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Viernes, 12 de enero de 2007

VIOLENCIAS

La Patagonia reclama

Otoño Uriarte desapareció sin dejar huella el 26 de octubre pasado, en un pueblo de 10 mil habitantes donde todos y todas se conocen. Tiene 16 años y unos ojos claros que interrogan desde cada cartel que se fue pegando en la Línea Sur del Alto Valle, donde varias poblaciones se han sumado a un reclamo que los pone a marchar cada lunes.

 Por Roxana Sandá

Dicen que las palmas les transpiran intensas cada lunes, cuando el sol baja la vista y a ese pueblo rionegrino donde muchos nacieron y vieron crecer a sus hijos hoy adolescentes se le oscurece el horizonte de prosperidad que todos pretendían para sí. Ocurre que a Fernández Oro, 10.000 almas, terrenos baratos y el empecinamiento municipal por ofrecer “tranquilidad de ciudad chica”, las manos de sus vecinos intentan fundirlo en un abrazo que impida nuevas desapariciones. “Que a ninguna de nuestras hijas les pase lo que le pasó a Otoño Uriarte”, imploran las mujeres desde el 23 de octubre pasado, cuando la chica de 16 años y vida apacible fue a dar a la nada, a algún lugar del cual le resulta imposible salir.

Esta semana volvió a revelarse lo que ya se torna costumbre. Que las marchas de silencio de los lunes atardecen con el pueblo en la calle, bordeando el polvo de la Ruta 65, desandando los pasos que Otoño dio por última vez al costado de ese camino, de regreso a su casa, con una mochila que nunca apareció y un celular que permanece apagado. Entre el gentío se reproduce la misma foto, el mismo gesto paciente de “chica buena, que se llevaba bien con su familia, iba al secundario y tenía un noviecito”, enumera la madre de una de sus amigas en un abecé básico del deber ser libre de toda sospecha. “Entonces no entiendo qué pasó”, dice su padre, Roberto Uriarte. “Entonces tengo que pensar que se la llevaron contra su voluntad, porque ella nunca hubiera hecho una cosa así.”

Es lo que suponen con igual énfasis kilómetros al sur, en la localidad de El Bolsón: “A Otoño se la llevaron”. La conocen y la quieren tanto, dicen, que también allá decidieron organizar marchas de lunes en la plaza Pagano, donde se multiplican por cientos las fotografías de la niña del gesto paciente. Porque los Uriarte vivieron unos años en el lugar, hasta 2003, cuando la familia decidió probar suerte y trabajo en Fernández Oro. “Pero volvió a tenderse un arco invisible de solidaridad entre las dos poblaciones”, sonríe Silvia Uriarte, la tía de Otoño que hace poco se enteró de “otra desaparición de una chica diez años atrás, y nunca se supo nada”.

Ese arco invisible sorprendió al juez de Bariloche Martín Lozada el 31 de octubre, con una presentación de hábeas corpus por la desaparición, que lo habilita a activar todos los mecanismos de búsqueda en la región andina, incluyendo dependencias policiales, hospitales y otras oficinas públicas para reorientar la investigación. La madre de una amiga íntima de Otoño había hecho el trámite y Lozada no ignoró que sobre su juzgado recaería lo que a esa altura ya perfilaba como un “caso provincial caliente” pero que estaba siendo llevado con marcada torpeza, a decir de los afectados, por el fiscal Oscar Cid y la jueza penal de la causa, María del Carmen García García. “Dejó de ser una cuestión local para convertirse en una lucha de todos”, enfatiza Silvia. El 21 de diciembre, egresados secundarios de El Bolsón aprovecharon el viaje de fin de curso para distribuir afiches con la imagen de Otoño a lo largo de la Línea Sur del Alto Valle. “Ella puede ser tu hija”, rezan los afiches que la Unión de Trabajadores Docentes de Río Negro (Ctera-CTA) definió en un comunicado como una propuesta para “involucrar a toda la sociedad como víctima potencial de una cada vez más probable red delictiva”.

Por esos ojos

Cabello castaño, lacio, atado cuando desapareció. Ojos claros. Campera negra con vivos fluorescentes verdes en las mangas, pantalón de jogging celeste, zapatillas negras y remera a franjas de colores sobre 1,63 de estatura. Mochila negra y cordón al cuello. Esas características describió su padre ante los oficiales de la comisaría de Fernández Oro el lunes 23 de octubre pasada la medianoche. Desde ese momento, la ausencia de Otoño está señalada como “averiguación de paradero”. Por vaga, la carátula obstaculiza acciones concretas, mientras que para Roberto Uriarte, el comisario del pueblo, Ives Vallejos, y el cuerpo de policía interviniente “la buscan como si se tratara de un televisor robado”.

El propio fiscal Cid dejó transcurrir los dos primeros meses de la causa considerando que no había delito y contraponiendo, sin pronunciarlo, una posible fuga de hogar, pese a que la jueza provincial de Familia Alicia Favor estableciera en un informe que no existen motivos determinantes de que Otoño se fue por propia voluntad. “Ni fundamentos para seguir con la hipótesis de que mi sobrina se fugó”, remarca Silvia. “Queremos que se investigue por privación de la libertad.”

El comisario Vallejos sabe hacerles frente a los reclamos. Siempre tuvo una respuesta precisa, hasta que las marchas por Otoño comenzaron a diluirle la oratoria. La del 23 de diciembre llegó a pintarle su territorio. “Basta de impunidad”, “Inútiles”, “Encubridores”, “Nuestra necesidad es Otoño”, escribieron algunos manifestantes frente a la comisaría. Ese día, a diferencia de otras ocasiones, Vallejos calló. La única oradora fue Ana Becerra, la madre de la joven. “Hoy se cumplen dos meses y de Otoño no sabemos nada. En este tiempo hemos esperado una respuesta que hasta ahora no llega.”

Acaso el punto de inflexión fue la carta abierta a Néstor Kirchner solicitándole ayuda “en la búsqueda de la verdad” y las peregrinaciones por los despachos del presidente del Superior Tribunal de Justicia, Luis Lutz, la procuradora general de Río Negro, Liliana Piccinini, y del ministro de Gobierno, Iván Lazzeri, quien dispuso finalmente el 0800-222-2215 para aportar datos y una recompensa de 50.000 pesos. Acaso la agitación institucional que provocó el caso llegó a oídas del fiscal Cid, que accedió a presentar a la jueza García García el pedido de cambio de carátula a “desaparición forzada con coacción”, que Roberto Berenguer, el abogado de los Uriarte, venía reclamando.

“Ahora no sabemos si el cambio de carátula es para beneficiarnos o si decidieron darle curso porque de ese modo pasaría a la Justicia federal y ellos (fiscal y jueza) quedarían desvinculados de la causa”, lamenta Roberto. “Una manera de cubrirse para no quedar en evidencia por haber actuado como lo hicieron, muy pobremente.”

Los diarios locales fueron ampulosos desde el comienzo de la pesadilla. Hablaron de allanamientos, de grupos operativos, de 200 uniformados pertenecientes a unidades policiales de la región, de perros de rastrillaje y de 14 caballos que recorrían la zona de bardas y chacras. Para el padre de Otoño, cada uno de esos artículos volcó ciencia ficción de mala leche. “Todo estuvo mal hecho desde el comienzo. Se tomaron pistas aisladas que no nos llevaron a nada, se allanaron sitios donde no se tomaron huellas, los perros rastrillaron el lugar una semana después de la desaparición, solicitamos actuaciones más adecuadas y nunca se realizaron. Hubo negligencia policial y judicial, y esos dos meses fueron tiempo perdido.”

Este lunes, unas 200 personas volvieron a recorrer la avenida Cipolletti en la rotonda de Viñas –el sitio donde Otoño truncó la recorrida hacia su casa, distante unos mil metros–, para cristalizar el descontento frente a la comisaría. A voz en cuello, se exigió que deje de eludirse la investigación por secuestro, que cesen los rumores sobre una posible fuga de la joven por “cuestiones del corazón”, que el fiscal Cid abandone las actuaciones preliminares y configure el hecho como un delito. Porque bajo esa figura podría profundizarse la pesquisa sobre tres policías a bordo de un patrullero que la noche del 23 de octubre habrían estado recorriendo el camino rural que conduce a la chacra de los Uriarte.

“Hasta ahora hemos sido pacíficos, pero el tiempo se nos está acabando y la paciencia también”, advirtió Ana al final de la marcha. Los padres y las madres que la rodeaban creen que “tendríamos que custodiar más a los chicos, poner más rejas en las casas”. Roberto les dice que deberían pelear para que los chicos “puedan estar más libres”, y de paso mitigar la angustia súbita que de la noche a la mañana ensombreció al pueblo, porque se dieron cuenta de que los hijos pueden desaparecer como por arte de magia. “Es como si toda una vida hubiéramos estado durmiendo y un día nos abrieron los ojos de una trompada. En ese segundo no sólo descubrimos que esa hija ya no está sino que hallarla no es prioridad de la Justicia. Y comienza a asfixiarte la sensación de estar a merced de una red con participación policial y brazos de poder donde se comercia con chicas y se las trafica. La sensación de pequeñez y soledad que se te viene encima es vertiginosa, y aun así no podés bajar los brazos.”

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