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Viernes, 27 de octubre de 2006

TEATRO

La víctima, el victimario y la justiciera

Con un tratamiento original y de gran eclecticismo, la dramaturga y directora Cecilia Propato acaba de estrenar La 45 –no voy a llorar, de eso ya me cansé–, una pieza que hace foco sobre la violencia doméstica. Lo sorprendente es que está protagonizada por dos mujeres policías, una de ellas golpeada por el marido, que viven una tierna historia de amor.

 Por Moira Soto

Dos mujeres policías, un hombre travestido de monja, un grupo teatral llamado La Viuda de Lynch y el amante de Crawford, una gacetilla de prensa que además de los datos habituales trae una información precisa sobre la problemática de la violencia doméstica: un combo atípico que acaba de presentarse bajo un título también incitante, La 45 –no voy a llorar, de eso ya me cansé–, que pertenece a la dramaturga, directora, ensayista y docente Cecilia Propato. Esta pieza se estrenó la semana pasada en Antesala, Costa Rica 4968 (y Uriarte), donde se representará los sábados a las 22.30 (4833-4200). Integran el elenco David Señoran (también responsable de la coreografía), María Lía Bagnoli, María Laura Rojas y las bailarinas Debora Longobardi, Ingrid Cataldo y Vera Goldman Dixon. La escenografía y el vestuario fueron diseñados por Alejandro Guiggi, la iluminación es de Marcelo Alvarez, el video fue realizado por Juan Sebastián Fernández y la producción general es de Roberto Malkassian. El intrigante nombre de la compañía responde a la admiración de Propato hacia David Lynch y sus enrarecidas atmósferas hiperrealistas y al entusiasmo inextinguible de Señoran por la actriz Joan Crawford, “mala madre en la vida real pero diva talentosa en la pantalla”. Según la dramaturga y puestista de La 45..., este grupo se forma “con el fin de investigar todas las fuentes posibles de la ficción, de buscar diferentes ópticas para mirar la realidad mixturando sin preconceptos todos los recursos que se pueden convertir en lenguaje teatral”. La entrevista que sigue contó además con la participación de las dos actrices protagonistas, Bagnoli y Rojas.

¿Te propusiste de entrada escribir una pieza sobre la violencia doméstica?

Cecilia Propato: –No, tomé impulso con la imagen de dos mujeres policías y una monja que estaban en la puerta de un banco. En una primera instancia, esa monja era un hombre disfrazado que iba a robar el banco, un tema policial. Pero empecé a escribir y él pasó a ser el marido de una de ellas, y afloró muy fuertemente el tema de la violencia. El, Chiquito, la espiaba a Grace, su mujer, quien se relacionaba cada vez más con Rebecca, una policía castigada porque perdió su arma. A medida que se vuelve más intensa esa vinculación, Grace llega de su casa más golpeada. A la vez, ella ha empezado un curso de teatro. En verdad, no quiere volver junto a su marido por la amenaza de maltrato. En la historia previa, el tipo se ha dado cuenta de que Grace está en otra, la sigue y la ve justo el día que se encuentran las dos mujeres porque Rebecca empieza a custodiar el banco.

Aunque todavía no ha pasado nada entre ellas, una vez más los celosos paranoicos se adelantan a lo que ha de ocurrir...

C. P.: –Sí, el pretexto de los celos al que apelan tantos golpeadores. Será la primera vez que Rebecca se enamore de una mujer, sin hacer la diferencia y sin preverlo. Se pone en una actitud de mirarla, de entenderla, de cuidarla. Y Grace encuentra refugio y comprensión en Rebecca.

Es sorprendente ver a dos mujeres policías como protagonistas. Se trata de personajes que casi no se ven en la ficción teatral, quizá porque se trata de un gremio desprestigiado. Y en particular, las mujeres policías son objeto de mayor rechazo, no son tomadas en serio.

C. P.: –Sí, hay una paradoja y una contradicción ahí. ¿Viste que en un momento, en los ’90, aparecieron muchas policías con trenza, muy producidas, medio onda Matrix? A la vez, ellas tienen otra postura, distinta de la de los hombres, según he venido observando. Creo que si hay una diferencia entre varones y mujeres es que nosotras tendemos, en general, a preservar la vida, al cuidado de los otros, un rasgo que puede estar acentuado por la cultura pero que pienso que también tiene que ver con lo biológico.

Rebecca tiene una actitud ambivalente de culto por las armas de fuego y asimismo de mucha ternura.

David Señoran, María Lía Bagnoli y María Laura Rojas.

–Creo que ella ha sido llevada a ese oficio por el medio en que se mueve, quizás el padre era policía, una figura paterna fuerte con la que ella se ha identificado. Quizá viene de un sector que se siente relegado y ser policía le da una sensación de poder, también puede haber sido maltratada... Es cierto que hay un rechazo generalizado hacia las mujeres policías, en alguna ocasión vi incluso que eran objeto de burla por parte de sus pares varones. En fin, cuestiones sobre el poder y la violencia como espiral, por eso siempre me ha interesado Foucault. Institucionalmente hay gente que prevé la violencia con violencia: en la escuela de policía se aprenden un montón de mecanismos para actuar en situaciones violentas: cómo manejarse en un atraco, cómo golpear... No se accede a procedimientos preventivos: he bajado información de Internet, he hablado con policías y toda la enseñanza es para perseguir, atrapar, matar...

Grace ni siquiera parece tener razones claras para ejercer ese oficio.

C. P.: –Ella llegó a la institución sin demasiada noción, probablemente no vio otra opción laboral. Grace elige este trabajo tan vinculado con la violencia, y al mismo tiempo padece maltrato en su hogar. Y Rebecca, con ánimo de protegerla, piensa en armarla mejor: “te vendría bien un

Mauser, una 45”, le dice desde su lugar de policía. Pero no estamos hablando solamente de la institución policial y sus métodos: la verdad es que yo veo cada día más violencia en la vida, que la reacción descontrolada de mucha gente es la furia, el fanatismo, la intolerancia. Como si la palabra estuviese devaluada: no sirve hablar porque no nos escuchamos, no se le da sentido y contenido a la palabra.

La pregunta que queda flotando es ¿por qué una mujer elige ser policía? ¿Es un prejuicio pensar que sólo se trata de imitar un modelo masculino tradicional?

C. P.: –Son preguntas que quizá todavía no podemos responder, porque los cambios en la mujer en la realización de sus capacidades son todavía recientes. Claro que una se pregunta, dejando de lado el tema de la salida laboral, por qué, por ejemplo, una mujer con hijos chicos decide entrar en contacto directo con la violencia, correr esos riesgos...

¿Por qué no puede salir Grace, una policía quizá con más recursos defensivos que otras mujeres, de esa situación de golpeada?

María Laura Rojas: –Creo que en un principio, en la base de esa relación enferma, hay una confusión sobre la verdadera esencia del amor. De ese lugar equivocado de miedo y dolor, de ese circuito de violencia hogareña, la rescata Rebecca.

Rebecca parece tener alma de justiciera, aunque quizás equivocó el camino.

María Lía Bagnoli: –Exacto, ella tiene esa tendencia justiciera muy fuerte. Más aún, yo creo que ella, de arranque, toma ingenuamente la policía como institución de Justicia. Por eso lo que quiere hacer con

Grace es protegerla, salvarla.

M. L. R.: –Se forma entre ellas un vínculo complementario, entre la fragilidad y la sensibilidad de Grace, y la fuerza y la capacidad de decisión de Rebecca. Un equilibrio muy interesante. Además, como dijo Cecilia, no es una historia de amor que ponga el acento en la homosexualidad: es una historia que sucede entre dos personas que casualmente son mujeres.

M. L. B.: –Rebeca saca a Grace de ese encierro del que había empezado a salir, o al menos a tomar conciencia, gracias a las clases de teatro, al texto de Un tranvía llamado Deseo, de Tennessee Williams. Cuando ellas se encuentran, Grace hace el quiebre, acepta el amor y la protección de Rebecca. Ese texto la ayuda a aclararse, se siente muy identificada con Stella, una mujer golpeada por Kowalski. A partir de ahí, encuentra la manera de expresar su propio padecimiento. Porque ya sabemos que es muy difícil salir de la violencia doméstica para las víctimas.

M. L. R.: –Al principio tuvimos que enfrentar un cierto prejuicio que todos tenemos respecto de la policía, el papel que cumple, la corrupción... Tuvimos que mimarnos un poco de toda esa prevención para poder hacer los personajes sin a priori, como debe ser la base de todo trabajo teatral.

¿Una hace la policía a su pesar y la otra por convicción total?

M. L. B.: –Sí, yo power, power. Hice un trabajo bastante exhaustivo de observación de policías, me informé sobre armas. Cecilia me pasó material de revistas, libros, folletos, un mundo totalmente ajeno a mí. Leí trabajos sobre la psicología del tirador, del aficionado a las armas, del policía. Trabajamos a Rebecca desde un lugar bastante sexual, de lo fálico del arma, lo que representa su pérdida: toda una deshonra, un vacío enorme. La idea fue también correrla del lugar del estereotipo.

David, tu personaje, el marido golpeador, lleva un disfraz muy evidente.

David Señoran: –Sí, realmente. También yo, por supuesto, partí de la idea de no juzgar al personaje, busqué el amor que él cree sentir por Grace, los celos que lo torturan. Lo mío era encontrar la forma de amar de personas que son violentas, eso me resultó muy interesante. Yo, Chiquito, creo que tengo algo para siempre con alguien y esta persona empieza a dejarme, como acaso otra vez ya me abandonaron. Trato de resolver la situación con la violencia. Porque para Chiquito la violencia es un lenguaje: ése fue el laburo que tuve que hacer: ver qué sucedería si yo fuese un violento, cómo sería el amor para mí. Es muy inquietante y retorcido entrar en ese laberinto, también muy seductor para trabajar. Así fue la línea de trabajo, sin esas bifurcaciones donde se hace una evaluación moral. A Chiquito su historia lo lleva a querer poseer algo, consolidarlo, y cualquier cosa que se sale de ese proyecto genera su agresividad.

C. P.: –Para David, que es lo opuesto, fue difícil componer a Chiquito, la gente lo termina odiando. Y yo pienso que el personaje se lo merece, porque para mí es como en el caso de los dictadores: antes de ser enfermos, son malas personas, eso tiene que quedar bien claro, porque si no nunca se puede determinar al verdadero culpable.

En tu puesta, Cecilia, también apelás al lenguaje cinematográfico.

C. P.: –Sí, hay dos cortos en la obra. En uno, se ve la visita de ellas al zoológico, un paseo feliz, con Rebecca y Grace besándose abiertamente, y la monja entre las columnas. Fue muy interesante lo que se generó en la gente que estaba en ese momento recorriendo el lugar. Este corto es en colores, filmado con luz natural, un momento de gran disfrute, ellas están radiantes. El otro es más breve, en blanco y negro, de tono expresionista. Muestra a Chiquito vestido de enfermero –él trabaja en el Churruca– haciendo gestos violentos. Aparte de que me gusta incorporar otros lenguajes, no me interesa la representación realista de la violencia, sino más bien sugerirla, como ese final heroico, circular, con un tema de Queen, coreografiado por David.

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