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Viernes, 15 de diciembre de 2006

ARTE

Mal, pero acostumbradas

Interzona acaba de editar La Normalidad, un libro que reúne las obras que este año se presentaron en el Palais de Glace como culminación del proyecto Ex Argentina, dedicado a investigación, intercambio y aprendizaje de artistas nacionales y alemanes que trabajaron en torno de la crisis argentina y esa forma que tienen aun los dolores más agudos de integrarse en el paisaje cotidiano de la realidad de este país.

 Por Moira Soto

Si La Normalidad se sale de los cánones más o menos habituales del libro o del catálogo de arte es porque refleja, en imágenes y en texto, la provocativa muestra del mismo título que pudo apreciarse entre febrero y marzo de este año en el Palais de Glace. Culminación de Ex Argentina, dice en el prólogo Gabriela Massuh, directora de la programación cultural del Instituto Goethe de Buenos Aires y responsable de este proceso creativo desarrollado a lo largo de cuatro años que “nació como un diálogo bilateral, por eso los textos hacen mayor referencia a las realidades de Alemania y la Argentina”.

Los curadores de esta muestra, nacida de un trabajo de investigación entre artistas e intelectuales nacionales y europeos y que propuso tomar el país como ejemplo emblemático de los efectos del capitalismo mundial para correr las fronteras entre arte y política, fueron los artistas alemanes Alice Creischer y Andreas Siekman, la chilena Loreto Garín Guzmán y los argentinos Fedrico Zukerfeld y Eduardo Molinari. La coordinación estuvo a cargo de la fotógrafa Sol Arrese y la muestra contó con amplia participación de artistas mujeres –incluidas las que hicieron la curatoría, quienes también presentaron obra– como Sonia Abian (creadora, junto el músico y periodista Carlos Piégari, de la extraordinaria instalación audiovisual Supermarketgate), Graciela Paredes (escritora y trabajadora en un call center, quien reprodujo su ámbito y condiciones laborales con la contribución de la austríaca Linda Bilda, autora de los cómics colgados en ese espacio, cuyos textos pertenecen a Paredes), Azul Blaseotto, Gabriela Bocchi, Carolina Golder, Ana Claudia García, Lucila Quieto, Minze Tumescheit, Graciela Carnevale. Entre los hombres, expusieron Matthjis de Bruijne, León Ferrari, Pedro Hasperué, Hugo Pereyra, Jürgen Stollhans.

La alemana Alice Creischer trabajó con y sobre las obreras de la textil recuperada brukman después de haber compartido

La chilena Loreto Garín Guzmán decidió venirse a vivir a Buenos Aires a los 19: “Todavía ésta era una ciudad, en 1998, donde lo público era muy accesible, por la calle podías conocer gente. Me dieron un cupo en la Universidad de La Plata. Fui y me encantó el clima politizado, las discusiones, las asambleas, cosas que en Chile no existen. Necesitaba una etapa de estudiante con ese grado de participación, de socialización”.

Ni corta ni perezosa, al mes y medio de estar acá participó en la formación del grupo Etcétera, gente muy joven enganchada con el surrealismo, que se lanza a buscar una casa: “Lo increíble es que llegamos justo a una imprenta abandonada en ese momento, del poeta surrealista Juan Andralis. Para nosotros fue lo máximo, imaginate, estar ahí viendo los manifiestos, textos de Artaud sin encuadernar, fue como entrar a la casita de muñecas. Nos quedamos cuatro años, con permiso del hijo de Juan, nos pareció el espacio ideal para una central de experimentación. Eramos muy chicos, anárquicos. Construimos un teatro en la sala de encuadernación, armamos lo que quedaba de la biblioteca. En un momento, estuvo la comisión de Escrache de H.I.J.O.S. funcionando allí, se preparaban elementos para las marchas. Para nosotros fue muy marcadora la conexión directa con el surrealismo, descubrir la relación entre arte y vida real. También fue importante el trabajo con H.I.J.O.S. y con el Grupo de Arte Callejero (GAC). Era una forma bastante nueva de hacer política, otra manera de abordar el tema de los derechos humanos, de incorporar temas como la ecología, el género, las nuevas familias”.

Puesta de la internacional errorista, un grupo de activistas y artistas de diversos paises que también integran quienes formaron etcétera.

En La Normalidad, ustedes actúan como integrantes de Etcétera, pero también de la Internacional Errorista.

–Sí, Etcétera permanece, aunque ha tenido cambios a lo largo del tiempo: ahora lo integramos siete. Y creamos la Internacional Errorista con una idea más de movimiento, ahora estamos trabajando con gente de Francia, Italia, Chile, somos alrededor de veinte y por supuesto no hacemos diferencia entre hombres y mujeres, aunque el tema del machismo sigue vigente en el mundo. En la muestra Ex Argentina, el año pasado, era evidente cómo, para las entrevistas en general, se elegía a los hombres, y entre ellos, al mayor o de más trayectoria, al que representaba más poder. Un día vino un curador de la bienal de San Pablo, alemán, para hacer un recorrido. Llegamos con Sol Arrese, la fotógrafa que hizo las imágenes de la UTD de Moscón, Gabriela Massuh. Estuvimos hora y media tratando de hacerle el recorrido, y este sujeto no escuchaba. Cuando aparecen Eduardo Molinari y Federico Zukerfeld cambió de actitud y prestó atención. De los integrantes de la pareja de artistas alemanes que curó la muestra, él solo habló con Andreas Siekman: Alice Creischer quedó apenas como la mujer del curador. Es algo que pasa en todas partes, mucha gente termina acostumbrándose y reproduciendo ese modelo con frecuencia.

Entre tus trabajos como artista visual, te hiciste notar con el póster del Niño Hambre.

–Mi temática personal tiene que ver con la infancia y la alimentación. Esa primera intervención masiva fue en 2003 y esa imagen del niño tirado hablaba de la normalización de una parte de la infancia desaparecida en una ciudad que tiene tanta polución visual, una cosa bastante perversa. En 2001 empiezan a aparecer las gigantografías de campañas políticas, cremas, grandes culos y a la vez Buenos Aires está cada vez más habitada por estos sujetos invisibles, la gente sin techo, y lo más loco es que duermen al pie de estos carteles. Intervine distintos barrios con la imagen de ese niño que mostraba los estragos del hambre, quizá dormido, quizá muerto, atravesado en diagonal en el piso. Ahora estoy trabajando sobre la invisibilidad de la reproducción de la violencia, con niños de la calle, algunos ya convertidos en jóvenes, trabajando en el subte, prostituyéndose. Mi idea es hacer todo el tránsito de la línea B, la más terrible.

Supermarketgate, de Sonia abian, una instalación que tomó la historia de Romina Tejerina más allá de la anécdota.

Seguiste paso a paso el curso del proyecto La Normalidad, que ahora culmina con el libro en las librerías, en una edición de Interzona muy cuidada.

–Todo empezó en 2003, cuando Alice y Andreas vinieron a Buenos Aires y se quedaron viviendo casi un año, algo inusual para un proyecto de arte. Fue una decisión muy política, muy ideológica de ellos: habitar el lugar, conocerlo lo mejor posible. Ellos venían con ganas de comprobar qué había pasado después del 20 de diciembre, de ir a las marchas, asistir a las asambleas. Conocieron al Grupo de Arte Callejero que los llevó a esos lugares, y se encontraron con nosotros cuando hacíamos una intervención en Florida. Entonces, durante casi un año se genera un debate muy fuerte, muy rico, con todos los participantes. En la primera parte hubo un coloquio en Berlín, con 50 ponencias, abierto al público, donde se abordaron los cuatro ejes centrales sobre los que se estaba trabajando: cartografía, investigación militante, la negación, la narración política. En mayo de 2005, Alice y Andreas plantean que es injusto no traer la muestra Ex Argentina acá. Nos proponen hablar del estado de normalización, muy en boga en Alemania. Nuestra idea era que se podía abordar la normalización pero no como un proceso cerrado. Alice y Andreas nos pidieron que se armara un grupo para hacer la curatoría local. Se avisó a todo el mundo para que cada artista contara su proyecto, y decidimos que fuera en un lugar público como el Palais de Glace.

La obra de León Ferrari, activo militante del arte que expresamente incluye un pronunciamiento político, no podía faltar en la muestra.

¿Estás de acuerdo en que una de las obras más originales y genuinamente transgresoras es la de Sonia Abián, Supermarketgate, que traza un paralelo entre la Anunciación de la Virgen y la violación de Romina Tejerina?

–En principio, habíamos pensado no presentar instalaciones, pero el proyecto de Sonia nos rompió la cabeza. Además, nos pareció muy interesante la relación con el trabajo anterior de ella, que estaba en la planta baja, sobre los punteros políticos en Misiones. Ella no trata el tema de Tejerina de manera anecdótica sino a través de la metáfora, en un espacio que habla del saqueo, que critica las jerarquías, el lugar de poder, el consumo. En ese supermercado saqueado donde todo es gris, los productos de la canasta familiar sin marca forman como dos alas de ángel, pero de un ángel deconstruido. Luego aparece esta imagen contrastada de una chica muy pop que está cortándoles las alas a todos los ángeles de pinturas de inspiración bíblica. Sonia apela a la raíz de esta tragedia: ser mujer en situación de precariedad, la mayor indefensión.

Por su lado, Alice Creischer trabajó a la par de las obreras de Brukman, les dio ese protagonismo, un gesto político muy fuerte y democrático.

–Ella estuvo acá cuando fue el desalojo de la fábrica, estuvo en las marchas, se comió los gases. Para Alice tuvo un impacto especial, porque como artista trabajó mucho tiempo con el tema de los textiles; por otra parte es un tema histórico de la cultura femenina. Aunque no pensaba hacer obra, quería apoyar a Brukman desde el proyecto. A partir del diálogo con las trabajadoras, Alice decidió trabajar con la historia de la toma y el desalojo. Esa obra la hace con varias obreras que le van narrando los hechos, va imaginando algunos gráficos, ideas para intervenir los trajes cuyo armado hacen las obreras. Fue muy bueno el desempeño de equipo, y debo decirte que yo, personalmente, no creo que el arte político pierda su capacidad de protesta cuando entra al museo, a la galería. En el caso de La Normalidad, además de demostrar capacidad para organizarnos, tuvimos la respuesta del público que se apropió del espacio.

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