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Viernes, 7 de octubre de 2005

PLACERES

Joyas de familia

En el cuarenta aniversario de la muerte del arquitecto más emblemático, importante y controvertido del último siglo, en Buenos Aires se lo recuerda con la edición de un pequeño libro que evoca la mínima casa –16 metros cuadrados– en la que Le Corbusier pasaba sus mejores horas en compañía de su mujer, a orillas del Mediterráneo.

Por Felisa Pinto


El 27 de agosto de 1965, el maestro Le Corbusier, de 78 años, terminó súbitamente su vida, luego de su último chapuzón e infarto subsiguiente, en aguas del Mediterráneo. Lo hizo desde una roca que conocía muy bien, cerca de Cap Martin, en Roquebrune, donde pasaba sus veranos soñados junto a su mujer Yvonne, en una cabaña de 16 metros cuadrados, desde 1952. Mucho antes, otra obra prodigiosa de su arquitectura privada y familiar, casi sin difusión es la que construyó en 1923, destinada a vivienda de sus padres sobre el lago Leman, en Suiza. Esta vez la obra tuvo 60 metros y allí se unía el rigor con el goce por la naturaleza, señales esenciales a la hora de construir del propio arquitecto. En estos días, en toda Francia se recuerda y se homenajea el talento sin límites del arquitecto más importante y emblemático y controvertido del siglo XX. Incontables evocaciones, reflexiones, pensamientos y recuperaciones de su obra, entre las que se incluye la terminación de la iglesia de Firminy sobre el Loire, que el artista había comenzado en 1965, justo antes de encontrar la muerte.

En Buenos Aires, es el arquitecto Carlos Méndez Mosquera, responsable de la formación de arquitectos y diseñadores, quien desde su rol de editor de Ediciones Infinito, desde hace 55 años, le rinde homenaje a través de la reciente publicación de un libro de pequeño formato, Una pequeña casa, traducción al castellano en versión facsimilar, que el propio Le Corbusier editara para dar a conocer la vivienda que construyó para sus padres en 1923 a orillas del Lago Leman. Allí relata el paso a paso, descubriendo el terreno, el sitio, la planta, el espacio, los aspectos constructivos y los detalles y otros hallazgos en el librito ilustrados con fotos y croquis que Le Corbusier agregó en 1951. Novedades deslumbrantes para la época como el techo-jardín todavía sorprenden a los jóvenes aspirantes a arquitectos ávidos de las astucias y la economía de espacios para lograr verdaderos prodigios de la arquitectura funcionalista creada por Corbu, como lo llaman entre ellos, desde siempre. Una pequeña casa tiene además dibujos y croquis del propio genio. Dice el propio Corbu: “Veinte años después de la construcción de la pequeña casa, me deleité haciendo algunos dibujos que confirman el saber arquitectónico contenido en esta simple empresa de 1923, época en la cual la búsqueda de una vivienda decente dejaba a la opinión pública indiferente”.

La casita de mis viejos

El paso a paso de esta casa, bautizada Villa Le Lac, construida sin pretensiones de especulación inmobiliaria, contado por su autor resulta un relato didáctico, a la vez que poético y riguroso. El lector aprecia esa escritura en tanto acompaña al propio maestro en la búsqueda del terreno, y su hallazgo, en donde la geografía marcó su elección. A veinte metros de allí se detienen en la estación cercana los trenes rápidos que enlazan a Milán-Zurich-Amsterdam-París-Londres-Ginebra-Marsella. Cuenta Corbu: “El plano está instalado, en su terreno, calza como una mano a un guante. El lago está a 4 metros por delante de la ventana. Esta vista define a la misma como principal actor y protagonista de la vivienda”.

Y agrega, “el presupuesto era mínimo y el maestro mayor de obras no se tomaba muy en serio semejante arquitectura. Para las paredes se usaron ladrillos huecos de hormigón, conductores del frío y del calor, lo cual era malo. Por esas y otras razones técnicas, se agregó a la fachada un revestimiento de tablitas de chapa galvanizada. Precisamente, nacía por entonces la aviación comercial con sus carlingas de aluminio ondulado, por lo tanto, la pequeña casa se ponía, sin intención premeditada, al día”.

Una vez terminada se confirmó, al entrar en la casa, que la elección de una ventana de once metros era lo óptimo. Según Corbu, “le otorga categoría. Se trata de una innovación constructiva concebida para la posible función de una ventana: convertirse en el elemento de actor principal de la casa. Instalar la proporción dentro de la misma, en el lugar más decisivo: altura del alféizar, del dintel, solución otorgada a la cortina, ya que un buen plano de una casa comienza en la varilla de la cortina. La ventana es el único actor de la fachada”. Un porche sobrio y hasta humilde precede a la puerta de acceso y tiene pilotes, que recuerdan, quizás a alguna influencia corbusierana en algunas casitas de los años ‘40 en los alrededores de Montevideo y de Buenos Aires, donde quizá Le Corbusier y su estética sin alardes y gran racionalismo tuvo sus mejores alumnos en aquellos años. La casita de sus viejos, en 1923 en Suiza, tuvo sus detractores, por lo que Corbu recuerda: “Cuando esta pequeña casa estuvo terminada, en 1924, y mis padres se instalaron allí, el Concejo Municipal de una comunidad vecina consideró que semejante arquitectura constituía de hecho, un crimen de lesa naturaleza. Y temiendo, a la vez, una posible emulación (nunca se sabe), prohibió que jamás nadie la imitara”.

Vidas privadas

Otra joya familiar y casi desconocida hasta hoy en tiempos de homenajes y revalorización es la cabaña, bautizada Le Cabanon, y otra lección de arquitectura. El gran artista solía ironizar sobre ella diciendo: “Yo tengo un castillo en la Costa Azul que tiene 3,66 metros por 3,66 metros. La hice para mi mujer y es un lugar extravagante de confort y gentileza. Está ubicada en Roquebrune, sobre un sendero que llega casi al mar. Una puerta minúscula, una escalera exigua y el acceso a una cabaña incrustada debajo de los viñedos. Solamente el sitio es grandioso, un golfo soberbio con acantilados abruptos”. Allí acuden a ver Le Cabanon de Le Corbusier miles de turistas, masas de estudiantes de arquitectura especialmente japoneses, que este verano inundaron la mínima propiedad tomando notas de una lección de simplicidad y economía en tiempos de crisis. La cabaña está construida sobre una estrecha banda de tierra, enfrente al mar. Para entrar hay solamente una puerta estrecha, una ventana igualmente exigua y nada más. Es aquí, sin embargo, donde Corbu prefería pasar los veranos durante 18 años, en los meses de agosto y algo de septiembre. Aquí se hacían realidad sus teorías y sus sueños. Le bastaban un lavatorio con ducha e inodoro, una mesa rebatible y un pequeño armario. Dieciséis metros cuadrados que en realidad remiten al Modulor, su sistema de medidas directamente ligadas a recuperar la escala humana. Mirando Le Cabanon, con ojos avisados, resultan las medidas que combinan para el resultado del empleo del Modulor. “La poesía es un fenómeno de una exactitud rigurosa. Le Cabanon es una explicación práctica de esas ideas: lograr la poesía por el rigor”, recomendaba Corbu. Visitando la cabaña, dicen los que saben, se concluye en que un solo ambiente con una sola cama para dos, una mesa rebatible, y dos cubos que sirven de sillas y las paredes pintadas en los colores primarios favoritos de Le Corbusier (piso amarillo, techo verde y naranja pálido), se convierte en el mentado castillo propio y un prototipo acabado de otra definición de la vivienda del gran genio; una casa debe ser una “máquina para habitar”.

Le Corbusier vino a la Argentina en 1929, dando conferencias para los militantes de la modernidad que fueron reunidas en un tomo llamado Precisions. Se dice que entonces había conocido a Victoria Ocampo, quien le encargó unos planos para su futura casa en la calle Rufino de Elizalde, que terminó construyendo el gran Horacio Bustillo, en los años ‘30. El doctor Curutchet, por su parte, también le pidió a Le Corbusier su casa en La Plata, en 1949, que fue construida con sus planos por los arquitectos Amancio Williams y Ungar. Todavía se conserva como museo en perfectas condiciones y queda en el 280 Boulevard 53. No está mal acercarse para conocer in situ el pensamiento y una obra nada difundida en Francia y en la Argentina.

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VISTA DE LA VENTANA, 1945.
 
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