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Viernes, 3 de marzo de 2006

TEATRO

La payasa feliz

En el Festival Internacional de Formación del Actor que se está realizando en Buenos Aires, la francesa Sophie Gazel, directora, dramaturga y maestra de clown, dará conferencias y seminarios, y presentará una obra donde se satiriza la vieja costumbre de las mujeres de sufrir en pos de la belleza, protagonizada por la actriz Virginie Dupressoir.

 Por Moira Soto

Me encanta cómo se reúnen acá las mujeres de cierta edad con sus amigas en los bares, los restaurantes, se cuentan todo, se divierten, una actitud muy vital. Me gusta el universo femenino argentino, las mujeres tienen una personalidad fuerte, se arreglan de diferentes maneras, se mueven con seguridad”, comenta Sophie Gazel, profesora y puestista de teatro clown, fundadora –junto con el argentino Pablo Contestabile– del Théâtre Organic, sentada a la mesa del Premier, en Corrientes y Paraná, cuando un coro cercano de risas femeninas casi tapa sus declaraciones frente al grabador. Sophie Gazel está en Buenos Aires presentando el Festival Internacional de Formación del Actor, que arrancó el lunes pasado y culminará el 2 de mayo. Entre las actividades abiertas al público figuran las conferencias-espectáculo que se realizarán en el Cubo Cultural, Zelaya 3053, siempre a las 20.30, a saber: Norman Taylor (Tratado del gesto y de la imagen), el 6 de marzo; Paul André Sagel (Bajo la piel de las máscaras), el 3 de abril; Jos Houben (El arte de la risa), el 2 de mayo. (Las entradas salen $15 y se pueden reservar al 15-6151- 8632). Asimismo, habrá un cabaret el 20 de mayo a las 21 en el Abasto Social Club (4862-7205). Por otra parte, Gazel presentará su espectáculo protagonizado por Virginie Dupressoir, Me voy allá a ver si estoy en el Espacio Callejón, el 1º y el 7 de abril a las 23.30, y también en una fecha a establecer en el Centro Cultural Rojas, donde dará una conferencia el 18 de abril a las 20 y dictará un taller de dramaturgia el 22 del mismo mes, de 13 a 16.

Gazel y Contestabile (formado en la Argentina y Europa, donde actúa en diferentes compañías y da cursos de entrenamiento actoral) se conocieron en Londres, en la escuela de Philippe Gaulier, “donde podés estar actuando una escena de una tragedia clásica con una alemana y una japonesa, cada una con su estilo y su idioma, y comprobar la importancia del intercambio, compartir experiencias, apreciar que cada uno llega con un cuerpo diferente, distinta relación con la luz y el espacio”, dice esta parisina que estudió con maestr@s como Ariane Mnouchkine, Patricia Jaïs, Tapa Sudana, Norman Taylor, John Wright, y que próximamente dirigirá en Suiza la pieza de Carol Frechette Los siete días de Simon Brossard y luego presentará con Pablo en París, durante octubre, la primera edición de un festival de teatro, con cuatro obras contemporáneas y de clown. “Entonces fue que tuvimos la idea de organizar este proyecto de formación del actor que ya va por su séptima edición. Empezamos en Francia, en pleno campo, con tres seminarios de diez días cada uno. Lo que más nos interesa es la mezcla de nacionalidades, mutuamente enriquecedora.”

Payasadas universales

“En Francia, tenemos la suerte de que nos enseñen teatro en el colegio, de modo que yo me decidí pronto. Cuando entré en la universidad, cursé dos años de cine y teatro, una enseñanza bastante mediocre que hace que lagente siga cursos paralelos. Comencé a hacer stages, seminarios con profesores que me gustaban más. Poco a poco me acerqué al trabajo de Jacques Lecocq, hice contacto con antiguos alumnos de él que se convirtieron en mis maestros. Aunque seguí actuando, a poco tiempo elegí la puesta en escena. Hoy solo dirijo, doy cursos de teatro y escribo un tipo particular de dramaturgia que vincula el clown y el teatro del absurdo. He creado dos espectáculos sobre la base de este trabajo de búsqueda personal. Ya como actriz había descubierto esta posibilidad de trabajar poéticamente problemas que tocan la humanidad de manera más universal: la soledad, la dificultad de comunicarse con los otros, el miedo a lo desconocido... Lo que me gusta del clown es que no hay historia, se trata de situaciones que les hablan a todos. Escritores como Beckett, con Esperando a Godot, ya trabajaron esta forma de teatro.”

Te decidiste por un género en el que no existe todavía una gran tradición femenina. Los grandes payasos históricos son varones, lo mismo que los primeros cómicos del cine mudo. También en los circos siempre han sido los hombres los que hacían las payasadas.

–Es cierto, pero en Francia tenemos la buena fortuna de tener algunas mujeres clowns, como Fratellini. En otras épocas, podías encontrar a mujeres que se disfrazaban de hombres, se ponían vestimenta masculina para hacer reír y ser aceptadas por el público. Sin embargo, desde hace poco, hay en Europa mujeres clowns asumidas, que toman en solfa la feminidad, se refieren con humor a sus defectos y carencias. En mi país, también tenemos actrices que hacen unipersonales cómicos como Marie Lapaco, Sophie Jolie, Jacqueline Maillant, todas figuras destacadas. Por otro lado, están las clowns propiamente dichas, una especialidad que se ha desarrollado los últimos tiempos.

¿Cuáles son los rasgos del género que más te interesan?

–En el clown no hace falta desarrollar la psicología de un personaje, exponer un conflicto y su evolución como en el teatro tradicional. No hay que nombrar las cosas, tampoco explicarlas, sino revelarlas. Siempre me sentí atraída por la puesta en escena, por el juego del actor. De pronto se abrió un camino en el que me interné porque me di cuenta de que a través de la poesía se podía hacer un trabajo que tiene que ver más con la forma que con el contenido. En el trabajo con los comediantes me gusta mucho encontrar un tema concreto, muy preciso, muy enmarcado, en función del cual se pueden hacer propuestas expresivas distintas, para encontrar una manera inesperada de tratarlo. El fondo, entonces, es lo que menos me importa y debe ser lo más simple posible. Porque lo que para mí vale es el tratamiento.

¿Cómo es el espectáculo que vas a presentar en Buenos Aires?

–Está protagonizado por una actriz francesa que viajó con nosotros. Virginie Dupressoir tenía mucha experiencia teatral pero jamás había trabajado el clown. Ella había hecho grandes textos clásicos, grandes personajes.

¿Se siente liberada una actriz con esa formación cuando rompe el molde?

–Una liberación total. Me conmovió que ella, después de trabajar cierta presencia, determinada voz en el teatro tradicional, hiciera este descubrimiento. Que de pronto nadie le pidiera componer un personaje o trabajar un texto sino convertirse en su propia escritora, con sus palabras, manteniéndose cerca de ella misma, observando sus reacciones. En general, las personas que descubren el clown experimentan un placer enorme en encontrarse consigo mismas y aceptarse. Placer y alivio en reconocer y mostrar sus defectos, sus flaquezas. Claro que hay un primer momento de vacilación, de miedo, pero que se supera pronto.

¿Qué les suma el clown a actrices y actores?

–Todos tenemos un doble aspecto que el clown pone en evidencia: la parte social, muy diferente de la animal. En sociedad, una se comporta según ciertas reglas, la educación que ha recibido. Virginie, por ejemplo, tuvo una formación católica muy estricta, provenía de una familia muy seria. Y cuando ella se salió de toda esa formalidad y se sintió libre de expresarse, apareció una gran exuberancia, una felicidad total de transgredir, sabiendo que era un juego que se podía permitir en determinado tiempo y espacio. Cuando advertí esta manera de expresarse de ella le propuse trabajar temas de la identidad femenina, que incluye aspectos masculinos. En realidad, se trata de una identidad ambigua. Partimos de la frase: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Nos divertimos mucho gracias al clown tratando de recuperar todo aquello que es exterior a la mujer, impuesto por las convenciones sociales. Cosas que son utilizadas por las mujeres para sentirse más mujeres: cierto vestuario, el maquillaje, los tacos altos...

El clown parece el género ideal para satirizar estos temas, hacer una síntesis.

–Sí, y al mismo tiempo otorgarles un interés poético. En este caso, nos preguntamos ¿qué es una mujer?, ¿qué es lo que dice que soy una mujer? Para acercarnos a una respuesta partimos de las apariencias, con la idea de llegar al fondo. Y entonces comprendí que el fondo no era lo importante. Gracias al clown encontré formas sorprendentes para dar vuelta ciertos temas que ya habían sido tratados por muchas mujeres feministas, militantes comprometidas, que han hecho las correspondientes denuncias. Pero ése no es mi rol como artista: tenía que encontrar la manera de decir estas cosas desde el escenario con poesía, con humor, ligeramente. Partimos de los tacos altos que a este personaje le dan vértigo, mientras que los zapatos chatos le hacen daño a los pies. Por lo tanto, le pregunta al público si puede ir descalza por la vida. Le dan respuestas distintas, se queda con el no. Un fracaso, en tanto que clown. Frente a este traspié, ella recuerda una frase que todas las madres han dicho a sus hijas: “Mi querida, para ser bella hay que sufrir”. En otras palabras, para ser mujer hay que sufrir. Y tomando al pie de la letra este lugar común, ella va a intentar sobre la escena todas las posibilidades de hacerse daño. Después de cada intento le pregunta al público: “¿Y ahora soy bella?”. La idea fue trabajar sobre esta tradición de sufrimiento de la mujer, en la cual figura la belleza.

Además de otro registro en el humor, ¿las mujeres tienen temas específicos para desarrollar?

–Totalmente. Las mujeres no tienen límites cuando logran burlarse de sí mismas: por ejemplo, tomar una cartera y darla vuelta, ver su contenido cosa por cosa, todo un universo de posibilidades humorísticas... Tienen razón los hombres al decir que somos locas, al menos desde el punto de vista de ellos.

A nosotras nos puede parecer loco que ellos salgan sin cartera...

–Exacto, es el tipo de paradojas que me encanta mostrar en el clown, poner al descubierto. En otro espectáculo que hice con Pablo, ¿Adónde va la luz cuando oscurece?, traté la relación de tres, el triángulo, algo muy dinámico a nivel creativo. Y trabajé con mujeres el mito de Sísifo, que sube la montaña con la piedra para caer eternamente. Camus dijo que Sísifo en realidad no sufría, que estaba desarrollando músculos. Muy clown, muy absurdo. El espectáculo descubría que todos somos un poco Sísifos, que nos levantamos a la misma hora, vamos a trabajar a lugares parecidos, compramos en la misma panadería... Pero dentro de esas acciones se puede encontrar una zona de libertad. En el espectáculo, las tres chicas llevaban la piedra de manera diferente.

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Imagen: Ana Dangelo
 
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