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Viernes, 23 de febrero de 2007

INTERNACIONALES

Todas las mujeres de la presidenta

En el gabinete del gobierno chileno, los cargos con poder de decisión se reparten entre tantas mujeres como varones. Ese estricto 50 y 50 –que se respeta en ministerios, subsecretarías e intendencias– también se traduce en nuevas acciones, propuestas y ejercicios de la política, lo que incluye –faltaba más– un entrenamiento acelerado para sortear obstáculos. Sobre esta experiencia inédita en Latinoamérica hablaron recientemente las ministras en un seminario.

 Por Por Bet Gerber*

En Chile, por decisión de la presidenta Michelle Bachelet, el 50% de los ministerios, subsecretarías e intendencias están a cargo de mujeres. Ahora bien, ¿qué consecuencias tiene este hecho en la gestión de gobierno? Ocho ministras se reunieron en un seminario organizado por la Fundación Salvador Allende y la Fundación Ebert en Chile para reflexionar desde su experiencia en el gobierno.

En una frase, Laura Albornoz, ministra del Servicio Nacional de la Mujer, sintetizó la abismal diferencia que marca su trabajo en el marco de un gabinete ministerial paritario: “La verdad es que todas las compañeras ministras que hoy día me rodean hacen las veces de ministra de la mujer en cada instante. No necesito estar explicándoles de qué se trata ni pidiéndoles que incorporen desde el lenguaje hasta políticas transversales al interior de sus ministerios, porque lo hacen por iniciativa propia”.

Paulina Urrutia, Ministra de Cultura. Vivianne Blanlot, Ministra de Defensa.

En lo que hace a la composición por sexo de los equipos de trabajo, cabe detenerse en las estrategias y obstáculos que marcaron los esfuerzos de las ministras por incorporar más mujeres. Así, por ejemplo, los cargos producto de decisiones políticas de primer nivel –es decir jefaturas de servicio y de áreas– permitieron paridades, ya que dependen directamente de determinaciones de las ministras, en contraste con aquellos cargos en donde predominaron las decisiones de los partidos políticos. Otra cuestión central hace a las desigualdades de origen, que no se superan por la vía meritocrática, tan mentada en el Chile primermundista de estos días. En cargos nuevos en los que se llamó a concurso se presentaron poquísimas mujeres. Esto se vincula con el tipo función u opción que las mujeres hacen al enfrentarse a la posibilidad de la maternidad, con familias jóvenes, el no querer asumir o no postularse a ciertos cargos directivos porque hacen un balance de opciones en su vida. Más allá de la voluntad política que se pueda tener por generar la paridad, esto habla también de la necesidad de políticas que apoyen la conciliación de la vida familiar y profesional.

Si bien la decisión de incluir mujeres en cargos de jefatura es competencia de las ministras, el camino para armar de equipos no está libre de escollos. La estrategia probada por la ministra de Defensa, Vivianne Blanlot, consiste en pasar a la acción sin más: “A veces las instituciones no permiten que una levante la mano y diga ‘mira, esto no puede seguir pasando’. Entonces mi receta es no tratar de imponer demasiado por la vía del discurso, sino simplemente sacar a las mujeres del rincón. Eso resulta”. A lo largo de su trayectoria, vinculada a ámbitos tradicionalmente masculinos como energía y medio ambiente, Blanlot detectó mujeres “tremendamente aportadoras que iba descubriendo como en los rincones, en las oficinas sin ventanas, a las que nunca les tocaba ir a los cursos o a los seminarios, aunque aperraban con el trabajo de una manera brutal. Lo mejor que pude hacer fue ir poniéndolas a trabajar bajo mi alero en la medida de lo posible. Esa política, que he mantenido durante más de 25 años de trabajo, ha dado excelente resultado. Me enorgullece poder decir que en todos los cargos en que he tenido algún grado de liderazgo o de dirección, a los pocos meses las jefas de áreas eran mayoritariamente mujeres porque eran quienes hacían el trabajo.”

Otro sector no tradicional para las jefaturas femeninas es el de Minería y Energía. Karen Poniachik, ministra del área, también optó por la aplicación de acciones positivas en la práctica cotidiana: “En Codelco (Corporación del Cobre) hay muchísimas profesionales jóvenes, economistas, ingenieras muy capaces. Sin embargo, los jefes son siempre hombres; ellos van a las reuniones de directorios, hacen presentaciones en las distintas divisiones y no las dejan hablar. Entonces hago lo que hace Vivianne (Blanlot, ministra de Defensa) y paso a la acción: en vez de hacerle la pregunta al jefe o al vicepresidente, la planteo a las mujeres que están ahí. Todos se descolocan, pero creo que si la actitud de abrirles espacio no surge voluntariamente, hay que forzarla”.

Paulina Veloso, Ministra de la Presidencia. Clarisa Hardy, Ministra de Planificacion y Cooperacion. Karen Poniachik, Ministra de Minería y Energía.

Cantidad y calidad

Una de las primeras razones de la necesidad de más mujeres en el poder tiene que ver con la justicia: si las mujeres son la mitad de la población, no es aceptable que estén subrepresentadas. A su vez, la legitimidad de la democracia resulta cuestionable si parte importante de la ciudadanía (desterremos lo de “minoría”, ya que se trata de más del 50% de la población) está excluida de los puestos de decisión. Pero además de estas cuestiones, también se ponen en juego aspectos de corte pragmático: una mayor presencia de mujeres supone aprovechar mejor las capacidades de la población. Pese a las resistencias iniciales, no son pocos los varones que perciben los beneficios de esta incorporación a los equipos de trabajo. Así, la ministra de Defensa relata que al asumir su cargo ya tenía un jefe de gabinete uniformado designado previamente. Pese a ello, llevó cuatro mujeres muy potentes en cargos relevantes y designó a una de ellas jefa de gabinete político. Blanlot describe el proceso que desató esta innovación como “una pequeña guerra de guerrillas. Al principio hubo un rechazo total, llegando a esconderle papeles, a no comunicarse, tremendo. Tras dos meses de escaramuzas y después de despedir al jefe de gabinete militar, cosa que nunca había pasado, tuvieron que aceptar mis cambios y ahora resulta que los militares están continuamente pidiéndoles a las mujeres de mi gabinete que les ayuden a manejar diversos temas”.

También resulta curioso observar los cambios en la actitud de los varones frente al proceso de incorporación mujeres en las fuerzas armadas. “Al recorrer destacamentos, me he encontrado con que las jefas de las áreas de apoyo son mujeres, por ejemplo, la jefa de mantenimiento de los F-16, la jefa de todo el equipo de telecomunicaciones. Y esto se debe a que fueron las mejores de su promoción. En el actual proceso de graduación de todas las escuelas, en el 60% de los casos, las mejores alumnas son mujeres. Lo notable es que ellos están orgullosos, entonces se está produciendo una cosa que también tiene que ver con la presidenta porque la presidenta los encantó, eso es una realidad”.

El cambio no sería posible sin un impulso de la autoridad política, en este caso el respaldo explícito de Bachelet. La titular de Minería ejemplifica cómo eso facilita ciertos procesos, tal como sucedió al plantear la necesidad de incorporar el Código de Buenas Prácticas Laborales (sobre no discriminación para la administración del Estado) en el nivel de los ejecutivos de las empresas estatales, casi todos ellos hombres. “No les gustó nada a los ejecutivos, pero bueno, lo tuvieron que aceptar a regañadientes porque invoqué ‘la presidenta quiere’. Entonces, como la mayor parte de los directores son nombrados por la presidenta, la respuesta obligada es ‘si la presidenta quiere, lo hacemos’. Y así avanzamos, poco a poco.”

En sentido similar, la ministra de Defensa señala: “Empecé a dialogar directamente con las mujeres profesionales saltándome a los jefes. Todos se dieron cuenta de que esto era inevitable y empezaron a conformar equipos paritarios en distintos temas y en ocho, diez meses hay otro clima. Fue un proceso de adaptación sorprendentemente rápido, pero cierto es que los tiempos estaban para eso, ya que, obviamente, la presencia de nuestra presidenta lo estimuló”.

Avances en las políticas públicas

Las iniciativas impulsadas desde el actual gabinete gubernamental que responden a una concepción de transversalidad de género son innumerables y, en ocasiones, revolucionarias. Sólo con cierta cuota de arbitrariedad se pueden seleccionar algunos ejemplos. Resulta particularmente interesante la gestión del actual Ministerio de Planificación, cuyo distintivo es, en palabras de la ministra Hardy, “el sello de la protección social fundamentado en una perspectiva de género”: un modelo no familiarista de protección. Hardy, experta en el área de las políticas sociales y reconocida investigadora en materia de género, aclara el concepto: “Hay dos opciones en el mundo para enfrentar los sistemas de protección social, las familiaristas y las no familiaristas. El enfoque familiarista supone que el grueso de la protección descansa en la familia y que el Estado asume aquello de lo que la familia no se hace cargo. Este es el caso de Alemania, en donde aquello que pueda descansar en la familia, como es el cuidado de los niños y el cuidado de los adultos mayores, se asume allí, y el Estado promueve más bien seguridad social. La opción no familiarista no sitúa la responsabilidad de la protección social sobre los hombros de las familias y al no hacerlo, en rigor, liberamos a la mujeres. Chile ha hecho esa opción”.

Por su parte, Rommy Schmidt, ministra de Bienes Nacionales, aludió a un clásico del reparto de derechos y deberes: la titularidad de las propiedades inmuebles. “Se da una labor social muy fuerte en el ámbito de regularización de títulos de dominio. Llegamos casi exclusivamente a un estrato socioeconómico bajo, en donde sucedía que las mujeres hacían todo el trámite, llevaban los papeles, pero cuando llegaba el minuto de decidir a nombre de quién ponemos el título, indiscutiblemente el titular era el hombre. ¿Por qué? Porque sí, él tiene que ser el dueño, aunque ellas hicieran todo el trabajo. Entonces empezamos a focalizar hacia ellas instrumentos de difusión para que pudieran no solo hacer el trabajo sino también inscribir a su nombre. Logramos cambiar un poquito las cifras, de un 40% a un 52% de beneficiarias, por ahora.”

Otra batalla ganada en el ámbito de las empresas estatales de energía y minería fue la emprendida por Karen Poniachik contra un “ingrediente curricular” que juega fuerte a la hora de seleccionar personal femenino: el aspecto físico. “Con lo negativas que resulten tantas cosas en EE.UU., rescato como muy positivo que esté prohibido por ley no sólo exigir fotos en los CV, sino que tampoco se puede obligar a explicitar edad, número de hijos, religión. En la primera sesión de directorio plantée mi decisión de eliminar las fotos de los CV. Esto causó estupor y se adoptó de mala gana, a los directores les parecía superfluo.” Tan superfluo, aparentemente, como otro ajuste exigido por Poniachik en materia de lenguaje: “Los accidentes laborales en la minería se miden en horas hombre, entonces exigí que fueran ‘horas persona’. Me respondieron que los estándares internacionales dicen ‘horas hombre’, pero insistí hasta que logré el cambio. Del mismo modo, no hablo de hombres de negocios, sino de personas de negocios”. No es necesario explicar a las ministras que la invisibilización de las mujeres en el lenguaje, lejos de ser un detalle inocente o azaroso, va de la mano de la historia de marginación de las mujeres.

También vale la pena prestar atención a las relaciones que se establecen entre las ministras, algo que marca una diferencia sustantiva en la calidad del trabajo. El relato de Laura Albornoz, ministra del Sernam, sobre una conversación con la presidenta Bachelet analizando la instalación de casas de acogida en todo Chile para mujeres víctimas de la violencia, por ejemplo: “Como me dijo la presidenta en sus primeros días: ‘Pero Laura, no es tan difícil, habla con la Rommy (Schmidt, ministra de Bienes Nacionales) y que te pase una casa por regiones y armamos el programa’. Y aquí estamos con todas las ministras que me acompañan, coordinando programas especiales para mujeres víctimas. En materia de vivienda, la Rommy va revisando todos los inmuebles fiscales que ha encontrado a nivel nacional, la Clarisa (Hardy, ministra de Planificación) viendo cómo se les puede dar efectivamente una atención especial a esa mujeres que llegan ahí; la ministra de Salud, aportando para desarrollar un programa integral que no solamente supone dar refugio, sino también romper con el círculo de la violencia...”. Y así se armó el programa que está en pleno funcionamiento, lo que sugiere que las políticas públicas se diseñan e implementan con competencia técnica y profesionalismo, tanto como con compromiso y sensibilidad, ingredientes que todavía suenan ajenos al ámbito del poder político.

Del patio trasero a primera división

¿Dónde está, entonces, la virtud de tener un gobierno paritario? Según Clarisa Hardy, el sello de género del gobierno está logrando poner en la agenda pública temas que estaban en el patio trasero. Sin embargo, la continuidad o no de esta tendencia en los próximos gobiernos es una cuestión que preocupa a las ministras. ¿La ciudadanía en general y la elite política, en particular, habrán de comprender la necesidad de abrir paso al despliegue del potencial femenino y masculino en el mundo productivo y reproductivo, en lo público y privado? Se trata, en fin, no sólo de vencer resistencias culturales sino, concretamente, de redistribuir responsabilidades y poder. Todavía no son excepcionales los casos en que las mujeres no quieren o no pueden asumir cargos más importantes, como constató la titular de Bienes Nacionales, al proponer el ascenso de una integrante de su equipo técnico. “Ella no quiere asumir cargos de mayor responsabilidad por sus hijos. Y este tipo de mujeres abunda, estas dificultades son bien transversales para todas las que trabajamos: esa mezcla del entusiasmo y la maravilla de lo que estoy haciendo, la oportunidad del cargo que tengo, junto con el dolor de la crianza de los niños, ¿cómo se compatibiliza? Creo que pasarán unas cuantas generaciones para tal vez tener la mejor respuesta.”

En el siglo XXI, todavía suscita suspicacias el hecho de que una ministra busque la conciliación de la vida laboral y familiar desde las políticas públicas y en su entorno inmediato, al organizar el trabajo de sus equipos y el suyo propio. Estereotipos y prejuicios que aún gozan de buena salud sugieren definir tales esfuerzos como típicas “cosas de mujeres”.

Aparentemente, llevará todavía su tiempo asumir que familia y trabajo son cosas de toda la sociedad: mujeres y varones, ministras y ministros, presidentas y presidentes. Y que la sobrecarga de unas u otros hacia uno u otro ámbito nunca es gratuita y siempre va en desmedro de vidas más plenas para todas y todos.

* Directora de Proyectos de la Fundación Friedrich Ebert en Chile.

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