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Viernes, 8 de diciembre de 2006

DIVERSIDAD

Todas para uno

Sophie es hija de Annie Anquetil e hija y nieta del célebre ciclista francés Jacques Anquetil. Una situación conocida –y consentida, según el libro que acaba de publicar Sophie– por esta extraña familia que se organizaba como un harén y que también incluía a la nuera del ciclista, con quien éste tuvo otro hijo varón antes de morir. ¿Quedó claro?

 Por Renee Kantor, desde paris, francia

Esta es la historia de una niña que tuvo por padre a su abuelo, por abuela a la esposa de éste, por madre a la hija de su abuela y por hermano a su propio primo. ¿Complicado? La niña tiene hoy treinta y cinco años, se llama Sophie y escribió un libro –Pour l’amour de Jacques–. Se trata del francés Jacques Anquetil, una gloria del ciclismo mundial, al mismo tiempo que dueño y señor de su harén en Normandía, padre atento, devorador de manjares, bígamo, amante de sus fiestas, de sus amigos y de las mujeres. El tuvo tres. Respectivamente y por turno: madre, hija y nuera.

Sophie habla de “una magnífica historia de amor” de la que siempre se sintió “orgullosa y admirada”, donde ella fue “el centro de interés” de un “amor profundo” y de una familia donde “todo se compartía”. Hay que entender que el clan Anquetil vivió bajo el lema de los mosqueteros: uno para todas y todas para uno. Su padre fue un héroe dominador, tanto en su vida profesional como privada. Ganó todos los premios posibles del ciclismo, coleccionó los títulos mundiales sin esfuerzo y poseyó a todas las mujeres de su clan. Siempre supo que llegaría lejos, que ganaría dinero y que la familia sería su reino. Un reino en el que se sentía tan protegido como un niño el día de su cumpleaños.

En 1969 Jacques Anquetil se retiró en plena gloria. Era una especie de semidiós en su país, Francia, pero jamás logró conquistar el corazón del pueblo. Un tipo duro y seco, fácil de admirar pero difícil de amar. Demasiado rubio, demasiado calculador, de mirada fría y distante.

En 1954, a los 20 años, ya era una estrella consagrada. La amistad con su médico personal, uno de los precursores de la medicina del deporte, va a convulsionar la vida de ambos. Después de haber sido invitado cotidianamente a pasar fines de semana con la familia del doctor, Jacques se apropia –o se casa– con la esposa del médico, Nanou. Los hijos de la pareja divorciada, Annie (8) y Alain (6), deciden seguirlos y el pobre médico no querrá verlos nunca más ni en holograma.

Después de algo más de una década instalados en el castillo donde Anquetil cultivaba setecientas hectáreas y Nanou reinaba, el deseo del ciclista por tener hijos de su propia sangre patea el tablero. Nanou se ha ligado las trompas y no quiere otra operación. ¿Qué hacer? La solución se llama Annie, la hija de su mujer a quien conoce y cría desde los ocho años. A los veinte es una joven atractiva y adora a su campeón.

“Para que (mi papá) se quede en casa, Nanou va a ofrecerle a su propia hija. Jugaron con fuego”, reconocerá Sophie. Y Annie agrega: “No soy una víctima, yo también jugué con fuego”. “Fue una manipulación emotiva”, reconoce Sophie, “mi padre era como el príncipe de los cuentos de hadas y mi madre pensó en brindarles placer a ambos”. Para explicarlo, Nanou prefiere hablar de una decisión tomada por la “célula base de la familia: mi marido, mis hijos y yo”.

Esta particular madre portadora ¿pudo elegir? ¿Pudo haber dicho que no a la propuesta de su propia madre? “Jacques era un déspota carismático, sutil, él no imponía nunca nada. A mí –continúa Annie– nadie me preguntó qué es lo que pensaba. Digamos que me dejaron libre de hacer aquello que ellos querían que yo hiciese. Era como un dictador pero nos amaba profundamente. Eso cambia todo.” En el sultanato Anquetil sólo se era libre de elegir a qué cadenas atarse. Las mujeres eran de su propiedad y él se encargaba personalmente de su cuidado.

–En el libro, cuando hablás del pedido que se le hizo a tu mamá –Annie–, reconocés que “fue una orden”, pero no te molesta la idea. ¿Por qué?

–Por un lado, son mis padres y, por el otro, mi madre estaba enamorada de él y sentía una gran admiración por la pareja. Además mi papá tenía la particularidad de obtener casi siempre lo que él deseaba sin formularlo directamente.

Annie reconoce que cuando su madre “vino a mi cuarto a explicarme que yo tenía que darle un hijo a Jacques, no sé qué es lo que pensé, me quedé atónita. Yo formaba parte del universo Anquetil donde las leyes del mundo exterior no se aplicaban, sino que desaparecían delante del jefe indiscutible. Y luego, me encontré en su cama con la misión sagrada de la procreación, frente a un hecho que me sobrepasaba por completo”.

–¿El amor todo lo justifica?

–Si es recíproco y no forzado, sí –responde Sophie, la hija de ese encierro.

La niña será el punto de encuentro de todos. Para el mundo exterior, ella será la hija de Jacques y de Nanou. Aunque So-phie dice conocer la verdad desde siempre. “Es cierto que Sophie –explica Annie– era antes que nada la hija del clan antes de ser la mía.” “Yo siempre estuve contenta de tener dos mamás y un padre tan extraordinario”, afirma Sophie, con el orgullo de los elegidos.

Durante las noches, cada habitación del chateau le permite a Anquetil jugar el juego del perpetuo comienzo. En el cuarto de Annie, la más joven y favorita durante 12 años, disfruta de sentirse nuevo. Luego va al encuentro de Nanou, su esposa, la madre de Annie, la abuela de su hija. Y se duerme aferrado a la liviandad de lo conocido. Sophie hace el camino inverso. Se duerme en los brazos de su abuela, para luego exiliarse en el cuarto de su madre.

Sin embargo, la vida no circula libremente en el chateau, hay normas no escritas, códigos y ritos que cumplir. Así es como, harta de presenciar el mismo espectáculo desde hace doce años, Annie decide un día enmanciparse. Anquetil no soporta la idea de que la más joven de sus geishas parta y la amenaza con algo que supone no le va a gustar: cambiarla por Dominique.

Dominique es la esposa de Alain, hermano de Annie, a quien Jacques también crió como a su propio hijo. Hace un tiempo que comparten el mismo hogar. De esta última unión, nacerá Christophe (a la vez, hermano y primo de Sophie). Al poco tiempo Jacques Anquetil morirá –en 1987– a los 53 años.

Al escuchar a Sophie, una no puede evitar pensar en el trauma. ¿Trauma? ¿Qué trauma? Sophie irradia la alegría de vivir, es una militante que reivindica esta particular familia.

–¿Qué es lo que te resulta admirable de tu padre en esta historia?

–Que todo se hizo sin mentiras y con respeto por el otro. Fijate hoy todos esos hombres que tienen una doble vida, es mucho peor. La prueba de que sólo se trata de amor es que hoy todos nos queremos y nos vemos.

–¿Vivirías con dos hombres, padre e hijo o marido y amante?

–Vivo con un solo hombre y ya es suficientemente complicado. Pero ¿por qué no? –dice y estalla en una carcajada.

Asuntos de familia

Las estrellas pertenecen a otra humanidad. Al menos las del primer mundo: viven en castillos, se desplazan en Ferrari, suelen tener una personalidad volcánica y escandalosa y hasta sus mínimos gestos aparecerán amplificados. Pero, a veces, los medios son indulgentes, tal vez por preservar el patrimonio nacional. Hasta que el rey o la reina mueren y sus herederos se deciden a compartir el secreto. Es lo que les sucedió a Jacques Anquetil y también a Yves Montand. Catherine Allegret, hija de Simone Signoret, escribió un libro —Les souvenirs et les regrets aussi— en el que cuenta cómo su célebre padrastro se transformó en su amante. La destrucción de monumentos históricos es, también, un asunto de familia.

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