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Viernes, 9 de junio de 2006

MEDIOS

En la tele como en el mundo

Oreiro le pega a Arana, Arana se la devuelve y la magia televisiva –escudada en el “es sólo una comedia”– convierte la violencia de género en ese axioma tan viejo como peligroso que nombra los golpes como pasión. Mientras la pantalla se calienta, guionistas y especialistas opinan sobre los límites (no tan virtuales) de la ficción y las imágenes (no tan inocentes) de una violencia que, en la vida real, se cobra vidas de mujeres.

 Por Luciana Peker

Te amo.” ¡Paf! (ella a él). (Silencio.) ¡Paf! (él a ella). Y ahí nomás de recibir el golpe de su amado, después de la bofetada precisa de su hombre, ella le salta encima y comienza a besarlo locamente. Y él acompaña la propuesta, qué va, no se iba a quedar afuera después de haber soportado tanto golpe. “Así cerró anoche Sos mi vida. Todo una ternura, no digan”, calificó –glup– la sección televisión de Clarín.com la escena de amor y violencia, emitida el 23 de mayo en Canal 13, entre la Monita y Martín, los personajes de Natalia Oreiro y Facundo Arana en la novela más exitosa del año. “Los protagonistas de Sos mi vida, Natalia Oreiro y Facundo Arana, tuvieron una noche a pura trompada. Se aman, claro”, explicaba la versión digital en la nota que invitaba a ser leída bajo el título “Pegame y llamame amor: bofetadas que, en el fondo, son de cariño...”, publicada en la web el 24 de mayo. ¿Hay bofetadas que, en el fondo, son de cariño?

“Mostrar ligeramente escenas de violencia en una relación de pareja es nocivo tanto para la mujer que se encuentra en situación de violencia como para el imaginario social, porque refuerza las creencias falsas sobre la violencia de género y se constituye en un grave obstáculo a la hora de abordar esta problemática”, sentencia Susana Cisneros, abogada y co-autora del libro Femicidio e impunidad. La lógica de la novela –y de los comentarios periodísticos posteriores– nace de uno de los prejuicios más asentados sobre la violencia de género: que hay golpes por amor y, sobre todo, por pasión. Pasión para enojarse y pasión para reconciliarse, casi como un círculo que calienta la pareja, y también la pantalla.

Lo de la pantalla es seguro: en tiempos en que el rating manda y la televisión cronometra la fidelidad del público minuto a minuto, el capítulo de primero-te-pego-y-después-te-beso tuvo 30.5 puntos de rating, la cifra más alta del día, por encima de Montecristo y ShowMatch. Tal vez por eso el recurso de los cachetazos no fue una escena aislada sino un efecto reiterado. Cinco días después de bofetearse con la Monita, Martín –desencontrado con su verdadero amor– le cuenta al novio oficial de ella, el Quique (Carlos Belloso), que la vio con otro: un tercer candidato en discordia.

–Le tenés que poner límites –aconseja Martín.

–A los bifes, pa, pa, pa –sonoriza el Quique.

–No, sin golpes, con la Monita no... –amortigua Martín.

–Sí, porque me la devuelve –se ataja el Quique.

–Le tenés que demostrar quién lleva los pantalones –repunta Martín.

El Quique hace caso. Y le grita a la Monita:

–¡Basta de hacerme el cornudo! Si no entendés por las buenas vas a entender por las malas –amenaza sacándose el cinturón.

El 6 de junio el bifegate sigue. Aunque esta vez Quique no le quiere pegar a la Monita, sino a su mamá, que está desaparecida y –según le cuenta un policía– estuvo haciendo exhibiciones obscenas en la calle. “Le voy a dar unos bifes, pa, pa, pa”, vuelve a ejemplificar el novio bizarro.

Violencia de novela

Si los golpes, las amenazas, los hombres que creen salvar los noviazgos a las trompadas o los prejuicios sobre la violencia como motor del amor existen en la calle, ¿por qué no deberían mostrarse por televisión? En realidad, lo llamativo no es que las novelas o unitarios reflejen la violencia como un problema social –por ejemplo, en Montecristo se muestra la apropiación de bebés en la dictadura y no es una apología de la represión–, sino que Sos mi vida es una comedia muy liviana, con dos héroes queridos y románticos, en donde no se señala un drama, sino que se juega –¿se aliviana la violencia?– con los cachetazos entre enamorados.

Para algunos, el tono de comedia (muy alejado de la denuncia, la polémica o la reflexión) es, justamente, el que responsabiliza a la tira de naturalizar la violencia. Para otros, en cambio, la liviandad exculpa a la telenovela de tener que dar lecciones de vida. “Si sos políticamente correcto no podés contar nada. Sheakspeare no era políticamente correcto”, enmarca Nora Mazziotti, investigadora de géneros audiovisuales, coordinadora de la carrera de guionistas del ISER y autora del libro Telenovelas: industrias y prácticas sociales (de próxima aparición). Ella defiende la libertad de la ficción: “La violencia familiar es terrible y jodidísima y un tema en el que la sociedad mira para el costado. Pero no hay que ser tan puristas, ni echarle la culpa de todo a la televisión. Además, una comedia es por definición la guerra de los sexos y en Sos mi vida todo es juego y morisquetas. Hay un pacto con el espectador de que las situaciones son chistes”. En el mismo sentido, aun subiendo la apuesta, opina el guionista José Montero: “El maestro de dramaturgos Mauricio Kartun dice que la comedia se desliza 15 centímetros por encima de la realidad, y creo que las escenas erótico-boxísticas de Sos mi vida hay que interpretarlas en ese marco. En la comedia, la agresión física es un recurso más para hacer reír, y no creo que traiga consecuencias sociales de imitación. El ejemplo que voy a dar es burdo, pero generaciones de argentinos nos criamos viendo Los tres chiflados y nunca hubo una epidemia de piquetes de ojos”.

Pero hay miradas distintas que pretenden una mayor responsabilidad en los contenidos televisivos. “Este tipo de escenas entre dos ‘más buenos que el Quacker’ podrían legitimar los argumentos que sustentan la violencia doméstica en la vida real”, sugiere una guionista de televisión que prefiere no dar su nombre. Ella apuesta a que la letra que sale de la pantalla chica pueda generar algo más que rating: “Vos estás viendo de afuera la vida de un grupo de gente que terminás queriendo. Ahí existe una posibilidad de ‘enseñar’, aunque tampoco creo que la ficción tenga que bajar línea, para nada”. Más tajante es Cisneros, que critica: “Las telenovelas influyen significativamente en naturalizar la violencia de género. No es saludable mostrar que los golpes son la antesala de una reconciliación en una relación de pareja porque la violencia real es un ciclo que consta de tres etapas: 1) la acumulación de tensiones, 2) la escalada de violencia y 3) la manipulación afectiva o etapa de aparente reconciliación, que es un momento de gran confusión en las mujeres porque no entienden que la persona que las golpeó se muestre de una manera ‘tan distinta ahora’. Y la televisión no tiene que aumentar esa legitimación”.

Pero la fogosidad después de la ferocidad no es el único prejuicio destapado por los efectos de la novela. “Facundo Arana y Natalia Oreiro, los protagonistas de Sos mi vida, anduvieron a los bifes. Sorprendente, al menos desde la apariencia, porque uno jamás diría que se fueran a pegar así, que en esa pareja se compite a ver cuál de los dos tiene más cara de bueno. Después de todo, que a una mujer le levante la mano un Arnaldo André no es tan raro: la cara lo acompaña. Ni qué hablar de una Luisa Kuliok, otra que cuando se enoja sí que mete miedo en serio. Ahora, que un Arana entre a fajar a su chica... como que descoloca”, describió la nota de Clarín.com, que se podría usar como un manual para entender por qué algunos prejuicios como “los golpeadores tienen cara de golpeadores y los hombres con cara de buenos no pueden ser golpeadores” siguen vivitos y generando silencio e impunidad alrededor de las mujeres golpeadas.

También es verdad que los golpes en las novelas no son tan habituales como chica pobre-chico rico o chica-pobre-es-hija-de-padre-rico, pero tampoco son excepcionales. “¡Qué fuerte!, ¡cuántos recuerdos!: parecían Arnaldo André y Luisa Kuliok en Amo y señor. Qué fuerte se nos vino este recuerdo y qué fuerte se pegaron ellos. Es que, desde la telenovela de antaño, no hubo quien se haya sopapeado tan bien como aquellos dos”, exaltó la crónica televisiva.

Por suerte –aunque mejor no dar ideas– estamos todavía lejos del Martín Fierro al mejor sopapo. Sin embargo, en ese imán de historias de amor y desamor, en el que necesariamente tiene que haber encuentros y desencuentros, que se llama telenovela, hubo amos y señores y hubo mujeres que lloraban con lágrimas negras cargadas de rimmel y ahora hay –es un cambio– mujeres que boxean. Sin embargo, algo sigue latente: una mano que se levanta sin levantar revuelo.

Cuando ella asume los rituales de él

Por Jorge Garaventa *

No creo que algunos estereotipos transmitidos por la televisión puedan ejercer influencia en el televidente, sobre todo si son burdos y evidentes. Sin embargo, es más preocupante y nocivo lo que no está subrayado, como aquellas situaciones de violencia simbólica y sometimiento hacia la mujer que son como el “decorado” de las telenovelas, y se beben casi sin advertirlo por parte del espectador. La televisión muestra los mitos, fantasías y estereotipos de la concepción patriarcal que domina la sociedad. “Lo que se desarregla en el día se arregla en la cama” o “se matan en la vida pero después se matan en la cama” son algunas de las fantasías sociales que toleran la violencia conyugal. La pasión es uno de los tantos disfraces de la violencia masculina.

Lo nocivo es que la televisión muestra lo que ocurre en muchas relaciones desde tiempos inmemoriales pero con una situación atípica: la violencia cruzada en las parejas. Incluso muchos casos de parejas jóvenes violentas, que están apareciendo con mayor asiduidad, están compuestas por mujeres que ejercen violencia defensiva luego de una agresión física. Pero la realidad demuestra que sigue siendo abrumadoramente mayor el porcentaje de mujeres golpeadas por sus parejas (98 por ciento) que el de hombres golpeados (2 por ciento).

Además, aun cuando el personaje es el de una boxeadora, en realidad, la telenovela no muestra violencia femenina sino violencia masculina con rituales masculinos y gestos masculinos ejercida por una mujer. Sin embargo, en este caso, es novedad porque la chica pega, si solamente pegara el hombre no sería noticia porque sería “repudiable” pero “natural”.

* Licenciado en psicología y especialista en violencia de género y abuso y maltrato contra la niñez.

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