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Viernes, 9 de febrero de 2007

INTERNACIONALES

La arena por asalto

Una playa pituca de Perú en donde las empleadas domésticas tienen prohibido asomarse hasta la caída del sol; un sindicato de trabajadoras rebeldes; el apoyo de ONG de derechos humanos; las ganas de poner en evidencia actitudes discriminatorias y alentar el desafío. Con todos estos ingredientes se armó Operación Empleada Audaz, una performance político-veraniega que acaba de suceder en Lima.

 Por Maria Mansilla, desde Lima

Se parecen a las de Punta del Este en plena temporada. Las playas de Asia (“eisha”, para los habitués) están ubicadas 100 kilómetros al sur de la capital peruana y reúnen a la congregación de los “pitucos”, las personas de clase alta bien alta, que tienen casas de fin de semana con patio trasero alfombrado en arena y regado por el majestuoso Océano Pacífico.

El domingo 28 de enero, a los que frecuentan estas playas por poco los desmaya un golpe de calor: hasta aquí llegaron 400 manifestantes acompañadas por representantes de instituciones como Amnistía Internacional y la Defensoría del Pueblo peruano, personajes de la cultura, movileros de TV y corresponsales de los principales medios extranjeros. Todos, para ser cómplices de la Operación Empleada Audaz: una manera de hacer visibles, en un lugar por demás simbólico, dos circunstancias: 1) la prohibición –de hecho– de acceder a playas públicas; 2) las condiciones laborales de las trabajadoras del hogar que, aquí mismo, no pueden pisar el mar hasta después de las 7 de la tarde, apenas un detalle en un contexto donde la ley que dignifica sus condiciones laborales es olímpicamente ignorada. La verdadera intención es promover la reflexión sobre una viejísima y xenófoba costumbre que se extiende por tantos países del continente.

¿En qué consistió la Operación Empleada Audaz? Todos y todas –con remeras contra el racismo y delantales de empleadas domésticas, respectivamente– marcharon hasta las playas “privatizadas”, dándole un abrazo al mar y a la cuenta de uno, dos y tres: yendo al encuentro de las olas. “Porque la justicia no va reñida con la alegría”, acotó con razón el voluntario que compartió con Las/12 el micro que nos trajo hasta aquí, junto a las verdaderas protagonistas de esta “manifestación lúdica”: las integrantes de La Casa de Panchita (www.gruporedes.org), asociación civil formada por trabajadoras del hogar. Allí reciben apoyo escolar, clases de computación, orientación psicológica, y buscan visibilizar otra situación: la de los 100.000 niños y niñas peruanos que trabajan en el servicio doméstico, explotación legitimada por la ley que habilita el trabajo a partir de esa etapa.

Un grupo de adolescentes mira el espectáculo y cuchichea. Todos sabían que esto iba a suceder.

¿Lo comentaste con la mujer que trabaja en tu casa?

–Sí, yo sí lo conversé –responde una de ellas, María Fernanda–. Pero me dijo que no se quería meter al mar porque qué iban a pensar de ella. Sienten que las van a mirar mal, y te aseguro que la mitad de la gente sí las miraría mal.

–¡Esto es político, las ONG tienen que justificar su trabajo. Esto pasa porque la gente clase media baja, que ahora tiene plata, las trata mal –interrumpe, eufórica, una señora de capelina, remera beige tejida al crochet y celular colgado de la cintura–. Si no vienen a la playa es porque no quieren, porque estarán medio gorditas y les dará vergüenza meterse así al mar. Además, tienen que cumplir con su trabajo, y cuando terminan vienen.

“La discriminación es el problema fundamental del país. Durante la época de la violencia interna, incluso, la Comisión de la Verdad denunció que el racismo estaba detrás de todo lo que pasó. El que tenía más chances de ser asesinado era el campesino ayacuchano, indígena y que no hablaba español –afirma Mar Pérez, de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, un organismo que reúne a 66 asociaciones–. En este contexto, la mujer indígena es la que peor está. Se dice que es ‘el cholo de los cholos’. La violencia cotidiana la ves a cada rato: en el trato de las instituciones del Estado, pero en las familias también. Se le da mejor educación al hijo más blanco que al más ‘cholito’, hay mucha gente que quiere casarse con un ‘blanco’, y dice que es para mejorar la raza, eso es el autorracismo. Es algo transversal en nuestra sociedad. También lo puedes ver en la publicidad: el modelo de belleza no refleja la diversidad racial del país. A las trabajadoras del hogar les pasa, un poco, como a las mujeres violadas: sienten vergüenza, creen que les pasa a ellas solas, y tienen miedo de perder su trabajo.”

ANTES DEL ATARDECER

Los micros y coches que movilizaron a los activistas de la Operación Empleada Audaz ya volvieron a Lima. Las/12 permaneció en la playa, a ver si era cierto que antes del atardecer, cuando la arena está desierta, ellas pueden salir. Llega la hora, y aparecen: con delantales celestes, delantales blancos, delantales azul noche, manos en los bolsillos, de a dos o tres –una seguramente se ocupa de la limpieza, la otra cocina, la otra quizás es “nana”–, bajan de las casas hacia la playa, caminan tranquilas. “¿Se hizo, al final?”, preguntan Berta (52) y Flora (50), de celeste, y cuentan que a muchas colegas les dieron franco durante este fin de semana, para evitar que se alboroten.

Las condiciones laborales de las trabajadoras del hogar de Perú están, desde el 2003, pautadas por la ley 27.986. “Regula el derecho a la educación, el empleador debe dar facilidades para que puedan estudiar fuera de las horas laborables. La jornada no debe ser mayor de 8 horas. Les otorga su día de descanso, que generalmente es el domingo, y les corresponde descansar, también, los feriados, y si los trabaja debes pagarles un 50% más de lo que gana diariamente. Tienen derecho a vacaciones pagadas y a un seguro social”, cuenta Agatha, una de las chicas de La Casa de Panchita. Y luego enumera los típicos ejemplos que evidencian la impune violación de esa ley.

Claro: ninguna de las empleadas domésticas de Asia pudo participar del operativo porque estaban en plena tarea; los audaces fueron otros, en su nombre. “La gente que está participando de la acción nos ha preguntado: ‘Y después, ¿qué?’. Les decimos que, en primer lugar, cada uno debe transformarse en agente de cambio. Desde su vida cotidiana, no discriminar y evitar ser discriminados, no convertirse en cómplices mediante el silencio, denunciar los casos de los que sean víctimas o testigos porque la discriminación ya está sancionada en el Código Penal peruano pero nadie se aferra a ese artículo”, sostiene Mar Pérez. La página sigue abierta a través del blog http://protestaaudaz.blogsome.com/.

“¿De la ley? Hay cosas que se cumplen y otras que no. Pero lo que más nos duele es que nos humillen. La gente más grande sabe humillar a la gente... cómo se llama... a las paisanitas. Pero yo soy una profesional, y no me dejo humillar –aclara Bertha–. A la señora la he dejado bien plantada porque me insultó. Me dijo: ‘¡Mierda, carajo!’. La dejé. Al otro día le dijo a mi compañera: ‘Oye, ¿a la gordita ya se le pasó su cólera?’. Y la gordita ya se había largado. Ahora, si regresé es por su esposo, él es buena gente. Y por sus hijos, porque sí me extrañaban bastante. Las más jóvenes son las que más se dejan humillar. A una compañera le hizo algo bien feo: la trató de ratera. Y el pantalón estaba ahí, pero le echaron la culpa. Ella lloró, lo que lloró, y después se fue.”

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Imagen: DANIELA GONZALEZ
 
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