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Viernes, 11 de noviembre de 2005

SALUD

El cuerpo en cuestión

Madres adolescentes y hasta púberes son pacientes habituales en las guardias de hospitales, relata la ginecóloga Alicia Figueroa, miembro del Centro Latinoamericano Salud y Mujer. Sin embargo, la jerarquía católica insiste en llamar a la “desobediencia civil” en caso de que se convierta en ley la educación sexual, y la mera aparición de preservativos en una escuela primaria despierta más terror que si hubieran sido armas.

 Por Soledad Vallejos

Las asociaciones no tan libres y los lugares comunes dicen: el embarazo adolescente se relaciona exclusivamente con la pobreza. El sentido común concluye: las chicas y las niñas pobres son las únicas expuestas al sexo (una perspectiva tajante que tiene por principio borrar la voluntad y el placer del acto del cuerpo; o bien: visibilizar, en la pirueta retórica de un eufemismo que silencia, posibles situaciones de abuso sexual) y, por tanto, de atenerse a sus consecuencias, como si fueran inevitables. De las demás, de los cuerpitos gentiles de la clase media (y más aún de los sectores acomodados), ni se dice ni se sugiere demasiado, a menos que alguna historia sospechada de explosiva despierte cierto interés durante un tiempo, y entonces los minutos de radio, las horas de tele, las páginas publicadas empiezan a ser habitados por cifras, proyecciones y algún que otro caso testigo que certifique (el abrumador poder de la serie) aquello que se relató en primera instancia.

En las últimas semanas, en el último mes, casi como a caballo de los ¿exabruptos? eclesiásticos y las respuestas oficiales, aparecieron dos puntas del iceberg. En una, a mediados de octubre, una niña se ahorcó con su guardapolvo en el baño del colegio de Salta (Villa Primavera, cerca de la capital provincial), en el que terminaba de cursar el primario en el turno vespertino. Tenía once años y estaba embarazada. Un diario elegante publicó que “aparentemente, la niña habría mantenido una diferencia con otro chico del colegio, quien podría ser su novio”. En la otra punta, la de ecos más recientes aunque haya pasado casi al mismo tiempo, los cursos de 6º y 7º grado (niños y niñas de entre 11 y 13 años) de una primaria bonaerense reciben, como parte del Programa Regional de Salud Sexual y Procreación Responsable, una (no más) charla sobre métodos anticonceptivos, tienen oportunidad de ver pastillas anticonceptivas y preservativos, de preguntar a profesionales médicos sobre prevención de embarazos y enfermedades de transmisión sexual. Algunos de esos chicos se guardan unas pastillas, unos preservativos, los muestran en sus casas y se desata el escándalo. El programa prevé que en la charla se informe; la ley dispone que los anticonceptivos sólo se distribuyan “a parejas” de manera gratuita en unidades sanitarias y hospitales. Resultado: uno de los responsables de la charla quedó desvinculado del programa, y el Estado provincial decidió que, en adelante, las actividades educativas prescindan de mostrar pastillas y preservativos. Está bien que informen, reclamaron madres y padres a las autoridades de la escuela, pero que ellos tengan en sus manos píldoras y forros es algo “inexplicable”, “los chicos no tienen edad para usar eso”.

“En el escándalo se dijo que chicas y chicos de 6º y 7º grado son muy chiquitos para eso, pero entre esos dos grados resulta que hay dos embarazos, ¿de qué estamos hablando?”

Eso dice Alicia Figueroa, ginecóloga del Comité de Desarrollo del Centro Latinoamericano Salud y Mujer (Celsam). Recientemente, fue ella quien presentó una investigación sobre maternidad adolescente realizada en cuatro hospitales públicos de Capital Federal (Pirovano, T. Alvarez, Rivadavia y Argerich). Entre julio y agosto de este año, 171 chicas de entre 13 y 19 años dejaron ver su universo: más de la mitad (el 61 por ciento) había llevado adelante un embarazo no deseado (aunque, afirmó, había recibido algún tipo de educación sexual en la escuela), y no estaba yendo a la escuela cuando se enteró del embarazo (un 4 por ciento, en cambio, tuvo que abandonarla porque la escuela no la aceptaba en ese estado). Casi la mitad (el 47 por ciento) de esas chicas terminó convertida en madre porque “nunca pensó que se iba a embarazar”, un nada despreciable 15 por ciento “no sabe” a qué atribuir la maternidad, y un 4,6 por ciento porque pensó “que él se iba a cuidar”.

“Que los chicos tuvieran acceso a preservativos y píldoras fue lo que despertó más polémica, pero si leés el reporte completo, si te fijás en la letra chica de las noticias, ves que solamente una madre se quejó (Ninfa Suárez, la mujer que hizo la denuncia), pero que 37 padres y madres escribieron al Ministerio para pedir que no suspendan las clases de educación sexual. Siempre se hace caso a la disidencia y no a los apoyos, la escuela tiene miedo a la oposición de los padres y los padres están esperando que la escuela hable.”

El adjetivo recurrente cuando se habla de tasas de embarazo adolescente es “alarmante”, y sin embargo la situación no es nueva, ni está en crecimiento en la Argentina (sí lo está, en cambio, en Latinoamérica): sencillamente permanece y va adquiriendo la invisibilidad de lo cotidiano. “Siempre que al tema lo toman los medios y le dan un valor, se multiplica, se hace visible lo cotidiano, porque suelen ser cosas tan cotidianas que nadie lo capta o percibe”, sostiene Figueroa, que desde hace diez años vive cada semana las rutinas de una guardia de partos en el Hospital Durand.

Pero el embarazo adolescente también suele ser invisibilizado en lo cotidiano.

–En el trabajo diario en el hospital público no es invisible. Lo que pasa es que es más frecuente ver embarazos adolescentes en el hospital público que en la maternidad privada, porque las chicas de nivel socio-económico más alto tienen, por un lado, más acceso a métodos de prevención de embarazo, y, por otro lado, una vez que el embarazo ha ocurrido, tienen también acceso a otras opciones que quizá son más inalcanzables para chicas de menores recursos.

¿Abortos?

–Abortos. Es una realidad, es lo que tenemos.

¿Cuál es la presencia de los embarazos adolescentes en la rutina de una guardia?

–En la guardia de partos, muchas de las embarazadas son menores de edad, y a veces muy menores de edad. A veces hay nenas muy inmaduras a las que ves llegando con su mamá, y a las que tenés que atender como si estuvieras atendiendo casi a un paciente pediátrico, en términos de contención y acompañamiento. Esto está manifestando que el embarazo les cayó en la madurez biológica pero no en la psicológica o en la emocional: les es muy duro afrontar esto de convertirse en madres. No se trata solamente de cómo transitan su embarazo y su parto, sino también de lo que pasa después: por algo entre los hijos de madres adolescentes se registra una mortalidad infantil que duplica el de nacidos de mujeres mayores de 20 años. ¿Es que no son buenas, no quieren al bebé? ¡No! Es que no tienen, por ejemplo, la madurez de prever situaciones de peligro, de alarma, no tienen el reflejo de recurrir al médico, al hospital. Toda la situación hace que esos chicos estén expuestos a riesgos mayores de morir y enfermar que los que nacen de mamás con cierta madurez emocional para hacer frente a las emergencias, a lo que sale de la vida cotidiana. Muchas de las chicas tienen buen control prenatal. A veces, una habla de inmadurez y de falta de capacidad para reaccionar ante situaciones de emergencia y se confunde eso con negligencia. Pero aquí se trata de falta de capacidad; negligencia, en cambio, es adjudicable al que teniendo una capacidad de hacer algo, no lo hace. Estas chicas, en muchos casos, están vinculadas al embarazo, al bebé, no es que no les importe, sino que todavía no crecieron.

¿Quiénes las acompañan?

–En general, las muy chicas vienen con sus madres. Las más grandecitas ya tienen una unión estable, o la están por hacer y vienen, o piden estar más acompañadas por sus parejas. Esa es también una cuestión que llama la atención: muchas veces las madres de las chicas embarazadas son muy jóvenes, ellas también fueron madres adolescentes. Pareciera que la historia se repite: las madres adolescentes tienen hijas que van a serlo. No es poco frecuente abrir la puerta y ver a una mujer con un bebé en brazos y una chica de 15 años embarazada.

¿Hay protocolos específicos para la atención de adolescentes embarazadas?

–En el Hospital Durand, que es donde estoy yo, cuando se trata de adolescentes hay como cierto aumento del cuidado en cómo se le dicen las cosas, pero el seguimiento del embarazo adolescente es igual que en el caso de mujeres adultas, a menos que se detecte alguna situación adicional de riesgo para la salud, o que se sugiera alguna interconsulta con psicopatología o con el servicio social.

¿Cuando se sospechan casos de abuso?

–Sí, para esos casos o para casos de menores desprotegidas. Muchas veces pasa que el padre también es adolescente, a veces ausente, pero otras veces excluido, la familia de ella le dice: “No quiero que estés cerca de mi hija embarazada, vos le produjiste esto”.

A la línea de información y orientación gratuita en anticoncepción del Celsam (0-800-888-235726), dice Figueroa, no son pocas las chicas que llaman cuando comprenden que esos gestos del cuerpo correspondían, en verdad, a los anuncios de un embarazo no deseado.

“Creo que la consulta más temida en la línea es la de una adolescente que se acaba de enterar y no quiere tenerlo. Tenés que empezar a usar tus herramientas de contención y buscar que se abran a un mayor. Una no puede dar una solución en una charla telefónica, pero sí intentar convencerla de que haya un mayor involucrado que pueda velar por su seguridad: un padre, una tía, un profesional de la salud, o lo que fuera. Es muy triste escuchar: ‘en mi casa me matan’, y saber que no lo dice como lo hipotético, sino como lo concreto: ‘me van a pegar, mi papá me va a pegar’. ¿Cómo desarmás eso? Hay que buscar un aliado. Una adolescente sola, embarazada y desesperada no va a hacer nada bueno para ella. Hay que insistirles hasta que puedan desarmar el silencio, romper esa soledad.”

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Bernardino Avila
 
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