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Viernes, 2 de febrero de 2007

NOTA DE TAPA

La tendencia

Si hace 15 años, con la entrada en vigencia de la ley de cupo femenino en las Cámaras legislativas de la Nación, “poner a la mujer” era una manera de nombrar un engorro necesario para cumplir con el 30 por ciento de chicas en las listas, hoy esa misma frase habla de un gesto que se repite en Latinoamérica y el mundo destinado a mostrar una renovación política situando a las damas en las más altas candidaturas. En Argentina casi nadie se anima a desmentir que el próximo presidente se llamará Kirchner, pero ¿será Cristina? ¿Qué diferencia a esta mujer de otras políticas? ¿Cuánto pesa la tradición de la “pareja peronista”? ¿Cuánto podría aportar ella a las reivindicaciones de género?

 Por Soledad Vallejos

Una tendencia recorre el universo político mundial y no parece débil: con la presidencia de Michelle Bachelet convertida en realidad al poco tiempo de que Angela Merkel se convirtiera en la primera primer ministro alemana, los nombres de políticas suenan en distintos países como la nueva, la tentadora, la más probable opción de estructuras partidarias generalmente tradicionales ansiosas por diseñar estrategias ganadoras. Comenzando 2007, Sególène Royal cautiva electorados en Francia, y Hillary Clinton confirmó que se lanza a competir en las internas demócratas (en lo que, por otra parte, se anuncia como un duelo de minorías: además de ella, competirán un latino y un negro). Aquí y ahora, la varita mágica también podría tener nombre de mujer, o eso al menos dicen las especulaciones de una precampaña presidencial para la cual, en realidad, el peronismo recién designará candidata o candidato entre marzo y junio. Hasta entonces, la incógnita motoriza ríos de tinta sobre Cristina Fernández de Kirchner, la mujer que más peso político propio acumuló de manera constante en los últimos años.

Por eso mismo, de CK se dicen muchas cosas, algunas contradictorias:

Es una carta ganadora: distrito que toca, distrito que gana; nunca ha perdido una elección (esa premisa la llevó a territorio bonaerense a dar un batacazo en la interna peronista, a arrasar y ganar su actual mandato de senadora).

Su bendición cuesta trabajo pero genera recompensas: puede abrir las puertas de otra dimensión política.

Las encuestas le auguran favores del electorado: si su marido decide no presentarse a la reelección, ella sacaría más de diez puntos de ventaja sobre otros posibles candidatos. Pero eso mismo puede ser interpretado, también como desventaja: aun siendo una de las figuras con más adhesión, ella tendría menos intención de voto que él.

Los últimos números no le aseguran la victoria en la primera vuelta: (obtendría menos del 40 por ciento de los votos a nivel nacional); debería ir al ballottage.

No ha hecho camino a base de alianzas y estrategias de género: más bien todo lo contrario; lo ha afirmado ella misma en una entrevista concedida en 2005 a Newsweek: “soy femenina, no feminista”.

Se viste con un diseñador y no con otro: le gustan el shopping, las intervenciones estéticas en consultorios y la actividad física. Le molesta que se hable de su interés por todo eso.

Tendría una enfermedad psiquiátrica: su presencia vehemente y apasionada, así como sus silencios, serían según lo publicado en la revista Noticias, síntomas de ese mal.

Habita el terreno de la hipótesis

Es cierto, pero tanto como que ésta es la primera vez en décadas que en Argentina la candidatura de una mujer a la presidencia suena como algo más que una declaración de principios o una expresión de deseos: como una realidad posible. Cristina Fernández de Kirchner es esa incógnita que cosecha adhesiones de las y los votantes aunque se limite al silencio ante el periodismo (local) como estrategia, o quizá también por eso. En el camino a convertirse en la mujer política de posición más sólida del momento, ha perdido el apellido para ser simplemente “Cristina” y ganar espacio de maniobra. Y es que –lo sabe el mundo del espectáculo–, de cara al favor público, perder el apellido es ganar poder. Si la política es la posibilidad de intervenir en los asuntos públicos según una voluntad, ella acumula capital político a cada momento: en sus apariciones públicas, en centimetraje de diarios y revistas, en el discurso de propios y ajenos, en enfrentamientos y acuerdos. Hubo una excepción curiosa: en julio del año pasado, tras el debate por los superpoderes para el gobierno a lo largo del cual CK demostró horas de ardiente retórica, su imagen positiva cayó algunos puntos. Luego, se llamó brevemente a silencio. Ahora todo parece haber vuelto a su cauce anterior.

Cuando una figura pública pareciera no encontrar reparos para fortalecerse, necesariamente ha de haber algo, algo bulle. ¿Qué tendrá Cristina?

Foto: Jorge Larrosa

En el principio fue Cristina

Néstor Kirchner era gobernador de Santa Cruz, una provincia importante en términos económicos pero caída del mapa de la visibilidad política para el ciudadano de a pie del resto del país; ella era senadora nacional. Corrían los ’90 y su nombre aparecía en las crónicas de los debates legislativos, en maniobras de denuncia (cuando parecían compartir un cierto universo político con Elisa Carrió, en una de sus muchas anteriores vidas) y, finalmente, en su ruptura con el bloque que presidía Eduardo Menem. Por entonces era Fernández de Kirchner, un apellido que todavía costaba pronunciar y que fue haciéndose conocido al calor de sus intervenciones. Sólo después, pasado el temblor de 2001, Kirchner logró la proyección nacional y lo que le siguió hasta hoy. “No puedo hablar del estilo K, porque creo que yo fui la fundadora. Era senadora, tenía actuación nacional cuando él era gobernador en la provincia”, declaró ella en 2005, como quien reconoce que sí, que –en más de una manera– fue ella la que lo alumbró a él.

En el principio de la gestión nacional K fue la sospecha: por interpósito marido, la que llevaría las riendas del poder sería ella. “En 2003, cuando Kirchner ganó las elecciones, la afirmación era que de esa pareja la fuerte era ella, la política era ella, la que tenía más peso político. Y que él iba a estar manejado por ella y por Duhalde, que había alentado su candidatura”, recuerda el sociólogo de Flacso y la UBA Luis Alberto Quevedo. La sombra tras el sillón, el fantasma de la titiritera mandona se asentaba en esa proyección que ella había aprendido a ganar a fuerza de debates legislativos. “Ella era más conocida a nivel nacional que él, tiene una trayectoria de militancia y política independiente, previa a su presidencia. En 2002, 2003, en plena crisis, ella era una dirigente con palabra política posible dentro de un escenario de derrumbe: caída la Alianza, con la necesidad de construir una opción contra Menem, que venía siendo candidato eterno y, de hecho, fue quien obtuvo más votos en la elección. Luego aparece el marido. Y la historia entonces fue otra, muy distinta de lo que se imaginaba: creo que por decisión propia, ella no se mostró conflictiva con el cambio, pasó sin problemas a un segundo plano”, continúa Quevedo.

Lo del segundo plano es indudable

Salvo contadas excepciones asociadas a coyunturas electorales como la campaña por la senaduría bonaerense (que la llevó, inclusive, a la tapa de Gente), CK no da entrevistas a medios nacionales. Sus intervenciones públicas se dan exclusivamente en ámbitos vinculados con la función y el roce académico: debates, conferencias, actos políticos. Si habla, lo hace en el exterior, frente a micrófonos que le aseguran repercusión allende fronteras. Estratégicamente, su voz se eleva por sobre el debate local, cancela cualquier posición capaz de habilitar una instancia de debate; al mezquinar su voz al escenario interno, dice: no tengo aquí interlocutores. Ninguna otra mujer política argentina había recurrido a esa –arriesgada, hermética– decisión.

Pero el silencio no es sinónimo de invisibilidad: aparecer, aparece casi constantemente; los temas son muchos, las imágenes también, y eso, como un gesto repetido, resucita los fantasmas de factor de poder inasible que comenzaron a aurolearla en 2003. Tal vez sea por eso que Enrique Zuleta Puceiro, titular de la consultora Opinión Pública, Mercados y Servicios, crea necesario empezar por una aclaración: “Quien conduce y decide es K. Ella es un factor esencial del sistema K, necesario pero no determinante”. Ese sistema sería un mundo, un modo de ejercer la política en forma colectiva, un ejercicio relacional del poder con una lógica de decisiones superadora de lo individual. Eso, al menos, es lo que dicen: que Cristina es sólo en función de la mística de “un proyecto”, no de sí misma. “Hay quienes insisten con que ella reproduce el modelo de Eva Perón, que el presidente consulta decisiones con ella, que ella pasa mucho tiempo en su despacho en Casa Rosada –continúa Zuleta Puceiro–, pero hasta donde yo sé eso no es así. En épocas de Perón, había una línea que respondía a la señora, pero ahora es distinto, y quienes dicen que ella reproduce eso, mienten. Eva tenía un despacho propio, su Fundación, la gente hacía cola para verla y pedirle cosas, era muy distinto. De esa crítica según la cual Cristina imita el modelo de poder paralelo de Eva no hay evidencias.” En todo caso, si tal poder paralelo existiera, una diferencia (más) también es notable al medir a la hipotética candidata con el fantasma omnipresente de Eva Perón: CK se despega claramente de todo lo relacionado con la acción social (una función delegada, sin embargo, en otra mujer, la ministra Alicia Kirchner). Si entra en contacto con el mundo de las minorías desvalidas, es jugando el rol de la política ejecutiva y accesible que se hace presente en actos públicos. Muda, CK, allí donde mezquina palabras pone, sin embargo, el cuerpo: su cuerpo sí pertenece al escenario político local, su acción también; su palabra no.

En los últimos años

Las piezas parecieran haberse reacomodado para dar lugar a la construcción de una CK en la que, “además de atributos propios, hay su carácter de esposa del líder”, como explica el sociólogo Eduardo Fidanza, director de Catterberg y Asociados. Algo parecido sostiene Manuel Mora y Araujo cuando afirma que “parte de lo que entra en juego en su imagen, actualmente, es que es la mujer del Presidente”. Ella, que en el comienzo era la imagen del poder detrás del Gobierno, mutó en compañera. Fidanza recuerda escenas de la campaña bonaerense de 2005. “Cuando se presentaba en los actos, Cristina establecía una especie de diálogo amoroso-político con Néstor Kirchner: ella se dirigía a él como ‘señor presidente’, combinaba referencias a la cuestión pública y la vida privada, y contaba cómo en la biografía del matrimonio se enlazaba lo público y lo privado a través de la vocación de servir al país. En esa mise en scene, había referencias claras a la fundación del peronismo. Ella, en un acto, recordó el momento en que ellos eran universitarios y militaban en La Plata, y que ella le dijo a él: ‘Mejor nos vamos’, y él dijo: ‘No, mi vida está acá, mi vocación está acá’. En La razón de mi vida, también aparece esa construcción, hay párrafos de Evita evocando esa escena originaria donde la pareja se encuentra y establece un vínculo amoroso que en realidad es triangular: entre ellos y de ellos dos con el pueblo.” Para Zuleta Puceiro, ese reacomodo, la conversión en compañera, puede derivar en debilidad: “Ha asumido quizá demasiado el papel, pero es porque se trata del rol de complemento del líder. Ella es la mujer del hombre en el Gobierno, una figura arquetípica instalada por Juan Domingo Perón. ¿Se vuelve de eso?”. Quizá haya sido esa misma duda la que, a fines de diciembre del año pasado, llevó a Néstor Kirchner a decir que el halo de compañera aguantadora la convierte en la dirigente necesaria para lo inmediato: “A Cristina en los momentos más difíciles la he tenido ahí, luchando y acampañando, saben la fuerza que tiene. ¿Un paso? Ella da tres pasos adelante, que la Argentina no puede esperar”.

“Es un cuadro político”

Es la definición ya clásica. Lo ha dicho Aníbal Fernández horas después de que Cristina se convirtiera en senadora por la provincia de Buenos Aires, cuando comenzaba a nombrársela como presidenciable; lo secundó Hugo Moyano (que en su vehemencia retórica pasó de “cuadro” a “cuadrazo espectacular”); lo dicen los consultores entrevistados. ¿Pero cómo se arma una mujer como cuadro político en la Argentina de 2007?

“De cara a la opinión pública, Cristina tiene fortalezas, debilidades, oposiciones y amenazas”, sentencia en una aplicación del esquema analítico propio del marketing Zuleta Puceiro. “Algunas de esas fortalezas son propias de ella, y otras son fortalezas derivadas de su inserción en el sistema K. Entre las propias están su inteligencia, su capacidad de compromiso, su independencia de criterio, que son previas a la aparición del sistema K. Después están los otros atributos, derivados de su inserción en el sistema K, que se vinculan con la idea que la gente demuestra tener de ella: muy activa, copartícipe de las decisiones importantes. También sumarían como fortalezas factores que aún no están en juego: si hubiera un debate doctrinal sobre calidad institucional, ella sería importante, es alguien que tiene solvencia en ese debate, y de hecho le sale mejor que el de la emergencia. De todo el elenco K, el cuadro que mejor se mueve en esto es ella. Si hubiera un debate sobre reforma de la Constitución Nacional, por ejemplo, ella sería de gran valor, y no sólo porque preside la comisión en el Senado”. Pero a la vez, sostiene Zuleta Puceiro, esos mismos atributos que la vuelven fuerte pueden no ser tan favorables. “Entre sus debilidades está el hecho de que ella no tiene atributos de gestión, e incluso muchos de sus puntos positivos son propios de la oposición, no de gobierno. Y otra debilidad es que ella acompaña a Kirchner”. Sin embargo, “hoy ser parte del Gobierno es una oportunidad; abre puertas, no amenaza. Y ella se mueve bien allí. Tiene un discurso intelectual, le gusta, maneja ideas, se maneja bien en el plano internacional. Ella acepta el debate ideológico y tiene posiciones fuertes”. Por todo eso, en el terreno de las oportunidades, según el titular de Opinión Pública, Mercados y Servicios cree que, en caso de que ella sea la candidata, “la inercia del sistema K es suficiente para ganar en primera vuelta”. Un atributo que ha convertido en seña particular, por otro lado, podría volverse en contra, porque “entre sus amenazas, yo señalaría que claramente ella tiene dificultades para políticas de consenso. Le ha costado asumir una actitud no confrontativa, y en este momento no hay adversarios. Cristina sabe trabajar desde la soledad, conoce la lógica de la minoría, porque ha trabajado sola en política”.

Otro gran hallazgo

Hay otro gran hallazgo en la construcción pública de CK. Ella ha convertido en virtud los roles tradicionales –y los estereotipos– asociados a las mujeres en política: la fortaleza del carácter, el interés por la estética, el marido con nombre propio. Nada de eso le ha jugado en contra sino a favor (algo similar podría decirse de la presidenta chilena –ver aparte–). En diciembre del año pasado, Braga Menéndez y Asociados realizó un focus group entre mujeres y varones de clase media urbana en el que la muestra seleccionada le reconoce a CK más “eficiencia” e “inteligencia” que a Néstor Kirchner (a ella, en ambos casos, la calificaron con un 8 sobre 10, a él con un 7), aun cuando ambos obtuvieron el máximo puntaje en “preparación y conocimiento del país” e “intolerancia”. Ella y él empataron en “capacidad de trabajo” (9 puntos), “fuerza de carácter” (8 puntos) y “honestidad” (7 puntos). El es percibido como más soberbio que ella (10 y 9 puntos respectivamente), pero también como más dotado de “calidez / cercanía a la gente / sensibilidad social” (10 puntos él, 7 ella).

¿Influye en su auge que el escenario internacional comience a ser habitado por mujeres políticas? Los entrevistados coinciden en la respuesta: esa ola no impulsa su figura, que ha nacido antes; es una coincidencia que, de paso, la fortalece.

“El asunto con Cristina es que su intervención concreta –sostiene López– es más eficaz que las de mujeres peronistas históricas y contemporáneas. Aparece muy vinculada a la figura del Presidente, pero no cualquier figura se puede vincular a él: no es que se transfiere a cualquiera esa impronta.” Fidanza se permite relativizar la aceptación en los varones, porque “tradicionalmente hay una resistencia en los sectores masculinos a que una mujer llegue a la presidencia. Su desventaja está en que, ahora, la gente deposita su confianza en Néstor Kirchner”.

¿Qué tiene Cristina? La lista parece decir: algo que se parece mucho a una capitalización de los atributos del poder.

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