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Viernes, 30 de junio de 2006

VIOLENCIAS

Una clase de impunidad

Las violaciones en el infierno grande de Cinco Saltos –una ciudad agrícola en el Alto Valle de Río Negro– parecen cumplir a la perfección el guión que la violencia de género destina para estos hechos: víctimas acusadas de provocadoras, años de silencio por miedo a ser señaladas, un agresor que se escuda en cierta jerarquía profesional, más una sociedad que prefiere no ver, no escuchar. Pero una voz alentó a otra y ahora el final puede ser reescrito.

 Por Luciana Peker

Jorgelina tiene 17 años. Florencia tenía 17.

Jorgelina cursaba cuarto año, en el Colegio Kennedy. Florencia también, pero hace nueve años. Jorgelina había sido la princesa de Cinco Saltos (Río Negro). Florencia, la reina. Jorgelina Cuevas era la hija promedio 9,57 de una familia en donde el boletín todavía simbolizaba la escalera social. Florencia Anzaldo barría las calles de la ciudad que la había coronado. Barría para ayudar a su mamá, a la que nadie ayudaba.

Jorgelina y Florencia tenían 17 y un cuerpo sacudido por el despertar y el miedo. Jorgelina había escuchado en la clase de biología que podía cruzar el pasillo, sin pedir turno ni pagar orden, porque el mismo profesor, el doctor, la iba a atender. Florencia había escuchado, en la clase de biología, que podía cruzar el pasillo, sin pedir turno ni pagar orden, que el mismo profesor, el doctor, la iba a atender.

Jorgelina fue. Florencia también. Incluso, compraron la orden de la clínica para no abusar. No habían escuchado mucho más Jorgelina y Florencia de ese cuerpo que ahora tenía que recostarse para revisar secretos, para mostrar lo escondido, para temblar sacudidas por el despertar y el miedo.

–¿Tuviste relaciones?

–Sí.

–¿Tus papás saben?

–No.

–Me parece que acá hay un embarazo –les dijo.

A las dos. A Jorgelina el 16 de febrero del 2006. A Florencia el 16 de octubre de 1997.

–Acostate –les ordenó.

Florencia y Jorgelina se acostaron en una camilla.

Se levantaron violadas.

“Sacate la ropa y mostrales a tus compañeros”

Ahora Florencia tiene 26 años, un hijo, Jeremías, de 3, y estudia para ser docente y profesora de historia. Estudia para no olvidar. Tampoco a los que quisieron amnesiar la injusticia. “Perdonalo”, le aconsejó un pastor evangélico a Florencia. Y Florencia no olvidó, pero se forzó a olvidar, hasta que vio en las calles de su pueblo la pintada “Cinco Saltos: cuidá a tus hijas del profesor violador”. La pintada empezó cuando el doctor que había invitado a recorrer el pasillo, sin turno ni orden, en el aula en la que seguía dando clase burló a Jorgelina en una clase sobre el cuerpo humano. “Sacate la ropa y mostrales a tus compañeros”, se río. Ella salió corriendo. Y le contó a la profesora de gimnasia, Silvia Rovella, la mujer que empezó a frenar el pasillo interminable de Cinco Saltos.

En ese pueblo chico donde, ahora, los médicos aportan para la defensa del doctor y las autoridades se juntan para pedir justicia para el profesor. Ahora, que Carlos Anzaldo, médico, ginecólogo y profesor de biología, está preso por orden del juez Guillermo Baquero Lazcano, del Juzgado de Instrucción 25 de Cipolletti, con prisión preventiva, acusado de abuso sexual con acceso carnal agravado.

Anzaldo no está preso sólo por el caso de Jorgelina. Cuando ella habló, su voz tuvo eco. Florencia la escuchó y contó que ella también tenía 17 años, iba a cuarto año, era pobre, joven, linda, usaba jeans, había sido coronada en la monarquía sin reino de Cinco Saltos e invitada, sin orden y sin turno, al pasillo largo de la clínica, que el médico también le había dicho que estaba embarazada. Y que ella también tuvo miedo.

Jorgelina no era la única. Pero tenía que ser, esta vez sí, la última.

“Yo no sabía que él había tenido una conducta sistemática. Me impactó que alguien se hubiera animado a denunciarlo y el 1º de marzo fui y denuncié yo también que a mí me había hecho lo mismo”, relata Florencia tirando del hilo donde la voz se convierte en basta. Ella habla con Las 12, en Buenos Aires, junto a Nora Salas, la mamá de Jorgelina, después de una marcha frente a la Casa de Río Negro, para pedir garantías de justicia, pese a que la cofradía de médicos, profesores y familias de bien, dicen, no puede creer que la verdad de ese pasillo sea dicha. Y no sólo desdicha.

“Una vez que estas en la camilla no tenes como escaparte”

–¿Cómo empieza la pelea contra los abusos?

Nora Salas: –El 17 de marzo me citaron en el colegio. Nunca me habían llamado. Con mi marido (Antonio Cuevas) no pudimos dormir. Hasta pensamos que mi hija estaba embarazada. Cuando llegamos nos dicen: “Hay cosas que ocurren en la vida, hay que tomárselo con calma y no hacer locuras”.

Florencia: –El mensaje es “suele suceder, hay que resignarse”.

–¿Cómo actuó el colegio con Jorgelina?

Nora: –Mi hija deja de ir una semana al colegio. Vuelve y sólo la recibe la profesora de gimnasia. No tuvo contención. Además, el colegio sólo había informado, según ellos telefónicamente, al comité de disciplina. Pero el violador seguía dando clases. La directora propone como solución que en las horas de Anzaldo, ella se vaya a la portería y después rinda biología libre, incluso decían que con otra alumna ya habían hecho lo mismo, porque esto no es la primera vez que pasaba. Por supuesto, Jorgelina no aguantó y fue ella la que tuvo que dejar el colegio, a pesar de que tenía más de nueve de promedio. Hasta ahora no volvió a estudiar.

–¿Por qué el colegio no hizo nada antes si ya había otras alumnas que sufrieron abusos?

Nora: –En el colegio tenían antecedentes y taparon todo. No sé si por miedo o por encubrimiento.

Florencia: –Ahora mismo hay marchas para pedir la liberación de Anzaldo con consignas como “Basta de fabulaciones”, “Cinco Saltos no acepta mentiras” o “Era buen padre de familia y trajo seis mil chicos al mundo”. ¿Qué tiene que ver? Extraoficialmente contabilizamos cuarenta mujeres que fueron violadas por él, de las cuales hay trece casos que constan en la Justicia.

–¿Cómo Anzaldo pudo seguir dando clases tantos años?

Nora: –Denunciarlo es muy duro. A principio de año, todos sabían con nombre y apellido que Jorgelina Cuevas había sido violada, pero nadie decía el nombre del violador. Hasta que nosotros lo nombramos. Pero ya desde antes, él, que vive enfrente del colegio, insultaba y amenazaba a autoridades y docentes para que lo cubran.

–¿Por qué las violaciones se producen en su consultorio?

Nora: –El siempre les decía a las chicas en la clase que vayan a verlo, que si tenían un problema lo consulten. A mi hija le inventó que tenía un embarazo fuera de lugar y que, si no lo volvía a ver, aun después de la violación, ella se iba a morir. El tipo las asustaba porque las quería seguir teniendo.

Florencia: –Yo tenía un atraso y como él siempre en la clase decía “vengan a verme, pasen por el pasillo directamente”, fui y me dijo que estaba embarazada, sin ningún análisis ni nada, pero le creí. Cuando llegué, él le pidió a la secretaria que nadie lo molestara. Yo estaba paralizada por la noticia del supuesto embarazo, desnuda y en la camilla y se me vino encima. No me dio tiempo a nada. Una vez que estás en la camilla no tenés cómo escaparte.

–¿Qué hiciste después? ¿Alguien te ayudó?

Florencia: –Yo me preguntaba “¿esto es una violación?”, porque tenía la imagen de la violación en la que te pegan y usan pistolas. Además, él era la figura del saber y del poder. Se lo conté al pastor evangélico Eduardo Araya y él me recomendó que me callara y lo perdonara.

–¿Cómo se explica la red de encubrimiento?

Florencia: –El día que me violó me agarró del brazo y me amenazó “de acá no sale nada” y en el aula siempre llamaba a silencio: “chicos, de acá no sale nada porque vamos todos presos”. Incluso decía: “pobres las chicas violadas, porque no les cree nadie. Es tan difícil comprobar una violación”. Además, él siempre se aprovechaba de chicas en una posición vulnerable. Yo no tenía a mi papá y salía a barrer veredas y trabajar en una peluquería para ayudar a mi mamá con mis hermanos. No me animé a hablar, pensé que nadie me iba a creer.

Nora: –Hasta el día de hoy cuando mi marido, mi hija y yo nos abrazamos a llorar, ella nos dice: “No tendría que haber hablado. Si yo sabía el sufrimiento que iba a causar, me hubiera callado”. Pero por callar hubo violaciones de más chicas.

Florencia: –Yo también sentí culpa de no haber hablado antes. Pero decidí hacerlo cuando escuché las cosas perversas que decían de Jorgelina “que usa jeans ajustados, que es una atorranta” y si ella se tenía que bancar todo eso yo también me la iba a bancar. El se tiene que esconder, no nosotras. Ni nos tenemos que quedar llorando viendo cómo se nos pasa la vida. Ahora con Jorgelina lloramos y nos reímos juntas.

Nora: –Mi hija sentía vergüenza. Por eso, yo le repito: “Vos tenés que estar con la frente bien alta”. El es el delincuente, no vos. Pero en la calle, actualmente, nos insultan y nos dicen de todo. Por eso, ella no quiere hablar más de esto.

Florencia: –Yo la entiendo. A mí todavía me recriminan “tenés que ir a la psicóloga”, lo que pasa es que cuando una es violada la humillación es muy fuerte y la dignidad es pisoteada. A mí ahora me sirve más ir y gritar en una marcha que hablar con la psicóloga.

–¿Qué le piden a la Justicia?

Florencia: –Que él siga con prisión preventiva, que llegue a juicio y que sea condenado por todos los casos de violación. Y además que se haga un trabajo pedagógico de educación sexual con los chicos, porque los adolescentes no conocen que es un abuso. Esa ignorancia es la que permite que chicos y chicas sean abusados, porque si no sabés qué es un abuso no podés ni defenderte. A mí me pasó eso: a los 17 años no sabía que era un Pap, un embarazo, ni un abuso. Nadie me había enseñado nada.

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