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Viernes, 23 de septiembre de 2005

ROMANCE

Placeres ocultos

Leída en secreto por españolas y latinoamericanas durante décadas, best-seller absoluto mundial con sus incontables novelas confiadas y erotizadas, Corín Tellado es un enigma que algunos estudiosos como Guillermo Cabrera Infante han intentado develar. Un reciente documental de la televisión española y el reestreno de la pieza teatral Esta vez no voy echan algunas luces sobre esta escritora que se hizo a sí misma, desde los 16.

 Por Moira Soto

Miles de novelas leídas por millones y millones de mujeres en España y Latinoamérica, Corín Tellado es un caso único en la historia de las letras impresas bajo forma de novelas en el mundo. Mucho más leída, desde hace sesenta años, que el Quijote a través de cinco siglos, esta asturiana de aspecto matriarcal, algo vulgar, pétreo a la que se vio la semana pasada en un documental reciente de la televisión española, apoltronada en un living anticuado y convencional. Defenestrada automáticamente por la crítica literaria, desaconsejada en otros tiempos por los confesores de la parroquia, Tellado se leía a escondidas, se guardaba en algún cajón, lejos de los libros más prestigiosos de la biblioteca. Aunque ahora vende menos que hace una década porque la competencia es fuerte y esas novelas –aun las aggiornadas– huelen a rancio, Corín Tellado se sigue reeditando (en la Argentina, Editorial Sudamericana ofrece la Colección Cisne con títulos tales como Sé por qué te sigo, Ella volverá, Crisis amorosa, El destino la esperaba, Marcada para siempre) y además es muy activo el canje y la venta de usados.

Acaso el secreto del suceso fenomenal y persistente de Corín resida en las palabras que pronunció hace unos años el escritor Gaditano Eduardo Mendicutti en El Escorial, durante el curso La novela rosa, organizado por Guillermo Cabrera Infante: “La novela rosa es indecorosa, empalagosa e inverosímil, pero así es la fantasía sentimental de cualquier mortal. En el fondo, no importa cómo sea la novela, todo depende de que la mirada sea rosa, o de lo que ponga rosa a cada uno”. A su vez, Cabrera Infante, que fue corrector durante muchos años de las novelas de Tellado que publicaba la revista Vanidades, confiesa que le empezó a importar de verdad como personaje cuando le preguntaron a la exitosísima autora sobre quién le gustaba más, si Mario Vargas Llosa (otro que la defiende) o el propio Cabrera, y ella respondió que el primero era más guapo: “Fue una respuesta de un autor poco común, de alguien para quien la belleza es todopoderosa”.

Con un tailleur con pantalón coral y blusa negra, la melenita laqueada y grandes anteojos, en el reportaje de TVE Corín Tellado manifestó su desinterés de la opinión de los críticos. “Yo escribo como yo quiero, no como quieren ellos”, dijo desafiante. Aseguró que de niña era rebelde pero que después “la vida me machacó y me enseñó a ser diplomática, considerada”. Su vocación literaria se le reveló después de que su hermano mayor escribiera una novela que le pareció “muy cargante, de una memez tremenda”. Ahí se propuso demostrar que ella podía hacerlo mejor y pergeñó rápidamente alguna página. Pero la primera novela la escribió a los 16, mientras velaba el cadáver de su padre, después de mandar a dormir a su madre. “Me salió con gran fluidez, y aquí me tienes, hijo”, le dice a su entrevistador. La novela fue presentada en una editorial, aceptada, publicada y arrebatada por las mujeres.

Ahora, Corín Tellado dice que en la España del franquismo había “una represión tremenda, una falta de libertad absoluta” y que “nunca consideré a Franco un espabilado sino una persona simple que se rodeó de un equipo y supo meter miedo al país”. A doce años de publicar sus novelas semanales, “la censura se dio cuenta de mi existencia, me hizo sufrir mucho. Para pasarla ponía a un cura que daba consejos piadosos. Al erotismo lo escribía de manera insinuada, por eso Cabrera Infante me llamó la pornógrafa inocente. Pero sí reconozco que para escribir ciertas cosas he sido maliciosa. Soy liberada para los demás, quizá para mí no. Para mí la moral está por encima de todo. Tuve mis cosas en las cuales no entró nadie porque soy discreta”.

Corín Tellado se reivindica como una autora que abrió caminos a sus lectoras, contradiciendo la acusación de cursi, alienante y paternalista que se le suele hace con frecuencia: “Todavía hoy mujeres mayores me dicen: oye, nos has salvado la vida en aquellos momentos tan represivos leíamos tus novelas y respirábamos, conocíamos el amor a través de ti, los besos, las caricias. Yo escribía como creía que debía ser la vida, y acerté”.

C.T. a escena

“Había leído algunas novelas de Corín Tellado a los 10, a escondidas, y en ese momento me gustaban. Más bien, me excitaban”, memora Cecilia Rainero, directora de Esta vez no voy, la pieza sobre fragmentos de libros de la autora asturiana que se ofrece en La Tertulia, Gallo 826 (6327-0303), los viernes a las 21, a $10 y $6, protagonizada por Claudia MacAuliffe, Maru Sussini, Bárbara Francisco y Carla Vidal, quienes también participan en la entrevista que sigue. “Mucho después, al ensayar una obra de teatro, el director Martín Otero nos pidió que buscáramos algún material de apoyo. Me acordé de aquellas novelas y compré dos en la calle Corrientes para trabajar mi personaje. Las leí, las usé y me quedaron ganas de hacer algo con esta autora. Cuando conocí a las chicas en el taller de Marina Oberzsten les propuse trabajar sobre Corín y se reentusiasmaron. Empezamos a leer todas juntas varios de sus libros.”

Dentro de la repetición y la previsibilidad que son su marca de fábrica ¿encontraste variaciones temáticas cuando la empezás a leer en serie?

–Para este espectáculo leí más de cien. Ella tiene diferentes estilos, aunque todas las historias terminen igual y se dejen leer rápido porque no hay nada que pensar. Algunas están ambientadas en Inglaterra o en Estados Unidos; una estrategia, ha dicho Corín, para escapar a la censura del franquismo. Entonces, sus personajes podían toquetearse un poco más en otros países y se las dejaban pasar. Las del principio eran muy románticas, etéreas, sin relaciones sexuales, presentaban a gente de la nobleza, a duques... Después, con el correr de los años, se acercó más a la clase media, se actualizó un poco. Ya en los ‘80 empezó a tocar temas como la homosexualidad, las drogas, las orgías. En alguna historia habla de las comunas, de los hippies, siempre desde un evidente desconocimiento.

¿Te parece que ella se identifica sinceramente con ese romanticismo que culmina siempre con arrullos de pareja heterosexual que se promete amor eterno?

–A través de las entrevistas, ella no parece una persona romántica. Tiene algo duro, como una roca. Tampoco da la impresión de ser muy hogareña. Entonces, mi conclusión es que se trata de puro ratoneo. Aunque cierta vez se basó en la realidad para contar la historia de su hija que estando de novia se había enamorado de otro chico. Hace unos días, encontré esa novela, se llama Esto ocurrió a Cecil. Y empieza el relato como un biodrama: “Ustedes me disculparán, yo soy Corín Tellado. Conozco a la protagonista que me pidió que no usara su nombre, pero les voy a contar una historia real. Perdonen si no es tan romántica como las otras, les compensaré con creces la próxima entrega”. A veces, ella tenía estas cosas sorprendentes, aparte de un termómetro infalible para darse cuenta de qué era lo que vendía.

¿Llegaste a algún tipo de valoración de su obra, del secreto de ese termómetro?

–En primer lugar, vi que era un material que me inspiraba muchísimo. En parte, creo que me interesó por una cuestión personal: esas novelas las leía mi abuela, las leía mi mamá, yo misma de chica. A mí me atraía la parte más morbosa, me divertía. Luego vi que había una teatralidad. Pero cuando llamé a las chicas, no tenía idea de cómo iba a ser la obra. Leímos muchísimo, trabajamos un montón de escenas. Fuimos probando y nos definimos por las que escribió en la década del 80, en las que empezó a dar lugar a estos temas escabrosos.

Claudia MacAuliffe: –Yo me acuerdo de haber visto los libritos en mi casa, sabía de su existencia pero mucho no los leí. Conocía su ideología, su moralina, cosas que confirmé al leer para este trabajo. Descubrí por mí misma ese mundo femenino construido desde el prejuicio, el estereotipo.

¿Les parece que se trata de novelas que sólo podrían haber sido escritas por una mujer, con respiración de mujer aunque las fantasías estén bien apolilladas?

C.R.: –Sus novelas son como el manual del deber ser mujer. Todo el tiempo está tirando información sobre cómo hay que comportarse. Es más, da sermones. En Me lo presentó mi novio, dice la protagonista: ojo, que a mí me salió bien, pero no siempre es así. Resulta que ella se había acostado antes de casarse con un noviecito que tenía, y él la dejó porque andaba cantando por el mundo. Por ese motivo, ella se enfermó casi de muerte. El vuelve, la va a buscar y finalmente se casan. Y la chica hace un monólogo al final, dirigido a las lectoras, advirtiéndoles: cuidado, que yo tuve suerte, pero él podría no haber regresado y yo quedar con esa mácula... Ella te mete miedo, es muy estricta.

C.M.: –Mi educación fue de colegio de monjas, con esa ideología, así que cuando empecé a leer a Corín de chica, me parecía que estaba de acuerdo con lo que decía. Ahora no puedo creer que yo alguna vez haya pensado de ese modo... Pero hasta ese momento, era lo único que conocía. Así que para mí se trataba del deber ser en algún momento de mi vida, lo que soy ahora y cómo llevar a escena estos puntos de vista. Lo que más me interesó de la propuesta fue que no se trataba de un material específicamente teatral, que tenía que hacer un personaje que se identifica con Corín, y que actúa a sus personajes. Me encantó el desafío, porque nunca dejo de ser el primer personaje que representa a los otros.

Maru Sussini: –Porque cada uno de estos personajes de mujeres que se reúnen para jugar esa representación, toman al pie de la letra lo que sostiene Corín, son fanáticas de la escritora.

La fácil habría sido parodiar esos diálogos absurdos, esas situaciones a menudo ridículas y hacerle un guiño al público...

Bárbara Francisco: –Esa fue precisamente una indicación que Cecilia nos dio todo el tiempo cuando estábamos trabajando en la creación de la pieza: nunca parodiar a los personajes, no subestimarlos. Y fue como un antes y un después, porque primero, para nosotras, con nuestra edad y la mirada actual, era ja, ja, ja. Y después cuando leíamos con cierta distancia y a la vez desde adentro, entramos en otro territorio, bastante coherente por otro lado.

C.R.: –También hay que considerar que Barbi y Maru son las más chicas y se criaron en Buenos Aires, respiraron otro aire desde el vamos. En el pueblo de Córdoba donde yo me crié era todo muy distinto, una atmósfera más represiva, más retorcida. En ese momento, Corín Tellado no me daba risa. Por supuesto, años después, esa visión de un mundo cerrado, esa idea de que la única realización que realmente vale para toda mujer es ser amada por un hombre ideal, viril, paternal, etcétera, me dio bronca. Me di cuenta de que el mensaje era ¿tu vida es limitada, frustrada, un infierno? Conformate con las novelitas de Corín Tellado.

Juegos peligrosos

¿Con qué criterio eligen el montaje de los textos?

C.R.: –Trabajamos muchísimas escenitas, las chicas las leían actuándolas. El criterio fue por el lado temático: elegir las situaciones donde se hablaba de asuntos supuestamente actualizados, donde se notaba ese choque entre lo que ella imaginaba y la realidad. Hay que considerar que ella venía de escribir cosas muy etéreas. Y en Vivo mi vida, mirá qué audacia, hay una chica del interior que va a Madrid y se prostituye para pagarse los estudios. Conoce a un chico que se prostituye con hombres para pagarse prostitutas mujeres... Me pregunto qué pasaba con lectoras como mi mamá, que venían de leer historias bastante rosas donde la heroína al final se casaba y tenía su escena erótica culminante al estilo Corín, y tuvieron que pasar a estas terribles perversiones... Esta novela es de los ‘80 y pone la ciudad como un monstruo enorme y malvado, donde hay dealers y drogadictos. Y esa lesbiana, que es tremenda.

¿Fue complicado armar ese personaje de la lesbiana, dentro del personaje de la chica de pueblo que la representa?

–Sí, como mis tres compañeras, yo soy una actriz que hace un personaje que no es actriz y que actúa, desde la inexperiencia, otro personaje, que a su vez es una construcción falsa de Corín. Esta mujer elige ese rol porque le interesa morbosamente, a ella siempre le toca de varón y le gusta. A mí me divierte hacer esa parte masculina. Y a mi personaje le excita hacer a varones, no porque sea una lesbiana reprimida sino por el tema del poder, porque ella, como mujer, piensa que no tiene poder. Es energía masculina lo que despliega, más que moverse como varón o poner voz gruesa. A lo mejor si yo tuviera que encarnar directamente a un personaje masculino en otra pieza, lo haría con otros recursos.

M.S.: –Cuando Ceci nos llamó, yo no tenía la menor idea de quién era Corín Tellado. En mi familia, las mujeres la leían, pero yo nunca me enteré. Cuando le conté a mi vieja lo que estaba ensayando, ella sonrió: Ah, Corín Tellado. Mi abuela también la leía, y cuando vino a ver la pieza me comentó: yo no sabía que ella escribía sobre el porro, esas cosas. Le pareció muy fuerte. Yo disfruté mucho de todo el trabajo creativo. Jugamos mucho hasta que surgió Esta vez no voy. A mí me tocó el personaje de Anita –antes se iba a llamar Sarita, pero como Corín a veces tiene esa cosa de “cuidado con los judíos”, lo cambiamos– que es como una señora grácil, simpática, a la que el marido no le da bola –con suerte la coge una vez por mes– y se siente frustrada. A ella le habría gustado encarnar a la que va a la gran ciudad. Aparentemente es la más crédula y armónica, aunque después revela su lado oscuro. Es muy sensible, siempre un poco compungida.

Carla Vidal: –Mi experiencia es diferente porque entré más tarde, cuando la obra ya se representaba, porque mi personaje lo hacía otra actriz que se fue. Mi primer acercamiento fue como espectadora, y cuando me enteré de que hacía falta un reemplazo, me dieron muchas ganas y le mandé un mail a Cecilia. Conocía a Corín Tellado por mi mamá que la leyó en su adolescencia. Ella me comentó sus libros muchas veces, pero yo no había llegado a leerla. Mi mamá leyó las más rosas, así que cuando vino a ver la obra creyó que nosotras la habíamos inventado. No le entraba en la cabeza que “su” Corín hubiera tratado estos temas. Bueno, mi contacto con la autora fue directamente a través de la pieza. Un trabajo muy fuerte en corto tiempo para encontrar el personaje que hace otro personaje. Soy la mala de la película. Difícil para mí que detesto los estereotipos, que a Corín le gustan. Trato de encontrar la maldad desde las razones del personaje, su resentimiento. Tampoco soy una villana, no vivo para hacer el mal. Mi personaje básico se impone, se supone que ella es la organizadora de este juego de hacer escenas de novelas que todas conocen mucho.

Muy de chicas esto de jugar a representar cuentos, películas, escenas de la vida. A ellas les gusta teatralizar más que a los chicos.

C.V.: –Cuando leí la obra, esto de que se juntaba un grupo de mujeres a actuar esas novelitas me recordó mi infancia: entre mis hermanas y primas somos ocho, nos juntábamos a representar e invariablemente a algunas les tocaba hacer de hombre. Después sentábamos a nuestros padres y les hacíamos el show. Estas mujeres de la obra juegan a lo que no pudieron jugar en la vida.

Parecería que generaciones de mujeres de toda edad y condición no se privaron de leer a Corín Tellado y, a juzgar por las reacciones de madres y abuelas de ustedes, la pieza las obliga a una relectura.

B.F.: –Yo no la había leído, pero sí las mujeres de mi familia. Mi mamá y mi tía quedaron muy impresionadas después de ver la obra. En general, me parece que todas leían a Corín un poco a escondidas. Un poco por censura, y otro poco porque no quedaba bien decir que te gustaba. Yo pasé por distintos estados al leerla: me indigné ante la sumisión de algunos personajes, me entristecí, tuve que entrar en zonas que no había transitado. Y hacerlo como decíamos antes: en serio. A casi todas nos pasó de llegar a algún ensayo llorando, a ese punto nos comprometíamos. Así fue que llegamos a lugares inesperados. Creo que esa energía que desarrollamos quedó plasmada en la obra. Porque hay algo profundo que pescó Corín de mujer, mundo femenino, grupo. Primero, yo hacía a una niña más rebelde, después el personaje fue virando a la reprimida total, un poco mayor. El bloqueo total, fue construir desde lo chiquito. Me encanta hacer a Marisa que en algunos momentos hace a la relatora, y en otro a Michael, un hombre, una transición muy potente. Con Michael le encajo un beso a otra, es muy interesante hacer esto para el personaje básico de la reprimida.

Como relatora, estás bajando línea, en Corín siempre hay una moral, moralina, moraleja, el sermón de que hablaba Cecilia.

–Fue muy útil el proceso de leer, leer, saborear las palabras, que apareciera el sentido, percibir que estabas diciendo algunas cosas terribles. Me ayuda el ser muy distinta a Marisa, pongo otra cabeza y puedo decir cualquier sandanga, no me importa nada. Tengo otra camiseta. Marisa es la única que no está casada, todo el tiempo está como incómoda, apretada.

Tuvieron que lograr un equilibrio entre la comicidad que brota, desde una mirada actual, de las escenas, y la seriedad y convicción con que este grupo de mujeres interpreta esos papeles.

C.R.: –Al principio, la comicidad afloraba naturalmente, lo más fácil era acentuar esos aspectos ridículos. Pero, a medida que fuimos buscando cosas, maduró la idea de hacer hincapié en zonas no tan cómicas, vistas desde otro lugar. Igualmente, la gente se ríe siempre en momentos distintos, eso lo descubrimos en las sucesivas representaciones. Es un delicado equilibrio el que debemos mantener, un trabajo que seguimos haciendo porque a veces el tono se va. En general, todos los textos que actúan estas mujeres son de Corín, sólo sintetizamos las reiteraciones, pero sin modificarlos. Obviamente, hicimos algunas conexiones desde los gestos, la actuación.

¿Se imaginan a Corín Tellado como espectadora de Esta vez no voy?

–(Todas a coro) ¡Nos encantaría!

C.R.: –Pero es un misterio cómo podría reaccionar, porque ella misma es un enigma para nosotras.

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Al erotismo lo escribía de manera insinuada, por eso Cabrera Infante me llamó la pornógrafa inocente. Pero sí reconozco que para escribir ciertas cosas he sido maliciosa. Soy liberada para los demás, quizá para mí no. Para mí la moral está por encima de todo.
 
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