las12

Viernes, 27 de enero de 2006

NOTA DE TAPA

Tu me quieres (MAS) Barbie

Comer yogur por pastel con crema, tomar agua por cerveza, desear (un cuerpo sexuado) y ser deseada pero no desear (alimento que redunda en cuerpo redondeado), mirar con avidez (el patrón a seguir) para comparar (y concluir que no hay caso). No renegar, nunca, de la sacrosanta misión: ser parte de ese ejército de cuerpos cada vez más perfectos, más tensos, más lustrosos. Porque la obsesión por la belleza no es novedad, pero la presión por fabricarla cada vez viene peor.

 Por Luciana Peker

“Muchos cuerpos que vemos espectaculares, en realidad, son chicas sin caderas, sin cola, sin curvas, que están forzadas por la postura de la foto, pero que, personalmente, no llaman la atención”, desnuda una periodista que cubrió, durante más de cinco años, la temporada en Punta del Este, de donde salen las tapas de revistas, de donde salen las chicas del verano, de donde salen los espejos en donde se miran –guste o no– el resto (o casi) de las mujeres. Lo llamativo no es, tal vez, que haya mujeres que parecen llamativas y, en verdad, no lo sean (siempre estuvo la desilusión ante la mirada personal de una supuesta divinidad/diva), que haya otras mujeres realmente llamativas más allá del photoshop (siempre existieron mujeres hermosas), que haya chicas del verano (siempre hubo chicas del verano), sino que la obsesión por el cuerpo femenino en el verano haya crecido y, además, se haya homogeneizado tanto. Las olas y el viento de las ondas del verano arrastran cada vez a más mujeres, influidas, torturadas, martilladas, martirizadas, interesadas, esforzadas, transpiradas, miradas, catalogadas o presionadas por esa mochila del deber ser que es tener un cuerpo visiblemente sexy e invisiblemente sobrante, visiblemente curvo e invisiblemente poceado, visiblemente tenso e invisiblemente fofo.

El ideal es un cuerpo perfecto que, además, tiene que ser cada vez más perfecto y que arrastra a más mujeres en busca (o en sufrimiento) de esa perfección. ¿Quién está exenta? ¿Cuántas pueden (o se atreven a) hacerles pito catalán a los moldes de ropa, a quedarse en bikini, a los chistes de pasillo, a los rankings laborales, a las charlas de amigas, a las preguntas sobre la balanza, a las bebidas diet, a los cierres que no suben, a las compañeras que renacen de sus cenizas por tres talles menos, a los convites de ensaladitas y las miradas despectivas por pedir papas fritas? ¿Cuántas, aun con una mirada crítica sobre la radiografía social del cuerpo femenino, no pueden dejar de sentirse atravesadas por esa radiografía de huesos flacos y culos altos?

“Yo siento que las presiones estéticas aumentaron en los medios, en las creencias populares y en la cabeza de cada uno de nosotros”, reflexiona, por ejemplo, Carla G., guionista de televisión de 38 años, que está alejada de un modelo de mujer de vida al espejo pero que, sin embargo, no puede dejar de estar atenta a los espejos sociales. “A mí me pesa cuidarme porque lo siento como un gran sacrificio. Pero también me jode que la mirada estética ya está impresa en nuestras propias cabezas. Ya no hace falta que te miren y te digan ‘estás gorda’. Te lo decís vos. Me parece que la insistencia en el aspecto estético hizo mella y ahora la peor mirada, la más crítica, es la propia. Hay que cumplir con las reglas de ese modelo, y si no, te quedás afuera de algo. Terminás autodiscriminándote. A mí no me jode que otra persona sea gordita, o tenga celulitis y esas cosas. Pero esas cosas me joden en mí. Tiendo a ocultarlas o a sentirme incómoda porque no estoy dentro del standard”, pone sus verdades sobre la mesa. La mesa: ese lugar donde las mujeres hablan (demasiado) de comida y (a veces) comen menos de lo que hablan (o desean) o comen (con menos placer y más culpa) de lo que debieran, ese lugar –la mesa– que se volvió, casi, más tabú para las mujeres que la cama, ahora que “en casa” la tele te enseña –antes de las 12 y sin rayas– cómo descontrolar tus deseos y llegar al orgasmo (en el programa Alessandra, tu sexóloga) y –también– cómo controlar tus deseos y creer que un yogur de lemon pie es igual a un lemon pie.

¿Se puede liberar el cuerpo y controlar el cuerpo? ¿Se puede dejar correr las fantasías de masajes en los pies o disfraces de enfermera y reprimirse la tentación de unas frutillas con crema? ¿La liberación sexual del siglo XX se paga con el corset de los deseos gastronómicos del siglo XXI? Si antes las mujeres se mordían los labios para no gritar en el zaguán, ahora la rubia de la propaganda de Ser se muerde los labios para no comer un postre en una reunión laboral y se los vuelve a morder para no comprarse un dulce en la calle. Morderse. Y ser mordida. En la otra propaganda de los postres cero calorías una amiga reta a la otra: “¿Vos no te habías empezado a cuidar?”. “Sí, pero no puedo”, dice la pecadora sandwich en boca, hasta que la amiga redentora la sana y salva con un potecito light.

“Hay momentos en que te morís por comer algo rico y en ese momento es muy difícil resistirte”, reza, a modo de guiño, una de las chicas Ser con su salvavidas de sacarina saborizada. Morir y vivir (flaca) para contarlo. Hay algo simbólico en la novedosa homogeneización de la filosofía Ser. Hasta ahora las publicidades típicas del verano –Arceligasol reductora, Slim Center, etc.– pregonaban cuerpos perfectos con cuerpos perfectos o cuerpos desperfectos que se volvían perfectos. Ser, en cambio, muestra mujeres reales –con arrugas, narices prominentes, facciones insípidas o no especialmente atractivas– y esto produce una contradicción. En las promociones lanzadas en el 2005 la belleza real de las chicas naturalmente diet asomaba como un paso adelante hacia la búsqueda de nuevos modelos estéticos menos exigentes y más democráticos. Ahora, en cambio, con la campaña de verano, en donde las amigas se retan por comer o se “mueren” por algo que no pueden comer, la duda es si en vez de bajar la exigencia –“todas podemos ser lindas, aun las no tan lindas”– la nueva publicidad no pone exigencias de modelos –“todas debemos ser flacas, también las más o menos lindas”– a todas las mujeres (profesionales, madres, maduras, normaluchas, etc.) que están representadas en la publicidad. Y mucho más cuando Febo asoma. “Porque el verano recién comienza”, como recuerda el slogan del yogur.

“Me producen un rechazo profundo, furioso y militante las presiones hacia las mujeres. Me gusta mi cuerpo imperfecto como un gesto más de mi oposición al modelo de mujer flaca pero con tetas y culo para el desmayo. Lo peor de todo es que ese modelo se presenta no sólo como una exigencia física sino como concepto de vida: renunciar a un helado para conformarse con un yogur light. Léase renunciar al placer para conformarse con lo ‘correcto’. ¡Encima nos quieren convencer de que es lo mismo!”, resalta la periodista Alejandra Abrodos.

Estalló el verano

El mandato es claro: el zucundum-zucundum parece tener que partir de un rayo todo exceso de grasa o pocito de celulitis. “Lindas contra viento y marea” fue, por ejemplo, el título del suplemento de mujeres de un gran diario del 10 de enero. Allí también se puede leer una encuesta que plasma la presión solar sobre las mujeres: “¿El verano la impulsa a querer mejorar su aspecto físico?”. El 38 por ciento –de 2324 votantes electrónicas– respondió: “Sí, ya empecé a cuidarme más”; el 31,8 por ciento asumió sus culpas (“sí, pero no hice nada al respecto”); el 24,9 por ciento se mostró como soldaditos de dieta hincando zanahoria llueva o truene (“No, me cuido todo el año”), y apenas un 5,3 por ciento se asumió contenta con ella misma o indiferente a la presión de la malla (“No, no me interesa mejorar mi aspecto físico”).

El secreto de la tortura del verano es básicamente un artículo que debería ser fresco, pero termina dando más calor que una bufanda: la malla. “De golpe me fijé que tengo cinco dos piezas y cuando hago el bolso para ir al río o a tomar sol a alguna parte... siempre recurro al amigo enterizo que tapa la barriguita y que ya camina solo... –se ríe Paula I., relacionista pública de 25 años–. Además aunque el color sagrado del verano es el blanco... el bendito amigo negro ‘esconde todo’ aunque sea un sacrilegio ante días de 40°C y sol radiante.”

Las revistas ya no son del corazón (sino de la panza, la cola, las tetas...)

Otra muestra del ascenso del problema estético es que, hasta hace algunos años, las revistas del corazón eran, justamente, revistas del corazón y las de dietas, de dietas. Hoy, en cambio, el corazón de muchas mujeres late por las dietas (“¡Es un horror! A las mujeres lo único que nos importa es estar flacas. El hombre, la profesión, todo, viene después”, Fabiana Cantilo dixit). No por nada el título de Caras del 10 de enero fue “Susana Giménez impacta con su nueva figura”, y la noticia no era el hombre que corría a Susana detrás de su bicicleta, sino la bicicleta que hizo adelgazar a Susana (6 kilos). Aunque Susana ya tiene más de 50 (y más), hoy tiene tantas exigencias en sus muslos como si tuviera menos de 30. Eso pesa, y no sólo en ella. Carla G. ataja el boomerang: “Las mujeres de mi edad (38) o mayores que aparecen en las revistas están operadas y tienen un cuerpo que no tenés con esos años sólo cuidándote. Sin embargo, los titulares ‘Radiante a los 40’, ‘A los 50 sigo siendo una diosa’ joden porque ves a una mina en bolas, con una tetas espectaculares, firmes y apuntando al techo, un traste ídem, sin panza, sin arrugas. Yo me miro y digo: ‘¡No llego radiante a los 40 ni en pedo!’. ¡Es más, estoy peor que la de 50!”.

Otro factor a tener en cuenta es que ahora “cuidarse” no es solamente darle vuelta la cara al dulce de leche granizado o contar hasta treinta con los glúteos duritos. El combo “hay que pasar el verano” es inimaginable. “La incidencia de consultas estéticas en primavera-verano aumenta casi en un 100%. Los más pedidos cuando se acerca la temporada son las ‘técnicas shock’ para eliminar la celulitis, la flaccidez de las piernas, glúteos, brazos y panza y las estrías e imperfecciones de la piel. Los tratamientos más usuales en esta época son Sistema Láser Synus (para depilación definitiva, manchas y vello encarnado), Cromo Peel (para borrar estrías e imperfecciones), LPG, Osmolipolisis, Hilos Tensores y Meso Up (para modelación-celulitis y flaccidez), la Rinomodelación sin cirugía, los Peeling Bioprogramados de verano y el Botox (para la piel de la cara)”, enumera Agustina Capellino, al frente de su propio centro de medicina y cirugía estética. “Lucir un cuerpo modelado, sin celulitis, con la piel firme y tersa es una de las máximas aspiraciones de las personas que muestran su cuerpo en el verano.”

Aunque, más allá de la presión social, comercial y mediática, también es verdad que muchas mujeres se sienten mejor si se ven mejor y que el deporte y la comida sana son –además de una ventaja estética– una opción saludable. ¿Puede existir una fórmula para saltear la frivolidad y llevarse bien con el propio cuerpo? “Todas las mujeres quieren tener un ‘buen cuerpo’ pero algunas se dedican en forma desmedida a ese objetivo que, casi, se convierte en una ‘neurosis estética’. Pero es verdad que el cuerpo es el hogar de los afectos, hay que disfrutarlo y no padecerlo, cuidarlo y no esclavizarlo. Nunca hay que poner en riesgo la salud por un objetivo estético. La presión social puede ser desmedida, los modelos venden y el mundo del consumo nos arroja a todos –seres imperfectos– a metas imposibles. No se trata de resignarse sino de aceptarse y tolerar los límites. Siempre habrá algo para mejorar, pero el cuidado estético debe incluir el amor propio. Lo mejor es dejar de correr detrás de la quimera de oro –que es un camino de frustración permanente– y empezar a buscar la armonía del propio cuerpo”, sostiene Patricia Dermer, doctora en Ciencias Químicas y Análisis Biológicos y directora del centro de medicina estética Lidherma.

Para otras mujeres, darse permiso para medir su alimentación también es liberador. Luciana G., socióloga de 34 años, cuenta: “Lamentablemente vengo de un hogar intelectual donde los cánones de belleza se regían solamente en la cantidad de libros que leía. Pero empecé terapia a los 15 y mi psicoanalista me ayudó a descubrir que además de los libros hay que prestarle atención al cuerpo, y a esa edad empecé a hacer dieta”.

También está el placer, así como suena: placer. “Yo me cuido para sentirme bien, me encanta comer bien (desde que no como carne me siento muchísimo mejor), mover mi cuerpo, hacer Swasthya yoga, bailar, andar en bici, caminar mucho. Pero si no disfrutara de hacer estas cosas no sé si las haría tanto sólo por la estética”, dice Alicia G., licenciada en Letras, de 28 años. “Cuando me cuido me veo mejor y me vuelvo menos obsesiva, no me descubro defectos todo el tiempo. Y para mí cuidarse es hacer deporte, porque de hacer dieta ni hablar. Me gusta mucho correr y no me puedo privar de helados y cerveza en verano –equilibra Patricia R., editora de libros, de 35 años–. No me gusta ni quiero sentirme esclava por mi cuerpo, sino disfrutar de mi cuerpo.”

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Vengo de un hogar intelectual donde los cánones de belleza se regían solamente en la cantidad de libros que leía. Pero empecé terapia a los 15 y mi psicoanalista me ayudó a descubrir que también hay que prestarle atención al cuerpo. A esa edad empecé a hacer dieta.
 
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