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Viernes, 11 de mayo de 2007

TEATRO

Las afinidades electivas (se hacen)

La actriz Jazmín Stuart dice que un buen día se largó a escribir y que sobre esos textos aplicó algo de lo aprendido en la academia y algo de su propia experiencia teatral. ¿El resultado? La mujer que al amor no se asoma, la obra con la que esta cara reconocible de la tele debutó como autora y directora.

 Por Moira Soto

Con apenas dos experiencias muy puntuales en teatro, algunas incursiones en cine y muchas horas de vuelo televisivo, Jazmín Stuart presentó hace año y medio, con éxito sostenido, La mujer que al amor no se asoma, una pieza teatral de la que es autora, directora y protagonista. La mujer bonita de Conflictos en la red que las revistas del corazón querían atrapar in fraganti en situación de romance sorprendió a quienes no sabían de su formación como directora de cine (en la FUC), en dramaturgia (con Mauricio Kartun), en actuación, entrenamiento corporal y vocal (con diversos maestros y maestras). Bastante más que una delicada belleza que la cámara consiente, Stuart ha dado pruebas indiscutibles de su calidad de actriz a lo largo de los años, pero evidentemente le hacía falta reabrir la puerta que el trabajo intensivo en la TV le había hecho cerrar temporariamente. “La obra la empecé a escribir a fines de 2003. Venía de hacer seis, siete años de televisión en forma ininterrumpida, tira diaria. Ya como saturada de tanto laburar, de tanto estar metida en un estudio y un poco con la sensación de haber perdido la motivación inicial que me llevó a actuar. En ese momento terminó mi contrato de Son amores, novela de superéxito que yo en ese momento ya no podía disfrutar. Al mismo tiempo, me separé de mi ex pareja y quedé en una especie de desierto, de vacío total: no tenía nada para hacer, ninguna obligación. Estaba sola y abrí la computadora: vi que tenía un montón de archivos de ideas sueltas, empecé a ver cuál me tiraba más...”

¿En la universidad del cine ya habías aprendido a escribir guiones?

—Sí, tenía una base técnica. Apareció una frase que quedó al comienzo de la primera obra de la trilogía que conforma La mujer... Tuve la visión de toda la situación —esa mujer demandante que no se entera que el tipo ya no quiere saber nada, esa idea del sueño— y cerré ese acto, como un cuentito. Después me di cuenta de que podía combinarlo con otros dos relatos y armar un espectáculo. En principio, no le veía el humor sino el lado dramático.

Bueno, se dice que la comedia es tragedia más tiempo...

—Claro, tal cual, así fue. Tampoco imaginé mientras escribía que ese material iba a llegar a un escenario, aunque sí tenía claro que eran tres obras que se complementaban. Pero un paso se fue encadenando a otro, y cuando empezamos a ensayar advertí que las situaciones, los diálogos, provocaban muchas risas y que si reforzaba ese color podía salir algo interesante y divertido.

¿No tenías ninguna experiencia previa en producir espectáculos?

—Ni idea. Empecé ensayando con el primer actor en un estudio que tiene mi mamá, que es terapeuta corporal. Ya había decidido trabajar con amigos del teatro, de la escuela de Julio Chávez donde me formé. Y fue un acierto, porque coincidimos en un lenguaje común, desprovisto de los tics que por ahí tenemos los de la tele. Se entregaron mucho, confiaron. Siempre fue el mismo elenco —Victoria Hladillo, Walter Cornas Galeante, Cinthia Guerra— salvo en el caso de mi compañero del segundo acto: ahí hubo una especie de gualicho, pasaron como cinco actores, el último se fue un mes antes de estrenar y tuve que correr como loca buscando a alguien que quisiera aprender el rol y salir a escena. Y fue uno de mis compañeros de la escuela quien vino, Mariano Farran. Así se fueron dando las cosas, aunque yo no creía demasiado en mí al arrancar. Creo que el comprometer a otras personas en el proyecto me generó una obligación moral.

¿Cómo se arma la producción? ¿Cuándo decidís dirigir?

—Me encontré con un compañero de la universidad del cine que ahora tiene una productora de cine —Aeroplano—, fuimos a almorzar y le conté en qué andaba, cómo iban los ensayos. Le encantó la temática y me propuso producir. Fue un paso importante porque él hizo la inversión que hacía falta, se encargó de algunas cuestiones estructurales cuyo manejo yo desconocía. El resto —la producción ejecutiva, los rubros técnicos— me lo cargué al hombro porque ya estaba muy involucrada, tenía que tomar decisiones. En cuanto a la dirección, no había dudas de que ese material estaba para que yo hiciera la puesta en escena. El humor ya se había puesto de manifiesto y había una serie de tiempos internos, de tonos, de intenciones en el texto que yo necesitaba transmitir personalmente. Sólo había dirigido cortos en la época de la facultad, y algunas escenas de ejercicios en la escuela de teatro. No, no, ni yo me lo creía que estaba dirigiendo...

Foto: Juana Ghersa

Es decir, que te hizo bien quedarte en pleno desierto.

—Sí, muy bien. De hecho, hoy en día, habiendo reencauzado mi trabajo, teniendo la obra en cartel, de golpe filmando una película o grabando algo aislado en la tele y en pareja de nuevo, me planteo que necesito un minidesierto para poder seguir escribiendo, porque si no, la energía se me dispersa mucho. No tengo la disciplina de los escritores, de los guionistas que trabajan a horario, sino la energía más inquieta de los actores. Entonces, estoy viendo de qué manera recrear aquel vacío que me sirvió tanto, pero en medio de una vida llena de cosas. Intento continuar con la escritura, esto en paralelo con el deseo de hacer cosas nuevas como actriz, intereactuar con otros directores. Al mismo tiempo, estoy cada vez más selectiva, por momentos casi sintiéndome una kamikaze por decir que no a unas cuantas cosas de la tele, pero muy convencida de mi actitud. A pesar de que hace ya unos años que empecé a separarme de ciertos productos, me siguen ofreciendo bastante trabajo en cosas parecidas, lo que me sorprende.

¿Cuánto más mirás la TV abierta actual menos ganas te dan de estar ahí?

—Y sí, me pasa un poco eso, está todo muy vacío de contenidos que valgan la pena. A nadie parece ocurrírsele nada novedoso, tampoco se fijan si evolucionaste como actriz. De todos modos, en los últimos años fui como pudiendo encontrar huequitos dentro de la tele que me permitieron salirme del molde, como en Historias de sexo de gente común, donde por momentos sentí que podía entrar en otro código, con otro sistema de trabajo. Pero sí, actualmente me es difícil encontrar un proyecto que me entusiasme. Sin embargo, creo que se puede hacer otra tele, lo que implicaría una exigencia previa más alta por parte de quienes deciden, el deseo de hacer productos creativos, atractivos, con contenidos y calidad formal. Hemos tenido ejemplos recientes: muchos capítulos de Montecristo tenían ese nivel. Considero que la tele es un medio muy rico, con un lenguaje propio, tan masivo, con tanta llegada, que no entiendo cómo no se aprovecha mejor.

¿Dónde la pasaste mejor en la televisión?

—En Historias de sexo... por varias razones: fue el primer unitario que hice y resultó tan bueno como me lo esperaba esto de dedicar toda una semana a un capítulo. Un verdadero placer. Por otro lado, como fue el primer proyecto de ficción de la productora Endemol, correr ese riesgo generó durante la primera temporada una mística increíble, todos proponíamos cosas, nos juntábamos a ver cómo había quedado el capítulo. Quizás en la segunda temporada hubo reiteraciones. Más recientemente, me gustó hacer Julia’s tango, una producción para la TV holandesa que transcurre en Buenos Aires, con elenco y directores de ese país, y un par de actores locales, Antonio Birabent y Ludovico Di Santo. Una linda experiencia, con los textos en inglés y en español.

¿También actuaste en varias películas en los últimos años.

—Me encanta hacer cine como actriz, trato de no dejar pasar oportunidades que me parezcan atractivas. Tuve una experiencia muy buena en el verano filmando Los paranoicos, la ópera prima de Gabriel Medina, casualmente compañero de la universidad del cine. El me pasaba el guión mientras lo escribía, y terminó ofreciéndome el personaje femenino. Acepté feliz porque la historia es excelente: se trata de dos amigos que se vuelven a ver después de mucho tiempo, ambos se dedican a escribir. A uno le va bien, al otro regular y hace otras cosas, como animar fiestas infantiles. El ganador y el perdedor se controlan mutuamente, yo soy la mujer del primero y estoy a merced de su carrera, acompañándolo, escuchando sus monólogos, hasta que conozco al perdedor. Mi novio tiene que viajar, me deja en casa de sus padres, a quienes detesto, y entonces pido asilo en lo del perdedor, que interpreta Daniel Hendler. Se produce un conocimiento mutuo, y yo cuando salgo del radio de influencia de mi novio, a cargo de Walter Jacob, me destapo, retomo cosas que había dejado archivadas, me suelto el corsé. Esto deriva en una historia de amor no convencional, en una película que habla sobre la generación de 30, 30 y pico en relación a los logros laborales, a la competencia feroz aunque solapada dentro de los vínculos afectivos.

Mientras tanto, prosigue el suceso de La mujer que al amor no se asoma...

—La verdad que sí, la pieza ha funcionado muy bien sin que invirtiéramos un peso en publicidad gracias al boca a boca, a algunas notas. Es genial que la gente esté yendo tanto al teatro, no hay salas disponibles por un buen tiempo. En mi caso, quizás algo hubo de prejuicio al principio, el haber hecho tantos años una tira diaria era una identificación muy fuerte para alguna gente. Pero esa es una visión reduccionista respecto de mí como actriz. Sin duda, el público me aceptó en estas nuevas facetas, aunque para mí, lo más importante es estar de acuerdo conmigo misma. Ahora estoy sincerándome cada vez más con los contenidos y con las formas que me interesan, me siento cada vez más lista para afinar la puntería y hacer algo un poco más personal.

¿Te propusiste trazar arquetipos femeninos reconocibles en La mujer...?

—No fue algo premeditado, aparecieron. Los reconocí como arquetipos cuando estaba avanzado el proceso de escritura, ahí empecé a advertir que eran modelos que podían resultar familiares. Me alegró comprobar que había perfilado personajes con los que el público se identificaba, una sensación muy grata tocar esa fibra. Creo que aun en sus momentos más irritantes, ellas son queribles, son humanas. Se puede ver su funcionamiento tan rayado, pero en algún momento aparece la hilacha que lo explica: la inseguridad, el temor, la dependencia. Son tres mujeres torcidas las de mi obra. Tres estereotipos culturales que yo creo que se están transformando. En realidad, en esta etapa, me parece que las relaciones amorosas de hombres y mujeres están en pleno reacomodamiento. Para ellos también es difícil aceptar el avance de las mujeres porque hay cosas que están muy arraigadas en el inconsciente. Aun el hombre más piola, el que parece más abierto e igualitario, con respecto a estas cosas, en algún momento, patina, le sale todo eso que mamó de su padre, de su abuelo, del entorno. Creo que hay mucho miedo. Si nos remontamos allá lejos y hace tiempo ¿qué puede haber sido lo que llevó a los hombres a relegar, a discriminar a las mujeres, a dejarlas fuera de tantos lugares? Yo creo que el origen de esa conducta es el miedo a la energía, a la sabiduría femeninas, a su poder de dar vida. Por suerte, creo que se van dando cambios, que las nuevas generaciones de mujeres pisan de otra manera. Aunque todavía falta balancear las energías femeninas y masculinas para alcanzar cierto equilibrio.

La mujer que al amor no se asoma,
en el Teatro del Nudo, Corrientes 1551,
los viernes a las 22,3 a $ 20, 4373-9899.

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