a un año de la muerte de su esposa, cuando la suerte le era cada vez más adversa, convocó al pueblo en la Plaza de Mayo y les hizo escuchar la voz. Ella había grabado un discurso para la ocasión, mensaje póstumo, su testamento que legaba lo imposible: “Quiero vivir eternamente con Perón”.

Soria sitúa entre las primeras representaciones de Eva aquellas que se hicieron subrepticiamente y que en su mayoría evitaron nombrarla. Ese grupo se articula con Ella (1953) de Juan Carlos Onetti El simulacro (1960) de Borges, La señora muerta de David Viñas, Esa mujer (1965) de Rodolfo Walsh, Evita vive (en cada hotel organizado) (1975) de Néstor Perlongher.

¿Qué marca la diferencia entre las representaciones anteriores a los ’70 y las realizadas durante los ’90?

–Yo creo que no hay demasiada diferencia entre lo que se produce en los ’70 y lo que se hace en los ’90 en términos de ficción. Eva siempre despierta odio, amor o distancia y la ficción reproduce eso. Tal vez en los ’90 haya más distancia crítica y se pueda producir una novela como Santa Evita, que es consciente de la dificultad que implica representar un cuerpo que es como un “dado cargado” (Martínez dixit). Siempre hubo una Evita odiada como la de El simulacro de Borges, una muñeca a la que todos veneran en un lugar “bárbaro” del Chaco. También existe una Eva sublimada como la que representan Desanzo y Feinmann en el film Eva Perón, que es la mujer que Montoneros quiere ver en Eva. Pero también hubo otros autores que más allá del odio y del amor encontraron que la historia de Eva (la del cadáver en particular) era material dramático para un buen policial, como Walsh, que escribe en Esa mujer la entrevista entre un coronel y un periodista interesados por revelar el enigma del cadáver desaparecido. Muchas de las obras que nombramos antes y también las que aparecieron en la década del ’90 se centran en la imagen de un cuerpo descompuesto, Eva Perón siempre está muriendo.

¿Cuál es la función de la muerte en la construcción de este cuerpo femenino?

–Lo que ocurre es que las mujeres muertas son tan femeninas... la “bella durmiente” lo es. Y si no, ahí está Hable con ella de Almodóvar, en la que las dos protagonistas mujeres pasan el 90 por ciento de la película en cama y en coma. La fantasía es que “en reposo, plácida, hermosa, muda, hierática y pasiva” la mujer espera el beso del príncipe consorte para despertarse. Si esa mujer además es rubia, blanca y joven (como en el caso de Eva)... la imagen es perfecta. Es la mujer que la cultura patriarcal elige para “preservar la raza”.

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Las imágenes de Eva Duarte que ilustran estas pAginas forman parte del Archivo del Instituto Nacional Eva PerOn, Museo Evita, Lafinur 2988.
 
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